froman3_In Pictures Ltd.Corbis via Getty Image_china worker In Pictures Ltd./Corbis via Getty Images

El futuro del libre comercio

NUEVA YORK – En 2018, el comercio, más que cualquier otra área de políticas, se “alteró”. Lo que solía ser un conjunto de cuestiones arcaicas, técnicas y –seamos sinceros- tediosas hoy domina los titulares de las primeras planas, las tapas de las revistas y hasta documentales cómicos de John Oliver en “Last Week Tonight” de HBO. Los electorados que tradicionalmente se oponían a los acuerdos de libre comercio (ALC) hoy están ensalzando sus virtudes, y los países no conocidos por su sensibilidad en materia de libre comercio –entre ellos China, Rusia y Francia- se proponen a sí mismos como defensores del sistema de comercio global.

Aun así, vale la pena preguntarse cuánto es lo que, en verdad, se ha alterado. El presidente Donald Trump efectivamente retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (ATP) integrado por 12 países, pero los restantes 11 firmantes han implementado el grueso del acuerdo por su cuenta, dejando a la vez la puerta abierta para que Estados Unidos se reintegre en el futuro. Y más países han mostrado interés por incorporarse, lo que sugiere que el ATP finalmente podría extenderse mucho más allá de lo que se previó en un principio. Es más, el renovado Tratado de Libre Comercio de América del Norte –que hoy se llama Acuerdo de Estados Unidos-México-Canadá- en gran medida está basado en el modelo del ATP, que ya incluía a Canadá y a México, con algunos agregados destacables.

Mientras tanto, la Unión Europea está implementando ALC con Canadá, Singapur, Vietnam y Japón, al mismo tiempo que intenta sellar acuerdos con Australia, México, Nueva Zelanda, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, el Mercosur y otros. La Alianza del Pacífico sigue expandiendo el comercio y otras asociaciones en América Latina. La Asociación Económica Integral Regional avanza a un ritmo sostenido en la región Asia-Pacífico. Y la Unión Africana ha hecho más progreso en la implementación del Acuerdo de Libre Comercio Continental (CFTA por su sigla en inglés).

En resumen, la tendencia global hacia una integración más profunda y niveles más elevados en el comercio ha continuado. La administración Trump en efecto ha hecho mucho ruido al aplicar remedios comerciales de maneras impredecibles e inesperadas, que van desde aplicar aranceles en carácter de represalia, volver a introducir cuotas de importaciones y limitar seriamente al organismo de resolución de disputas de la Organización Mundial de Comercio. Sin embargo, al final, el rediseño del TLCAN por parte de Trump en realidad podría ayudar a ampliar el respaldo del comercio en Estados Unidos, dado que muchos de sus seguidores más fieles tradicionalmente han sospechado de los acuerdos comerciales.

Ésa, en cualquier caso, es la interpretación del medio vaso lleno. La alternativa es que, en verdad, ha habido una ruptura histórica significativa. Al renunciar a su papel de liderazgo global, Estados Unidos ha perdido la confianza de sus aliados y de socios más cercanos,  y les ha entregado un regalo a sus adversarios. En este escenario, la UE o China podrían suplantar a Estados Unidos como el creador de reglas global, o no habrá ningún creador de reglas y el orden internacional estará gobernado sin rumbo. En el último caso, otros países bien podrían imitar a Estados Unidos, y buscar una acción unilateral y cumplir con sus obligaciones internacionales sólo cuando les convenga.

Es demasiado pronto para decir qué escenario tendrá lugar. Pero algo es claro: el  nacionalismo, el populismo, el nativismo y el proteccionismo están en aumento. Las inseguridades económicas, así como una creciente sensación de soberanía perdida, han contribuido a un grado sin precedentes de polarización política, y no sólo en Estados Unidos. Desde países europeos aquejados por un creciente respaldo a partidos radicales hasta economías emergentes sumidas en la corrupción, los gobiernos en todas partes parecen estar más enfocados para adentro y ser menos capaces que nunca de demostrar un liderazgo audaz –precisamente cuando más se lo necesita para abordar los efectos disruptivos del rápido cambio tecnológico y económico.

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Con un vacío de liderazgo a nivel internacional y una parálisis a nivel nacional, se ha vuelto cada vez más necesario que los actores del sector privado intervengan, no por bondad de sus corazones, sino en defensa de sus propios intereses. Como han señalado el presidente y CEO de BlackRock, Larry Fink, y otros, ya no basta con que las empresas se centren exclusivamente en los retornos de corto plazo a los accionistas. También tienen que pensar en el largo plazo y en los contextos económicos y políticos en los que operan. Más allá de la responsabilidad social empresaria y de la filantropía, de por sí importantes, eso significa desarrollar modelos de negocios comercialmente sostenibles que también “cumplan con un propósito social”.

Tener éxito haciendo el bien no puede ser un simple eslogan. Debe ser una filosofía comercial rectora, respaldada por el reconocimiento de que el sector privado necesita un entorno político y económico saludable para prosperar y que debe tomar medidas para garantizarlo. En las últimas décadas, la confianza pública en el gobierno, la prensa, las corporaciones y otras instituciones importantes ha caído marcadamente. Si los líderes empresariales siguen ignorando la salud de su entorno operativo –o suponen que repararlo es problema de los demás-, están corriendo el riesgo de generar aún más desglobalización, incertidumbre e inestabilidad en los años venideros.

El crecimiento económico ha sido la característica definitoria de una historia de éxito global histórica en los últimos 75 años. Inclusive con sus limitaciones, la globalización ha sacado a más de 1.000 millones de personas de la pobreza y ha ofrecido mejoras sin precedentes en prácticamente todas las áreas del desarrollo humano. Pero la tarea no ha terminado. Para evitar una recaída, el foco debe pasar del crecimiento agregado al crecimiento inclusivo. Las ganancias generadas por el crecimiento deben ir no sólo a manos de los de arriba, sino a todos en todos los niveles de ingresos, y no sólo a las corporaciones globales, sino también a las pequeñas y medianas empresas.

El nacionalismo, el populismo, el nativismo y el proteccionismo explotan la sensación de la gente de quedar rezagada y excluida del sistema. Es por eso que necesitamos centrarnos en garantizar la inclusión universal en las redes económicas que permiten a los individuos y a las familias alcanzar una seguridad financiera y perseguir oportunidades de progreso. Este imperativo se aplica tanto a un agricultor de Kenia o a un trabajador de la industria textil de Egipto como a un norteamericano que hoy se está ganando a duras penas la vida en la economía del trabajo esporádico.

Todavía está por verse si la disrupción actual en la política comercial será profunda y duradera, o superficial y temporaria. Todavía no podemos saber si veremos un retorno a la mezquindad o si se ha abierto la caja de Pandora. Pero, a falta de un liderazgo internacional y nacional, los negocios no deberían esperar hasta averiguarlo.

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