KIEV – Después de meses de bombas de artillería, de ataques con misiles y del caos provocado por la invasión de Rusia a mi país, la sola idea de este libro me desconcierta. ¿Lo tengo que ver simplemente como un estudio integral de la resistencia al régimen nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial o es, por cierta alquimia de la escritura de la historia, algo más: una advertencia del pasado sobre la naturaleza del presente y del futuro de Ucrania?
La publicación del libro se produjo en un momento en el que el mundo temía que la capital sagrada de Ucrania cayera bajo la ocupación militar, como París, Praga, Varsovia, Bruselas, Belgrado y tantas otras capitales antiguas de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, un destino peor que la ocupación parecía esperarnos por el deseo patológico del presidente ruso, Vladimir Putin, de borrar a Ucrania del mapa de Europa. De hecho, Kiev, si Putin se hubiera salido con la suya, se habría convertido en una segunda Cartago. Pero gracias a la tenacidad de nuestro ejército y a la resiliencia de nuestros combatientes voluntarios –todos, desde prisioneros hasta mineros y bailarinas-, Kiev escapó a ese destino.
Aun así, un ejército asesino de ocupación, instigado por los chacales de la colaboración, ahora tiene gran parte del sur y del este de Ucrania bajo sus botas. Cuando una guerra clandestina estalla en estas ciudades, pueblos y aldeas ocupados, y los duelos de artillería entre el ejército de Ucrania y el ejército inmensamente superior de los invasores rusos transforman a Donbás en un páramo, Resistencia de Halik Kochanski no se lee tanto como un trabajo de historia sino como una crónica de una guerra partisana anunciada. La sentencia de William Faulkner de que el “pasado nunca muere, ni siquiera es pasado” nunca me había parecido tan cierta.
Las patologías de la ocupación
La estructura temática que Kochanski le ha dado a su libro, su academicismo escrupuloso y su reticencia a romantizar el trabajo lúgubre y sucio de ser un resistente, efectivamente hace que Resistencia sea una especie de guía para los muchos ucranianos que actualmente combaten para minar la autoridad rusa en las zonas de nuestro país que hoy ocupa el invasor.
Nos demuestra la dificultad de publicar textos clandestinos y de contarle a la población en general la verdad cuando el ocupador la bombardea con mentiras. Detalla las redes que se construyeron (y que fueron infiltradas por los nazis y sus colaboradores) para evitar la captura a manos del invasor, así como para reabastecer armas. También conoce los problemas de lidiar con aliados extranjeros exigentes y, al mismo tiempo, muchas veces mal informados, de satisfacer demandas que a veces pueden parecerles disparatadas a los hombres y las mujeres que participan en una lucha de vida o muerte con un enemigo que los hostiga día y noche. Los ucranianos de hoy, que luchan por su libertad, entienden demasiado bien estas muchas complicaciones de la resistencia.
Resistencia empieza con una pregunta simple, pero a la vez muy poco formulada por los historiadores de la Segunda Guerra Mundial: ¿Por qué resistir? Después de todo, el blitzkrieg de Hitler estaba invadiendo Europa con facilidad. Los ejércitos nacionales de Polonia, los Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Francia, Grecia y Yugoslavia habían sido derrotados. Inclusive la poderosa Unión Soviética parecía destinada a caer cuando el Wehrmacht se acercó a Moscú en el verano de 1941. En muchos casos, los gobiernos nacionales habían huido o habían sellado pactos faustianos de supervivencia con sus ocupadores nazis. ¿Cómo podía entonces la gente sin entrenamiento militar atreverse a erguirse y enfrentar al Wehrmacht que todo lo conquistaba? Lo más seguro para la mayoría de la gente, nos demuestra Kochanski, era mantener la cabeza gacha y, cuando fuera necesario, “aprender a aullar con los lobos”.
Sin embargo, la gente efectivamente empezó a resistir. Resistió por la necesidad de preservar su dignidad; resistió porque no tenía otra opción si quería sobrevivir. Esos mismos impulsos animan a los ucranianos hoy.
