NUEVA YORK – El colapso casi total de los sistemas financieros a nivel mundial ha puesto al descubierto las debilidades fundamentales de su arquitectura y de su reglamentación. Al hacer un llamado a adoptar medidas “de protección contra los riesgos sistémicos”, la cumbre del G-20 ha iniciado el proceso de reconstrucción reconociendo que se debe regular todo el sistema, no sólo algunas instituciones individualmente.
Desafortunadamente, el comunicado del G-20 ofrece únicamente las mismas recetas para administrar el riesgo sistémico que ya han propuesto el Foro sobre la Estabilidad Financiera, la Reserva Federal de Estados Unidos y otros. Estas propuestas se han centrado en los problemas causados por la escasa transparencia, el exceso de apalancamiento, las instituciones financieras demasiado grandes, los paraísos fiscales, los malos incentivos para los directores financieros y los conflictos de interés de las agencias calificadoras del crédito. Todos son importantes pero no toman en cuenta un punto fundamental.
Nadie niega que la abrupta caída de los precios de los bienes raíces y las acciones, luego de prolongados periodos de expansión –muy por encima de los niveles de referencia históricos—, ayudó a desencadenar y alimentar la crisis. Mientras la fase de contracción continúe, existe el peligro de que también se haga excesiva y arrastre al sistema financiero y la economía a una crisis aun más profunda.
Por lo tanto, contener los riesgos sistémicos requiere no sólo garantizar la transparencia y administrar el apalancamiento en el sistema, sino también reconocer que esos riesgos varían dependiendo del valor de los activos. Si las instituciones que estaban demasiado expuestas hubieran entendido esto, habrían aumentado sus reservas de capital cuando los precios de los bienes raíces y las acciones estaban aumentando, a fin de protegerse contra el inevitable retroceso. Pero, como sabemos, no lo hicieron.
Una de las razones de este fracaso es que el pilar 1 del Acuerdo de Basilea II, que esboza la forma en que los bancos de todo el mundo deben evaluar los riesgos crediticios y determinar el monto de las reservas de capital, no da un margen explícito para las fluctuaciones de larga duración en los mercados de valores. En cambio, se basa en medidas de valor en riesgo (VaR) que vinculan el riesgo con nociones comunes de volatilidad del mercado a corto plazo.
El problema reside en que con esas medidas se presupone implícitamente que el riesgo disminuye cuando las condiciones del mercado son favorables: se exige menos capital en periodos de calma y más en periodos de volatilidad. Efectivamente, la suposición es que las pérdidas de capital son aleatorias, de forma que los retrocesos y pérdidas abruptas que generalmente suelen llegar después de fases de aumento excesivo de los precios no se toman en cuenta en los cálculos de los riesgos.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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En efecto, dado que las medidas normales de las probabilidades de impago disminuyen cuando la economía está funcionando bien y aumentan en el caso contrario, los requisitos de capital basados en esas medidas tienden a ser procíclicos. Pero eso aumenta el riesgo sistémico en lugar de disminuirlo.
Ahora, el G-20 ha hecho un llamado a revisar las normas de Basilea II de forma que los requisitos de capital sean anticíclicos, y la experiencia de España con esos requisitos indica que hacerlo es un avance en la dirección correcta. Pero esas revisiones de Basilea II no son suficientes, porque las carteras de los bancos —sobre todo las de los bancos internacionales con grandes carteras de instrumentos financieros—son vulnerables a los riesgos que surgen de las fluctuaciones de largo plazo en los mercados de valores.
Como resultado, no sólo se necesitan medidas anticíclicas, sino que los requisitos de capital de los bancos deben variar inversamente con las fluctuaciones de auge y crisis de los mercados de valores a las que están demasiado expuestos. Es necesario reforzar las defensas de los bancos durante los periodos de aumentos excesivos de los precios de los valores de manera que puedan soportar los retrocesos inevitables.
El nexo entre el riesgo financiero y las variaciones de los precios de los valores surge del uso de un nuevo enfoque para entender el riesgo y las fluctuaciones en los mercados de valores: la economía del conocimiento imperfecto. Este enfoque implica que se puede hacer más para reducir el riesgo sistémico, más allá de reformar la manera de medirlo y de determinar las reservas de capital.
