Llegar a un “Sí” con Irán

Hay un sabio dicho norteamericano: “Si estás en un pozo, deja de cavar”. Los seis gobiernos que actualmente están considerando los pasos a seguir para impedir que Irán desarrolle una bomba nuclear –los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y Alemania- deberían hacer caso a ese consejo. De lo contrario, podrían terminar sin ninguna ingerencia en el programa nuclear iraní y con una sola opción –de por sí inútil- entre manos, un ataque militar.

Sin embargo, los seis gobiernos parecen decididos a seguir adelante con lo que ha sido su estrategia hasta el momento. Su condición para negociar con Irán es la interrupción previa de sus actividades de enriquecimiento nuclear. Sólo a cambio de que Irán renuncie permanentemente al enriquecimiento, ellos ofrecerán importantes recompensas –desde levantar todas las sanciones y las restricciones comerciales hasta brindar garantías de seguridad.

Esta estrategia no ha funcionado y no funcionará. Bajo el Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) del cual Irán sigue formando parte, los países tienen derecho a participar en el enriquecimiento de uranio para fines civiles, e Irán sostiene que esto es todo lo que quiere. Es verdad, la total interrupción por parte de Irán de su programa de enriquecimiento sería bienvenida, sobre todo porque su gobierno ocultó estas actividades durante casi dos décadas de los inspectores del Tratado, lo que sugiere otros motivos que los puramente civiles.

Pero la cuestión del enriquecimiento se ha convertido a tal punto en un símbolo de soberanía nacional en Irán que ningún gobierno allí, no sólo la actual administración Ajmadinejad, se volverá atrás. De hecho, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas formalmente exigió que se interrumpiera el programa de enriquecimiento e impuso sanciones leves en diciembre pasado, la respuesta desafiante de Irán fue aumentar la actividad de enriquecimiento.

¿Qué hacer ahora, entonces? La administración Bush, como era previsible, presiona para que se implementen nuevas sanciones, y más rígidas, en base a una advertencia implícita en la Resolución de las Naciones Unidas anterior, y sostiene, como lo hizo durante los preparativos previos a la invasión de Irak, que la credibilidad de las Naciones Unidas está en juego. Sin embargo, la única prueba real de credibilidad de las Naciones Unidas en este conflicto es si logra limitar lo más posible a Irán a un programa nuclear puramente civil.

Si el Consejo de Seguridad no logra ponerse de acuerdo sobre nuevas sanciones –lo cual es probable, dadas las objeciones chinas y rusas-, quedaría expuesto como un tigre de papel. Si, en cambio, llega a un consenso sobre un castigo económico mayor y posiblemente hasta militar, la credibilidad de las Naciones Unidas dependería de si estas medidas producen el acatamiento iraní.

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Eso, sin embargo, es improbable. La implementación de sanciones económicas más duras no obligará a Irán a bajar la cabeza; más bien, lo único que harán las sanciones es afectar a los socios comerciales de este país rico en petróleo y gas. La escalada de amenazas no hará más que empujar a la comunidad internacional aún más en la espiral de escalada y, probablemente, a una acción militar.

En el entorno de Bush están aquellos que no podrían esperar algo mejor. Si bien un ataque aéreo incluso importante no lograría destruir todas las instalaciones nucleares de Irán y, es más, dejaría intacto el conocimiento técnico, al menos podría demorar el programa por un tiempo y servir como una advertencia para otros potenciales proliferadores. Pero es una apuesta arriesgada. Hoy, Irán declara que quiere cumplir con el TNP y que no tiene ninguna intención de construir una bomba nuclear. Después de un ataque militar perpetrado por Estados Unidos, ambas promesas serían historia.

Si los seis gobiernos quieren evitar la espiral de escalada y frenar la dinámica de la proliferación, necesitan cambiar de estrategia y objetivo. En lugar de hacer de la interrupción del enriquecimiento de uranio la única finalidad de su esfuerzo, su objetivo central debería ser el de someter las actividades iraníes a la mayor verificación posible: si Irán quiere enriquecer uranio, que lo haga, pero debe aceptar inspecciones internacionales invasivas.

Esta es una negociación que los propios iraníes han sugerido repetidas veces. Los Seis la rechazaron porque la verificación no puede ofrecer una garantía absoluta contra la desviación de parte del uranio enriquecido a un uso militar. Pero como las superpotencias aprendieron en la Guerra Fría, la ausencia de una verificación hermética no torna inútiles las inspecciones. Seguirían sometiendo al programa iraní a mayores restricciones que hoy en día. Y un acuerdo de este tipo abriría el camino para un acuerdo más amplio entre Irán y Occidente de cooperación y estabilidad regional.

Es por este motivo que los Seis deberían dejar de cavar un pozo más profundo. En lugar de formular nuevas sanciones para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, deberían utilizar los próximos meses para explorar confidencialmente qué nivel de restricciones y de verificación Irán consideraría a cambio de un enriquecimiento incontestable.

De todos modos, los Seis deberían considerar la opción de resoluciones más incisivas para inducir un compromiso iraní. Pero quienes ahora piden que el Consejo de Seguridad emita condenas rápidas al comportamiento de Irán deberían tener dos cosas en mente: es improbable que surtan algún efecto y Estados Unidos ya utilizó este tipo de resoluciones como un pretexto para lanzar una acción militar por cuenta propia.

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