El pedido del presidente francés Nicolas Sarkozy al Banco Central Europeo para que intervenga y frene la subida del euro comúnmente se ve como una señal de que Sarkozy ni entiende los mercados ni confía en ellos. De hecho, algunos hoy lo ven como un gaullista tradicional que quiere ayudar a los productores franceses devaluando artificialmente el euro.
Pero, ¿podría Sarkozy tener razón al creer que los mercados monetarios no impulsan automáticamente los tipos de cambio a niveles consistentes con los fundamentos del comercio internacional? Después de todo, los bienes comparables suelen venderse internacionalmente a precios muy diferentes. Por ejemplo, según
The Economist
, una hamburguesa Big Mac se vende en la zona del euro a unos tres euros –aproximadamente 4 dólares al tipo de cambio actual-, pero sólo a unos 3,20 dólares en Estados Unidos, lo que implica que el euro está sobrevaluado en alrededor del 25%.
A partir de las últimas tres décadas de monedas flotantes, resulta evidente que los tipos de cambio determinados por el mercado tienden a alejarse de manera amplia y persistente de los niveles de paridad que harían que los bienes comparables se vendieran a precios comparables en diferentes países. De manera que los políticos como Sarkozy pueden tener fundamentos para sostener que los bancos centrales deberían intervenir para limitar este tipo de oscilaciones.
Sin embargo, los economistas, entre ellos muchos integrantes de bancos centrales, normalmente no ven las cosas de esta manera. A pesar de las oscilaciones amplias y persistentes en los mercados monetarios reales, sus llamados “modelos de expectativas racionales” predicen que los tipos de cambio no deberían alejarse de la paridad de una manera perdurable. Como creen haber encontrado la manera de modelar precisamente cómo deberían pensar los agentes monetarios sobre el futuro, no ven ninguna necesidad de intervención porque, salvo por desviaciones temporarias, los mercados siempre entienden bien los valores monetarios.
En contraste, los “economistas conductistas” admiten que las monedas pueden alejarse de la paridad por un tiempo prolongado, pero sostienen que esto no resulta de los intentos por parte de los agentes de interpretar los movimientos en los principios macroeconómicos, sino de la psicología del mercado y las operaciones mercantiles irracionales. Para ellos, la intervención no es tan innecesaria como imposible. Frente a amplias oscilaciones, los bancos centrales son incompetentes a la hora de contrarrestar el celo irracional de los operadores para alejar una moneda un poco más de los niveles históricos de referencia. Después de todo, los flujos especulativos responden por más del 95% de los 2 billones de dólares comercializados diariamente en los mercados monetarios.
Pero tanto las “expectativas racionales” como los modelos “conductistas” son básicamente defectuosos a la hora de evaluar las intervenciones en políticas. Por más diferentes que puedan parecer, intentan generar predicciones exactas del comportamiento humano, ya sea “racional” o “irracional”. Ambos ignoran el hecho de que la racionalidad depende tanto de los malentendidos imperfectos de la historia y la sociedad por parte de los individuos como de su motivación. También ignoran la importancia para los resultados del mercado de la creatividad individual y el cambio socio-político imprevisible.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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Una vez que se coloca este “conocimiento imperfecto” en el corazón del análisis económico, las implicancias de nuestra capacidad inherentemente limitada para predecir los resultados de los mercados se vuelven claras. Cuando se trata de los mercados monetarios, los niveles de paridad basados en el comercio internacional son simplemente uno de los muchos factores que los operadores pueden considerar. Al intentar hacer frente al conocimiento imperfecto, no son irracionales cuando le prestan atención a otros principios macroeconómicos y, por ende, hacen alejar un tipo de cambio de su nivel de paridad.
La reciente suba del euro frente al dólar es un buen ejemplo: en términos generales, las alzas del euro han estado reaccionando frente al enorme déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, a una economía emergente de la zona del euro y a las crecientes tasas de interés en euros. ¿Qué tiene de irracional tener en cuenta estos fundamentos cuando se comercializa una moneda?
Por supuesto, los alejamientos persistentes de la paridad no duran para siempre. Si bien los movimientos en los principios macroeconómicos pueden derivar en un impulso del valor de una moneda un poco más por encima de la paridad, simultáneamente se preocupan por un contra-movimiento de regreso a la paridad –y, por ende, a pérdidas de capital- que modera su deseo de incrementar sus posiciones largas.
