GINEBRA – Más de seis meses después de que aparecieron las primeras vacunas contra el COVID-19, a todos debería quedarles claro que las vacunas por sí solas no van a frenar la pandemia; también necesitamos vacunaciones. Para muchos, cualquier demora en el acceso a las vacunas prolongará una crisis que ya ha afectado inconmensurablemente a muchas vidas, sustentos y economías.
El hecho de que inclusive quienes tienen un alto riesgo de contraer COVID-19 todavía no estén protegidos del todo demuestra la complejidad del desafío que implica aumentar la producción y vacunar a miles de millones de personas. Pero la pandemia también resalta la lucha perpetua y de larga data contra enfermedades infecciosas que enfrentan cientos de millones de personas todos los días.
Normalmente existe sólo una línea delgada que impide que los patógenos se propaguen en poblaciones humanas. Cuando se cruza esa línea, un pequeño brote de enfermedad localizado fácilmente puede escalar y convertirse en una crisis global a una velocidad vertiginosa. Dado que la vacunación muchas veces es la única manera de impedir que esto suceda, necesitamos con urgencia revisar la manera en que encaramos los programas globales de inmunización.
Propagar inmunidad
Antes del COVID-19, las autoridades miraban las campañas de vacunación globales a través de la lente larga del desarrollo y del humanitarismo internacional, y las financiaban en consecuencia. Pero ante esta crisis actual y mientras nos preparamos para la próxima pandemia, esta estrategia claramente ya no tiene sentido. La salud global y la seguridad sanitaria global son una sola, y deberían ser una prioridad nacional en todas partes.
Todos los años, decenas de millones de niños en países de menores ingresos son vacunados contra una amplia gama de enfermedades infecciosas letales. A simple vista, estos programas de inmunización de rutina tienen un objetivo muy claro: impedir brotes de enfermedades que alguna vez plagaban al mundo, pero que ahora predominantemente afectan a la gente en países más pobres. Y han sido extremadamente exitosos, al reducir un 70% las enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna e impedir 80 millones de muertes en 98 países de menores ingresos entre 2000 y el estallido de la pandemia del COVID-19.
Secure your copy of PS Quarterly: The Year Ahead 2025
Our annual flagship magazine, PS Quarterly: The Year Ahead 2025, has arrived. To gain digital access to all of the magazine’s content, and receive your print copy, subscribe to PS Digital Plus now.
Subscribe Now
Pero si bien mantener al mundo a salvo es una parte importante de la seguridad sanitaria global, el valor de la vacunación va mucho más allá de eso. Por empezar, los programas de inmunización de rutina actualmente desempeñan un papel central en la distribución global de vacunas contra el COVID-19, lo cual será necesario para impedir el colapso de los sistemas sanitarios y poner fin a la fase aguda de la pandemia. En los países de menores ingresos, la infraestructura, las cadenas de suministro, el personal capacitado, los sistemas de datos y el monitoreo utilizados en estos programas regulares conforman la espina dorsal de la distribución de vacunas contra el COVID-19.
La comunidad internacional claramente reconoce el papel vital que desempeñan las vacunas y los programas de vacunación durante esta pandemia. Esto resulta evidente en el apoyo internacional sin precedentes al programa de Acceso Global a Vacunas contra el COVID-19 (COVAX), una alianza creada por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias, la Organización Mundial de la Salud, UNICEF y Gavi, la Alianza de Vacunas, para garantizar un acceso equitativo a las vacunas. El trabajo central de Gavi a la hora de ayudar a los países a vacunar a la mitad de los niños del mundo a través de una inmunización de rutina también ha recibido un respaldo global generoso. Pero para impedir la próxima pandemia, necesitamos reconocer el rol más amplio de la vacunación.
