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La economía de Irán necesita un nuevo trato con Occidente

BLACKSBURG, VIRGINIA – La elección anticipada de Irán para reemplazar al difunto presidente Ebrahim Raisi puede haber revivido el movimiento reformista de Irán. Los votantes desilusionados que se habían abstenido de participar en la elección presidencial de junio de 2021 y en la elección parlamentaria de mayo respaldaron al candidato progresista, Masoud Pezeshkian, un cardiocirujano de 69 años que prometió mejorarle la vida a la gente y reducir las tensiones sociales. Estos compromisos, combinados con su estilo de vestimenta y su discurso informales, bastaron para derrotar al candidato archiconservador, Saeed Jalili, por una diferencia de 10 puntos porcentuales.

Pero el respaldo de los reformistas no necesariamente coloca a Pezeshkian en el bando reformista. Él mismo se resiste a ese rótulo, así como a la idea de que representa una continuación de la presidencia del moderado Hassan Rouhani entre 2013 y 2021. Al igual que Rouhani, Pezeshkian ve una mejor relación con Occidente y el fin de las sanciones como un imperativo estratégico para Irán. Pero, más allá de esto, sus políticas probablemente sean diferentes de las de Rouhani en varios sentidos importantes.

Por ejemplo, Pezeshkian hace hincapié en la importancia de la justicia económica, lo que lo ubica más cerca del expresidente Mohammad Khatami que de Rouhani, que tenía más fe en los mercados. En el pasado, Pezeshkian formó parte del innovador sistema de prestación de servicios de salud en zonas rurales de Irán y sigue creyendo en que la atención médica y la educación debe ser provista por el Estado. Cada vez más, y de manera inequitativa, estos servicios son provistos por el sector privado.

Mientras que los principales simpatizantes de Rouhani eran miembros seculares de la clase media prooccidental, Pezeshkian apela a los hogares piadosos que, por lo general, no buscan una caída violenta de la República Islámica. Esto puede explicar por qué, por empezar, se le permitió ser candidato, e implica que los próximos cuatro años estarán lejos de ser un “tercer mandato de Rouhani”.

El nuevo presidente hereda una cantidad de problemas económicos que se han acumulado en los últimos diez años de duras sanciones de Estados Unidos y de tensiones regionales exacerbadas. La inversión en Irán ha caído a un mínimo histórico del 11% del PIB; el deterioro de la red de electricidad y de gas natural (que alguna vez fue motivo de orgullo) ha provocado cortes de energía cada vez más frecuentes, y la migración rural-urbana, alimentada por la sequía, ha sobrecargado los suministros de agua y otros servicios.

El desempeño económico deslucido del gobierno “revolucionario” de Raisi (una etiqueta aplicada por los partidarios de línea dura que intentaban retomar los valores originales de la Revolución Islámica) puede haber convencido a algunos conservadores poderosos de que permitir que un líder reformista negocie un nuevo trato con Occidente justifica el riesgo. Para defender su objetivo de conseguir que se alivien las sanciones, Pezeshkian ha convocado a exasesores de Rouhani como Javad Zarif, el hábil diplomático que negoció el acuerdo nuclear de 2015 con China, Francia, Rusia, el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea. Zarif participó de manera entusiasta en la campaña de Pezeshkian, aunque ha descartado formar parte del gabinete del nuevo presidente.

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Lo que está en juego no es tanto la ideología como la conciencia práctica de que la mayor parte de los principales problemas de Irán deriva de las sanciones. Como sostengo en How Sanctions Work (Cómo funcionan las sanciones), la economía de Irán venía creciendo de manera robusta hasta 2011, cuando Estados Unidos y sus aliados reforzaron las sanciones para obligar al país a cercenar sus ambiciones nucleares y sentarse a la mesa de negociación.

Esas medidas restringieron profundamente las exportaciones petroleras de Irán y su acceso a la banca y a los mercados financieros globales, lo que generó muchos otros problemas. Por ejemplo, la inflación anual, que ya venía oscilando entre el 20% y el 40% durante décadas, se disparó en 2012 y, nuevamente, en 2018, después de que la administración Trump pusiera fin al acuerdo nuclear. Una moneda iraní devaluada hizo subir los precios locales y torpedeó el presupuesto del gobierno, lo que llevó al banco central a responder con emisión monetaria.

Aunque esto alimentó aún más la inflación, los responsables de las políticas no tenían muchas opciones, porque las fuentes habituales de financiamiento (como el endeudamiento en el exterior) ya no estaban disponibles o no eran efectivas. Pezeshkian enfrentará las mismas limitaciones. Emitir bonos domésticos exigirá que el gobierno pague tasas de interés superiores al 30% por año, lo que no haría más que provocar déficits mayores. De la misma manera, aumentar impuestos en una economía acostumbrada a recibir rentas petroleras sería económicamente difícil y políticamente conflictivo, y combatir la inflación con recortes del gasto social y del crédito resultaría en mayor pobreza y desempleo.

Otra posibilidad es aumentar los precios de la energía. Los precios muy bajos de los últimos años han fomentado el consumo de gasolina y gas natural por encima del promedio global. La demanda de gasolina ha venido subiendo en los últimos diez años, aún con un estancamiento salarial. Irán actualmente importa gasolina a alrededor de 0,75 dólares por litro y la vende en el surtidor a 0,03 dólares por litro. Sin embargo, si bien subir los precios para llevarlos a los niveles globales cerraría la brecha presupuestaria, también resultaría inflacionario y, por ende, políticamente desacertado al inicio de una nueva administración.

La única opción que queda es aumentar los ingresos exportando más petróleo, lo que exige un acuerdo con Estados Unidos. Un alivio de las sanciones al petróleo iraní no solo reduciría la necesidad de imprimir dinero; también mitigaría las futuras sacudidas cambiarias si Donald Trump regresa a la Casa Blanca y aumenta su campaña de “máxima presión” contra Irán el año próximo.

Aflojar las restricciones al acceso de Irán al sistema financiero global no es menos importante. Los últimos diez años de devaluación de la moneda han reducido los salarios iraníes por un factor de tres en unidades de moneda extranjera. Sin embargo, los trabajadores iraníes no pueden beneficiarse de esta nueva fuente de competitividad porque las sanciones bancarias dificultan las exportaciones iraníes a la mayoría de los mercados extranjeros.

Más allá de quién gane la elección presidencial de Estados Unidos en noviembre, la opción a la que se enfrenta el nuevo presidente moderado de Irán es obvia. Sin un fin a la vista de la guerra atroz en Gaza, y frente al fuego cruzado entre Hezbollah e Israel en la frontera libanesa, la situación en la región es sumamente volátil. Dado que una guerra regional destructiva no es algo que le interese a Irán, tiene sentido considerar que la elección de Pezeshkian es una señal de que a los líderes iraníes les interesa reducir las tensiones. Eso implica que Estados Unidos tiene una nueva oportunidad de revivir el acuerdo nuclear que Trump desechó, o llevar adelante un nuevo trato.

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