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La mejor política climática pone las zanahorias por delante de los palos

MÚNICH/NUEVA YORK – Es ampliamente reconocido que la transición a una economía de cero emisiones de carbono requiere zanahorias y palos -incentivos y penalidades-. Lo que no se reconoce tanto es la importancia de esta secuencia: las zanahorias por delante de los palos.

Es verdad, los economistas desde hace mucho tiempo vienen insistiendo en que la única manera de recortar las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero de manera acelerada y en escala es poniéndoles un precio. En un mundo en el que quemar combustibles fósiles causa más daño de lo que suma en valor al PIB, cada tonelada de carbón o barril de petróleo que se consume en definitiva destruye la prosperidad colectiva.

Los cálculos de los costos sociales de estas emisiones ofrecen una guía para ponerles precio. Teniendo en cuenta los daños totales causados por cada tonelada de CO2 emitida, un precio apropiado está muy por encima de 200 dólares. Pero eso equivale a casi 2 dólares por galón (o 0,50 dólar por litro) de gasolina en el surtidor, lo que explica por qué, por ejemplo, ni el buen funcionamiento del mercado de carbono de Europa (con precios que rondan los 75 dólares por tonelada) ni el propio impuesto al carbono de Alemania cubren la gasolina en la medida necesaria. En Alemania, donde 80 millones de personas tienen 40 millones de autos alimentados a gasolina y a diésel, un impuesto suficientemente alto parecería demasiado punitivo para pasar el examen político.

Estos cálculos también explican por qué los vehículos eléctricos son una solución tan importante. La ventaja de la tecnología reside en la física básica: los VE convierten el 90% de su potencia en distancia, comparado con apenas el 20% en el caso de los motores de combustión interna. Y ratios de eficiencia similares se aplican cuando se comparan las bombas de calor con las estufas a gas, las cocinas a inducción con las cocinas a gas y las luces LED con las bombillas incandescentes de antaño.

Ese último ejemplo es particularmente instructivo, ya que la transición a luces LED prácticamente ya se ha completado. Dado que las bombillas incandescentes eran notoriamente ineficientes -convertían el 90% de la energía en calor en lugar de luz-, el cambio a luces LED se ha amortizado varias veces. Pero aún este cambio de sentido común exigió de coordinación para alcanzar escala, y para superar barreras como costos iniciales elevados y la falta de voluntad de los propietarios de ofrecerles bombillas más eficientes a los inquilinos.

En Estados Unidos, todo comenzó con la Ley de Independencia y Seguridad Energética de 2007, convertida en ley por el presidente George W. Bush, que fijó nuevos estándares de eficiencia para las bombillas de los hogares. Eso disparó una respuesta típica de guerra cultural, en la que la congresista republicana Michele Bachmann introdujo la Ley de Libertad de Elección de Bombillas en 2008. Afortunadamente, su proyecto de ley no llegó a ninguna parte, como tampoco los intentos del presidente Donald Trump por abolir los estándares de eficiencia diez años más tarde. Las luces LED ya se han impuesto como la mejor tecnología, la más eficiente y, en definitiva, la más barata. La física y la economía se impusieron a las guerras culturales, y tanto los consumidores como el planeta de beneficiaron en consecuencia.

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Las transiciones a VE, bombas de calor, cocinas a inducción y muchas otras tecnologías mejores y más novedosas hoy siguen trayectorias similares -e igual de rápidas-. Si bien el costo de la energía de carbón en términos ajustados por inflación se ha mantenido aproximadamente igual por más de 200 años, los costos de la energía solar y de las baterías han bajado más del 99% solo en los últimos 30 años. De hecho, la energía solar hoy es la fuente de electricidad más barata de la historia -inclusive si se tiene en cuenta el hecho de que el sol no brilla de noche- y va camino a volverse más barata aún. El sol, la arena y la innovación humana abundan, lo que se traduce en mayores economías de escala.

Sin embargo, a diferencia de la adopción de las luces LED, una implementación solar rápida requiere de coordinación entre hogares, empresas de servicios públicos, reguladores, la industria y quienes desarrollan nuevas tecnologías. Después de todo, el objetivo es tener VE enchufables que se carguen cuando brilla el sol, y encender el lavavajillas o ayudar a estabilizar la red local cuando no lo hace.

También hace falta coordinación para alentar, en primer lugar, la compra de paneles solares y otras tecnologías. Cuando Alemania lanzó su ambiciosa Energiewende (transición energética) en 2011, las tarifas preferenciales y otros subsidios ayudaron a que los fabricantes de paneles solares escalaran la curva de aprendizaje y bajaran los costos. Los fabricantes solares, sin embargo, luego se trasladaron a China, lo que hizo bajar los costos aún más, pero perjudicó el empleo alemán. Y ahora, los nuevos subsidios masivos en Estados Unidos bajo la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) pueden llevar a más empresas de tecnología limpia europeas a buscar costas más verdes, esta vez del otro lado del Atlántico.

La respuesta apropiada a estos acontecimientos no es renunciar a tecnologías más nuevas y eficientes. Es encontrar otras maneras de fabricarlas e implementarlas en casa. La prohibición de la Unión Europa de ventas de autos alimentados a motores de combustión interna a partir de 2035 sería de ayuda, como también lo sería una presión coordinada para respaldar la adopción de bombas de calor.

Dar marcha atrás con estas políticas sería un gran error. Los europeos necesitarán diseñar soluciones creativas para subsidiar la producción y adopción de tecnologías limpias. Las reformas del mercado de electricidad que recompensan la generación de energía con bajas emisiones de carbono y luego trasladan precios más bajos de la energía solar a los consumidores son un buen punto de partida. En cuanto a los VE, las bombas de calor y otros productos más eficientes, los calendarios de transición específicos deberían ser parte del paquete, ya que aportan seguridad a la inversión y equilibran las zanahorias y los palos.

El estado de Nueva York, por ejemplo, ha prohibido las conexiones de gas en la mayoría de los edificios nuevos (una medida que Alemania todavía no implementó), lo que reduce gradualmente su dependencia de una fuente de combustibles fósiles aunque sin llegar a gravarla. Minnesota, bajo el liderazgo del gobernador Tim Walz, hoy candidato demócrata a la vicepresidencia, también ha sancionado una ley que exige que las empresas de servicios públicos alcancen el objetivo de una electricidad 60-80% libre de carbono para 2030, y 100% libre de carbono para 2040, comparado con alrededor del 50% hoy. La ley se aplica con una norma de cartera de renovables flexible, pero sigue siendo, en gran medida, un palo. La zanahoria: subsidios a la energía limpia por 2.000 millones de dólares, como parte del plan de acción integral del estado.

No todo es tan fácil. Si bien el plan tan esperado de la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, de introducir un precio a la congestión en la ciudad de Nueva York habría financiado las inversiones tan necesarias en tránsito público, se lo vio como un intento de poner el palo por delante de la zanahoria. Al final, cedió ante la presión política y abandonó el plan a último minuto.  

Estados Unidos se enfrenta a cuestiones de secuencia más amplias. Ahora que muchos de los subsidios de la ley IRA han demostrado ser muy populares, ¿cuándo es el momento apropiado para que la zanahoria anteceda al palo? La expiración de los recortes fiscales de Trump para los ricos el año próximo podría considerarse una oportunidad para, finalmente, empezar a ponerle un precio al carbono. Por supuesto, todo dependerá del resultado de la elección presidencial de noviembre.

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