WASHINGTON, D. C. – Hace mucho que los avances contra el cambio climático van a paso de tortuga y el costo de la inacción es cada vez más visible. Difícilmente pase una semana sin que un desastre natural o un evento climático extremo destruya las vidas y el sustento de poblaciones vulnerables en los países en vías de desarrollo. Entre los últimos horrores tenemos una inundación devastadora en la India por el derretimiento de los glaciares y la ola de huracanes de categoría 4 que golpeó a Honduras en noviembre.
Con una huella de carbono per cápita entre 4 y 5 veces superior a la del promedio de los países con bajos o medianos ingresos, Estados Unidos está profundamente implicado en esas tragedias. Afortunadamente, 2021 está convirtiéndose en un año en que finalmente la acción climática significativa en EE. UU. tomará impulso, debido a una corriente en el sector financiero mundial. Así es: las grandes empresas financieras comenzaron a tomar decisiones más orientadas hacia la ecología a medida que los principales inversores institucionales buscan rentabilidad segura a largo plazo en los mercados globales.
Entre muchos otros avances positivos, ExxonMobil —bajo presión de Blackrock, el mayor gestor de activos del mundo— recientemente redujo la valuación de algunos de sus activos en combustibles fósiles en unos USD 20 000 millones. El Fondo Común de Jubilaciones del Estado de Nueva York, que gestiona más de USD 200 000 millones, anunció que reducirá su inversión en empresas de combustibles fósiles. Y, como informó recientemente The Economist, la participación de las empresas energéticas en el S&P 500 cayó del 10 % en 2011 al 3 % en la actualidad, lo que no solo refleja los efectos de la pandemia sino también «fastidios [de los inversores] que van más allá de la COVID-19».
Los mercados de seguros están abandonando los combustibles fósiles. Ya en 2019 las aseguradoras, que representaban el 37 % de los activos globales del sector, se estaban retirando de las inversiones en carbón porque habían determinado que el sector era «cada vez menos asegurable». Y en diciembre, Lloyd’s, el mayor mercado de seguros del mundo, anunció que dejará de emitir nuevas primas para proyectos relacionados con el carbón y otras energías sucias en el plazo de un año.
Finalmente, en la industria automotriz, los vehículos eléctricos (VE) ganan terreno. Por ejemplo, BMW anunció recientemente que fabricará en los próximos dos años 250 000 VE más de lo planeado; y GM (que se comprometió a lograr una huella neta de carbono igual a cero para 2040) y Ford lanzarán sus nuevos modelos de VE este año, al igual que muchas empresas emergentes.
Aunque todavía abundan las brechas entre quienes lideran el sector y los reguladores, se está derritiendo la resistencia histórica a normas climáticas más restrictivas y muchos participantes en el sector privado expresan su voluntad de trabajar con el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden.
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¿Cómo se generó esta ola de reverdecimiento financiero? Parte del mérito ciertamente corresponde al periodista y activista climático Bill McKibben, cofundador de 350.org. McKibben puso las cosas en marcha hace años cuando pidió a los alumnos que presionaran a los fondos de beneficencia universitarios para que redujeran sus inversiones en combustibles fósiles. Este enfoque llevó tiempo, pero con la reducción de los costos de la producción de energías limpias y el impulso que adquirió el movimiento de inversión ASG (ambiental, social y de gobernanza), los consejos directivos de las universidades pudieron conciliar más fácilmente las exigencias de los alumnos con rentabilidades respetables en los mercados.
Tan solo en el último año, las Universidades de Michigan, George Washington, Cornell y Cambridge se sumaron a la creciente cantidad de instituciones académicas que acordaron limitar sus inversiones en fuentes de energía intensivas en emisiones. Y más de la mitad de las universidades del Reino Unido ya asumieron ese tipo compromisos.