Este concepto de riesgo se basa en un discernimiento descuidado de John Maynard Keynes, que era profundamente consciente de la centralidad del conocimiento imperfecto para entender las fluctuaciones de precios en los mercados de activos. Es más, relacionar el riesgo de mantener una posición abierta en un mercado monetario a la divergencia del tipo de cambio con respecto a los niveles de paridad sugiere una manera novedosa de pensar cómo los bancos centrales pueden influir en el mercado para limitar los alejamientos de la paridad.
Cada mes, el banco central debería anunciar su estimación de un
rango
de valores de paridad respaldada por análisis, lo cual, a diferencia de un valor preciso, refleja la imperfección inherente del conocimiento con respecto a la paridad de una moneda. Cuando el tipo de cambio se aleja de este rango, los anuncios regulares del banco central aumentarían la preocupación de los agentes monetarios de que otros agentes consideren cada vez más riesgoso mantener posiciones abiertas. Esto debería moderar su voluntad de hacerlo, limitando así la magnitud de la oscilación monetaria.
Esta estrategia
no
implica que los bancos centrales deban intentar confinar el tipo de cambio a una zona predeterminada. Dada la enorme dimensión de los volúmenes diarios en los mercados monetarios, este tipo de intentos casi siempre fallan, derivando en crisis monetarias. En cambio, la estrategia de “
limitar las oscilaciones
” aquí propuesta implica que, cuando el tipo de cambio se aleja un poco más de la paridad, los bancos centrales deberían utilizar sus reservas para intervenir en momentos impredecibles a fin de reforzar el efecto de sus anuncios regulares del rango de paridad en la percepción de los agentes de un mayor riesgo de pérdidas de capital.
Nuestra propuesta de reducir –pero no limitar- los alejamientos de la paridad reconoce que las fluctuaciones de precios pueden ser cruciales para que los mercados se cercioren del precio de los activos que prometen una utilidad incierta. Pero las oscilaciones monetarias, si son demasiado amplias y prolongadas, pueden obstruir la actividad económica real, razón por la cual a veces es necesaria la intervención. Sólo si se admiten explícitamente los límites del conocimiento de los economistas y los estrategas políticos este tipo de políticas tienen posibilidades de éxito.
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US President Donald Trump’s import tariffs have triggered a wave of retaliatory measures, setting off a trade war with key partners and raising fears of a global downturn. But while Trump’s protectionism and erratic policy shifts could have far-reaching implications, the greatest victim is likely to be the United States itself.
warns that the new administration’s protectionism resembles the strategy many developing countries once tried.
It took a pandemic and the threat of war to get Germany to dispense with the two taboos – against debt and monetary financing of budgets – that have strangled its governments for decades. Now, it must join the rest of Europe in offering a positive vision of self-sufficiency and an “anti-fascist economic policy.”
welcomes the apparent departure from two policy taboos that have strangled the country's investment.
El pedido del presidente francés Nicolas Sarkozy al Banco Central Europeo para que intervenga y frene la subida del euro comúnmente se ve como una señal de que Sarkozy ni entiende los mercados ni confía en ellos. De hecho, algunos hoy lo ven como un gaullista tradicional que quiere ayudar a los productores franceses devaluando artificialmente el euro.
Pero, ¿podría Sarkozy tener razón al creer que los mercados monetarios no impulsan automáticamente los tipos de cambio a niveles consistentes con los fundamentos del comercio internacional? Después de todo, los bienes comparables suelen venderse internacionalmente a precios muy diferentes. Por ejemplo, según The Economist , una hamburguesa Big Mac se vende en la zona del euro a unos tres euros –aproximadamente 4 dólares al tipo de cambio actual-, pero sólo a unos 3,20 dólares en Estados Unidos, lo que implica que el euro está sobrevaluado en alrededor del 25%.
A partir de las últimas tres décadas de monedas flotantes, resulta evidente que los tipos de cambio determinados por el mercado tienden a alejarse de manera amplia y persistente de los niveles de paridad que harían que los bienes comparables se vendieran a precios comparables en diferentes países. De manera que los políticos como Sarkozy pueden tener fundamentos para sostener que los bancos centrales deberían intervenir para limitar este tipo de oscilaciones.
