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Algunas tecnologías verdes son más iguales que otras

NUEVA YORK – El competencia para posicionarse en la carrera de energía limpia global ya está en marcha. Estados Unidos se sumó a la contienda hace apenas dos meses con la sanción de la Ley de Reducción de la Inflación. Desde entonces, Austria, por ejemplo, ha anunciado un paquete de subsidios de 5.700 millones de euros (5.600 millones de dólares), que por sí solo moviliza inversiones per cápita a la par del esfuerzo de Estados Unidos. Pero si más gobiernos optan por implementar políticas industriales para transformar sus economías, decidir qué tecnologías verdes adoptar será un desafío clave. Elegir ganadores es difícil.

Los responsables de las políticas pueden empezar por la tarea relativamente simple de identificar a los perdedores. El dióxido de carbono, el metano y otros gases de efecto invernadero deben recortarse a cero o casi cero para estabilizar el clima global. Ésa es una razón por la cual los economistas desde hace tiempo prefieren la tarifación del carbono como la principal herramienta de política climática. Al hacer que los contaminadores paguen el costo total de sus emisiones, se argumenta, los gobiernos pueden dejar en manos del mercado la decisión de qué tecnologías se impondrán.

Pero esto es más fácil de decir que de hacer. Las distorsiones generalizadas del mercado, los grandes intereses creados (tanto del lado de las empresas como de la mano de obra) y los gigantescos bloqueos en materia de infraestructura hacen que la solución prolija del economista sea prácticamente imposible. Consideremos, por ejemplo, que más del 90% de la capacidad de electricidad alimentada a carbón a nivel global está aislada de la competencia de mercado mediante contratos que por lo general se extienden 20 o más años en el futuro. Ese respaldo enquistado de tecnologías sucias y caducas como el carbón, aun cuando existan alternativas más baratas, más limpias y mejores, demuestra que hay mucho más por hacer.

Lo que complica aún más las cosas es la urgencia y la simple magnitud del desafío. La energía desempeña un papel muy importante en nuestras vidas y alcanzar una neutralidad de carbono exigirá una transformación integral de la economía y de la sociedad. Dadas las circunstancias, apalancar el poder de la billetera pública es más que apropiado, especialmente si se considera lo rezagados que estamos en la transición hacia una energía limpia. Pero los responsables de las políticas con fondos públicos limitados deben igualmente tomar decisiones difíciles respecto de cuáles son las tecnologías correctas. Margrethe Vestager, la comisionada de la UE para la Competencia, ya ha manifestado sus temores sobre una carrera de subsidios. Las políticas energéticas proteccionistas en definitiva podrían entorpecer la transición verde global, pero “no estamos ni cerca del punto de saturación global de inversiones necesarias”, como dijo Brian Deese, director del Consejo Nacional Económico, en observaciones de amplio alcance sobre la estrategia industrial de Estados Unidos.  

Una carrera temprana importante para observar es la que existe entre los combustibles líquidos más verdes y las opciones totalmente eléctricas. Cada uno tiene sus ventajas, pero existen cuestiones difíciles respecto de qué constituye una ventaja y para quién.

Los combustibles líquidos pueden ser más fáciles de intercambiar si se usa la infraestructura existente de conductos, hornos y motores de combustión interna. Pero la física favorece la electrificación en la gran mayoría de los casos, especialmente en edificios y transporte, que en conjunto representan alrededor del 40% de las emisiones totales. Volverse totalmente eléctricos con bombas de calor y motores de vehículos eléctricos (VE) es claramente la mejor solución de largo plazo. Es aproximadamente cinco más eficiente calefaccionar y refrigerar  nuestras casas con electricidad directamente que usar la electricidad para producir un combustible líquido; y un VE puede llegar cinco veces más lejos que los vehículos que funcionan con combustibles líquidos verdes –muchas veces llamados “e-fuels” o “electrocombustibles”- que usan la misma energía.

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Aun así, los electrocombustibles podrían seguir siendo una opción prometedora para la industria, que representa alrededor de una cuarta parte de las emisiones totales. Los procesos industriales actuales muchas veces requieren combustión para crear altas temperaturas. El hidrógeno se quema a más de 2.000°C (3.600°F), lo que lo torna potencialmente apropiado para la producción de cemento, vidrio o acero. Quienes diseñan las principales tecnologías de acero de baja emisión de carbono consideran que el hidrógeno es el combustible de elección para reemplazar al carbón.

Ahora bien, también puede haber otras soluciones en el horizonte, debido a una competencia entre los empresarios para reinventar procesos industriales largamente establecidos. La empresa emergente Chement ha encontrado la manera de producir cemento a temperatura ambiente, mientras que Electra está haciendo uso de un proceso que produce acero a 60°C. Es verdad, todavía está por verse si estas compañías revolucionarán su industria. Y sus éxitos tempranos no necesariamente implican que los combustibles líquidos verdes no sean, o no deban ser, parte de la solución. Pero el potencial para una restructuración en estos sectores demuestra por qué los gobiernos deberían ser recelosos de respaldar empresas energéticas o industriales existentes que ejercen un fuerte poder de lobby a favor de subsidios para su tecnología preferida.

Las cosas se vuelven más difíciles cuando una empresa emergente dice que puede descarbonizar el sistema energético simplemente reemplazando los combustibles sucios por combustibles líquidos verdes. La promesa de una solución tecnológica eficiente puede ser demasiado tentadora. Como dijo recientemente el fundador del productor de “gas verde” Tree Energy Solutions, “podemos ir en los mismos barcos, los mismos conductos, las mismas fábricas”. Este tipo de intercambio uno por uno podría tener ventajas tempranas significativas, especialmente para las industrias que seguirán necesitando quemar combustibles líquidos.

Pero también está el peligro de un riesgo moral verde, por el cual la mera promesa de una solución tecnológica simple debilita el incentivo de perseguir una transformación más integral y en definitiva superior. Una cosa es depender de electrocombustibles costosos para procesos industriales raros y difíciles de suprimir (o para hacer alarde de ese auto antiguo centenario). Pero otra muy diferente es utilizarlos para calentar hogares y accionar traslados diarios cuando existen alternativas tecnológica y económicamente preferibles.

Como suele suceder, los alemanes tienen el neologismo perfecto para reflejar el desafío existente: Technologieoffenheit, que connota tanto una apertura a nuevas tecnologías como una cautela en cuanto a adoptar prematuramente soluciones inferiores. Pero apertura no significa ignorar las realidades físicas básicas. En medio de la crisis energética de este año, los intereses creados relacionados con tecnologías que, en otras circunstancias, podrían resultar perdedoras recalcan el punto de la apertura al mismo tiempo que desestiman la necesidad de un pensamiento de más largo plazo.

Lo último que necesitamos es que las decisiones sobre nuevas políticas, regulaciones e inversiones bloqueen otra tecnología altamente eficiente para el largo plazo. Los empresarios más exitosos son buenos a la hora de centrarse en la tarea principal por delante, en lugar de distraerse con cualquier novedad resplandeciente que pueda aparecer. Los responsables de las políticas necesitarán hacer lo mismo cuando tengan que determinar qué tecnologías propiciar y cuáles descartar.

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