annan4_Andreas Solaro_Migrants rescued by Topaz Responder Andreas Solaro/Getty Images

Seamos benevolentes hacia los migrantes

GINEBRA – La trágica suerte de varios centenares de africanos que murieron ahogados cerca de la isla italiana de Lampedusa en octubre llegó a los titulares de la prensa internacional y produjo un momento extraordinario de compasión y reflexión sobre los peligros que enfrentan muchos migrantes. Pero el único aspecto excepcional de este desastre fue la cantidad de víctimas. Para los residentes de Lampedusa, los naufragios de barcos con refugiados y migrantes son cosa de todos los días: una semana después, un barco que llevaba a refugiados sirios y palestinos se dio vuelta frente a las costas de la isla, con el resultado de más de 30 personas muertas.

En 2013 quedó demostrado (por si todavía hacían falta más pruebas) que estas catástrofes no ocurren solamente en las costas europeas o en el mar Mediterráneo. En noviembre, casi 30 haitianos perecieron cuando el barco que los llevaba a Estados Unidos se hundió a mitad de camino (fue el tercer caso que ocurre en el norte del Caribe desde octubre). A lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, un despliegue de sofisticados controles de frontera lleva a muchas personas a morir de hambre al intentar cruzar a través de las zonas más remotas del desierto. En la región de Asia y el Pacífico, este año ya son cientos los migrantes y refugiados que han muerto ahogados en la bahía de Bengala tratando de llegar a Australia.

Los estados y regiones ricos se enfrentan al dilema que supone diseñar sus controles de frontera de modo de atender no solamente a las necesidades y demandas de sus poblaciones, sino también a su responsabilidad de cara a quienes intentan entrar en sus territorios. Esto no es ninguna novedad: la gente viene cruzando las fronteras nacionales desde el momento mismo en que se inventaron, sea formalmente o evadiendo los controles. Tanto si el motivo es buscar oportunidades económicas o huir de la violencia o de desastres ambientales, la respuesta de los países receptores es una mezcla de hospitalidad y temor.

Cuando los estados estrechan el control de sus fronteras, alientan a que las personas, desesperadas, corran riesgos mayores para cruzarlas (y sean explotadas por contrabandistas y traficantes). Como declaró la Organización Internacional para las Migraciones poco después de la tragedia de Lampedusa, la implementación de controles de frontera más intensos “no tuvo un impacto suficiente ni disminuyó la llegada de personas al sur de Europa en el largo plazo. Por el contrario, los migrantes comenzaron a explorar rutas alternativas (generalmente peligrosas) y esto llevó a una gran cantidad de muertes en el mar”.

Por supuesto, no todos los migrantes son refugiados o necesitan protección. De hecho, en un mismo barco puede haber migrantes con motivos muy diferentes (lo que en formulación de políticas se conoce como “migración mixta”). Pero ante este fenómeno complejo, los estados tienden a tratar la inmigración que consideran no deseada con una actitud que, en la práctica, supone indiferencia hacia los problemas de los migrantes. Esto se aplica especialmente cuando aumenta la xenofobia en los países receptores, algo que suele ocurrir en períodos de dificultades económicas como las que experimentan muchas regiones en la actualidad.

Existe una tendencia particularmente preocupante en la forma actual de encarar el control de migraciones por parte de los estados: apelar al cierre de fronteras como única respuesta y considerar a todos los migrantes como intrusos indeseados, sin antes determinar su situación, garantizar sus derechos o reconocer sus aportes. Algo que también puede desincentivar la provisión de ayuda a los vulnerables: se han dado casos de barcos privados que navegaban por el Mediterráneo y no quisieron acercarse a barcas de migrantes en peligro, por temor a tener problemas con las patrullas de frontera europeas.

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Debemos ser conscientes de la desesperación de la gente que se lanza a estos viajes. Son personas que, por sus amigos o por los medios de comunicación, ya saben lo que les espera. Conocen los riesgos, han oído hablar de las tragedias. Pero viendo que la puerta se les cierra cada vez más, se ponen en manos de contrabandistas inescrupulosos (a menudo, a cambio de pagos exorbitantes) que los meten apretados como sardinas en naves precarias incapaces de soportar tanto peso; luego emprenden el viaje de noche, cuando la policía de fronteras no puede verlos, y las operaciones de rescate tampoco.

Es igualmente importante que los gobiernos vean las migraciones como una dimensión profundamente vinculante de la experiencia humana. A través del fenómeno de las migraciones, los seres humanos tenemos una comprensión compartida de nuestros sufrimientos, nuestras esperanzas y de la compasión. De hecho, esta comprensión inspiró algunas de las más grandes hazañas de solidaridad de la comunidad internacional, como la Convención sobre el estatuto de los refugiados de 1951, que define el derecho de las personas a encontrar refugio fuera de sus países de origen.

El aumento incesante de las muertes de migrantes en tránsito plantea un dilema: a medida que los migrantes se ven cada vez más forzados a tratar con redes de traficantes y contrabandistas, se alejan cada vez más hacia las zonas grises de la respuesta de la comunidad internacional. Por ejemplo, la policía de fronteras de la Unión Europea no tiene criterios claros de búsqueda y rescate de buques migrantes en dificultades. Los estados miembros no se ponen de acuerdo respecto de cómo tratar la cuestión, y las últimas discusiones en Bruselas apenas empezaron a mostrar algún avance.

En este 2014 que está a punto de empezar, el mundo necesita definir líneas de responsabilidad más claras que permitan evitar futuras tragedias. Como comunidad internacional, debemos a los migrantes y refugiados más compasión. De lo contrario, habrá muchas otras mañanas en que despertemos para descubrir que nuestras costas se han vuelto cementerios.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/SdzCNNGes