La economía del conocimiento imperfecto reconoce que, dentro de un rango razonable, el mercado es mucho más eficiente (aunque no perfecto) para fijar precios que los encargados de regular. Pero también admite que las variaciones de los precios pueden ser excesivas en el sentido de que los participantes pueden establecer precios para los activos que se alejan mucho de los niveles correspondientes a su valor de largo plazo.
La historia muestra que esas variaciones son insostenibles y que, mientras más excesivas sean, más abruptos y costosos serán los retrocesos –y más graves serán las consecuencias para el sistema financiero y la economía. La lección de esta crisis es que las variaciones excesivas deben moderarse con un conjunto de medidas prudenciales.
Una posible medida es anunciar “rangos de referencia” para los precios de los valores, con objetivos de variación de las garantías y los requisitos de capital, no para eliminar, sino para ayudar a moderar los movimientos fuera de esos rangos. La característica clave de estas medidas es que se aplican de forma distinta dependiendo de si un valor está por encima o por debajo del rango de referencia. Su objetivo es desalentar las operaciones que alejen a los precios del rango y alentar las que ayuden a acercarlos a él.
El propósito de la reglamentación prudencial es mejorar la capacidad de los mercados financieros de autocorregirse dentro de valores sostenibles. En contraste, las restricciones generalizadas a las ventas en corto (y otras medidas que no toman en cuenta si un valor esta sobre o subvaluado) –una opción que algunas personas han sugerido—podría conducir en efecto a una mayor inestabilidad. Las reglas que son benéficas en ciertas circunstancias pueden ser contraproducentes en otras. Por ello, la idea de que lo que el mundo necesita ahora son más reglas fijas no funcionará.
Desafortunadamente, la teoría económica contemporánea, con su suposición de la fijación perfecta de precios en los mercados de valores, ha disuadido a los economistas y a los encargados del diseño de políticas de tomar en cuenta el papel de las variaciones de los precios de los valores al administrar los riesgos sistémicos. La crisis global actual demuestra que ya no podemos darnos el lujo de ignorar este factor vital.
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US President Donald Trump’s import tariffs have triggered a wave of retaliatory measures, setting off a trade war with key partners and raising fears of a global downturn. But while Trump’s protectionism and erratic policy shifts could have far-reaching implications, the greatest victim is likely to be the United States itself.
warns that the new administration’s protectionism resembles the strategy many developing countries once tried.
It took a pandemic and the threat of war to get Germany to dispense with the two taboos – against debt and monetary financing of budgets – that have strangled its governments for decades. Now, it must join the rest of Europe in offering a positive vision of self-sufficiency and an “anti-fascist economic policy.”
welcomes the apparent departure from two policy taboos that have strangled the country's investment.
NUEVA YORK – El colapso casi total de los sistemas financieros a nivel mundial ha puesto al descubierto las debilidades fundamentales de su arquitectura y de su reglamentación. Al hacer un llamado a adoptar medidas “de protección contra los riesgos sistémicos”, la cumbre del G-20 ha iniciado el proceso de reconstrucción reconociendo que se debe regular todo el sistema, no sólo algunas instituciones individualmente.
Desafortunadamente, el comunicado del G-20 ofrece únicamente las mismas recetas para administrar el riesgo sistémico que ya han propuesto el Foro sobre la Estabilidad Financiera, la Reserva Federal de Estados Unidos y otros. Estas propuestas se han centrado en los problemas causados por la escasa transparencia, el exceso de apalancamiento, las instituciones financieras demasiado grandes, los paraísos fiscales, los malos incentivos para los directores financieros y los conflictos de interés de las agencias calificadoras del crédito. Todos son importantes pero no toman en cuenta un punto fundamental.
Nadie niega que la abrupta caída de los precios de los bienes raíces y las acciones, luego de prolongados periodos de expansión –muy por encima de los niveles de referencia históricos—, ayudó a desencadenar y alimentar la crisis. Mientras la fase de contracción continúe, existe el peligro de que también se haga excesiva y arrastre al sistema financiero y la economía a una crisis aun más profunda.