Mientras que McKibben construyó desde las bases, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, surgió como un pensador clave en el frente de las políticas. En 2015, cuando aún estaba en el BoE, presionó a los reguladores financieros para que alentaran a las empresas a publicar datos sobre la intensidad de las emisiones de dióxido de carbono de sus activos, afirmando que esa información aumentaría la demanda de información y, en última instancia, la capacidad de recuperación del mercado. Ahora, tanto el Reino Unido como la Unión Europea están implementando sus propios requisitos de informes climáticos para empresas; y en EE. UU. la secretaria del Tesoro Janet Yellen está evaluando una serie de pruebas de estrés relacionadas con el riesgo climático para las principales instituciones financieras.
Por supuesto, los mercados financieros en última instancia responden a los precios y las rentabilidades esperados, que se ven influidos significativamente por los políticas públicas (como los subsidios a las energías verdes y las normas sobre eficiencia en el consumo de combustible), y las políticas públicas, a su vez, debieran reflejar la actitud del público. Es por lo tanto simplista decir que el sector financiero ha decidido en favor de la ecología por sí solo. Según YouGov, el cambio climático es ahora un tema clave para los votantes estadounidenses (apenas por detrás de la salud y la economía), cuando hace tan solo cinco años su clasificación era baja en la lista de prioridades.
La cuestión para el gobierno de Biden es cómo aprovechar este impulso. Para comenzar, Brian Deese —el nuevo director del Consejo de Economía Nacional de la Casa Blanca, quien previamente supervisaba las inversiones sostenibles en Blackrock— debiera sentarse a conversar con Gary Gensler, futuro presidente de la Comisión de Valores y Bolsa. Llegó el momento para que EE. UU. siga al Reino Unido y la Unión Europea y exija a las empresas que cotizan en bolsa que publiquen información estandarizada sobre su exposición climática. Gensler tiene la reputación de ser un regulador asertivo y, cuando se confirme su designación, podrá actuar con el respaldo de la mayoría demócrata entre los comisionados de la SEC.
Además, la publicación obligatoria de los riesgos climáticos probablemente cuente con un amplio apoyo dentro el sector financiero, que prefiere la igualdad de condiciones para todos los competidores. El mes pasado once grupos del sector difundieron una agenda conjunta de políticas que incluye la publicación de información climática estandarizada. Pocas veces hubo una oportunidad tan amplia en EE. UU. para la implementación de políticas climáticas.
Los planetas se alinean para que 2021 sea un año de acción significativa contra el cambio climático. Un impulso significativo de la SEC profundizaría aún más la tendencia hacia un futuro más sostenible.
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Anders Åslund
considers what the US presidential election will mean for Ukraine, says that only a humiliating loss in the war could threaten Vladimir Putin’s position, urges the EU to take additional steps to ensure a rapid and successful Ukrainian accession, and more.
WASHINGTON, D. C. – Hace mucho que los avances contra el cambio climático van a paso de tortuga y el costo de la inacción es cada vez más visible. Difícilmente pase una semana sin que un desastre natural o un evento climático extremo destruya las vidas y el sustento de poblaciones vulnerables en los países en vías de desarrollo. Entre los últimos horrores tenemos una inundación devastadora en la India por el derretimiento de los glaciares y la ola de huracanes de categoría 4 que golpeó a Honduras en noviembre.
Con una huella de carbono per cápita entre 4 y 5 veces superior a la del promedio de los países con bajos o medianos ingresos, Estados Unidos está profundamente implicado en esas tragedias. Afortunadamente, 2021 está convirtiéndose en un año en que finalmente la acción climática significativa en EE. UU. tomará impulso, debido a una corriente en el sector financiero mundial. Así es: las grandes empresas financieras comenzaron a tomar decisiones más orientadas hacia la ecología a medida que los principales inversores institucionales buscan rentabilidad segura a largo plazo en los mercados globales.
Entre muchos otros avances positivos, ExxonMobil —bajo presión de Blackrock, el mayor gestor de activos del mundo— recientemente redujo la valuación de algunos de sus activos en combustibles fósiles en unos USD 20 000 millones. El Fondo Común de Jubilaciones del Estado de Nueva York, que gestiona más de USD 200 000 millones, anunció que reducirá su inversión en empresas de combustibles fósiles. Y, como informó recientemente The Economist, la participación de las empresas energéticas en el S&P 500 cayó del 10 % en 2011 al 3 % en la actualidad, lo que no solo refleja los efectos de la pandemia sino también «fastidios [de los inversores] que van más allá de la COVID-19».
