BERLÍN – Nuestro planeta se enfrenta a una triple crisis cuyos componentes son la crisis climática, la crisis de la naturaleza y la crisis de la contaminación. Esta triple crisis tiene una causa en común: la economía de los combustibles fósiles. El petróleo, el gas y el carbón se sitúan en la raíz del descontrol de las alteraciones climáticas, de la diseminación de la pérdida de biodiversidad y de la generalización de la contaminación por plásticos. La inferencia es clara y debe ser de crucial importancia durante la reunión de líderes políticos que se celebrará en Estocolmo esta semana con motivo de conmemorar el 50º aniversario de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano. Cualquier esfuerzo por abordar estas amenazas existenciales para la salud humana y la ecológica tendrá poca trascendencia mientras la economía de los combustibles fósiles permanezca intacta.
Tal como señaló recientemente el Secretario General de la ONU, António Guterres, los combustibles fósiles están asfixiando a nuestro planeta. En la última década, su combustión dio cuenta del 86% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, y una porción abrumadora de la responsabilidad vinculada a dichas emisiones recae sobre los hombros de solo unos pocos actores. De hecho, casi dos tercios de todo el CO2 emitido desde la Revolución Industrial se puede atribuir a tan solo 90 contaminadores, quienes en su mayoría también son los mayores productores de combustibles fósiles.
Sin embargo, en vez de jalar las riendas para frenar a los contaminadores, en la actualidad los gobiernos del mundo planean permitir que en el año 2030 se produzca más del doble de la cantidad de combustibles fósiles que sería consistente con el logro del objetivo acordado en el acuerdo climático de París de 2015 con respecto a limitar el calentamiento global a 1,5 ° Celsius por encima de los niveles preindustriales. Y cuando se trata de considerar los daños causados por los combustibles fósiles, las temperaturas globales más altas y la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos son solo el principio de la historia.
El año pasado, Marcos A. Orellana, relator especial de las Naciones Unidas sobre sustancias tóxicas y derechos humanos, aseveró lo que las comunidades de primera línea saben desde hace mucho tiempo: la producción de combustibles fósiles genera compuestos tóxicos y contamina el aire, el agua y el suelo. La contaminación del aire por la quema de combustibles fósiles fue la causante de aproximadamente una de cada cinco muertes en todo el mundo en el año 2018. Además, el petróleo y el gas son componentes básicos de productos químicos tóxicos, pesticidas y fertilizantes sintéticos que están empujando a los ecosistemas y a las especies a su extinción. Estos productos basados en combustibles fósiles perpetúan un modelo económico y agroindustrial que impulsa la deforestación, destruye la biodiversidad y amenaza la salud humana.
Los combustibles fósiles también están detrás de la proliferación de los plásticos, los cuales se acumulan incluso en las zonas más remotas del planeta, desde la cima del Monte Everest hasta el fondo de la Fosa de las Marianas. El 99% de todos los plásticos se fabrican con productos químicos derivados de los combustibles fósiles, predominantemente del petróleo y gas. La producción de materias primas petroquímicas para la fabricación de plásticos y el uso de combustibles fósiles en toda la cadena de valor de plásticos impulsan la demanda de petróleo y gas, y también exponen a millones de personas a la contaminación tóxica.
Por si lo anterior fuera poco, los combustibles fósiles fomentan y financian conflictos violentos en todo el mundo. La economía de los combustibles fósiles es lo que permite que se lleve a cabo la guerra del presidente ruso Vladimir Putin en Ucrania y la crisis humanitaria que dicha guerra ha creado. En los siete años posteriores a la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia, ocho de las compañías de combustibles fósiles más grandes del mundo aumentaron la riqueza de las arcas del gobierno de Rusia en una cifra estimada de 95,4 mil millones de dólares. Los ingresos de Rusia por exportaciones de energía se han disparado desde la invasión de Ucrania en el mes de febrero, la cual condujo a los precios al alza. Y las grandes compañías petroleras occidentales, explotando este conflicto para su propio beneficio, han obtenido ganancias récord.
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En lugar de enfrentar sus responsabilidades y rendir cuentas, la industria del petróleo y el gas junto con sus aliados están aprovechando la crisis en Ucrania para impulsar aún más las perforaciones, el fracking y las exportaciones de gas natural licuado (GNL) en todo el mundo. Sin embargo, pasarán muchas años antes de que la nueva infraestructura para la explotación de los combustibles fósiles pueda ser puesta en marcha y dicha infraestructura no hará nada a favor de abordar la crisis energética actual. Por el contrario, sólo profundizará la dependencia mundial de los combustibles fósiles, mejorará la capacidad de los productores para causar estragos en las personas y el planeta, y alejará cada vez más de nuestro alcance la posibilidad de tener un futuro seguro con respecto al clima.
Cuando los líderes mundiales se reúnan para conmemorar Estocolmo+50, nuestra máxima prioridad debería ser la ruptura de nuestra adicción a los combustibles fósiles. Sin embargo, los combustibles fósiles brillan por su ausencia en la nota conceptual y la agenda oficiales para dicha reunión, y apenas se los mencionan en los documentos de referencia para los tres Diálogos de Liderazgo que se supone son los que comunicarán las conclusiones de la cumbre.