Sin embargo, los economistas, entre ellos muchos integrantes de bancos centrales, normalmente no ven las cosas de esta manera. A pesar de las oscilaciones amplias y persistentes en los mercados monetarios reales, sus llamados “modelos de expectativas racionales” predicen que los tipos de cambio no deberían alejarse de la paridad de una manera perdurable. Como creen haber encontrado la manera de modelar precisamente cómo deberían pensar los agentes monetarios sobre el futuro, no ven ninguna necesidad de intervención porque, salvo por desviaciones temporarias, los mercados siempre entienden bien los valores monetarios.
En contraste, los “economistas conductistas” admiten que las monedas pueden alejarse de la paridad por un tiempo prolongado, pero sostienen que esto no resulta de los intentos por parte de los agentes de interpretar los movimientos en los principios macroeconómicos, sino de la psicología del mercado y las operaciones mercantiles irracionales. Para ellos, la intervención no es tan innecesaria como imposible. Frente a amplias oscilaciones, los bancos centrales son incompetentes a la hora de contrarrestar el celo irracional de los operadores para alejar una moneda un poco más de los niveles históricos de referencia. Después de todo, los flujos especulativos responden por más del 95% de los 2 billones de dólares comercializados diariamente en los mercados monetarios.
Pero tanto las “expectativas racionales” como los modelos “conductistas” son básicamente defectuosos a la hora de evaluar las intervenciones en políticas. Por más diferentes que puedan parecer, intentan generar predicciones exactas del comportamiento humano, ya sea “racional” o “irracional”. Ambos ignoran el hecho de que la racionalidad depende tanto de los malentendidos imperfectos de la historia y la sociedad por parte de los individuos como de su motivación. También ignoran la importancia para los resultados del mercado de la creatividad individual y el cambio socio-político imprevisible.
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La reciente suba del euro frente al dólar es un buen ejemplo: en términos generales, las alzas del euro han estado reaccionando frente al enorme déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, a una economía emergente de la zona del euro y a las crecientes tasas de interés en euros. ¿Qué tiene de irracional tener en cuenta estos fundamentos cuando se comercializa una moneda?
Por supuesto, los alejamientos persistentes de la paridad no duran para siempre. Si bien los movimientos en los principios macroeconómicos pueden derivar en un impulso del valor de una moneda un poco más por encima de la paridad, simultáneamente se preocupan por un contra-movimiento de regreso a la paridad –y, por ende, a pérdidas de capital- que modera su deseo de incrementar sus posiciones largas.
Este concepto de riesgo se basa en un discernimiento descuidado de John Maynard Keynes, que era profundamente consciente de la centralidad del conocimiento imperfecto para entender las fluctuaciones de precios en los mercados de activos. Es más, relacionar el riesgo de mantener una posición abierta en un mercado monetario a la divergencia del tipo de cambio con respecto a los niveles de paridad sugiere una manera novedosa de pensar cómo los bancos centrales pueden influir en el mercado para limitar los alejamientos de la paridad.
Cada mes, el banco central debería anunciar su estimación de un rango de valores de paridad respaldada por análisis, lo cual, a diferencia de un valor preciso, refleja la imperfección inherente del conocimiento con respecto a la paridad de una moneda. Cuando el tipo de cambio se aleja de este rango, los anuncios regulares del banco central aumentarían la preocupación de los agentes monetarios de que otros agentes consideren cada vez más riesgoso mantener posiciones abiertas. Esto debería moderar su voluntad de hacerlo, limitando así la magnitud de la oscilación monetaria.
Esta estrategia no implica que los bancos centrales deban intentar confinar el tipo de cambio a una zona predeterminada. Dada la enorme dimensión de los volúmenes diarios en los mercados monetarios, este tipo de intentos casi siempre fallan, derivando en crisis monetarias. En cambio, la estrategia de “ limitar las oscilaciones ” aquí propuesta implica que, cuando el tipo de cambio se aleja un poco más de la paridad, los bancos centrales deberían utilizar sus reservas para intervenir en momentos impredecibles a fin de reforzar el efecto de sus anuncios regulares del rango de paridad en la percepción de los agentes de un mayor riesgo de pérdidas de capital.
Nuestra propuesta de reducir –pero no limitar- los alejamientos de la paridad reconoce que las fluctuaciones de precios pueden ser cruciales para que los mercados se cercioren del precio de los activos que prometen una utilidad incierta. Pero las oscilaciones monetarias, si son demasiado amplias y prolongadas, pueden obstruir la actividad económica real, razón por la cual a veces es necesaria la intervención. Sólo si se admiten explícitamente los límites del conocimiento de los economistas y los estrategas políticos este tipo de políticas tienen posibilidades de éxito.