BRUSELAS – La guerra de Rusia con Ucrania, como casi todas las guerras, llegará a su fin en la mesa de negociaciones. Pero las negociaciones no pueden comenzar mientras Ucrania no haya recuperado la integridad territorial. Como es poco probable que Moscú cambie de idea en el corto plazo, cuanto antes consiga Ucrania los medios para obligar a las tropas rusas a regresar a su país y quedarse allí, mejor (tanto para Ucrania como para el resto de Europa).
Todos debiéramos procurar que la lucha termine rápidamente. Pero, paradójicamente, para lograr ese resultado debemos dejar en claro al presidente ruso Vladímir Putin que haremos todo lo necesario, durante todo el tiempo necesario, para que entienda que no tiene sentido enviar incesantemente jóvenes rusos a la trituradora de carne que es el frente ucraniano.
Putin no ganará esta guerra, de hecho, ya la perdió. Pero podría prolongarla o crear un conflicto semicongelado si Ucrania no recibe lo que necesita para echar a las fuerzas rusas. Para que cualquier paz sea duradera, debe ser justa. Y para ser justa debe respetar las fronteras internacionales ucranianas, su democracia, su condición de Estado y el derecho a elegir su propio destino.
Esto es fundamental, porque la justificación de Rusia para su agresión se basa en rechazar la condición de Estado de Ucrania. Esas afirmaciones derivan de una ideología nacionalista e imperialista rusa que rechaza de plano la propia idea de una identidad ucraniana distintiva. Rusia define al pueblo ucraniano como lo que el jurista nazi Carl Schmitt llamó «enemigo total», que no solo debe ser derrotado sino además borrado, no por lo que hace, sino por lo que es.
Esa es la justificación rusa para la tortura, el secuestro de niños, la quema de libros ucranianos e innumerables crímenes de guerra. La violencia desatada sobre los ucranianos por ser ucranianos es comparable con la del Gran Terror de Stalin, una época en que millones de personas inocentes fueron asesinadas por ser «enemigos de clase». El terror de Stalin «funcionó» precisamente porque el ataque a personas inocentes obligó a todos a una conformidad total con el deseo del Estado. Eso es totalitarismo.
Después de un autoritarismo cada vez más profundo durante los últimos 15 años, Rusia volvió al totalitarismo. Quien desobedezca se arriesga a ser envenenado, caer de una ventana o terminar en prisión. A medida que la población es obligada a obedecer a través del terror, los grupos ya vulnerables son los que enfrentan un mayor riesgo de persecución: estalló el antisemitismo, las minorías sexuales viven en miedo constante, y proliferan el racismo y la xenofobia.
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En esas condiciones a Rusia le llevará mucho tiempo ponerse en orden, incluso si quien convirtió al país en paria abandona el escenario. Es posible que la desintoxicación de la nación rusa lleve una generación... y el resultado dista de estar garantizado.
Colectivamente no solo debemos garantizar que Ucrania consiga una paz justa y duradera lo antes posible, también debemos apoyar sus esfuerzos para transformarse en un país próspero cuyos ciudadanos puedan contar con el imperio de la ley, el respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales. En cuanto a eso, el proceso de inclusión en la Unión Europea puede ser transformador. Así como ayudó a Grecia, España, Portugal y países de Europa Central y Oriental a desintoxicarse de las dictaduras del pasado, también puede inocular a Ucrania contra un futuro de dictaduras.
Dos veces durante mi vida la historia dio un brusco giro y empujó a Europa en una nueva dirección. La primera fue cuando cayó el muro de Berlín en 1989, lo que permitió que los europeos volvieran a unirse. La segunda fue cuando Rusia invadió Ucrania hace un año y obligó a los europeos a defender y fortalecer los valores e instituciones que aprecian.
Cuando miramos al futuro debemos reconocer que, dadas las actuales circunstancias, la integración de Ucrania con la UE tendrá que ser mucho más rápida que en el pasado. Pero eso no significa que debamos sacrificar la rigurosidad en el altar de la conveniencia. Una integración parcial o viciada dejaría deficiencias sin resolver que en última instancia debilitarían tanto a Ucrania como a la UE.
