AMÁN – Los ataques de Hamás del 7 de octubre y la implacable respuesta militar de Israel han reavivado una vez más lo que parece ser un ciclo de violencia interminable en Medio Oriente. No hay intentos serios de interrumpirlo, y la perspectiva de una solución definitiva al conflicto palestino‑israelí parece más lejana que nunca. Por eso, todo aquel que desee la paz debe hablar con franqueza a los israelíes y a los fundamentalistas islámicos militantes.
Por lo general hemos sido educados en la creencia de que conocer y estudiar a conciencia el pasado es una señal de carácter. Pero hoy lidiamos con dos bandos que se niegan a reflexionar sobre las experiencias pasadas o hacer planes para el futuro.
La operación de Hamás del 7 de octubre fue una versión más avanzada de sus ataques anteriores de 2008, 2014 y 2021. El objetivo declarado fue responder a prácticas de ocupación en el entorno de la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén oriental consideradas provocaciones y liberar a prisioneros palestinos. Pero ataques como estos nunca han cambiado la realidad en Gaza; por el contrario, han causado una y otra vez más muertes en ambos lados (aunque por lo general, el quíntuple de palestinos que de israelíes). A esto hay que sumar la inevitable destrucción de infraestructuras, el previsible endurecimiento del bloqueo y la represión continua de los palestinos (de la que dan cuenta los cada vez más frecuentes arrestos en Al Aqsa).
Por su parte, en la búsqueda de dar castigo militar a Hamás por los 1400 israelíes asesinados el 7 de octubre, Israel tampoco se ha detenido a examinar su propio historial. Las guerras anteriores en Gaza no lograron su objetivo principal de someter a Hamás, porque Israel siempre apuntó a los síntomas en vez de a las causas profundas.
Desde su creación, Israel ha librado numerosas guerras sangrientas en nombre de su seguridad, y a costa de las vidas, los derechos y las perspectivas de futuro de los palestinos. Y en los últimos tiempos, el gobierno ultraderechista del primer ministro Binyamin Netanyahu (que ahora ha dado paso a un gobierno de unidad nacional para la emergencia) designó a fanáticos religiosos en ministerios clave, desde donde intensificaron las tensiones con los palestinos por Al Aqsa y toda la Cisjordania ocupada.
Los israelíes cometen una y otra vez el error de creer que los palestinos aceptarán sumisamente el statu quo, a pesar de las duras condiciones en que viven y de la falta de esperanzas. Pero la historia de conflictos y ocupaciones en Argelia, Marruecos, Túnez, Siria y Egipto deja claro que esa mentalidad está condenada al fracaso. Los pueblos oprimidos pueden pasar por períodos de una aparente apatía, pero el deseo de libertad permanece, y tarde o temprano, siempre despertarán de su quietud.
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Los objetivos de Israel en esta última guerra parecen ser vengar a los asesinados por Hamás, restaurar el mermado poder disuasorio de las Fuerzas de Defensa de Israel y expulsar a Hamás de Gaza. Pero no ha explicado cómo logrará este último objetivo, ni qué hará después.
Cada vez que Hamás arrastra a Gaza y a su pueblo a una guerra sangrienta contra Israel, sigue un inevitable estallido emocional en todo el mundo árabe. Las imágenes de destrucción en Gaza provocan ira no sólo al árabe de a pie, sino también a figuras que por lo general razonan con la mente más fría. Aunque sea decepcionante, no sorprende ver extenderse el apoyo a Hamás y a su usurpación de la causa palestina entre algunos de los miembros más educados e ilustrados de la élite árabe. Hace poco una de estas figuras me reprendió por criticar a Hamás, con el argumento de que no es una organización terrorista sino un movimiento de resistencia, y de que los israelíes asesinados no eran civiles, sino colonos que se lo merecían.
Reacciones como esta demuestran de qué manera las olas de violencia y odio se llevan consigo todo lo que encuentran. Incluso los intelectuales pueden sucumbir a las emociones y la rabia (en buena medida alimentadas por las redes sociales y la propaganda).
Si Israel no logra eliminar a Hamás, o tan siquiera debilitar su poder militar y su autoridad política, poco habrá conseguido. Superar el daño sin precedentes que se le está infligiendo a Gaza llevará décadas. Del mismo modo, lo único que habrá hecho Hamás será montar una exhibición narcisista de fuerza que la inocente población de Gaza pagará con su sangre, sus hogares y su futuro. Y terminada la guerra, Hamás volverá a mostrar en su máxima expresión su desprecio a los civiles inocentes. Una vez más, sus partidarios celebrarán la «victoria» en medio de los escombros de casas demolidas y de los cadáveres de gazatíes inocentes.
Árabes e israelíes deben reflexionar detenidamente sobre los resultados probables de sus políticas y acciones. Recordar la experiencia pasada es el único modo de volver a una senda que ofrezca al menos alguna esperanza de futuro a ambas partes del conflicto.
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In betting that the economic fallout from his sweeping new tariffs will be worth the gains in border security, US President Donald Trump is gambling with America’s long-term influence and prosperity. In the future, more countries will have even stronger reasons to try to reduce their reliance on the United States.
thinks Donald Trump's trade policies will undermine the very goals they aim to achieve.