El hecho de que la ocupación sigue su propia lógica despiadada y hasta genocida es lo que dio lugar a la resistencia de la Segunda Guerra Mundial, y la escala de resistencia por lo general refleja el grado de criminalidad de la ocupación. Desde un principio, Kochanski contrasta la vida bajo la ocupación en el oeste de Europa (Francia, Dinamarca, los Países Bajos, Bohemia y Moravia y Noruega) con las condiciones en el este de Europa (Polonia, Ucrania, los Balcanes y la ex Unión Soviética). En el oeste, las “ocupaciones nazis se llevaron a cabo con una mano mucho más liviana”. Es verdad, hubo masacres espantosas en Lidice, en Bohemia, y en Oradour-sur-Glane, en Francia. Pero los asesinatos masivos a ese nivel se destacaron por su rareza, al menos hasta 1944 cuando, señala Kochanski, el Wehrmacht en retirada adoptó las tácticas criminales que había empleado durante mucho tiempo en Polonia, en la URSS y en los Balcanes, “donde los asesinatos masivos eran la norma”.
Los asesinatos masivos eran la norma, sostiene Kochanski, porque “la teoría racial nazi era el principal determinante de cómo los alemanes mantendrían a la gente conquistada”. Y el “pleno impacto de la política racial tuvo lugar en el este, donde los eslavos y los judíos eran vistos como Untermenschen, gente que tenía que ser plenamente conquistada y luego erradicada para hacer espacio para el Lebensraum germánico”.
Nacht und Nebel
Es en la depravación de las ocupaciones nazis de Europa del este y de la URSS donde veo paralelismos con lo que está sucediendo hoy en Ucrania. En un inmenso insulto a la memoria de los soldados soviéticos rasos que libraron y ganaron la Gran Guerra Patria contra Hitler –y estoy orgullosa de tener a miembros de mi familia entre sus filas-, esas reglas nazis de “Untermenschen” de alguna manera parecen estar embebidas en lo que el ejército ruso hoy le está haciendo al pueblo de Ucrania. Nuestras mujeres son violadas, nuestros hijos son robados y nuestros hombres son llevados Dios sabe adónde.
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En cuanto a las leyes de la guerra, no significan nada para el invasor. En un horror indescriptible, uno de nuestros prisioneros de guerra fue castrado mientras soldados leales a Putin alegremente filmaban su acto barbárico con sus teléfonos celulares. Y por lo menos 50 de nuestros prisioneros de guerra, hombres que habían defendido durante meses la ciudad de Mariúpol con coraje bíblico, fueron masacrados mientras estaban confinados (y eran torturados) en la prisión de Olenivka. Nacht und Nebel, al parecer, ha sido traducido como Ночь и туман (дымка).
Kochanski es particularmente detallista en su descripción de cómo los nazis derrumbaron gobiernos de ciudades, pueblos y aldeas y pretendían quebrar a la sociedad civil. Esos mismos métodos se están aplicando en la Ucrania ocupada de hoy: asesinato y el secuestro y desaparición de funcionarios locales; deportaciones masivas, y el cierre de escuelas, iglesias y sinagogas. El ejército ruso hoy “hace desaparecer” regularmente a líderes locales. La captura y secuestro del alcalde Ihor Kolykhaev de Kherson es un ejemplo prominente. Kolykhaev resistió la ocupación de Rusia de la única manera que tenía: brindándole al mundo, a través de publicaciones en redes sociales, un retrato del desastre humanitario que tenía lugar en su ciudad bajo el control ruso. Mientras escribo, sigue sin conocerse su paradero.
Las escuelas también están bajo ataque. El idioma ucraniano es descartado de las aulas, y es reemplazado por clases obligatorias de ruso. Nuestros libros de historia ya no se usan; nuestros hijos deben aprender la historia del ocupador, que quiere que los jóvenes ucranianos se pongan de rodillas ante Rusia como si fuera su amo. Y pronto el ocupador llevará a cabo referendos en las zonas que ostensiblemente controla, supuestamente como una manera de justificar ante el mundo la incorporación forzada planeada de estos territorios a Rusia. Aquí todos deberíamos recordar lo que Margaret Thatcher dijo sobre este tipo de referendos, que son “los mecanismos de los dictadores y los demagogos”.
Peor aún, también se están produciendo deportaciones forzadas, no de mano de obra esclava, sino de miles de niños ucranianos. Entre los muchos actos criminales de Putin en Ucrania, éste resulta inentendible. ¿El Kremlin de alguna manera piensa que puede revertir el desesperado futuro demográfico de Rusia secuestrando a bebés y niños ucranianos? ¿Realmente cree que las madres ucranianas alguna vez perdonarán u olvidarán este crimen? A menos que devuelvan a nuestros hijos, a todos, la enemistad que sienten los ucranianos por Rusia no va a menguar, aún si algún día se llega a restablecer la paz.
