LONDRES – En momentos en que el despliegue de la vacuna contra el COVID-19 va ganando impulso, los líderes mundiales tienen la oportunidad de centrarse más en el futuro de la salud pública. El objetivo debería ser fortalecer las estructuras que tan esenciales demostraron ser para el manejo de la pandemia, tanto dentro de los países como mediante organizaciones multilaterales como el G20, el G7 y el G77.
La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, desempeñó un papel fundamental para alinear a actores dispares tras un propósito común. A través de colaboraciones como el pionero Acelerador del Acceso a Herramientas para el COVID-19 (ACT), los gobiernos, las organizaciones multilaterales, las corporaciones multilaterales y los filántropos han ayudado a proveer vacunas, terapias y diagnósticos a partes del planeta que carecen de ellas.
De hecho, durante la pandemia hemos presenciado un nivel sin precedentes de colaboración internacional, pública-privada y privada a privada. Cundo hubo una urgente necesidad de apps de seguimiento de contactos, los grandes competidores tecnológicos dejaron de lado sus rivalidades para trabajar en busca de una solución con entidades de salud pública. La rapidez del desarrollo, los ensayos y la producción de vacunas ha sido un logro intersectorial que abarca gobiernos, instituciones académicas, empresas emergentes y grandes compañías farmacéuticas. Lo mismo es cierto para la recolección de datos y el pronóstico de la enfermedad, que ha implicado a universidades, empresas del sector tecnológico y agencias de gobierno.
Pasar por alto los enclaves burocráticos y sectoriales tradicionales ha dado unos resultados tan impresionantes que deberían motivarnos a elevar nuestras ambiciones para la salud pública global. Asegurar el acceso universal, equitativo y asequible a una atención de salud de calidad es crucial para una prosperidad de largo plazo. Pero las organizaciones sanitarias actuales no pueden producir por sí mismas las herramientas digitales y económicas que se necesitan para lograrlo. Muchas de ellas se originan fuera del sector de la salud y exigen fondos, innovación y conocimientos prácticos de una amplia gama de fuentes para poder implementarse con eficacia.
Por eso, nosotros tres estamos trabajando con una amplia variedad de socios a fin de aprovechar el impulso colaborativo generado por la pandemia. La tarea inmediata es identificar ideas y soluciones específicas que deban ser implementadas ya mismo como parte de la recuperación frente a la crisis.
Gran parte de nuestro énfasis está en la tecnología. Hoy contamos con potentes y nuevas herramientas digitales y analíticas que hacen posible la identificación, gestión y recuperación ante emergencias sanitarias más rápidamente que nunca. Es cierto que a menudo se enfrentan a obstáculos sociales y culturales, como la falta de confianza entre el público y las entidades privadas que detentan los datos, o entre organizaciones de gobierno, académicas y comerciales. Además, su despliegue es todavía más complejo cuando los sets de datos están dispersos y las prácticas establecidas se encuentran muy enraizadas. Sin embargo, una vez más, la pandemia nos ha demostrado que los viejos hábitos y enclaves mentales se pueden romper si la situación así lo exige.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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Al tratar de identificar y manejar brotes de enfermedades infecciosas, sabemos de las recientes crisis del Ébola, el Zika y el COVID-19 que algunos indicadores son más predictivos que otros. Al monitorear las aguas servidas, las redes sociales, los datos de movilidad o informes de origen social colaborativo, podemos identificar amenazas mucho más rápido que el sistema tradicional de vigilancia microbiológica. (Y algunos grupos incluso están explorando si los datos de pruebas de sangre de rutina podrían tener un potencial predictivo).
Estas nuevas herramientas digitales son comparativamente más baratas, fáciles de usar y más idóneas para proteger o anonimizar datos personales. Pero será necesaria una inversión mucho mayor para ampliar su cobertura global antes de que surja la próxima pandemia potencial.
Así como los inversionistas privados buscan oportunidades de generar ahorros de largo plazo como un modo de aumentar sus ingresos, quienes toman decisiones de inversión pública deberían imitarlos. Todo el mundo reconoce que las inversiones públicas en infraestructura o adquisición de habilidades son necesarias para la mejora de la productividad de largo plazo. En muchos países, los fondos públicos siguen moviéndose en esa dirección incluso en tiempos de austeridad fiscal. Pero cuando se trata de la salud, la mayoría de los países parecen más dispuestos a dejar que las enfermedades se desarrollen para después pagar la cuenta de sus costosos tratamientos.