Los programas de inmunización de rutina no sólo ayudan a prevenir brotes de enfermedades que se pueden prevenir mediante vacunas; también sirven como una primera línea de defensa crítica contra enfermedades infecciosas nuevas o emergentes, inclusive enfermedades para las que todavía no existen vacunas. Eso es porque las campañas de vacunación regulares en los países de menores ingresos fortalecen la atención médica primaria, mejorando la vigilancia de la enfermedad en el proceso. Las redes globales de vigilancia existentes para las enfermedades infecciosas pueden ser sumamente porosas, a pesar de los recientes esfuerzos por mejorarlas desde que comenzó la pandemia del COVID-19. La manera más efectiva y por lo general más económica de tapar los agujeros es mejorando el acceso a la atención médica primaria.
Después de todo, la atención médica primaria por lo general es el primer punto de contacto que tiene la gente con los servicios médicos y sanitarios cuando se enferma. De manera que cuanta más gente tenga acceso a esta atención, y cuanto más robusto sea su suministro, mejor será nuestra capacidad para detectar brotes a tiempo. Pero como la propia atención médica primaria muchas veces es desigual, aun en países de ingresos medios con sistemas de atención médica relativamente buenos, grandes grupos de comunidades todavía quedan excluidos. En términos de seguridad sanitaria global, estos son algunos de nuestros mayores puntos flacos.
Afortunadamente, la expansión de los programas de inmunización de rutina está ayudando a abordar este problema, porque la misma infraestructura que respalda las campañas de vacunación también ayuda a mejorar el acceso a otras intervenciones y servicios sanitarios vitales, como los suplementos nutricionales, la eliminación de parásitos, la prevención de la malaria y, esencialmente, el control de las enfermedades. De modo que, cada vez que llegamos a un niño llamado de dosis cero –un niño que no fue vacunado ni siquiera con las vacunas más básicas-, ellos, sus padres y su comunidad tienen acceso a una mejor atención médica primaria, y nuestro sistema global de alerta temprana para brotes de enfermedades también mejora un poco.
Resiliencia futura
En el transcurso de los dos primeros meses de esta pandemia, el 85% de los países de menores ingresos experimentaron una alteración de sus programas de inmunización de rutina. Con cada día que pasaba, y cuando cada vez más gente no se vacunaba, el riesgo de brotes de otras enfermedades prevenibles aumentaba. Con el apoyo de Gavi y otros socios de la Alianza de Vacunas, muchos de estos programas hoy se están recuperando bien. Pero, para generar resiliencia, necesitamos volver a ponerlos en marcha y asegurarnos de que sean más efectivos que nunca.
Mientras tanto, todavía necesitamos poner fin a la pandemia actual. Eso significa no sólo garantizar que más gente esté protegida con vacunas contra el COVID-19, sino también hacer el mejor uso posible de las dosis disponibles, para que los grupos de alto riesgo tengan prioridad en todas partes. Con este objetivo, COVAX está trabajando con los gobiernos donantes y los fabricantes para determinar cómo se pueden donar las dosis excedentes a los países de menores ingresos que las necesitan, y de qué manera las vacunas existentes, y las nuevas todavía en desarrollo, se pueden distribuir de la mejor manera, inclusive para combatir las variantes del coronavirus. La terapéutica y el diagnóstico, así como otras intervenciones no farmacéuticas, también serán esenciales.
Pero la tarea crítica de garantizar que nadie en los países más pobres quede excluido también implicará depender marcadamente de la micro-planificación meticulosa utilizada por los programas de inmunización de rutina para vacunar a poblaciones de difícil acceso. Llegar a suficientes personas para impedir que el COVID-19 siga circulando podría, a su vez, ayudar a ampliar el alcance de la inmunización de rutina, lo que fomentaría aún más la resiliencia y mejoraría la preparación para pandemias futuras.