Aún más preocupante que este crimen, si eso es posible, los suburbios pacíficos de Kiev como Bucha e Irpin, al ser ocupados por el ejército de Putin, ahora se han sumado a la lista consagrada de lugares como Lidice, Oradour-sur-Glane y Babi Yar, donde la sola mención del nombre instantáneamente evoca la bestialidad y el horror. Nunca más se ha vuelto una vez más.
El imperativo de la solidaridad
La lección más indeleble que ofrece Kochanski tiene que ver con la unidad. La rivalidad entre los grupos de resistencia gaullistas y comunistas en Francia, entre los chetniks monárquicos y los partisanos de Tito en Yugoslavia, entre los comunistas, los liberales y los católicos romanos en Italia, entre los grupos clandestinos judíos y el ejército clandestino polaco en Polonia y otras divisiones étnicas, religiosas e ideológicas del estilo, que existieron en todos los países ocupados, le hizo un daño incalculable a los movimientos de resistencia anti-nazis y anti-fascistas. En los Balcanes, Kochanski escribe que “había una guerra de depuración étnica causada en gran parte por la división de Yugoslavia en sus estados componentes bajo la tutela de las varias potencias ocupadoras. Luego hubo una guerra de resistencia montada por diferentes fuerzas contra las potencias ocupadoras… Esta guerra también condujo a otros dos conflictos simultáneos: la guerra montada contra los colaboradores y los aparentes colaboradores… Al mismo tiempo, la existencia de dos movimientos de resistencia (uno liderado por Tito, otro por Draža Mihailović), cada uno con tácticas y objetivos finales diferentes, condujo a un conflicto entre ellos que devino efectivamente en una guerra civil”.
La lección en esto para Ucrania hoy es clara. El coraje de nuestros hombres y mujeres combatientes ha sorprendido al mundo desde que Putin lanzó su blitzkrieg en nuestras fronteras el 24 de marzo. Pero ese coraje está arraigado en el hecho de que nuestro país está unificado como nunca lo estuvo en siglos. Y esa unidad tiene un propósito simple y único: preservar la soberanía de nuestra nación y las vidas y libertades de nuestro pueblo. Sobre esto, todas las fuerzas políticas de Ucrania están en un acuerdo absoluto e inquebrantable.
Apenas días antes de que Vladimir Putin enviara su ejército para terminar con nuestra existencia como estado soberano –quizá para establecer un gobierno colaboracionista bajo el pulgar del Kremlin, quizá simplemente para recrear el Imperio Ruso anexando toda Ucrania de la manera en que anexó Crimea en 2014-, las fuerzas democráticas de Ucrania, tanto de la oposición como las aliadas al presidente Volodymyr Zelensky, se reunieron con el presidente para prometer nuestra unidad en la defensa de nuestra nación. Desde entonces, hemos seguido dejando la política de lado mientras dure el conflicto.
Hoy, tristemente, hay algunos en Occidente que, sin reconocer que el resplandor de la respuesta militar de Ucrania al ejército invasor mucho más grande de Rusia es el resultado directo de un entusiasmo basado en nuestra reciente unidad, pondrían esta solidaridad armada en riesgo. Instan a Ucrania a prepararse para hacer sacrificios territoriales con el objetivo de alcanzar un acuerdo de paz con Rusia. Esos pedidos supuestamente reflejan la estrategia diplomática del “realista” de mirada fría, pero no hay nada realista en destruir nuestra unidad nacional y debilitar la voluntad de nuestros hombres y mujeres guerreros ofreciendo una concesión unilateral que el Kremlin sólo se guardará en el bolsillo para luego exigir más.
No me malinterpreten en esto: yo no cuestiono la amistad del presidente francés, Emmanuel Macron, y del canciller alemán, Olaf Scholz, por nuestro país. No dudo de la sinceridad de su deseo de ver que Ucrania siga siendo, orgullosamente, un miembro independiente de la comunidad internacional, y estoy agradecida más allá de las palabras por su llamado a que se le otorgue a Ucrania el estado de miembro de la Unión Europea. Pero sí creo que simplemente no han considerado esta unidad en sus llamados a que Ucrania proclame públicamente la voluntad de rendir parte de nuestro territorio como preludio a las conversaciones de paz en sus apreciaciones. Destruir nuestra unidad, el resultado inevitable de cualquier sugerencia de una voluntad de comprometer nuestra soberanía, no aportará paz; sólo abrirá la puerta para que Rusia siga saqueando nuestro país.