Los sistemas de salud de prácticamente todos los países desarrollados subestiman e infravaloran las herramientas de diagnóstico y evaluación de riesgos. De los $40 billones que el mundo gasta en ayuda para el desarrollo cada año, la anémica cifra de $374 millones se destina a preparación para pandemias. Y, sin embargo, si hoy pagáramos más para estar preparados, podríamos evitar costes muchísimo más altos en el futuro.
La financiación sostenida de bienes públicos globales como las vacunas, el diagnóstico, la higienización, el seguimiento y herramientas de modelación debe ser una de las herencias de políticas que nos deje la pandemia. Sus beneficios exceden con mucho sus costes individuales y representan una inversión de capital en salud que generará aumentos de productividad de largo aliento en el futuro.
Para que esta lógica de inversión quede grabada con solidez en todos los gastos de salud se necesitará un real cambio. Por ejemplo, habría que revisar las reglas de contabilidad fiscal para distinguir con claridad entre inversión en salud y gastos de consumo.
A nivel internacional, los gobiernos deberían seguir el modelo de la Junta de Estabilidad Financiera post-2008 y lanzar una Junta de Estabilidad de los Bienes Públicos centrada en el cambio climático y la salud pública global, y dirigir más fondos hacia iniciativas y proyectos que impulsen la resiliencia y la prosperidad de largo plazo. Por último, es momento de actualizar los Artículos del Acuerdo del Fondo Monetario Internacional para hacer de la salud una parte constitutiva de su función regular de monitoreo económico.
Estamos proponiendo estas ideas dentro de nuestras respectivas organizaciones, e invitamos a los demás a que también lo hagan. En último término, las soluciones adecuadas provendrán de innovadores de todos los ámbitos. Mientras más mentes puedan unirse, mejores serán nuestras chances de prevenir la próxima crisis.
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US President Donald Trump’s import tariffs have triggered a wave of retaliatory measures, setting off a trade war with key partners and raising fears of a global downturn. But while Trump’s protectionism and erratic policy shifts could have far-reaching implications, the greatest victim is likely to be the United States itself.
warns that the new administration’s protectionism resembles the strategy many developing countries once tried.
It took a pandemic and the threat of war to get Germany to dispense with the two taboos – against debt and monetary financing of budgets – that have strangled its governments for decades. Now, it must join the rest of Europe in offering a positive vision of self-sufficiency and an “anti-fascist economic policy.”
welcomes the apparent departure from two policy taboos that have strangled the country's investment.
LONDRES – En momentos en que el despliegue de la vacuna contra el COVID-19 va ganando impulso, los líderes mundiales tienen la oportunidad de centrarse más en el futuro de la salud pública. El objetivo debería ser fortalecer las estructuras que tan esenciales demostraron ser para el manejo de la pandemia, tanto dentro de los países como mediante organizaciones multilaterales como el G20, el G7 y el G77.
La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, desempeñó un papel fundamental para alinear a actores dispares tras un propósito común. A través de colaboraciones como el pionero Acelerador del Acceso a Herramientas para el COVID-19 (ACT), los gobiernos, las organizaciones multilaterales, las corporaciones multilaterales y los filántropos han ayudado a proveer vacunas, terapias y diagnósticos a partes del planeta que carecen de ellas.
De hecho, durante la pandemia hemos presenciado un nivel sin precedentes de colaboración internacional, pública-privada y privada a privada. Cundo hubo una urgente necesidad de apps de seguimiento de contactos, los grandes competidores tecnológicos dejaron de lado sus rivalidades para trabajar en busca de una solución con entidades de salud pública. La rapidez del desarrollo, los ensayos y la producción de vacunas ha sido un logro intersectorial que abarca gobiernos, instituciones académicas, empresas emergentes y grandes compañías farmacéuticas. Lo mismo es cierto para la recolección de datos y el pronóstico de la enfermedad, que ha implicado a universidades, empresas del sector tecnológico y agencias de gobierno.