Lo que necesitamos entonces es una respuesta al estilo del Plan Marshall. Esto tendría una escala sin precedentes y combinaría la reconstrucción y transformación económica con las reformas legales, administrativas y sociales necesarias para que Ucrania funcione completamente como un Estado miembro de la UE. Nunca antes se hizo, pero hay que hacerlo ahora.
Una tarea urgente, tanto para los líderes como para los políticos nacionales de la UE es preparar a nuestros ciudadanos para lo que implicará esta transformación, tanto de Europa como de Ucrania. Al mismo tiempo la UE debe crear las estructuras económicas, financieras, políticas y administrativas que harán falta.
El régimen ruso presenta a los europeos como pusilánimes débiles y decadentes. Putin cree que «Gayropa» debe en última instancia ceder frente a la fuerza superior del ultranacionalismo, e incluso llegó a convencer a ciertos bandos políticos europeos y estadounidenses de ello: hubo políticos y personalidades mediáticas que alabaron al «líder fuerte» que salió a defender los «valores europeos tradicionales». Pero el pueblo ucraniano está dejando al descubierto las mentiras que subyacen a esta caricatura y exponiendo a los admiradores occidentales de Putin a la vergüenza.
Todos debemos reconocer lo que hay en juego. Un siglo después de su primera encarnación, el totalitarismo regresó al continente. Debemos contenerlo y luego desenmascararlo para que los propios rusos puedan derrotarlo y suprimirlo.
Esta guerra va mucho más allá de la anexión o la pérdida de territorios. La nación ucraniana, una nación europea, está luchando por su supervivencia. La ideología imperialista que niega la existencia de otras naciones no se limitará solo a una de ellas. Si permitimos que la agresión rusa rinda resultados, la llama de la guerra arderá en más países europeos y la autocracia se diseminará cual gangrena.
El último año demostró que somos mucho más fuertes que Putin y los de su ralea, siempre que sigamos unidos y mantengamos nuestra determinación. Inspirémonos entonces en el heroísmo del pueblo ucraniano. Cuanto más apoyemos su lucha, antes terminará la matanza.
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America's president subscribes to a brand of isolationism that has waxed and waned throughout US history, but has its roots in the two-century-old Monroe Doctrine. This is bad news for nearly everyone, because it implies acceptance of a world order based on spheres of influence, as envisioned by China and Russia.
hears echoes of the Monroe Doctrine in the US president's threats to acquire Greenland.
Financial markets and official economic indicators over the past few weeks give policymakers around the world plenty to contemplate. Was the recent spike in bond yields a sufficient warning to Donald Trump and his team, or will they still follow through with inflationary stimulus, tariff, and immigration policies?
wonders if recent market signals will keep the new administration’s radicalism in check.
BRUSELAS – La guerra de Rusia con Ucrania, como casi todas las guerras, llegará a su fin en la mesa de negociaciones. Pero las negociaciones no pueden comenzar mientras Ucrania no haya recuperado la integridad territorial. Como es poco probable que Moscú cambie de idea en el corto plazo, cuanto antes consiga Ucrania los medios para obligar a las tropas rusas a regresar a su país y quedarse allí, mejor (tanto para Ucrania como para el resto de Europa).
Todos debiéramos procurar que la lucha termine rápidamente. Pero, paradójicamente, para lograr ese resultado debemos dejar en claro al presidente ruso Vladímir Putin que haremos todo lo necesario, durante todo el tiempo necesario, para que entienda que no tiene sentido enviar incesantemente jóvenes rusos a la trituradora de carne que es el frente ucraniano.
Putin no ganará esta guerra, de hecho, ya la perdió. Pero podría prolongarla o crear un conflicto semicongelado si Ucrania no recibe lo que necesita para echar a las fuerzas rusas. Para que cualquier paz sea duradera, debe ser justa. Y para ser justa debe respetar las fronteras internacionales ucranianas, su democracia, su condición de Estado y el derecho a elegir su propio destino.
Esto es fundamental, porque la justificación de Rusia para su agresión se basa en rechazar la condición de Estado de Ucrania. Esas afirmaciones derivan de una ideología nacionalista e imperialista rusa que rechaza de plano la propia idea de una identidad ucraniana distintiva. Rusia define al pueblo ucraniano como lo que el jurista nazi Carl Schmitt llamó «enemigo total», que no solo debe ser derrotado sino además borrado, no por lo que hace, sino por lo que es.