Nuestra unidad, y la brutalidad asesina de quienes ocuparían nuestra tierra, también está detrás del nacimiento de una resistencia mayor que hoy se está formando en las ciudades y regiones ucranianas actualmente ocupadas por el ejército de Rusia y sus lacayos criminales de Chechenia y Siria. Sin embargo, este ejército partisano emergente tiene una ventaja respecto de las fuerzas clandestinas amateur que describe Kochanski. Ininterrumpidamente desde 2015, fuerzas especiales de Estados Unidos y de otras naciones de la OTAN han venido brindando a los ucranianos entrenamiento experto, incluyendo la creación de una compañía de guardia nacional entrenada en tácticas de resistencia.
La descripción que hace Kochanski de la resistencia ucraniana durante la Segunda Guerra Mundial debería hacer reflexionar a los líderes de Rusia en cuanto a obligar a los ucranianos a librar una vez más una guerra partisana para sobrevivir como pueblo. Por cierto, al hablar del Ukrains’ka Povstans’ka Armiia (el Ejército Insurgente Ucraniano), Kochanski es detallada y disciplinada. Entiende el espantoso dilema en el que se encontraban los líderes de la resistencia de Ucrania, atrapados como estaban entre el Wehrmacht nazi y el Ejército Rojo de Stalin.
Hoy, por supuesto, el movimiento partisano emergente de Ucrania no está atrapado en nada parecido a la mordaza nazi/soviética. Por cierto, nuestras fuerzas partisanas están en una posición más parecida a los ejércitos clandestinos de Europa occidental durante la Segunda Guerra Mundial, armados y apoyados por las democracias de Occidente. Que pueden imponer enormes costos al invasor quedó demostrado claramente cuando un grupo partisano atacó una base aérea rusa en la Crimea ocupada, destruyendo aviones de combate y bombarderos, y también depósitos de armamentos. Asimismo, los colaboradores no deberían tener ninguna duda sobre el destino sombrío que les espera.
Liberación
Resistencia concluye sin hablar del entusiasmo que todos deberían esperar de una victoria sobre el nazismo y el fascismo. Por el contrario, Kochanski revela la confusión, el desencanto y la amargura reinantes cuando los ejércitos partisanos comenzaron a enfrentar un futuro incierto y sus fracasos durante la guerra. Kochanski cita: “A medida que el humo se despejaba del campo de batalla comenzaba a verse que habíamos sufrido una enorme derrota nacional… Nos aferrábamos a los últimos resquicios ilusorios de esperanza. Todavía teníamos que adaptarnos a la nueva situación y ahora enfrentábamos al enemigo adentro”. Los nazis habían perdido, pero para la mitad de Europa había comenzado una nueva y odiosa ocupación –del Ejército Rojo de Stalin.
La liberación de Ucrania, cuando se produzca, como debe ser, no traerá consigo esa desilusión. Es verdad que estaremos paralizados por un tiempo ante la magnitud de la tarea de reconstrucción que tendremos por delante. Pero también encontraremos en nuestro país una unidad continua respecto de los grandes objetivos que estamos defendiendo en esta guerra: el objetivo de preservar nuestra soberanía, el objetivo de afianzar nuestra democracia y el objetivo de construir una sociedad democrática plenamente europea en Ucrania.
Terminaremos esta guerra con la esperanza primordial de nuestra existencia nacional desde 1991 –la promesa de pertenecer a la UE- a nuestro alcance. Garantizar nuestra pertenencia a la Unión, por supuesto, exigirá una tenacidad, una resiliencia y una unidad de propósito similares a las que nuestro pueblo está demostrando hoy. Pero de la misma manera que las naciones ocupadas de Europa occidental construyeron democracias vibrantes sobre las ruinas del régimen nazi, y los miembros más nuevos de la UE en Europa central y del este han construido sociedades libres cada vez más prósperas en los años posteriores al colapso del comunismo en 1989, nosotros en Ucrania recordaremos los horrores de nuestra lucha hoy y veremos las reformas difíciles necesarias para sumarnos a Europa como una cuestión menor en comparación con el precio que hoy estamos pagando por nuestra libertad.
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From the economy to foreign policy to democratic institutions, the two US presidential candidates, Kamala Harris and Donald Trump, promise to pursue radically different agendas, reflecting sharply diverging visions for the United States and the world. Why is the race so nail-bitingly close, and how might the outcome change America?