Pasar por alto los enclaves burocráticos y sectoriales tradicionales ha dado unos resultados tan impresionantes que deberían motivarnos a elevar nuestras ambiciones para la salud pública global. Asegurar el acceso universal, equitativo y asequible a una atención de salud de calidad es crucial para una prosperidad de largo plazo. Pero las organizaciones sanitarias actuales no pueden producir por sí mismas las herramientas digitales y económicas que se necesitan para lograrlo. Muchas de ellas se originan fuera del sector de la salud y exigen fondos, innovación y conocimientos prácticos de una amplia gama de fuentes para poder implementarse con eficacia.
Por eso, nosotros tres estamos trabajando con una amplia variedad de socios a fin de aprovechar el impulso colaborativo generado por la pandemia. La tarea inmediata es identificar ideas y soluciones específicas que deban ser implementadas ya mismo como parte de la recuperación frente a la crisis.
Gran parte de nuestro énfasis está en la tecnología. Hoy contamos con potentes y nuevas herramientas digitales y analíticas que hacen posible la identificación, gestión y recuperación ante emergencias sanitarias más rápidamente que nunca. Es cierto que a menudo se enfrentan a obstáculos sociales y culturales, como la falta de confianza entre el público y las entidades privadas que detentan los datos, o entre organizaciones de gobierno, académicas y comerciales. Además, su despliegue es todavía más complejo cuando los sets de datos están dispersos y las prácticas establecidas se encuentran muy enraizadas. Sin embargo, una vez más, la pandemia nos ha demostrado que los viejos hábitos y enclaves mentales se pueden romper si la situación así lo exige.
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Estas nuevas herramientas digitales son comparativamente más baratas, fáciles de usar y más idóneas para proteger o anonimizar datos personales. Pero será necesaria una inversión mucho mayor para ampliar su cobertura global antes de que surja la próxima pandemia potencial.
Así como los inversionistas privados buscan oportunidades de generar ahorros de largo plazo como un modo de aumentar sus ingresos, quienes toman decisiones de inversión pública deberían imitarlos. Todo el mundo reconoce que las inversiones públicas en infraestructura o adquisición de habilidades son necesarias para la mejora de la productividad de largo plazo. En muchos países, los fondos públicos siguen moviéndose en esa dirección incluso en tiempos de austeridad fiscal. Pero cuando se trata de la salud, la mayoría de los países parecen más dispuestos a dejar que las enfermedades se desarrollen para después pagar la cuenta de sus costosos tratamientos.
Los sistemas de salud de prácticamente todos los países desarrollados subestiman e infravaloran las herramientas de diagnóstico y evaluación de riesgos. De los $40 billones que el mundo gasta en ayuda para el desarrollo cada año, la anémica cifra de $374 millones se destina a preparación para pandemias. Y, sin embargo, si hoy pagáramos más para estar preparados, podríamos evitar costes muchísimo más altos en el futuro.
La financiación sostenida de bienes públicos globales como las vacunas, el diagnóstico, la higienización, el seguimiento y herramientas de modelación debe ser una de las herencias de políticas que nos deje la pandemia. Sus beneficios exceden con mucho sus costes individuales y representan una inversión de capital en salud que generará aumentos de productividad de largo aliento en el futuro.
Para que esta lógica de inversión quede grabada con solidez en todos los gastos de salud se necesitará un real cambio. Por ejemplo, habría que revisar las reglas de contabilidad fiscal para distinguir con claridad entre inversión en salud y gastos de consumo.
A nivel internacional, los gobiernos deberían seguir el modelo de la Junta de Estabilidad Financiera post-2008 y lanzar una Junta de Estabilidad de los Bienes Públicos centrada en el cambio climático y la salud pública global, y dirigir más fondos hacia iniciativas y proyectos que impulsen la resiliencia y la prosperidad de largo plazo. Por último, es momento de actualizar los Artículos del Acuerdo del Fondo Monetario Internacional para hacer de la salud una parte constitutiva de su función regular de monitoreo económico.
Estamos proponiendo estas ideas dentro de nuestras respectivas organizaciones, e invitamos a los demás a que también lo hagan. En último término, las soluciones adecuadas provendrán de innovadores de todos los ámbitos. Mientras más mentes puedan unirse, mejores serán nuestras chances de prevenir la próxima crisis.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen