NUEVA YORK – A finales de este año se reunirán en Copenhague los representantes de las 170 naciones firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático para lo que esperan que será el final de las negociaciones sobre una nueva respuesta internacional al calentamiento global y el cambio climático. Si tienen éxito, el resultado principal de sus esfuerzos sería un pacto global sobre la forma de reducir los gases nocivos de efecto invernadero, en qué proporción y cuándo. El acuerdo entraría en vigor en 2012, cuando expire el actual Protocolo de Kyoto.
Las investigaciones que se han realizado en McKinsey sobre la efectividad y el costo de más de 200 mecanismos para reducir las emisiones de carbono –desde una mayor eficiencia de los automóviles hasta la energía nuclear, pasando por un mejor aislamiento en los edificios y una mejor administración forestal—indican que únicamente con acciones globales concertadas se podrán asegurar los niveles que según al comunidad científica son necesarios para evitar las consecuencias desastrosas del cambio climático. Nuestros análisis detallados, que se realizaron en 21 países y regiones en un período de dos años, sugieren que todas las regiones y sectores deben hacer la parte que les corresponde. Si esto no es suficientemente abrumador, consideremos lo siguiente: si retrasamos las acciones aunque sea algunos años, probablemente no alcanzaremos las metas que se requieren, incluso con una disminución temporal de las emisiones de carbono relacionada con la reducción de las actividades económicas a corto plazo.
Las buenas noticias son que podemos lograr lo que se necesita, tenemos la capacidad de costearlo y podemos hacerlo sin restringir el crecimiento. La última versión de la curva de costos de la disminución del carbono a nivel global identifica oportunidades para estabilizar las emisiones a niveles de 1990 para 2030, o sea, 50% por debajo de la línea que describe la tendencia que se seguiría si no se hace nada.
Hacer estas reducciones costaría entre 200 y 350 mil millones de euros al año para 2030 –menos del 1% del PIB global previsto para ese año. El financiamiento inicial total sería de 350 mil millones de euros para 2020 –menos del costo del paquete de rescate financiero actual de Estados Unidos—y de 810 mil millones de euros para 2030, lo que está dentro del rango de lo que los mercados financieros pueden manejar.
Las naciones en desarrollo y las desarrolladas por igual deben invertir en la reducción de las emisiones. Pero la parte más importante de esas inversiones da como resultado un menor uso de energía y, en consecuencia, costos más reducidos. Lograr el objetivo de la eficiencia de la energía es esencial tanto para el clima como para la seguridad energética –y depende de un conjunto bien conocido de señales de política y una serie de tecnologías de eficacia probada.
Ninguna de estas acciones disminuye el crecimiento ni aumenta los costos de la energía y algunas de ellas potencialmente estimulan el crecimiento. Igualmente, un cambio global hacia un sector energético mejor distribuido –con más energía renovable y una red de infraestructura más inteligente—podría traer beneficios para el crecimiento.
Lograr que todo lo anterior suceda exige que nos desplacemos hacia un nuevo modelo para garantizar que seamos más productivos a nivel global con recursos básicos que durante mucho tiempo hemos dado por sentados. En la medida en que podamos invertir en todos los sectores y regiones para mejorar nuestra productividad del carbono (PIB por unidad de carbono emitido) debilitaremos las limitaciones al crecimiento derivadas de la contaminación.
Para mejorar la productividad del carbono se requiere mejorar la productividad de la tierra. Los bosques y las plantas eliminan el carbono de la atmósfera y potencialmente representan el 40% de las oportunidades de disminución del carbono de aquí a 2020.
Si no se administran cuidadosamente los bosques tropicales – 90% de los cuales se encuentran en naciones en desarrollo que están bajo presión para desbrozar la tierra y dedicarla a otros fines económicos – no podremos alcanzar nuestras metas globales de reducción de emisiones de carbono. Parte integral de la solución debe ser ayudar a los productores de soya y de aceite de palma y a los ganaderos desde Brasil hasta el Sureste de Asia a utilizar la tierra de forma más productiva y así reducir la presión sobre los bosques tropicales.