While America’s AI industry arguably needed shaking up, the news of a Chinese startup beating Big Tech at its own game raises some difficult questions. Fortunately, if US tech leaders and policymakers can take the right lessons from DeepSeek's success, we could all end up better for it.
considers what an apparent Chinese breakthrough means for the US tech industry, and innovation more broadly.
AMÁN – Los ataques de Hamás del 7 de octubre y la implacable respuesta militar de Israel han reavivado una vez más lo que parece ser un ciclo de violencia interminable en Medio Oriente. No hay intentos serios de interrumpirlo, y la perspectiva de una solución definitiva al conflicto palestino‑israelí parece más lejana que nunca. Por eso, todo aquel que desee la paz debe hablar con franqueza a los israelíes y a los fundamentalistas islámicos militantes.
Por lo general hemos sido educados en la creencia de que conocer y estudiar a conciencia el pasado es una señal de carácter. Pero hoy lidiamos con dos bandos que se niegan a reflexionar sobre las experiencias pasadas o hacer planes para el futuro.
La operación de Hamás del 7 de octubre fue una versión más avanzada de sus ataques anteriores de 2008, 2014 y 2021. El objetivo declarado fue responder a prácticas de ocupación en el entorno de la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén oriental consideradas provocaciones y liberar a prisioneros palestinos. Pero ataques como estos nunca han cambiado la realidad en Gaza; por el contrario, han causado una y otra vez más muertes en ambos lados (aunque por lo general, el quíntuple de palestinos que de israelíes). A esto hay que sumar la inevitable destrucción de infraestructuras, el previsible endurecimiento del bloqueo y la represión continua de los palestinos (de la que dan cuenta los cada vez más frecuentes arrestos en Al Aqsa).
Por su parte, en la búsqueda de dar castigo militar a Hamás por los 1400 israelíes asesinados el 7 de octubre, Israel tampoco se ha detenido a examinar su propio historial. Las guerras anteriores en Gaza no lograron su objetivo principal de someter a Hamás, porque Israel siempre apuntó a los síntomas en vez de a las causas profundas.
Desde su creación, Israel ha librado numerosas guerras sangrientas en nombre de su seguridad, y a costa de las vidas, los derechos y las perspectivas de futuro de los palestinos. Y en los últimos tiempos, el gobierno ultraderechista del primer ministro Binyamin Netanyahu (que ahora ha dado paso a un gobierno de unidad nacional para la emergencia) designó a fanáticos religiosos en ministerios clave, desde donde intensificaron las tensiones con los palestinos por Al Aqsa y toda la Cisjordania ocupada.
Los israelíes cometen una y otra vez el error de creer que los palestinos aceptarán sumisamente el statu quo, a pesar de las duras condiciones en que viven y de la falta de esperanzas. Pero la historia de conflictos y ocupaciones en Argelia, Marruecos, Túnez, Siria y Egipto deja claro que esa mentalidad está condenada al fracaso. Los pueblos oprimidos pueden pasar por períodos de una aparente apatía, pero el deseo de libertad permanece, y tarde o temprano, siempre despertarán de su quietud.
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Los objetivos de Israel en esta última guerra parecen ser vengar a los asesinados por Hamás, restaurar el mermado poder disuasorio de las Fuerzas de Defensa de Israel y expulsar a Hamás de Gaza. Pero no ha explicado cómo logrará este último objetivo, ni qué hará después.
Cada vez que Hamás arrastra a Gaza y a su pueblo a una guerra sangrienta contra Israel, sigue un inevitable estallido emocional en todo el mundo árabe. Las imágenes de destrucción en Gaza provocan ira no sólo al árabe de a pie, sino también a figuras que por lo general razonan con la mente más fría. Aunque sea decepcionante, no sorprende ver extenderse el apoyo a Hamás y a su usurpación de la causa palestina entre algunos de los miembros más educados e ilustrados de la élite árabe. Hace poco una de estas figuras me reprendió por criticar a Hamás, con el argumento de que no es una organización terrorista sino un movimiento de resistencia, y de que los israelíes asesinados no eran civiles, sino colonos que se lo merecían.
Reacciones como esta demuestran de qué manera las olas de violencia y odio se llevan consigo todo lo que encuentran. Incluso los intelectuales pueden sucumbir a las emociones y la rabia (en buena medida alimentadas por las redes sociales y la propaganda).
Si Israel no logra eliminar a Hamás, o tan siquiera debilitar su poder militar y su autoridad política, poco habrá conseguido. Superar el daño sin precedentes que se le está infligiendo a Gaza llevará décadas. Del mismo modo, lo único que habrá hecho Hamás será montar una exhibición narcisista de fuerza que la inocente población de Gaza pagará con su sangre, sus hogares y su futuro. Y terminada la guerra, Hamás volverá a mostrar en su máxima expresión su desprecio a los civiles inocentes. Una vez más, sus partidarios celebrarán la «victoria» en medio de los escombros de casas demolidas y de los cadáveres de gazatíes inocentes.
Árabes e israelíes deben reflexionar detenidamente sobre los resultados probables de sus políticas y acciones. Recordar la experiencia pasada es el único modo de volver a una senda que ofrezca al menos alguna esperanza de futuro a ambas partes del conflicto.