Diane Coyle
advocates a new public philosophy that rejects viewing “government” and “market” as opposites, explains why time-use data must shape technological development, warns that policymakers are devising AI regulation in a thick conceptual fog, and more.
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KIEV – Después de meses de bombas de artillería, de ataques con misiles y del caos provocado por la invasión de Rusia a mi país, la sola idea de este libro me desconcierta. ¿Lo tengo que ver simplemente como un estudio integral de la resistencia al régimen nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial o es, por cierta alquimia de la escritura de la historia, algo más: una advertencia del pasado sobre la naturaleza del presente y del futuro de Ucrania?
La publicación del libro se produjo en un momento en el que el mundo temía que la capital sagrada de Ucrania cayera bajo la ocupación militar, como París, Praga, Varsovia, Bruselas, Belgrado y tantas otras capitales antiguas de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, un destino peor que la ocupación parecía esperarnos por el deseo patológico del presidente ruso, Vladimir Putin, de borrar a Ucrania del mapa de Europa. De hecho, Kiev, si Putin se hubiera salido con la suya, se habría convertido en una segunda Cartago. Pero gracias a la tenacidad de nuestro ejército y a la resiliencia de nuestros combatientes voluntarios –todos, desde prisioneros hasta mineros y bailarinas-, Kiev escapó a ese destino.
Aun así, un ejército asesino de ocupación, instigado por los chacales de la colaboración, ahora tiene gran parte del sur y del este de Ucrania bajo sus botas. Cuando una guerra clandestina estalla en estas ciudades, pueblos y aldeas ocupados, y los duelos de artillería entre el ejército de Ucrania y el ejército inmensamente superior de los invasores rusos transforman a Donbás en un páramo, Resistencia de Halik Kochanski no se lee tanto como un trabajo de historia sino como una crónica de una guerra partisana anunciada. La sentencia de William Faulkner de que el “pasado nunca muere, ni siquiera es pasado” nunca me había parecido tan cierta.
Las patologías de la ocupación
La estructura temática que Kochanski le ha dado a su libro, su academicismo escrupuloso y su reticencia a romantizar el trabajo lúgubre y sucio de ser un resistente, efectivamente hace que Resistencia sea una especie de guía para los muchos ucranianos que actualmente combaten para minar la autoridad rusa en las zonas de nuestro país que hoy ocupa el invasor.
Nos demuestra la dificultad de publicar textos clandestinos y de contarle a la población en general la verdad cuando el ocupador la bombardea con mentiras. Detalla las redes que se construyeron (y que fueron infiltradas por los nazis y sus colaboradores) para evitar la captura a manos del invasor, así como para reabastecer armas. También conoce los problemas de lidiar con aliados extranjeros exigentes y, al mismo tiempo, muchas veces mal informados, de satisfacer demandas que a veces pueden parecerles disparatadas a los hombres y las mujeres que participan en una lucha de vida o muerte con un enemigo que los hostiga día y noche. Los ucranianos de hoy, que luchan por su libertad, entienden demasiado bien estas muchas complicaciones de la resistencia.
Resistencia empieza con una pregunta simple, pero a la vez muy poco formulada por los historiadores de la Segunda Guerra Mundial: ¿Por qué resistir? Después de todo, el blitzkrieg de Hitler estaba invadiendo Europa con facilidad. Los ejércitos nacionales de Polonia, los Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Francia, Grecia y Yugoslavia habían sido derrotados. Inclusive la poderosa Unión Soviética parecía destinada a caer cuando el Wehrmacht se acercó a Moscú en el verano de 1941. En muchos casos, los gobiernos nacionales habían huido o habían sellado pactos faustianos de supervivencia con sus ocupadores nazis. ¿Cómo podía entonces la gente sin entrenamiento militar atreverse a erguirse y enfrentar al Wehrmacht que todo lo conquistaba? Lo más seguro para la mayoría de la gente, nos demuestra Kochanski, era mantener la cabeza gacha y, cuando fuera necesario, “aprender a aullar con los lobos”.
Sin embargo, la gente efectivamente empezó a resistir. Resistió por la necesidad de preservar su dignidad; resistió porque no tenía otra opción si quería sobrevivir. Esos mismos impulsos animan a los ucranianos hoy.
