La lucha de Etiopía por la democracia

Cuando los integrantes de la oposición política de Etiopía acordamos participar en las elecciones que el gobierno convocó en junio, no nos hacíamos ilusiones sobre la posibilidad de que el proceso fuera irreprochable. Al fin y al cabo, Etiopía nunca ha conocido la democracia. La dictadura de Mengistu Haile Mariam fue el régimen marxista más aterrador de África y fue substituida por el EPRDF actualmente gobernante, cuya “democracia revolucionaria” es una simple variación sutil sobre el mismo tema.

Así, pues, sabíamos que habría problemas con las elecciones, que la votación no sería limpia del modo que los países occidentales dan por sentado, pero, aun así, creíamos que la oposición, encabezada por la Coalición por la Unidad y la Democracia (CUD), tendría margen de maniobra para hacer campaña, en vista del deseo del gobierno de obtener una legitimidad internacional, conque decidimos tantear el terreno y presionar en pro de una apertura política real y una votación auténticamente competitiva. Parece que muchos etíopes se mostraron conformes con esa estrategia.

El gobierno puso, en efecto, a disposición de los candidatos algunos medios de comunicación y participó en más de diez debates televisados en directo. De modo que, al menos al principio, pareció haber cierta intención por parte del gobierno de dar transparencia al proceso... si no completamente, al menos algo. Sin embargo, ahora resulta que las autoridades sólo querían una pequeña apertura dirigida, al suponer que podrían controlar el resultado.

Un mes, más o menos, antes de las elecciones, el gobierno empezó a cerrar el espacio político que había abierto. Su campaña electoral adoptó un tono vilipendiador, al acusar a la oposición de estar destruyendo grupos étnicos mediante genocidio. De hecho, llamó a la oposición “interahamwe”, invocando la memoria de la milicia hutu que mató salvajemente a 800.000 ruandeses tutsis en 1994. El gobierno empezó también a acosar a los partidos de la oposición, en particular en las zonas rurales.

Fue algo desagradable, pero tolerable, conque seguimos haciendo campaña, pero la situación se volvió más peliaguda una semana antes de la votación. La asistencia a una concentración oficial progubernamental en la capital, Adis Abeba, quedó eclipsada por nuestra concentración del día siguiente, cuando millones de manifestantes pidieron pacíficamente un cambio y mostraron su apoyo para nosotros. En aquel momento, el gobierno comprendió que su apertura democrática se le estaba escapando de las manos.

Dos días antes de la votación, interventores electorales y partidarios nuestros fueron registrados, detenidos y juzgados en el plazo de 24 horas y la mayoría de ellos condenados a uno o dos meses de cárcel. Temimos que las votaciones se celebraran sin nuestros interventores electorales, conque convocamos una conferencia de prensa –todos los partidos de la oposición juntos– el día anterior a la votación, en la que pedimos que el gobierno liberara a los agentes de nuestros partidos y permitiera al pueblo votar libremente.

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Aunque el gobierno no satisfizo ninguna de esas peticiones, los primeros resultados mostraron claramente que la oposición estaba obteniendo un gran número de escaños. Resultaba evidente que estábamos ganando en muchas circunscripciones y que habíamos ganado en Adis Abeba, además de en la mayoría de las ciudades mayores y en las zonas rurales.

Lo sorprendente fue la magnitud de la victoria. En Adis Abeba, altos funcionarios del gobierno, incluidos los ministros de Educación y Creación de Capacidad, perdieron, como también el Presidente de la Cámara de Representantes del Pueblo. En las circunscripciones rurales, los candidatos de la oposición derrotaron a pesos pesados del EPRDF como los ministros de Defensa, de Información y de Infraestructuras, junto con los presidentes de las dos regiones mayores: Oromia y Amhara.

El gobierno se apresuró a responder el día siguiente: se declaró ganador, cuando ni siquiera la mitad de las circunscripciones habían comunicado sus resultados.

Así, pues, no es de extrañar que el público estallara en cólera. Cuando los estudiantes universitarios protestaron, la policía irrumpió y mató a uno. En las manifestaciones del día siguiente, murieron 36 personas más. Poco después, nuestros oficinistas fueron detenidos y Hailu Shawel, Presidente de la CUD, y el oficial superior de la CUD Ayalew fueron sometidos a detención domiciliaria. Tan sólo de nuestra sede en Adis Abeba se llevaron a cien miembros del personal y de nuestras oficinas regionales a muchos más. Hasta 6.000 personas fueron encarceladas: miembros de la CUD e incluso ciudadanos comunes y corrientes.

Lo que temo es que la voluntad del pueblo de Etiopía resulte ahogada por los duros del gobierno. Las dudas sobre la autenticidad de los resultados finales crearán un peligro de inestabilidad. Todo el mundo –el gobierno, la oposición y el público- deben comprometerse con una resolución pacífica.

Para restablecer la calma antes de que se pueda hacer un nuevo escrutinio, se necesitan medidas de creación de confianza. Se debe retirar al ejército de las calles. Se debe revocar la prohibición de las manifestaciones públicas. Los encarcelados deben ser liberados o sometidos a un juicio justo. Los detenidos simplemente porque no apoyan al gobierno deben ser liberados y se debe permitirles participar en el proceso democrático. Se deben abrir los medios de comunicación controlados por el gobierno a la diversas opiniones; en particular, se debe garantizar el acceso de la oposición.

Igualmente importante es que la comunidad internacional envíe observadores... y con ello dé una señal clara al gobierno de que cualquier intento de mantener el poder por la fuerza o la intimidación es inaceptable. El mundo debe seguir observando, exactamente como lo hizo en Georgia, Ucrania, Líbano y Palestina.

Por primera vez en nuestra antigua historia, los etíopes hemos votado conforme a nuestra conciencia. Nuestro pueblo ha participado con valor y disciplina. Merece la oportunidad de construir un sistema político democrático genuino. Ésa es su única garantía para vivir en paz y lograr la prosperidad.

https://prosyn.org/pg5q5jCes