El 1968 de la otra Europa

Varsovia – En París, Berlín occidental, Londres y Roma, la primavera de 1968 estuvo marcada por las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam. En Varsovia los estudiantes también protestaban, pero su causa no era la misma que la des sus contrapartes de Occidente. Los jóvenes polacos salieron a las calles de Varsovia no a gritar “Ho, Ho, Ho Chi Minh” para mostrar solidaridad con el Viet Cong, sino a defender la libertad y cultura de su propio país contra un asfixiante dominio comunista.

En lugar de gritar el nombre de Ho, los jóvenes polacos pusieron flores bajo el monumento a Adam Mickiewicz, un poeta del siglo XIX cuyo drama Los Antepasados, escrito como una alabanza a la lucha por la libertad, acababa de se declarado subversivo y antisoviético y sus representaciones en el Teatro Nacional de Varsovia se habían cancelado.

Estas son sólo algunas de las diferencias entre los estudiantes de la Europa oriental y occidental en esa primavera de rebelión de hace cuarenta años. Aunque la misma generación emprendió esas dos revueltas juveniles que adoptaron formas similares de manifestaciones y plantones, hubo muchas más diferencias que semejanzas cuando los estudiantes se rebelaron a ambos lados de la Cortina de Hierro.

Por supuesto, lo que marcaba la diferencia era el contexto. El punto de partida de los estudiantes occidentales –libertad de expresión y reunión, pluralismo ideológico y un sistema político democrático—era para sus colegas orientales un objetivo distante que tenían pocas probabilidades de lograr.

Los estudiantes de Europa occidental y Estados Unidos, descontentos con la sociedad de consumo capitalista que se multiplicaba a su alrededor, atacaron al sistema desde posiciones de extrema izquierda. Los estudiantes polacos, checoslovacos y yugoslavos dirigieron sus protestas contra la dictadura comunista, que privaba a sus sociedades de las libertades cívicas elementales. Para los occidentales, la mayor amenaza era el imperialismo estadounidense, al que se culpaba de la guerra "sucia" de Vietnam. Para los polacos y demás orientales, la amenaza era el imperialismo soviético –amenaza que pronto se convirtió en realidad cuando Brezhnev aplastó la Primavera de Praga. Mientras que los primeros querían una revolución, los segundos sólo pedían –aunque con la misma audacia—que las autoridades obedecieran la ley.

“¡La prensa miente! “, gritaban los manifestantes en Varsovia y quemaban los periódicos controlados por el Partido. Para Wladyslaw Gomulładyslaw Gomułka, en ese entonces líder del Partido en Polonia, y otros altos funcionarios comunistas, la libertad de los medios era una aberración burguesa. Esa misma primavera, en París los manifestantes quemaban automóviles para oponerse al estilo de vida burgués. Lo que uno ve depende del punto de vista. Mientras que los estudiantes en París y Berkeley daban la espalda a las ciencias académicas, sus contemporáneos en Varsovia y otras ciudades polacas se manifestaban en defensa del papel tradicional de la universidad y su autonomía, y recibieron el apoyo de muchos de sus profesores.

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A diferencia de lo que sucedía en Occidente, el conflicto intergeneracional tuvo un papel menor en el 1968 polaco. Escritores y científicos, irritados también por la censura de la obra de Mickiewicz y de la cultura nacional, se unieron a las protestas juveniles.

El movimiento estudiantil polaco cobró carácter masivo durante una manifestación en la Universidad de Varsovia el 8 de marzo de 1968. Los estudiantes se unieron para apoyar a dos de sus compañeros que habían sido expulsados por sus protestas en el Teatro Nacional. Uno de ellos era Adam Michnik, que posteriormente pasaría mucho tiempo como preso político y se convertiría en un estratega político de Solidaridad en los años 1980.

La manifestación pacífica fue dispersada salvajemente por la policía y elementos “voluntarios” del Partido. Ni siquiera se buscó un diálogo. Infringiendo una tradición centenaria de autonomía universitaria, la policía entró a las instalaciones, golpeó a los estudiantes y arrestó a un gran número de manifestantes. En respuesta, una ola de protestas se extendió a las universidades de todo el país, a menudo con el apoyo de los trabajadores jóvenes.

La mendacidad de la prensa comunista, que distorsionó el significado de las protestas y lanzó ataques personales contra los líderes estudiantiles, inflamó aún más las cosas. El Partido recurrió a la propaganda antisemita y señaló el origen judío de algunos de los líderes.

La campaña de odio que siguió puso de relieve la falta total de libertad de expresión en el país. La exigencia de que se aboliera la censura fue uno de los principales lemas de la Marcha Polaca del ‘68. Vinieron después las exigencias de libertad de reunión y del derecho de organización.

Es crucial que los manifestantes no hayan exigido elecciones libres. En esto eran realistas, pero sí exigieron cierta medida de control cívico sobre las autoridades, tanto en la esfera política como en la económica. Uno de los lemas era “no hay pan sin libertad”.

Después de 1968, los manifestantes estudiantiles occidentales gradualmente ingresaron a los círculos políticos e intelectuales de sus países. Los disidentes polacos fueron a dar a la cárcel o al exilio. Varios miles fueron expulsados de las universidades y 80 fueron encarcelados tras haber sido sometidos a juicios políticos. Las autoridades también despidieron a profesores destacados que habían influido en los estudiantes y los habían apoyado. La respuesta más negra del régimen, una purga antisemita, dio como resultado el éxodo de más de 10,000 personas, a las que también se les retiró su ciudadanía.

La primavera de protestas que muchas personas en Occidente recuerdan con agrado tuvo resultados muy diferentes. El radicalismo anticapitalista impulsó a muchos manifestantes occidentales hacia la extrema izquierda, el rechazo de la democracia liberal y, en algunos casos, el terrorismo. La evolución ideológica de los estudiantes polacos fue en sentido contrario –desde los esfuerzos por “mejorar” el socialismo en nombre del marxismo “verdadero” hasta la oposición contra el totalitarismo y la construcción de una sociedad civil libre.

La evolución de los combatientes de marzo terminó con el encarcelamiento, que les arrebató las ilusiones. En los años 1970, crearon el mayor centro de oposición en el “bando” socialista. El movimiento Solidaridad de los años 1980 y el derrocamiento pacífico del comunismo fue en gran medida obra de su generación. Era el único final adecuado para el camino que comenzó en 1968 bajo el monumento de Mickiewicz.

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