NUEVA YORK -- La Organización Mundial de la Salud acaba de declarar oficialmente que el virus de la gripe H1N1 constituye una pandemia mundial. Los gobiernos, las organizaciones internacionales y las personas de todo el mundo están centrados correctamente en luchar contra ella.
La velocidad con la que el virus H1N1 se ha extendido a casi todos los continentes pone de relieve nuestra interdependencia mutua. En la actualidad, las repercusiones de la enfermedad en un país acaban sintiéndose en todos. Así, pues, cualquier reacción eficaz debe estar basada en el sentido de la solidaridad mundial y en el interés propio, en el mejor sentido del término.
Debemos reconocer una vez más que a este respecto todos vamos montados en el mismo tren. Cuando una nueva enfermedad recorre el mundo, el acceso a las vacunas y los medicamentos antivirales no puede estar limitado a quienes puedan pagarlos. Las naciones ricas no pueden abrigar la esperanza de conservar la salud, si las naciones pobres la pierden. Se deben compartir transparente y rápidamente las muestras de virus y la información sobre ellos. Los gobiernos y las empresas farmacéuticas más importantes deben velar por que las naciones más pobres reciban los suministros médicos que necesitan.
Sin embargo, al tiempo que afrontamos la amenaza actual, debemos pensar en el futuro. Más allá de esta pandemia, casi seguro que acecha otra más adelante... y potencialmente más grave. Al movilizarnos para afrontar las demás amenazas a la salud que afligen a las poblaciones del mundo y en particular a las más pobres, deben guiarnos los mismos principios de solidaridad.
En todo el mundo, una mujer muere cada minuto al dar a luz. Más de mil millones de personas siguen padeciendo enfermedades tropicales desatendidas... con frecuencia fáciles de prevenir y de combatir. Así como en otro momento eliminamos la viruela, así también podemos eliminar otras. También conviene recordar que el 60 por ciento de la población mundial muere de enfermedades no transmisibles, como, por ejemplo, el cáncer y la cardiopatía.
Ésa es la razón por la que, al hablar del desarrollo y la estabilidad de las naciones, hacemos tanto hincapié en la salud, en particular la de los más vulnerables y por lo que, en una época de múltiples crisis, esta semana abordaremos en Nueva York la cuestión de la salud.
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Seguir invirtiendo en la salud mundial tiene sentido tanto desde el punto de vista de las vidas salvadas como de los dólares ahorrados. Las personas sanas son más productivas. Faltan menos días al trabajo, viven más años, asisten a la escuela durante más años y suelen tener menos hijos y más prósperos, porque invierten más en los que tienen. Los estudios hechos al respecto han mostrado que las inversiones en atención de salud pueden dar un rendimiento seis veces mayor. Por ofrecer un solo ejemplo: se ha calculado que las repercusiones mundiales de las muertes de madres y niños recién nacidos ascienden a unos 15.000 millones de dólares al año en pérdida de productividad.
Y, sin embargo, en tiempos de vacas flacas el gasto en salud es con frecuencia uno de los primeros que se reducen. Durante las recesiones pasadas, en particular en las economías en desarrollo, la mejor atención ha solido ir dedicada a los adinerados; con demasiada frecuencia se ha dejado a los pobres que se valgan por sí mismos, pero la salud económica y social de cualquier sociedad depende de la salud física de todos sus miembros. Cuando los gobiernos recortan el gasto en atención primaria de salud para sus ciudadanos más pobres, la sociedad entera paga en última instancia un alto precio. En la actualidad grandes regiones de África, América Latina y Asia siguen sin haberse recuperado de los errores cometidos durante contracciones económicas anteriores.
Nada es más importante que invertir en salud materna. En los países más pobres en particular, las mujeres constituyen el tejido de la sociedad. Ellas son, de forma desproporcionada, las que cultivan la tierra, transportan el agua, crían y educan a los hijos y cuidan de los enfermos. Así, pues, la inversión en salud materna debe ser una de las máximas prioridades. Sin embargo, de todos los objetivos de desarrollo del milenio, el de la salud materna es el que menos se ha conseguido.
