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¿Pueden las olimpíadas evitar la guerra?

LONDRES – Antes de la apertura de los actuales Juegos Olímpicos de Pekín, el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres convocó a una «tregua olímpica» para «crear una cultura de la paz» a través del deporte. El presidente del Comité Olímpico internacional, Thomas Bach, se hizo eco de este sentimiento en su discurso durante la ceremonia inaugural. «Esta es la misión de los Juegos Olímpicos: unirnos en una competencia pacífica», declaró Bach. «Siempre crear puentes, nunca erigir muros».

Pero la brecha entre el sueño olímpico y la realidad siempre fue enorme. Los líderes políticos a veces ignoraron los Juegos, como lo hizo el Kremlin cuando las tropas rusas invadieron Georgia en el primer día de los Juegos Olímpicos de verano de Pekín en 2008. En otras ocasiones, los gobiernos usaron el evento como un arma. Adolf Hitler aprovechó los juegos de Berlín de 1936 para exhibir su régimen nazi, mientras que Estados Unidos lideró un boicot contra los Juegos Olímpicos de verano de Moscú en 1980 como represalia ante la invasión de Afganistán por la Unión Soviética. La Unión Soviética y sus aliados luego boicotearon los juegos de verano de 1984 en Los Ángeles.

Todos los países tratan a las olimpíadas como un símbolo de fortaleza nacional, no de paz. En 2015, por ejemplo, el presidente chino Xi Jinping declaró que, «si es fuerte en los deportes, el país es fuerte». Esa máximo parece haber motivado los programas de dopaje rusos con apoyo gubernamental. Los países usan frecuentemente los recuentos de medallas como indicadores del éxito de sus sistemas políticos y económicos.

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