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Donald Trump, hecho en EE. UU.

MOSCÚ – La elección presidencial de 2020 en EE. UU. pone en tela de juicio —de hecho, debiera despejar completamente cualquier duda al respecto— la noción popular de que el presidente Donald Trump es un lacayo del presidente ruso Vladímir Putin. Incluso si Trump pierde, su desempeño —recibió millones de votos más que en 2016— sugiere que él es el maestro de la propaganda y Putin debiera tomar nota. De hecho, la campaña de mentiras de Trump bien podría ser el nuevo modelo a través del que las democracias deterioradas (y las autocracias que se hacen pasar por democracias) eligen a sus líderes en el siglo XXI.

No se puede negar la maestría de Trump en las redes sociales, donde publica un flujo predecible de retórica semicoherente y cargada de emociones para generar dudas sobre verdades comprobadas, mientras difama a sus oponentes y se da bombo a sí mismo. Esta magia negra digital —que las plataformas líderes de redes sociales, al igual que Fox News, amplifican como corresponde en busca de beneficios— se ha convertido en el elemento central del estilo de «liderazgo» de Trump. Frente al continuo declive de su popularidad, Putin bien podría tratar de reproducirla.

Más allá de los métodos característicos de Trump de autoexaltación y subterfugios democráticos, está su inigualable uso de la propaganda para evitar absolutamente cualquier tipo de rendición de cuentas. Es cierto, difícilmente se puede tildar de novatos a los demás autócratas del mundo a la hora de manipular la opinión pública. El presidente turco Recep Tayyip Erdoğan usa hologramas para aparecer, como si fuera Alá, en múltiples mitines simultáneamente. El primer ministro indio Narendra Modi ha usado chaquetas a medida cuyas rayas son bordados con su nombre completo. Y todo el mundo ha visto las fotos orquestadas de Putin cabalgando con el torso desnudo.

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