A consecuencia de ello, en 2005 las tasas de mortalidad a escala mundial fueron 400 muertes maternas por 100.000 nacidos vivos... sin apenas cambios desde 1990. En África, la proporción es de 900 por 100.000. La dura realidad que hay detrás de esas cifras es ésta: están muriendo madres, con mucha frecuencia jóvenes, por carecer de lo que la mayoría de nosotros damos por sentado en el siglo XXI, el acceso a una atención de salud asequible.
La atención de salud materna es también un barómetro para saber si funciona bien un sistema. Si las mujeres tienen acceso a hospitales y clínicas, es menos probable que mueran al dar a luz y, a su vez, esos hospitales y clínicas, reducen también las tasas de morbilidad y mortalidad causadas por otras enfermedades.
Sería imperdonable no movilizar los recursos y hacer acopio de voluntad política para poner fin a esa absurda tragedia. Hemos logrado avances en muchos otros frentes. Faltan pocos años para que pongamos fin a las muertes por paludismo. La inmunización en gran escala ha eliminado en gran medida la poliomielitis. Gracias a los nuevos programas de rehidratación oral y mejora del agua y del saneamiento, hemos logrado señalados beneficios en el tratamiento de la disentería y otras enfermedades parasitarias, lo que ha contribuido a una reducción en un 27 por ciento de las tasas de mortalidad de niños menores de cinco años de edad entre 1990 y 2007.
Sí, el mundo afronta su primera pandemia de gripe en más de cuarentas años. Debemos seguir en guardia contra los cambios de los virus. También debemos estar preparados para afrontar repercusiones potencialmente diferentes en zonas del mundo en las que hay prevalencia de la malnutrición, VIH/SIDA y otras afecciones graves. En una palabra, debemos permanecer vigilantes y seguir afrontando activamente esta pandemia. Al mismo tiempo, la pandemia nos recuerda que debemos pensar y actuar en todo lo demás. Sólo así podemos proteger de verdad a nuestras poblaciones, nuestros países, nuestra economía y nuestra sociedad mundial.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
NUEVA YORK -- La Organización Mundial de la Salud acaba de declarar oficialmente que el virus de la gripe H1N1 constituye una pandemia mundial. Los gobiernos, las organizaciones internacionales y las personas de todo el mundo están centrados correctamente en luchar contra ella.
La velocidad con la que el virus H1N1 se ha extendido a casi todos los continentes pone de relieve nuestra interdependencia mutua. En la actualidad, las repercusiones de la enfermedad en un país acaban sintiéndose en todos. Así, pues, cualquier reacción eficaz debe estar basada en el sentido de la solidaridad mundial y en el interés propio, en el mejor sentido del término.
Debemos reconocer una vez más que a este respecto todos vamos montados en el mismo tren. Cuando una nueva enfermedad recorre el mundo, el acceso a las vacunas y los medicamentos antivirales no puede estar limitado a quienes puedan pagarlos. Las naciones ricas no pueden abrigar la esperanza de conservar la salud, si las naciones pobres la pierden. Se deben compartir transparente y rápidamente las muestras de virus y la información sobre ellos. Los gobiernos y las empresas farmacéuticas más importantes deben velar por que las naciones más pobres reciban los suministros médicos que necesitan.
Sin embargo, al tiempo que afrontamos la amenaza actual, debemos pensar en el futuro. Más allá de esta pandemia, casi seguro que acecha otra más adelante... y potencialmente más grave. Al movilizarnos para afrontar las demás amenazas a la salud que afligen a las poblaciones del mundo y en particular a las más pobres, deben guiarnos los mismos principios de solidaridad.
En todo el mundo, una mujer muere cada minuto al dar a luz. Más de mil millones de personas siguen padeciendo enfermedades tropicales desatendidas... con frecuencia fáciles de prevenir y de combatir. Así como en otro momento eliminamos la viruela, así también podemos eliminar otras. También conviene recordar que el 60 por ciento de la población mundial muere de enfermedades no transmisibles, como, por ejemplo, el cáncer y la cardiopatía.