Esta omisión no es casual. Los grupos de cabildeo de la industria de los combustibles fósiles tienen décadas de experiencia con relación a sembrar dudas sobre el daño que la industria causa y oscurecer el vínculo entre los combustibles fósiles y los químicos tóxicos que se usan en la agricultura industrial y los productos plásticos. Cuando no le ha sido posible recurrir a la negación rotunda de los hechos, esta industria ha pregonado soluciones falsas, incluidas entre ellas: subterfugios tecnológicos especulativos, mecanismos de mercado con lagunas gigantescas y promesas engañosas de “cero neto”. El objetivo de dichos esfuerzos es desviar la atención política de las medidas urgentes que son necesarias para poner fin a la dependencia de los combustibles fósiles y para incrementar a escala abordajes que ya han sido probados, como por ejemplo aquellos relacionados a las energías renovables, la agroecología, y la reducción y reutilización de los plásticos.
Tales medidas transformadoras son precisamente las que debe ofrecer la cumbre Estocolmo+50. Los gobiernos participantes y los responsables de la toma de decisiones deben reconocer que los combustibles fósiles son el principal impulsor de la triple crisis que enfrentamos, y deben establecer una agenda audaz para detener la expansión de los combustibles fósiles, agenda que debe garantizar una disminución rápida y equitativa del uso del petróleo, el gas y el carbón, y debe acelerar una transición justa hacia un futuro libre de combustibles fósiles.
Una posible herramienta de esta agenda sería un Tratado de No Proliferación de Combustibles, una iniciativa que ha atraído un amplio apoyo, incluyendo el apoyo de miles de organizaciones de la sociedad civil, de cientos de científicos y parlamentarios, de más de 100 laureados con el premio Nobel y de docenas de gobiernos municipales. Para estimular los avances, una amplia y diversa gama de partes interesadas, entre las que se encuentran representantes de comunidades indígenas, gobiernos, instituciones internacionales y del mundo académico, se reunirán el día antes de Estocolmo+50 en la Pre-Cumbre sobre la Transición Justa Global de los Combustibles Fósiles.
Paralelamente a la reunión de Estocolmo, un comité de negociación intergubernamental, convocado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se reunirá en Dakar para elaborar un tratado mundial sobre plásticos que sea jurídicamente vinculante. De manera crucial, este tratado deberá adoptar un enfoque integral que aborde todo el ciclo de vida de los plásticos, y que comience con la extracción de los combustibles fósiles.
Si algo hemos aprendido en los 50 años transcurridos desde la primera conferencia de Estocolmo, es que un futuro atado a los combustibles fósiles no es un futuro en absoluto. Para encarar las crisis convergentes del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación petroquímica y plástica, Estocolmo+50 no tiene otra alternativa que enfrentar de manera directa al petróleo, el gas y el carbón.
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BERLÍN – Nuestro planeta se enfrenta a una triple crisis cuyos componentes son la crisis climática, la crisis de la naturaleza y la crisis de la contaminación. Esta triple crisis tiene una causa en común: la economía de los combustibles fósiles. El petróleo, el gas y el carbón se sitúan en la raíz del descontrol de las alteraciones climáticas, de la diseminación de la pérdida de biodiversidad y de la generalización de la contaminación por plásticos. La inferencia es clara y debe ser de crucial importancia durante la reunión de líderes políticos que se celebrará en Estocolmo esta semana con motivo de conmemorar el 50º aniversario de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano. Cualquier esfuerzo por abordar estas amenazas existenciales para la salud humana y la ecológica tendrá poca trascendencia mientras la economía de los combustibles fósiles permanezca intacta.
Tal como señaló recientemente el Secretario General de la ONU, António Guterres, los combustibles fósiles están asfixiando a nuestro planeta. En la última década, su combustión dio cuenta del 86% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, y una porción abrumadora de la responsabilidad vinculada a dichas emisiones recae sobre los hombros de solo unos pocos actores. De hecho, casi dos tercios de todo el CO2 emitido desde la Revolución Industrial se puede atribuir a tan solo 90 contaminadores, quienes en su mayoría también son los mayores productores de combustibles fósiles.
Sin embargo, en vez de jalar las riendas para frenar a los contaminadores, en la actualidad los gobiernos del mundo planean permitir que en el año 2030 se produzca más del doble de la cantidad de combustibles fósiles que sería consistente con el logro del objetivo acordado en el acuerdo climático de París de 2015 con respecto a limitar el calentamiento global a 1,5 ° Celsius por encima de los niveles preindustriales. Y cuando se trata de considerar los daños causados por los combustibles fósiles, las temperaturas globales más altas y la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos son solo el principio de la historia.
