NUEVA YORK – En 2015, el término “fascismo” se convirtió una vez más en el epíteto político de más alto octanaje de uso general. Por supuesto, la tentación de aplicar el rótulo de fascismo es casi irresistible cuando nos enfrentamos a un lenguaje y a un comportamiento que se asemejan superficialmente a los de Hitler y Mussolini. En este momento, se está aplicando profusamente a casos tan dispares como Donald Trump, el Tea Party, el Frente Nacional en Francia y los asesinos islamistas radicales. Pero, si bien la tentación de calificar de “fascistas” a todos estos actores resulta entendible, deberíamos evitarlo.
NUEVA YORK – En 2015, el término “fascismo” se convirtió una vez más en el epíteto político de más alto octanaje de uso general. Por supuesto, la tentación de aplicar el rótulo de fascismo es casi irresistible cuando nos enfrentamos a un lenguaje y a un comportamiento que se asemejan superficialmente a los de Hitler y Mussolini. En este momento, se está aplicando profusamente a casos tan dispares como Donald Trump, el Tea Party, el Frente Nacional en Francia y los asesinos islamistas radicales. Pero, si bien la tentación de calificar de “fascistas” a todos estos actores resulta entendible, deberíamos evitarlo.