stiglitz346_Dilok KlaisatapornGettyImages_currencies_cash Dilok Klaisataporn/Getty Images

Un modo fácil de estimular el crecimiento global y el empleo en Estados Unidos

NUEVA YORK – En agosto de 2021, el Fondo Monetario Internacional emitió 209 000 millones de dólares en derechos especiales de giro (el activo de reserva del FMI) para los países en desarrollo. Los DEG se parecen bastante al dinero en efectivo, porque los gobiernos receptores pueden convertirlos en divisa fuerte; por eso son una herramienta muy eficaz, y el FMI puede y debe usarlos más.

Aunque la emisión de 2021 ayudó a muchísima gente en todo el mundo, también benefició a muchos en Estados Unidos, y puede volver a hacerlo. La exportación de bienes y servicios estadounidenses a países en desarrollo equivale a cerca de un billón de dólares, y una inyección de divisas en esos países los llevará a aumentar sus importaciones.

El efecto puede ser muy significativo. Se calcula que una distribución de DEG del volumen de la emisión de 2021 puede crear tantos puestos de trabajo en Estados Unidos en un año como los que creó en su primer año la Ley de Reducción de la Inflación, con un presupuesto de 740 000 millones de dólares. Estamos hablando de entre 111 000 y 191 000 nuevos puestos de trabajo (y es un cálculo conservador), la mayoría de ellos en áreas relacionadas con las exportaciones (por ejemplo industria fabril, transporte y almacenamiento).

De hecho, la cantidad total de puestos de trabajo creados puede ser mucho mayor, ya que también hay que tener en cuenta el papel estabilizador de los DEG (en cuanto reservas) en las economías en desarrollo. Efecto que será incluso más importante si se produce una desaceleración de la economía mundial, como parece ser el caso. (El crecimiento mundial ha tenido una brusca disminución desde la última distribución de DEG, desde un récord del 6,6% en 2021 a la mitad en la actualidad).

Pero hay también otras razones de peso para otra emisión de DEG. En un momento de fuertes restricciones presupuestarias para muchos países tras la pandemia de COVID‑19, los DEG podrían ayudarlos a hacer inversiones necesarias para medidas de mitigación del cambio climático.

E incluso dejando a un lado estas consideraciones, es obvio que el mundo necesita otra emisión de DEG. Muchos países enfrentan una crisis de deuda, con el resultado de que unos 3300 millones de personas viven en países que gastan más en el pago de intereses que en atención médica, y 2100 millones en países donde el pago de intereses supera al gasto en educación.

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¿Por qué no se ha producido entonces una nueva emisión? El mayor obstáculo es el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Las normas del FMI (escritas en 1944) no otorgan el mismo poder de voto a los 190 miembros de la organización. Estados Unidos tiene el 16,5% de los votos, y para autorizar una emisión de DEG se necesita el 85%. Es así que el Departamento del Tesoro (que representa a Estados Unidos en el FMI) tiene poder de veto; y con el apoyo de otros países de altos ingresos, puede imponer casi cualquier medida que desee.

De modo que para otra emisión de DEG se necesita el apoyo de Estados Unidos. El Departamento del Tesoro tendría que avisar al Congreso con 90 días de antelación, pero para una emisión de un tamaño similar a la de 2021 en realidad no se necesita una votación en el Congreso. El gobierno saliente de Biden puede iniciar el proceso ya mismo, y sólo es necesario que el gobierno entrante de Donald Trump esté de acuerdo con la decisión.

¿Acompañará Trump la medida? No es imposible, ya que una nueva emisión crearía puestos de trabajo en Estados Unidos. Y con un proceso ágil, sin frenos en el Congreso, la distribución podría tener lugar incluso en abril.

Los sindicatos estadounidenses ya han expresado apoyo a una nueva emisión, pero también Wall Street puede salir beneficiada. Las empresas financieras estadounidenses tienen una cartera inmensa de bonos soberanos de países en desarrollo sobreendeudados, y una nueva inyección de efectivo en esas economías puede ahorrarles pérdidas potencialmente masivas en sus inversiones. En un contexto de desaceleración del crecimiento económico mundial, esos bonos conllevan más riesgo que hace tres años. Además, lo mismo que la de 2021, una nueva emisión no costaría nada al presupuesto estadounidense.

Por supuesto, el mayor impacto sería en los países en desarrollo. En todo el mundo, corren riesgo de morir de hambre 282 millones de personas, un alza respecto de los 135 millones de antes de la pandemia y de los 258 millones de 2022. Con las reservas adicionales creadas mediante la emisión de DEG, los países receptores podrán importar más alimentos y medicinas y hacer muy necesarias inversiones en equipos e infraestructuras de salud pública.

La emisión de DEG de 2021, con sus 209 000 millones de dólares, superó el monto de todas las ayudas oficiales que recibieron los países en desarrollo ese año. Una nueva emisión de DEG puede salvar cientos de miles de vidas en todo el mundo y (a diferencia de la mayoría de los programas de ayuda) no implica endeudamiento ni está atada a condiciones. Por todas estas razones, la Iglesia Católica y otras organizaciones religiosas siemprehan defendido nuevas asignaciones de DEG.

Ningún economista (ni siquiera en el Tesoro de los Estados Unidos) ha ofrecido argumentos creíbles respecto de que una nueva emisión suponga riesgos significativos. Incluso la evaluación que hizo el FMI de la última emisión concluye que «contribuyó a la estabilidad financiera mundial», y que «no hay pruebas de que la asignación haya contribuido en forma sustancial a la inflación mundial».

La administración Biden debería seguir el consejo de casi todos los economistas que han analizado la cuestión e iniciar el proceso para una nueva emisión de DEG. Esta medida pondría al FMI en una senda hacia la creación de cientos de miles de puestos de trabajo en Estados Unidos y la salvación de incontables vidas en todo el mundo.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/qpwdGUWes