El año pasado, Marcos A. Orellana, relator especial de las Naciones Unidas sobre sustancias tóxicas y derechos humanos, aseveró lo que las comunidades de primera línea saben desde hace mucho tiempo: la producción de combustibles fósiles genera compuestos tóxicos y contamina el aire, el agua y el suelo. La contaminación del aire por la quema de combustibles fósiles fue la causante de aproximadamente una de cada cinco muertes en todo el mundo en el año 2018. Además, el petróleo y el gas son componentes básicos de productos químicos tóxicos, pesticidas y fertilizantes sintéticos que están empujando a los ecosistemas y a las especies a su extinción. Estos productos basados en combustibles fósiles perpetúan un modelo económico y agroindustrial que impulsa la deforestación, destruye la biodiversidad y amenaza la salud humana.
Los combustibles fósiles también están detrás de la proliferación de los plásticos, los cuales se acumulan incluso en las zonas más remotas del planeta, desde la cima del Monte Everest hasta el fondo de la Fosa de las Marianas. El 99% de todos los plásticos se fabrican con productos químicos derivados de los combustibles fósiles, predominantemente del petróleo y gas. La producción de materias primas petroquímicas para la fabricación de plásticos y el uso de combustibles fósiles en toda la cadena de valor de plásticos impulsan la demanda de petróleo y gas, y también exponen a millones de personas a la contaminación tóxica.
Por si lo anterior fuera poco, los combustibles fósiles fomentan y financian conflictos violentos en todo el mundo. La economía de los combustibles fósiles es lo que permite que se lleve a cabo la guerra del presidente ruso Vladimir Putin en Ucrania y la crisis humanitaria que dicha guerra ha creado. En los siete años posteriores a la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia, ocho de las compañías de combustibles fósiles más grandes del mundo aumentaron la riqueza de las arcas del gobierno de Rusia en una cifra estimada de 95,4 mil millones de dólares. Los ingresos de Rusia por exportaciones de energía se han disparado desde la invasión de Ucrania en el mes de febrero, la cual condujo a los precios al alza. Y las grandes compañías petroleras occidentales, explotando este conflicto para su propio beneficio, han obtenido ganancias récord.
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Cuando los líderes mundiales se reúnan para conmemorar Estocolmo+50, nuestra máxima prioridad debería ser la ruptura de nuestra adicción a los combustibles fósiles. Sin embargo, los combustibles fósiles brillan por su ausencia en la nota conceptual y la agenda oficiales para dicha reunión, y apenas se los mencionan en los documentos de referencia para los tres Diálogos de Liderazgo que se supone son los que comunicarán las conclusiones de la cumbre.
Esta omisión no es casual. Los grupos de cabildeo de la industria de los combustibles fósiles tienen décadas de experiencia con relación a sembrar dudas sobre el daño que la industria causa y oscurecer el vínculo entre los combustibles fósiles y los químicos tóxicos que se usan en la agricultura industrial y los productos plásticos. Cuando no le ha sido posible recurrir a la negación rotunda de los hechos, esta industria ha pregonado soluciones falsas, incluidas entre ellas: subterfugios tecnológicos especulativos, mecanismos de mercado con lagunas gigantescas y promesas engañosas de “cero neto”. El objetivo de dichos esfuerzos es desviar la atención política de las medidas urgentes que son necesarias para poner fin a la dependencia de los combustibles fósiles y para incrementar a escala abordajes que ya han sido probados, como por ejemplo aquellos relacionados a las energías renovables, la agroecología, y la reducción y reutilización de los plásticos.
Tales medidas transformadoras son precisamente las que debe ofrecer la cumbre Estocolmo+50. Los gobiernos participantes y los responsables de la toma de decisiones deben reconocer que los combustibles fósiles son el principal impulsor de la triple crisis que enfrentamos, y deben establecer una agenda audaz para detener la expansión de los combustibles fósiles, agenda que debe garantizar una disminución rápida y equitativa del uso del petróleo, el gas y el carbón, y debe acelerar una transición justa hacia un futuro libre de combustibles fósiles.
Una posible herramienta de esta agenda sería un Tratado de No Proliferación de Combustibles, una iniciativa que ha atraído un amplio apoyo, incluyendo el apoyo de miles de organizaciones de la sociedad civil, de cientos de científicos y parlamentarios, de más de 100 laureados con el premio Nobel y de docenas de gobiernos municipales. Para estimular los avances, una amplia y diversa gama de partes interesadas, entre las que se encuentran representantes de comunidades indígenas, gobiernos, instituciones internacionales y del mundo académico, se reunirán el día antes de Estocolmo+50 en la Pre-Cumbre sobre la Transición Justa Global de los Combustibles Fósiles.
Paralelamente a la reunión de Estocolmo, un comité de negociación intergubernamental, convocado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se reunirá en Dakar para elaborar un tratado mundial sobre plásticos que sea jurídicamente vinculante. De manera crucial, este tratado deberá adoptar un enfoque integral que aborde todo el ciclo de vida de los plásticos, y que comience con la extracción de los combustibles fósiles.
Si algo hemos aprendido en los 50 años transcurridos desde la primera conferencia de Estocolmo, es que un futuro atado a los combustibles fósiles no es un futuro en absoluto. Para encarar las crisis convergentes del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación petroquímica y plástica, Estocolmo+50 no tiene otra alternativa que enfrentar de manera directa al petróleo, el gas y el carbón.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos