El rostro Royal de Francia

Ségolène Royal se ha situado volando al frente del pelotón de socialistas que aspiran a suceder a Jacques Chirac como Presidente de Francia. Hace unos meses nadie habría apostado un solo euro por semejante perspectiva. Hasta hace poco, Royal, que ahora simplemente encabeza uno de los veintidós gobiernos regionales de Francia, era más conocida como la pareja no matrimonial de François Hollande, el dirigente del Partido Socialista. Sin embargo, según las encuestas de opinión, es el único candidato de izquierdas que parece tener posibilidades de derrotar a Nicolas Sarkozy, actual ministro de Interior y probable portaestandarte del centro derecha en las elecciones presidenciales del próximo mes de mayo.

¿Cómo es que Royal ha ascendido tanto y tan rápidamente? Una razón es la de que es la única cara nueva entre los socialistas que rivalizan por la designación del partido. Laurent Fabius, Martine Aubry, Dominique Strauss-Kahn, Jack Lang e incluso Hollande son, todos ellos, antiguos ministros que se neutralizaron mutuamente, mientras que Lionel Jospin, ex Primer Ministro, decidió poner fin a su carrera política tras su derrota en 2002. Cada uno de ellos tiene sus puntos fuertes y débiles, pero ninguno de ellos parece capaz de desafiar a Sarkozy. De hecho, en vista de la ventaja que Royal les lleva, Jospin y Hollande han abandonado la carrera.

De modo que había un vacío que colmar, acompañado de un intenso deseo de renovación entre los fieles del partido. La principal virtud de Royal es la de no haber participado en las numerosas batallas internas que enfurecen a los militantes y votantes socialistas y su falta de asociación con la dirección del partido la ha librado de verse acusada de sus errores. Ésa es la razón por la que, lejos de ser una desventaja, su posición periférica es uno de sus activos principales.

Tiene una experiencia ministerial mínima y políticamente menor –ministra de Medio Ambiente en 1992-1993, viceministra de Enseñanza Secundaria en 1997-2000 y ministra de Asuntos Familiares en 2000-2002– y ha atraído la atención principalmente por su labor relativa a asuntos relacionados con los problemas cotidianos, como, por ejemplo, los programas televisivos infantiles y los malos tratos en las escuelas, pero, mientras que otros políticos no consideran políticamente importantes esos asuntos, sí que lo son y mucho para la mayoría de los ciudadanos comunes y corrientes. Ésa es la razón por la que la gente se inclina por considerarla una político sincera, no preocupada sólo por su ambición personal.

Respecto de las cuestiones de seguridad y la educación, Royal difiere de la izquierda clásica, pues es más bien partidaria de la línea dura. También eso es una ventaja en un país en el que la seguridad es en la actualidad la máxima prioridad para la mayoría de los ciudadanos. Como madre de cuatro hijos que proclama creer en los valores familiares tradicionales, resulta atractiva para los votantes de derechas, mientras que su relación no matrimonial con Hollande la hace parecer una mujer esencialmente moderna.

Además, ser una mujer es un gran activo. Cuando una pregunta la incomoda, suele replicar: "¿Habría usted preguntado lo mismo a un hombre?". Desde que Laurent Fabius recibió un palo en las encuestas, cuando se burló de su candidatura preguntando: "¿Quién se ocupará de los niños?", sus oponentes han temido parecer misóginos al atacarla y, cuando la critican, ella se apresura a adoptar la pose de víctima inocente, injustamente maltratada por los bravucones de la escuela.

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En cuanto a táctica política, también se ha mostrado innovadora, al organizar su campaña en la red Internet con un plan para redactar su programa a partir de las respuestas de los usuarios. Su lema, "Mi programa es vuestro", podría resultar popular entre ciudadanos que, como en muchas democracias modernas, no confían en su minoría política selecta. Aunque estudió, como la mayoría de los miembros de la clase política de Francia, en la École National d'Administration (ENA), desdeña el lenguaje y los hábitos de esa factoría de la minoría selecta. Por último –y no se trata de lo menos importante–, es atractiva. Unas fotos de ella en traje de baño, tomadas por unos paparazzi este verano, dieron mucho que hablar en toda Francia.

Pero la partida no ha acabado. Los socialistas decidirán el 17 de noviembre quién será su candidato. Los otros aspirantes, que van detrás de ella en las encuestas de opinión, citan su falta de crédito en materia de política económica y relaciones internacionales. Nadie conoce su opinión sobre el Oriente Medio, el terrorismo, la disuasión nuclear y la seguridad internacional. Durante la reciente guerra del Líbano, pidió la intervención de Bill Clinton... respuesta insuficiente para muchos.

La falta de programa de Royal ha sido su punto fuerte, pero aún podría ser su perdición. Tarde o temprano, habrá de abandonar su estudiada ambigüedad y probablemente pagará un precio por hacerlo. Pocos votantes apoyarán a alguien cuyo programa político se base sólo en la educación y la defensa de la familia. Algunos socialistas temen que, una vez designada, no pueda afrontar a Sarkozy en debates directos.

Además, las encuestas de opinión en Francia son augurios volubles. Desde 1981, ningún favorito en las encuestas ha ganado la presidencia. Según las encuestas, Valéry Giscard d'Estaign, no François Miterrand, debería haber sido elegido en 1981. En 1988, pocos meses antes de las elecciones, Raymond Barre (ex Primer Ministro) era el archifavorito, pero ni siquiera pasó a la segunda vuelta. Unas semanas antes de las elecciones de 1995, Jacques Chirac parecía tan débil, que un periodista le preguntó a las claras en una emisión televisiva en directo si no sería mejor para él abandonar y Jospin estaba considerado el único vencedor posible en 2002, antes de acabar en tercera posición, detrás de Chirac y Jean-Marie Le Pen.

Pero Royal confía en su suerte. Dista de ser una aspirante débil y aprende rápidamente gracias a un potente equipo de campaña. Si logra fortalecer su programa en materia de política exterior, aún podría iniciar un nuevo capítulo en la historia política francesa.

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