Por lo tanto, contener los riesgos sistémicos requiere no sólo garantizar la transparencia y administrar el apalancamiento en el sistema, sino también reconocer que esos riesgos varían dependiendo del valor de los activos. Si las instituciones que estaban demasiado expuestas hubieran entendido esto, habrían aumentado sus reservas de capital cuando los precios de los bienes raíces y las acciones estaban aumentando, a fin de protegerse contra el inevitable retroceso. Pero, como sabemos, no lo hicieron.
Una de las razones de este fracaso es que el pilar 1 del Acuerdo de Basilea II, que esboza la forma en que los bancos de todo el mundo deben evaluar los riesgos crediticios y determinar el monto de las reservas de capital, no da un margen explícito para las fluctuaciones de larga duración en los mercados de valores. En cambio, se basa en medidas de valor en riesgo (VaR) que vinculan el riesgo con nociones comunes de volatilidad del mercado a corto plazo.
El problema reside en que con esas medidas se presupone implícitamente que el riesgo disminuye cuando las condiciones del mercado son favorables: se exige menos capital en periodos de calma y más en periodos de volatilidad. Efectivamente, la suposición es que las pérdidas de capital son aleatorias, de forma que los retrocesos y pérdidas abruptas que generalmente suelen llegar después de fases de aumento excesivo de los precios no se toman en cuenta en los cálculos de los riesgos.
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Ahora, el G-20 ha hecho un llamado a revisar las normas de Basilea II de forma que los requisitos de capital sean anticíclicos, y la experiencia de España con esos requisitos indica que hacerlo es un avance en la dirección correcta. Pero esas revisiones de Basilea II no son suficientes, porque las carteras de los bancos —sobre todo las de los bancos internacionales con grandes carteras de instrumentos financieros—son vulnerables a los riesgos que surgen de las fluctuaciones de largo plazo en los mercados de valores.
Como resultado, no sólo se necesitan medidas anticíclicas, sino que los requisitos de capital de los bancos deben variar inversamente con las fluctuaciones de auge y crisis de los mercados de valores a las que están demasiado expuestos. Es necesario reforzar las defensas de los bancos durante los periodos de aumentos excesivos de los precios de los valores de manera que puedan soportar los retrocesos inevitables.
El nexo entre el riesgo financiero y las variaciones de los precios de los valores surge del uso de un nuevo enfoque para entender el riesgo y las fluctuaciones en los mercados de valores: la economía del conocimiento imperfecto. Este enfoque implica que se puede hacer más para reducir el riesgo sistémico, más allá de reformar la manera de medirlo y de determinar las reservas de capital.
La economía del conocimiento imperfecto reconoce que, dentro de un rango razonable, el mercado es mucho más eficiente (aunque no perfecto) para fijar precios que los encargados de regular. Pero también admite que las variaciones de los precios pueden ser excesivas en el sentido de que los participantes pueden establecer precios para los activos que se alejan mucho de los niveles correspondientes a su valor de largo plazo.
La historia muestra que esas variaciones son insostenibles y que, mientras más excesivas sean, más abruptos y costosos serán los retrocesos –y más graves serán las consecuencias para el sistema financiero y la economía. La lección de esta crisis es que las variaciones excesivas deben moderarse con un conjunto de medidas prudenciales.
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El propósito de la reglamentación prudencial es mejorar la capacidad de los mercados financieros de autocorregirse dentro de valores sostenibles. En contraste, las restricciones generalizadas a las ventas en corto (y otras medidas que no toman en cuenta si un valor esta sobre o subvaluado) –una opción que algunas personas han sugerido—podría conducir en efecto a una mayor inestabilidad. Las reglas que son benéficas en ciertas circunstancias pueden ser contraproducentes en otras. Por ello, la idea de que lo que el mundo necesita ahora son más reglas fijas no funcionará.
Desafortunadamente, la teoría económica contemporánea, con su suposición de la fijación perfecta de precios en los mercados de valores, ha disuadido a los economistas y a los encargados del diseño de políticas de tomar en cuenta el papel de las variaciones de los precios de los valores al administrar los riesgos sistémicos. La crisis global actual demuestra que ya no podemos darnos el lujo de ignorar este factor vital.