NUEVA YORK – Las elecciones siempre son cuestiones de alto riesgo en aquellos países que experimentan un retroceso democrático. Es lo que sucedió en la reciente elección presidencial de Turquía -que se describió como “libre pero injusta”. De la misma manera, cuando los polacos vayan a las urnas este otoño, la democracia allí estará en riesgo.
Desde que llegó al poder en 2015, el partido populista Ley y Justicia (PiS) de Polonia ha politizado el poder judicial, ha acosado a la sociedad civil y ha trabajado incansablemente para cerrar los medios independientes. También ha sacado provecho de la política del miedo y del reclamo, ha enfrentado a los votantes urbanos con los electorados rurales y ha pregonado una versión mitologizada de la historia polaca.
En este sentido, el PiS ha vendo siguiendo los pasos tanto del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, como del primer ministro húngaro, Victor Orbán, cuyo país ya ni siquiera puede considerarse una democracia, aunque sigue perteneciendo a la Unión Europea. La diferencia es que el líder de facto de Polonia, Jaroslaw Kaczyński, le ha dejado la presidencia a alguien más -Andrzej Duda-, ocultando así su influencia de un escrutinio vigoroso.
Estas tácticas pueden funcionar bien en Polonia, como lo han hecho en Turquía y Hungría. Durante un viaje reciente a Polonia, me sorprendió el tono ponzoñoso del discurso público antieuropeo -y, específicamente, anti-alemán.
En definitiva, solo los votantes de Polonia pueden decidir el futuro político de su país. Pero eso no es motivo de complacencia de parte de la comunidad internacional, en especial las democracias del mundo. Un autoritarismo hecho y derecho le infligiría un daño incalculable a Occidente mientras se desata una guerra en la puerta de al lado.
Un gobierno polaco que rechaza la democracia, el estado de derecho y la unidad europea envalentonaría a las fuerzas antiliberales en otras partes, inclusive en Estados Unidos, donde Donald Trump está liderando el campo republicano de cara a la elección presidencial del año próximo.
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Otra victoria del PiS también podría debilitar la posición de Polonia como bastión contra los designios imperiales del presidente ruso, Vladimir Putin. Desde que Rusia lanzó su invasión de gran escala de Ucrania el año pasado, Polonia ha sido un refugio para millones de refugiados y el principal conducto para los pertrechos militares occidentales destinados a las fuerzas armadas de Ucrania. Los polacos pueden identificarse con la situación de los refugiados, que recuerda la barbarie que sufrieron a manos de los nazis, incluida la destrucción de Varsovia por orden de Hitler (mientras el Ejército Rojo, a las ordenes de Stalin, se sentaba a observar desde la margen opuesta del Vístula).
El gobierno del PiS merece el mayor de los elogios por su apoyo a Ucrania, que se destaca marcadamente de la postura “Hungría para los húngaros” del gobierno de Orbán y de su abrazo grotesco de Putin. Pero su compromiso con esta estrategia quizá sea limitado. En un aparente intento por garantizarse los votos del sector rural, en abril anunció que iba a interrumpir las importaciones de granos ucranianos, aunque debe decirse que Bulgaria, Hungría, Rumania y Eslovaquia también han prohibido las importaciones de granos de Ucrania, y todos lo han hecho con la bendición de la UE.
Afortunadamente, Estados Unidos y la UE efectivamente tienen cierta influencia que pueden utilizar para impedir que Polonia ponga en riesgo las bases del orden post-Guerra Fría, inclusive la dependencia obvia de Polonia de la OTAN para su seguridad, y de la asistencia financiera de la UE. La UE debe adoptar una estrategia constructiva, y a la vez firme, frente al gobierno polaco, respaldada por el cumplimiento de la condicionalidad del estado de derecho que se impuso al apoyo diplomático y financiero tanto para Polonia como para Hungría el año pasado. La UE ya ha retenido miles de millones de euros que supuestamente estaban destinados a Polonia.
Asimismo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea le ha impuesto una penalidad diaria gigantesca al país -que recientemente se redujo de 1 millón de euros (1,07 millones de dólares) a 500.000 euros- por su reticencia a cumplir con las exigencias de la UE de alterar sus reformas judiciales de 2019 que, según el TJUE, violan la ley de la UE. La UE debe respaldar este dictamen con más músculo institucional y financiero. La restauración de la independencia judicial no es negociable.
Los valores democráticos y humanistas -los valores por los cuales hoy combate el pueblo ucraniano, a un costo extraordinario- están en el corazón del orden europeo post-Guerra Fría. Afortunadamente, la sociedad civil polaca sigue siendo robusta y las generaciones más jóvenes -entre veinte y cuarenta años- cada vez más lideran la lucha contra las depredaciones del PiS. Están decididas a impedir un mayor retroceso democrático y a defender los valores europeos, aunque Kaczyński no lo haga. Y merecen un mayor respaldo de sus aliados occidentales.
La gran diáspora polaca en Estados Unidos y Europa occidental está en condiciones óptimas para ayudar, junto con la comunidad internacional en general. Hay ONG polacas muy audaces -como Women’s Strike- que luchan en las primeras filas para defender los derechos de las mujeres, bajo una amenaza directa del PiS. Debemos amplificar sus voces, así como las de la comunidad LGBT+ cada vez más amenazada de Polonia.
Está en los polacos de hoy asumir el manto de los trabajadores del astillero de Gdansk cuya huelga en 1980 condujo a la creación del sindicato y del movimiento social antiautoritario Solidaridad, que terminó derrocando al régimen comunista en Europa central en 1989. Pero los amigos de Polonia también deben apoyar a aquellos polacos que representan este espíritu. Sin solidaridad, Polonia podría perder su democracia.