El hecho de que la ocupación sigue su propia lógica despiadada y hasta genocida es lo que dio lugar a la resistencia de la Segunda Guerra Mundial, y la escala de resistencia por lo general refleja el grado de criminalidad de la ocupación. Desde un principio, Kochanski contrasta la vida bajo la ocupación en el oeste de Europa (Francia, Dinamarca, los Países Bajos, Bohemia y Moravia y Noruega) con las condiciones en el este de Europa (Polonia, Ucrania, los Balcanes y la ex Unión Soviética). En el oeste, las “ocupaciones nazis se llevaron a cabo con una mano mucho más liviana”. Es verdad, hubo masacres espantosas en Lidice, en Bohemia, y en Oradour-sur-Glane, en Francia. Pero los asesinatos masivos a ese nivel se destacaron por su rareza, al menos hasta 1944 cuando, señala Kochanski, el Wehrmacht en retirada adoptó las tácticas criminales que había empleado durante mucho tiempo en Polonia, en la URSS y en los Balcanes, “donde los asesinatos masivos eran la norma”.
Los asesinatos masivos eran la norma, sostiene Kochanski, porque “la teoría racial nazi era el principal determinante de cómo los alemanes mantendrían a la gente conquistada”. Y el “pleno impacto de la política racial tuvo lugar en el este, donde los eslavos y los judíos eran vistos como Untermenschen, gente que tenía que ser plenamente conquistada y luego erradicada para hacer espacio para el Lebensraum germánico”.
Nacht und Nebel
Es en la depravación de las ocupaciones nazis de Europa del este y de la URSS donde veo paralelismos con lo que está sucediendo hoy en Ucrania. En un inmenso insulto a la memoria de los soldados soviéticos rasos que libraron y ganaron la Gran Guerra Patria contra Hitler –y estoy orgullosa de tener a miembros de mi familia entre sus filas-, esas reglas nazis de “Untermenschen” de alguna manera parecen estar embebidas en lo que el ejército ruso hoy le está haciendo al pueblo de Ucrania. Nuestras mujeres son violadas, nuestros hijos son robados y nuestros hombres son llevados Dios sabe adónde.
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En cuanto a las leyes de la guerra, no significan nada para el invasor. En un horror indescriptible, uno de nuestros prisioneros de guerra fue castrado mientras soldados leales a Putin alegremente filmaban su acto barbárico con sus teléfonos celulares. Y por lo menos 50 de nuestros prisioneros de guerra, hombres que habían defendido durante meses la ciudad de Mariúpol con coraje bíblico, fueron masacrados mientras estaban confinados (y eran torturados) en la prisión de Olenivka. Nacht und Nebel, al parecer, ha sido traducido como Ночь и туман (дымка).
Kochanski es particularmente detallista en su descripción de cómo los nazis derrumbaron gobiernos de ciudades, pueblos y aldeas y pretendían quebrar a la sociedad civil. Esos mismos métodos se están aplicando en la Ucrania ocupada de hoy: asesinato y el secuestro y desaparición de funcionarios locales; deportaciones masivas, y el cierre de escuelas, iglesias y sinagogas. El ejército ruso hoy “hace desaparecer” regularmente a líderes locales. La captura y secuestro del alcalde Ihor Kolykhaev de Kherson es un ejemplo prominente. Kolykhaev resistió la ocupación de Rusia de la única manera que tenía: brindándole al mundo, a través de publicaciones en redes sociales, un retrato del desastre humanitario que tenía lugar en su ciudad bajo el control ruso. Mientras escribo, sigue sin conocerse su paradero.
Las escuelas también están bajo ataque. El idioma ucraniano es descartado de las aulas, y es reemplazado por clases obligatorias de ruso. Nuestros libros de historia ya no se usan; nuestros hijos deben aprender la historia del ocupador, que quiere que los jóvenes ucranianos se pongan de rodillas ante Rusia como si fuera su amo. Y pronto el ocupador llevará a cabo referendos en las zonas que ostensiblemente controla, supuestamente como una manera de justificar ante el mundo la incorporación forzada planeada de estos territorios a Rusia. Aquí todos deberíamos recordar lo que Margaret Thatcher dijo sobre este tipo de referendos, que son “los mecanismos de los dictadores y los demagogos”.
Peor aún, también se están produciendo deportaciones forzadas, no de mano de obra esclava, sino de miles de niños ucranianos. Entre los muchos actos criminales de Putin en Ucrania, éste resulta inentendible. ¿El Kremlin de alguna manera piensa que puede revertir el desesperado futuro demográfico de Rusia secuestrando a bebés y niños ucranianos? ¿Realmente cree que las madres ucranianas alguna vez perdonarán u olvidarán este crimen? A menos que devuelvan a nuestros hijos, a todos, la enemistad que sienten los ucranianos por Rusia no va a menguar, aún si algún día se llega a restablecer la paz.