Los mercados de seguros están abandonando los combustibles fósiles. Ya en 2019 las aseguradoras, que representaban el 37 % de los activos globales del sector, se estaban retirando de las inversiones en carbón porque habían determinado que el sector era «cada vez menos asegurable». Y en diciembre, Lloyd’s, el mayor mercado de seguros del mundo, anunció que dejará de emitir nuevas primas para proyectos relacionados con el carbón y otras energías sucias en el plazo de un año.
Finalmente, en la industria automotriz, los vehículos eléctricos (VE) ganan terreno. Por ejemplo, BMW anunció recientemente que fabricará en los próximos dos años 250 000 VE más de lo planeado; y GM (que se comprometió a lograr una huella neta de carbono igual a cero para 2040) y Ford lanzarán sus nuevos modelos de VE este año, al igual que muchas empresas emergentes.
Aunque todavía abundan las brechas entre quienes lideran el sector y los reguladores, se está derritiendo la resistencia histórica a normas climáticas más restrictivas y muchos participantes en el sector privado expresan su voluntad de trabajar con el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden.
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Tan solo en el último año, las Universidades de Michigan, George Washington, Cornell y Cambridge se sumaron a la creciente cantidad de instituciones académicas que acordaron limitar sus inversiones en fuentes de energía intensivas en emisiones. Y más de la mitad de las universidades del Reino Unido ya asumieron ese tipo compromisos.
Mientras que McKibben construyó desde las bases, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, surgió como un pensador clave en el frente de las políticas. En 2015, cuando aún estaba en el BoE, presionó a los reguladores financieros para que alentaran a las empresas a publicar datos sobre la intensidad de las emisiones de dióxido de carbono de sus activos, afirmando que esa información aumentaría la demanda de información y, en última instancia, la capacidad de recuperación del mercado. Ahora, tanto el Reino Unido como la Unión Europea están implementando sus propios requisitos de informes climáticos para empresas; y en EE. UU. la secretaria del Tesoro Janet Yellen está evaluando una serie de pruebas de estrés relacionadas con el riesgo climático para las principales instituciones financieras.
Por supuesto, los mercados financieros en última instancia responden a los precios y las rentabilidades esperados, que se ven influidos significativamente por los políticas públicas (como los subsidios a las energías verdes y las normas sobre eficiencia en el consumo de combustible), y las políticas públicas, a su vez, debieran reflejar la actitud del público. Es por lo tanto simplista decir que el sector financiero ha decidido en favor de la ecología por sí solo. Según YouGov, el cambio climático es ahora un tema clave para los votantes estadounidenses (apenas por detrás de la salud y la economía), cuando hace tan solo cinco años su clasificación era baja en la lista de prioridades.
La cuestión para el gobierno de Biden es cómo aprovechar este impulso. Para comenzar, Brian Deese —el nuevo director del Consejo de Economía Nacional de la Casa Blanca, quien previamente supervisaba las inversiones sostenibles en Blackrock— debiera sentarse a conversar con Gary Gensler, futuro presidente de la Comisión de Valores y Bolsa. Llegó el momento para que EE. UU. siga al Reino Unido y la Unión Europea y exija a las empresas que cotizan en bolsa que publiquen información estandarizada sobre su exposición climática. Gensler tiene la reputación de ser un regulador asertivo y, cuando se confirme su designación, podrá actuar con el respaldo de la mayoría demócrata entre los comisionados de la SEC.
Además, la publicación obligatoria de los riesgos climáticos probablemente cuente con un amplio apoyo dentro el sector financiero, que prefiere la igualdad de condiciones para todos los competidores. El mes pasado once grupos del sector difundieron una agenda conjunta de políticas que incluye la publicación de información climática estandarizada. Pocas veces hubo una oportunidad tan amplia en EE. UU. para la implementación de políticas climáticas.
Los planetas se alinean para que 2021 sea un año de acción significativa contra el cambio climático. Un impulso significativo de la SEC profundizaría aún más la tendencia hacia un futuro más sostenible.
Traducción al español por Ant-Translation