Ésa es la razón por la que, al hablar del desarrollo y la estabilidad de las naciones, hacemos tanto hincapié en la salud, en particular la de los más vulnerables y por lo que, en una época de múltiples crisis, esta semana abordaremos en Nueva York la cuestión de la salud.
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Seguir invirtiendo en la salud mundial tiene sentido tanto desde el punto de vista de las vidas salvadas como de los dólares ahorrados. Las personas sanas son más productivas. Faltan menos días al trabajo, viven más años, asisten a la escuela durante más años y suelen tener menos hijos y más prósperos, porque invierten más en los que tienen. Los estudios hechos al respecto han mostrado que las inversiones en atención de salud pueden dar un rendimiento seis veces mayor. Por ofrecer un solo ejemplo: se ha calculado que las repercusiones mundiales de las muertes de madres y niños recién nacidos ascienden a unos 15.000 millones de dólares al año en pérdida de productividad.
Y, sin embargo, en tiempos de vacas flacas el gasto en salud es con frecuencia uno de los primeros que se reducen. Durante las recesiones pasadas, en particular en las economías en desarrollo, la mejor atención ha solido ir dedicada a los adinerados; con demasiada frecuencia se ha dejado a los pobres que se valgan por sí mismos, pero la salud económica y social de cualquier sociedad depende de la salud física de todos sus miembros. Cuando los gobiernos recortan el gasto en atención primaria de salud para sus ciudadanos más pobres, la sociedad entera paga en última instancia un alto precio. En la actualidad grandes regiones de África, América Latina y Asia siguen sin haberse recuperado de los errores cometidos durante contracciones económicas anteriores.
Nada es más importante que invertir en salud materna. En los países más pobres en particular, las mujeres constituyen el tejido de la sociedad. Ellas son, de forma desproporcionada, las que cultivan la tierra, transportan el agua, crían y educan a los hijos y cuidan de los enfermos. Así, pues, la inversión en salud materna debe ser una de las máximas prioridades. Sin embargo, de todos los objetivos de desarrollo del milenio, el de la salud materna es el que menos se ha conseguido.
A consecuencia de ello, en 2005 las tasas de mortalidad a escala mundial fueron 400 muertes maternas por 100.000 nacidos vivos... sin apenas cambios desde 1990. En África, la proporción es de 900 por 100.000. La dura realidad que hay detrás de esas cifras es ésta: están muriendo madres, con mucha frecuencia jóvenes, por carecer de lo que la mayoría de nosotros damos por sentado en el siglo XXI, el acceso a una atención de salud asequible.
La atención de salud materna es también un barómetro para saber si funciona bien un sistema. Si las mujeres tienen acceso a hospitales y clínicas, es menos probable que mueran al dar a luz y, a su vez, esos hospitales y clínicas, reducen también las tasas de morbilidad y mortalidad causadas por otras enfermedades.
Sería imperdonable no movilizar los recursos y hacer acopio de voluntad política para poner fin a esa absurda tragedia. Hemos logrado avances en muchos otros frentes. Faltan pocos años para que pongamos fin a las muertes por paludismo. La inmunización en gran escala ha eliminado en gran medida la poliomielitis. Gracias a los nuevos programas de rehidratación oral y mejora del agua y del saneamiento, hemos logrado señalados beneficios en el tratamiento de la disentería y otras enfermedades parasitarias, lo que ha contribuido a una reducción en un 27 por ciento de las tasas de mortalidad de niños menores de cinco años de edad entre 1990 y 2007.
Sí, el mundo afronta su primera pandemia de gripe en más de cuarentas años. Debemos seguir en guardia contra los cambios de los virus. También debemos estar preparados para afrontar repercusiones potencialmente diferentes en zonas del mundo en las que hay prevalencia de la malnutrición, VIH/SIDA y otras afecciones graves. En una palabra, debemos permanecer vigilantes y seguir afrontando activamente esta pandemia. Al mismo tiempo, la pandemia nos recuerda que debemos pensar y actuar en todo lo demás. Sólo así podemos proteger de verdad a nuestras poblaciones, nuestros países, nuestra economía y nuestra sociedad mundial.