Aún más preocupante que este crimen, si eso es posible, los suburbios pacíficos de Kiev como Bucha e Irpin, al ser ocupados por el ejército de Putin, ahora se han sumado a la lista consagrada de lugares como Lidice, Oradour-sur-Glane y Babi Yar, donde la sola mención del nombre instantáneamente evoca la bestialidad y el horror. Nunca más se ha vuelto una vez más.
El imperativo de la solidaridad
La lección más indeleble que ofrece Kochanski tiene que ver con la unidad. La rivalidad entre los grupos de resistencia gaullistas y comunistas en Francia, entre los chetniks monárquicos y los partisanos de Tito en Yugoslavia, entre los comunistas, los liberales y los católicos romanos en Italia, entre los grupos clandestinos judíos y el ejército clandestino polaco en Polonia y otras divisiones étnicas, religiosas e ideológicas del estilo, que existieron en todos los países ocupados, le hizo un daño incalculable a los movimientos de resistencia anti-nazis y anti-fascistas. En los Balcanes, Kochanski escribe que “había una guerra de depuración étnica causada en gran parte por la división de Yugoslavia en sus estados componentes bajo la tutela de las varias potencias ocupadoras. Luego hubo una guerra de resistencia montada por diferentes fuerzas contra las potencias ocupadoras… Esta guerra también condujo a otros dos conflictos simultáneos: la guerra montada contra los colaboradores y los aparentes colaboradores… Al mismo tiempo, la existencia de dos movimientos de resistencia (uno liderado por Tito, otro por Draža Mihailović), cada uno con tácticas y objetivos finales diferentes, condujo a un conflicto entre ellos que devino efectivamente en una guerra civil”.
La lección en esto para Ucrania hoy es clara. El coraje de nuestros hombres y mujeres combatientes ha sorprendido al mundo desde que Putin lanzó su blitzkrieg en nuestras fronteras el 24 de marzo. Pero ese coraje está arraigado en el hecho de que nuestro país está unificado como nunca lo estuvo en siglos. Y esa unidad tiene un propósito simple y único: preservar la soberanía de nuestra nación y las vidas y libertades de nuestro pueblo. Sobre esto, todas las fuerzas políticas de Ucrania están en un acuerdo absoluto e inquebrantable.
Apenas días antes de que Vladimir Putin enviara su ejército para terminar con nuestra existencia como estado soberano –quizá para establecer un gobierno colaboracionista bajo el pulgar del Kremlin, quizá simplemente para recrear el Imperio Ruso anexando toda Ucrania de la manera en que anexó Crimea en 2014-, las fuerzas democráticas de Ucrania, tanto de la oposición como las aliadas al presidente Volodymyr Zelensky, se reunieron con el presidente para prometer nuestra unidad en la defensa de nuestra nación. Desde entonces, hemos seguido dejando la política de lado mientras dure el conflicto.
Hoy, tristemente, hay algunos en Occidente que, sin reconocer que el resplandor de la respuesta militar de Ucrania al ejército invasor mucho más grande de Rusia es el resultado directo de un entusiasmo basado en nuestra reciente unidad, pondrían esta solidaridad armada en riesgo. Instan a Ucrania a prepararse para hacer sacrificios territoriales con el objetivo de alcanzar un acuerdo de paz con Rusia. Esos pedidos supuestamente reflejan la estrategia diplomática del “realista” de mirada fría, pero no hay nada realista en destruir nuestra unidad nacional y debilitar la voluntad de nuestros hombres y mujeres guerreros ofreciendo una concesión unilateral que el Kremlin sólo se guardará en el bolsillo para luego exigir más.
No me malinterpreten en esto: yo no cuestiono la amistad del presidente francés, Emmanuel Macron, y del canciller alemán, Olaf Scholz, por nuestro país. No dudo de la sinceridad de su deseo de ver que Ucrania siga siendo, orgullosamente, un miembro independiente de la comunidad internacional, y estoy agradecida más allá de las palabras por su llamado a que se le otorgue a Ucrania el estado de miembro de la Unión Europea. Pero sí creo que simplemente no han considerado esta unidad en sus llamados a que Ucrania proclame públicamente la voluntad de rendir parte de nuestro territorio como preludio a las conversaciones de paz en sus apreciaciones. Destruir nuestra unidad, el resultado inevitable de cualquier sugerencia de una voluntad de comprometer nuestra soberanía, no aportará paz; sólo abrirá la puerta para que Rusia siga saqueando nuestro país.