Si el aumento de la productividad agrícola es necesario, también lo es una mejor administración del agua. Dado que en la agricultura se utiliza el 70% del suministro confiable de agua del mundo (y el impacto potencial del cambio climático sobre la confiabilidad del agua) un enfoque integral de la seguridad climática deberá incluir mejores políticas en materia de agua, una administración más integrada de la tierra y una reforma del mercado agrícola. Nuestras investigaciones indican que el crecimiento anual de la productividad del agua debe aumentar del 0.3% a más del 3% en las próximas décadas.
En otras palabras, los recursos y las políticas son interdependientes. El cambio hacia un modelo en el que los niveles de emisión de carbono y el crecimiento se muevan en direcciones opuestas –lo que llamamos una economía posterior al carbono—podría empezar en Copenhague con acuerdos para reducir el carbono en el aire. Pero sólo podrá tener éxito si adoptamos ahora una agenda para impulsar la productividad de los recursos naturales de manera más amplia y sobre una base más integrada.
Lo que esto sugiere es que necesitamos nuevas reglas globales para alcanzar la productividad total de los recursos. Si queremos obtener los niveles necesarios de productividad de la energía, la tierra, el agua y el carbono debemos desarrollar un marco global integrado que reconozca la interdependencia de los recursos. Un país desarrollado no puede cumplir sus metas de emisión de carbono enviando sus procesos productivos más sucios a un país en desarrollo, y un país en desarrollo no puede alcanzar sus objetivos talando bosques para construir fábricas o expandir la agricultura de baja productividad.
Para llegar a la economía posterior al carbono, los países tendrán que reconocer su interdependencia, fortalecer la coordinación global de las políticas de recursos y adaptarse a modelos de soberanía nuevos y más dependientes. La oportunidad que se presenta en Copenhague es la de comenzar a dar forma a los nuevos modelos de acción colectiva sobre los que podremos construir la economía posterior al carbono.
NUEVA YORK – A finales de este año se reunirán en Copenhague los representantes de las 170 naciones firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático para lo que esperan que será el final de las negociaciones sobre una nueva respuesta internacional al calentamiento global y el cambio climático. Si tienen éxito, el resultado principal de sus esfuerzos sería un pacto global sobre la forma de reducir los gases nocivos de efecto invernadero, en qué proporción y cuándo. El acuerdo entraría en vigor en 2012, cuando expire el actual Protocolo de Kyoto.
Las investigaciones que se han realizado en McKinsey sobre la efectividad y el costo de más de 200 mecanismos para reducir las emisiones de carbono –desde una mayor eficiencia de los automóviles hasta la energía nuclear, pasando por un mejor aislamiento en los edificios y una mejor administración forestal—indican que únicamente con acciones globales concertadas se podrán asegurar los niveles que según al comunidad científica son necesarios para evitar las consecuencias desastrosas del cambio climático. Nuestros análisis detallados, que se realizaron en 21 países y regiones en un período de dos años, sugieren que todas las regiones y sectores deben hacer la parte que les corresponde. Si esto no es suficientemente abrumador, consideremos lo siguiente: si retrasamos las acciones aunque sea algunos años, probablemente no alcanzaremos las metas que se requieren, incluso con una disminución temporal de las emisiones de carbono relacionada con la reducción de las actividades económicas a corto plazo.
Las buenas noticias son que podemos lograr lo que se necesita, tenemos la capacidad de costearlo y podemos hacerlo sin restringir el crecimiento. La última versión de la curva de costos de la disminución del carbono a nivel global identifica oportunidades para estabilizar las emisiones a niveles de 1990 para 2030, o sea, 50% por debajo de la línea que describe la tendencia que se seguiría si no se hace nada.
Hacer estas reducciones costaría entre 200 y 350 mil millones de euros al año para 2030 –menos del 1% del PIB global previsto para ese año. El financiamiento inicial total sería de 350 mil millones de euros para 2020 –menos del costo del paquete de rescate financiero actual de Estados Unidos—y de 810 mil millones de euros para 2030, lo que está dentro del rango de lo que los mercados financieros pueden manejar.