Esa es la justificación rusa para la tortura, el secuestro de niños, la quema de libros ucranianos e innumerables crímenes de guerra. La violencia desatada sobre los ucranianos por ser ucranianos es comparable con la del Gran Terror de Stalin, una época en que millones de personas inocentes fueron asesinadas por ser «enemigos de clase». El terror de Stalin «funcionó» precisamente porque el ataque a personas inocentes obligó a todos a una conformidad total con el deseo del Estado. Eso es totalitarismo.
Después de un autoritarismo cada vez más profundo durante los últimos 15 años, Rusia volvió al totalitarismo. Quien desobedezca se arriesga a ser envenenado, caer de una ventana o terminar en prisión. A medida que la población es obligada a obedecer a través del terror, los grupos ya vulnerables son los que enfrentan un mayor riesgo de persecución: estalló el antisemitismo, las minorías sexuales viven en miedo constante, y proliferan el racismo y la xenofobia.
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Colectivamente no solo debemos garantizar que Ucrania consiga una paz justa y duradera lo antes posible, también debemos apoyar sus esfuerzos para transformarse en un país próspero cuyos ciudadanos puedan contar con el imperio de la ley, el respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales. En cuanto a eso, el proceso de inclusión en la Unión Europea puede ser transformador. Así como ayudó a Grecia, España, Portugal y países de Europa Central y Oriental a desintoxicarse de las dictaduras del pasado, también puede inocular a Ucrania contra un futuro de dictaduras.
Dos veces durante mi vida la historia dio un brusco giro y empujó a Europa en una nueva dirección. La primera fue cuando cayó el muro de Berlín en 1989, lo que permitió que los europeos volvieran a unirse. La segunda fue cuando Rusia invadió Ucrania hace un año y obligó a los europeos a defender y fortalecer los valores e instituciones que aprecian.
Cuando miramos al futuro debemos reconocer que, dadas las actuales circunstancias, la integración de Ucrania con la UE tendrá que ser mucho más rápida que en el pasado. Pero eso no significa que debamos sacrificar la rigurosidad en el altar de la conveniencia. Una integración parcial o viciada dejaría deficiencias sin resolver que en última instancia debilitarían tanto a Ucrania como a la UE.
Lo que necesitamos entonces es una respuesta al estilo del Plan Marshall. Esto tendría una escala sin precedentes y combinaría la reconstrucción y transformación económica con las reformas legales, administrativas y sociales necesarias para que Ucrania funcione completamente como un Estado miembro de la UE. Nunca antes se hizo, pero hay que hacerlo ahora.
Una tarea urgente, tanto para los líderes como para los políticos nacionales de la UE es preparar a nuestros ciudadanos para lo que implicará esta transformación, tanto de Europa como de Ucrania. Al mismo tiempo la UE debe crear las estructuras económicas, financieras, políticas y administrativas que harán falta.
El régimen ruso presenta a los europeos como pusilánimes débiles y decadentes. Putin cree que «Gayropa» debe en última instancia ceder frente a la fuerza superior del ultranacionalismo, e incluso llegó a convencer a ciertos bandos políticos europeos y estadounidenses de ello: hubo políticos y personalidades mediáticas que alabaron al «líder fuerte» que salió a defender los «valores europeos tradicionales». Pero el pueblo ucraniano está dejando al descubierto las mentiras que subyacen a esta caricatura y exponiendo a los admiradores occidentales de Putin a la vergüenza.
Todos debemos reconocer lo que hay en juego. Un siglo después de su primera encarnación, el totalitarismo regresó al continente. Debemos contenerlo y luego desenmascararlo para que los propios rusos puedan derrotarlo y suprimirlo.
Esta guerra va mucho más allá de la anexión o la pérdida de territorios. La nación ucraniana, una nación europea, está luchando por su supervivencia. La ideología imperialista que niega la existencia de otras naciones no se limitará solo a una de ellas. Si permitimos que la agresión rusa rinda resultados, la llama de la guerra arderá en más países europeos y la autocracia se diseminará cual gangrena.
El último año demostró que somos mucho más fuertes que Putin y los de su ralea, siempre que sigamos unidos y mantengamos nuestra determinación. Inspirémonos entonces en el heroísmo del pueblo ucraniano. Cuanto más apoyemos su lucha, antes terminará la matanza.
Traducción al español por Ant-Translation