Nuestra unidad, y la brutalidad asesina de quienes ocuparían nuestra tierra, también está detrás del nacimiento de una resistencia mayor que hoy se está formando en las ciudades y regiones ucranianas actualmente ocupadas por el ejército de Rusia y sus lacayos criminales de Chechenia y Siria. Sin embargo, este ejército partisano emergente tiene una ventaja respecto de las fuerzas clandestinas amateur que describe Kochanski. Ininterrumpidamente desde 2015, fuerzas especiales de Estados Unidos y de otras naciones de la OTAN han venido brindando a los ucranianos entrenamiento experto, incluyendo la creación de una compañía de guardia nacional entrenada en tácticas de resistencia.
La descripción que hace Kochanski de la resistencia ucraniana durante la Segunda Guerra Mundial debería hacer reflexionar a los líderes de Rusia en cuanto a obligar a los ucranianos a librar una vez más una guerra partisana para sobrevivir como pueblo. Por cierto, al hablar del Ukrains’ka Povstans’ka Armiia (el Ejército Insurgente Ucraniano), Kochanski es detallada y disciplinada. Entiende el espantoso dilema en el que se encontraban los líderes de la resistencia de Ucrania, atrapados como estaban entre el Wehrmacht nazi y el Ejército Rojo de Stalin.
Hoy, por supuesto, el movimiento partisano emergente de Ucrania no está atrapado en nada parecido a la mordaza nazi/soviética. Por cierto, nuestras fuerzas partisanas están en una posición más parecida a los ejércitos clandestinos de Europa occidental durante la Segunda Guerra Mundial, armados y apoyados por las democracias de Occidente. Que pueden imponer enormes costos al invasor quedó demostrado claramente cuando un grupo partisano atacó una base aérea rusa en la Crimea ocupada, destruyendo aviones de combate y bombarderos, y también depósitos de armamentos. Asimismo, los colaboradores no deberían tener ninguna duda sobre el destino sombrío que les espera.
Liberación
Resistencia concluye sin hablar del entusiasmo que todos deberían esperar de una victoria sobre el nazismo y el fascismo. Por el contrario, Kochanski revela la confusión, el desencanto y la amargura reinantes cuando los ejércitos partisanos comenzaron a enfrentar un futuro incierto y sus fracasos durante la guerra. Kochanski cita: “A medida que el humo se despejaba del campo de batalla comenzaba a verse que habíamos sufrido una enorme derrota nacional… Nos aferrábamos a los últimos resquicios ilusorios de esperanza. Todavía teníamos que adaptarnos a la nueva situación y ahora enfrentábamos al enemigo adentro”. Los nazis habían perdido, pero para la mitad de Europa había comenzado una nueva y odiosa ocupación –del Ejército Rojo de Stalin.
La liberación de Ucrania, cuando se produzca, como debe ser, no traerá consigo esa desilusión. Es verdad que estaremos paralizados por un tiempo ante la magnitud de la tarea de reconstrucción que tendremos por delante. Pero también encontraremos en nuestro país una unidad continua respecto de los grandes objetivos que estamos defendiendo en esta guerra: el objetivo de preservar nuestra soberanía, el objetivo de afianzar nuestra democracia y el objetivo de construir una sociedad democrática plenamente europea en Ucrania.
Terminaremos esta guerra con la esperanza primordial de nuestra existencia nacional desde 1991 –la promesa de pertenecer a la UE- a nuestro alcance. Garantizar nuestra pertenencia a la Unión, por supuesto, exigirá una tenacidad, una resiliencia y una unidad de propósito similares a las que nuestro pueblo está demostrando hoy. Pero de la misma manera que las naciones ocupadas de Europa occidental construyeron democracias vibrantes sobre las ruinas del régimen nazi, y los miembros más nuevos de la UE en Europa central y del este han construido sociedades libres cada vez más prósperas en los años posteriores al colapso del comunismo en 1989, nosotros en Ucrania recordaremos los horrores de nuestra lucha hoy y veremos las reformas difíciles necesarias para sumarnos a Europa como una cuestión menor en comparación con el precio que hoy estamos pagando por nuestra libertad.