Las naciones en desarrollo y las desarrolladas por igual deben invertir en la reducción de las emisiones. Pero la parte más importante de esas inversiones da como resultado un menor uso de energía y, en consecuencia, costos más reducidos. Lograr el objetivo de la eficiencia de la energía es esencial tanto para el clima como para la seguridad energética –y depende de un conjunto bien conocido de señales de política y una serie de tecnologías de eficacia probada.
Ninguna de estas acciones disminuye el crecimiento ni aumenta los costos de la energía y algunas de ellas potencialmente estimulan el crecimiento. Igualmente, un cambio global hacia un sector energético mejor distribuido –con más energía renovable y una red de infraestructura más inteligente—podría traer beneficios para el crecimiento.
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Lograr que todo lo anterior suceda exige que nos desplacemos hacia un nuevo modelo para garantizar que seamos más productivos a nivel global con recursos básicos que durante mucho tiempo hemos dado por sentados. En la medida en que podamos invertir en todos los sectores y regiones para mejorar nuestra productividad del carbono (PIB por unidad de carbono emitido) debilitaremos las limitaciones al crecimiento derivadas de la contaminación.
Para mejorar la productividad del carbono se requiere mejorar la productividad de la tierra. Los bosques y las plantas eliminan el carbono de la atmósfera y potencialmente representan el 40% de las oportunidades de disminución del carbono de aquí a 2020.
Si no se administran cuidadosamente los bosques tropicales – 90% de los cuales se encuentran en naciones en desarrollo que están bajo presión para desbrozar la tierra y dedicarla a otros fines económicos – no podremos alcanzar nuestras metas globales de reducción de emisiones de carbono. Parte integral de la solución debe ser ayudar a los productores de soya y de aceite de palma y a los ganaderos desde Brasil hasta el Sureste de Asia a utilizar la tierra de forma más productiva y así reducir la presión sobre los bosques tropicales.
Si el aumento de la productividad agrícola es necesario, también lo es una mejor administración del agua. Dado que en la agricultura se utiliza el 70% del suministro confiable de agua del mundo (y el impacto potencial del cambio climático sobre la confiabilidad del agua) un enfoque integral de la seguridad climática deberá incluir mejores políticas en materia de agua, una administración más integrada de la tierra y una reforma del mercado agrícola. Nuestras investigaciones indican que el crecimiento anual de la productividad del agua debe aumentar del 0.3% a más del 3% en las próximas décadas.
En otras palabras, los recursos y las políticas son interdependientes. El cambio hacia un modelo en el que los niveles de emisión de carbono y el crecimiento se muevan en direcciones opuestas –lo que llamamos una economía posterior al carbono—podría empezar en Copenhague con acuerdos para reducir el carbono en el aire. Pero sólo podrá tener éxito si adoptamos ahora una agenda para impulsar la productividad de los recursos naturales de manera más amplia y sobre una base más integrada.
Lo que esto sugiere es que necesitamos nuevas reglas globales para alcanzar la productividad total de los recursos. Si queremos obtener los niveles necesarios de productividad de la energía, la tierra, el agua y el carbono debemos desarrollar un marco global integrado que reconozca la interdependencia de los recursos. Un país desarrollado no puede cumplir sus metas de emisión de carbono enviando sus procesos productivos más sucios a un país en desarrollo, y un país en desarrollo no puede alcanzar sus objetivos talando bosques para construir fábricas o expandir la agricultura de baja productividad.
Para llegar a la economía posterior al carbono, los países tendrán que reconocer su interdependencia, fortalecer la coordinación global de las políticas de recursos y adaptarse a modelos de soberanía nuevos y más dependientes. La oportunidad que se presenta en Copenhague es la de comenzar a dar forma a los nuevos modelos de acción colectiva sobre los que podremos construir la economía posterior al carbono.