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US President Donald Trump’s import tariffs have triggered a wave of retaliatory measures, setting off a trade war with key partners and raising fears of a global downturn. But while Trump’s protectionism and erratic policy shifts could have far-reaching implications, the greatest victim is likely to be the United States itself.
warns that the new administration’s protectionism resembles the strategy many developing countries once tried.
It took a pandemic and the threat of war to get Germany to dispense with the two taboos – against debt and monetary financing of budgets – that have strangled its governments for decades. Now, it must join the rest of Europe in offering a positive vision of self-sufficiency and an “anti-fascist economic policy.”
welcomes the apparent departure from two policy taboos that have strangled the country's investment.
NUEVA YORK – Las elecciones siempre son cuestiones de alto riesgo en aquellos países que experimentan un retroceso democrático. Es lo que sucedió en la reciente elección presidencial de Turquía -que se describió como “libre pero injusta”. De la misma manera, cuando los polacos vayan a las urnas este otoño, la democracia allí estará en riesgo.
Desde que llegó al poder en 2015, el partido populista Ley y Justicia (PiS) de Polonia ha politizado el poder judicial, ha acosado a la sociedad civil y ha trabajado incansablemente para cerrar los medios independientes. También ha sacado provecho de la política del miedo y del reclamo, ha enfrentado a los votantes urbanos con los electorados rurales y ha pregonado una versión mitologizada de la historia polaca.
En este sentido, el PiS ha vendo siguiendo los pasos tanto del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, como del primer ministro húngaro, Victor Orbán, cuyo país ya ni siquiera puede considerarse una democracia, aunque sigue perteneciendo a la Unión Europea. La diferencia es que el líder de facto de Polonia, Jaroslaw Kaczyński, le ha dejado la presidencia a alguien más -Andrzej Duda-, ocultando así su influencia de un escrutinio vigoroso.
Estas tácticas pueden funcionar bien en Polonia, como lo han hecho en Turquía y Hungría. Durante un viaje reciente a Polonia, me sorprendió el tono ponzoñoso del discurso público antieuropeo -y, específicamente, anti-alemán.
En definitiva, solo los votantes de Polonia pueden decidir el futuro político de su país. Pero eso no es motivo de complacencia de parte de la comunidad internacional, en especial las democracias del mundo. Un autoritarismo hecho y derecho le infligiría un daño incalculable a Occidente mientras se desata una guerra en la puerta de al lado.
Un gobierno polaco que rechaza la democracia, el estado de derecho y la unidad europea envalentonaría a las fuerzas antiliberales en otras partes, inclusive en Estados Unidos, donde Donald Trump está liderando el campo republicano de cara a la elección presidencial del año próximo.
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El gobierno del PiS merece el mayor de los elogios por su apoyo a Ucrania, que se destaca marcadamente de la postura “Hungría para los húngaros” del gobierno de Orbán y de su abrazo grotesco de Putin. Pero su compromiso con esta estrategia quizá sea limitado. En un aparente intento por garantizarse los votos del sector rural, en abril anunció que iba a interrumpir las importaciones de granos ucranianos, aunque debe decirse que Bulgaria, Hungría, Rumania y Eslovaquia también han prohibido las importaciones de granos de Ucrania, y todos lo han hecho con la bendición de la UE.
Afortunadamente, Estados Unidos y la UE efectivamente tienen cierta influencia que pueden utilizar para impedir que Polonia ponga en riesgo las bases del orden post-Guerra Fría, inclusive la dependencia obvia de Polonia de la OTAN para su seguridad, y de la asistencia financiera de la UE. La UE debe adoptar una estrategia constructiva, y a la vez firme, frente al gobierno polaco, respaldada por el cumplimiento de la condicionalidad del estado de derecho que se impuso al apoyo diplomático y financiero tanto para Polonia como para Hungría el año pasado. La UE ya ha retenido miles de millones de euros que supuestamente estaban destinados a Polonia.
Asimismo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea le ha impuesto una penalidad diaria gigantesca al país -que recientemente se redujo de 1 millón de euros (1,07 millones de dólares) a 500.000 euros- por su reticencia a cumplir con las exigencias de la UE de alterar sus reformas judiciales de 2019 que, según el TJUE, violan la ley de la UE. La UE debe respaldar este dictamen con más músculo institucional y financiero. La restauración de la independencia judicial no es negociable.
Los valores democráticos y humanistas -los valores por los cuales hoy combate el pueblo ucraniano, a un costo extraordinario- están en el corazón del orden europeo post-Guerra Fría. Afortunadamente, la sociedad civil polaca sigue siendo robusta y las generaciones más jóvenes -entre veinte y cuarenta años- cada vez más lideran la lucha contra las depredaciones del PiS. Están decididas a impedir un mayor retroceso democrático y a defender los valores europeos, aunque Kaczyński no lo haga. Y merecen un mayor respaldo de sus aliados occidentales.
La gran diáspora polaca en Estados Unidos y Europa occidental está en condiciones óptimas para ayudar, junto con la comunidad internacional en general. Hay ONG polacas muy audaces -como Women’s Strike- que luchan en las primeras filas para defender los derechos de las mujeres, bajo una amenaza directa del PiS. Debemos amplificar sus voces, así como las de la comunidad LGBT+ cada vez más amenazada de Polonia.
Está en los polacos de hoy asumir el manto de los trabajadores del astillero de Gdansk cuya huelga en 1980 condujo a la creación del sindicato y del movimiento social antiautoritario Solidaridad, que terminó derrocando al régimen comunista en Europa central en 1989. Pero los amigos de Polonia también deben apoyar a aquellos polacos que representan este espíritu. Sin solidaridad, Polonia podría perder su democracia.