Esta pandemia ya ha demostrado el vínculo intrínseco entre la salud y la riqueza, y no sólo en términos de los efectos económicos directos. Aún si un país logra vacunar a toda su población contra el COVID-19, mientras el coronavirus circule, aparecerán nuevas variantes, la reinfección continuará y los esfuerzos por reanudar los negocios, los viajes y el comercio se estancarán.
En este sentido, la pandemia también ha revelado que una mejor salud global y una seguridad sanitaria global mejorada son dos caras de la misma moneda. Es una moneda que debería ser aceptada en todos los países.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
GINEBRA – Más de seis meses después de que aparecieron las primeras vacunas contra el COVID-19, a todos debería quedarles claro que las vacunas por sí solas no van a frenar la pandemia; también necesitamos vacunaciones. Para muchos, cualquier demora en el acceso a las vacunas prolongará una crisis que ya ha afectado inconmensurablemente a muchas vidas, sustentos y economías.
El hecho de que inclusive quienes tienen un alto riesgo de contraer COVID-19 todavía no estén protegidos del todo demuestra la complejidad del desafío que implica aumentar la producción y vacunar a miles de millones de personas. Pero la pandemia también resalta la lucha perpetua y de larga data contra enfermedades infecciosas que enfrentan cientos de millones de personas todos los días.
Normalmente existe sólo una línea delgada que impide que los patógenos se propaguen en poblaciones humanas. Cuando se cruza esa línea, un pequeño brote de enfermedad localizado fácilmente puede escalar y convertirse en una crisis global a una velocidad vertiginosa. Dado que la vacunación muchas veces es la única manera de impedir que esto suceda, necesitamos con urgencia revisar la manera en que encaramos los programas globales de inmunización.
Propagar inmunidad
Antes del COVID-19, las autoridades miraban las campañas de vacunación globales a través de la lente larga del desarrollo y del humanitarismo internacional, y las financiaban en consecuencia. Pero ante esta crisis actual y mientras nos preparamos para la próxima pandemia, esta estrategia claramente ya no tiene sentido. La salud global y la seguridad sanitaria global son una sola, y deberían ser una prioridad nacional en todas partes.
Todos los años, decenas de millones de niños en países de menores ingresos son vacunados contra una amplia gama de enfermedades infecciosas letales. A simple vista, estos programas de inmunización de rutina tienen un objetivo muy claro: impedir brotes de enfermedades que alguna vez plagaban al mundo, pero que ahora predominantemente afectan a la gente en países más pobres. Y han sido extremadamente exitosos, al reducir un 70% las enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna e impedir 80 millones de muertes en 98 países de menores ingresos entre 2000 y el estallido de la pandemia del COVID-19.
Secure your copy of PS Quarterly: The Year Ahead 2025
Our annual flagship magazine, PS Quarterly: The Year Ahead 2025, has arrived. To gain digital access to all of the magazine’s content, and receive your print copy, subscribe to PS Digital Plus now.
Subscribe Now
Pero si bien mantener al mundo a salvo es una parte importante de la seguridad sanitaria global, el valor de la vacunación va mucho más allá de eso. Por empezar, los programas de inmunización de rutina actualmente desempeñan un papel central en la distribución global de vacunas contra el COVID-19, lo cual será necesario para impedir el colapso de los sistemas sanitarios y poner fin a la fase aguda de la pandemia. En los países de menores ingresos, la infraestructura, las cadenas de suministro, el personal capacitado, los sistemas de datos y el monitoreo utilizados en estos programas regulares conforman la espina dorsal de la distribución de vacunas contra el COVID-19.
La comunidad internacional claramente reconoce el papel vital que desempeñan las vacunas y los programas de vacunación durante esta pandemia. Esto resulta evidente en el apoyo internacional sin precedentes al programa de Acceso Global a Vacunas contra el COVID-19 (COVAX), una alianza creada por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias, la Organización Mundial de la Salud, UNICEF y Gavi, la Alianza de Vacunas, para garantizar un acceso equitativo a las vacunas. El trabajo central de Gavi a la hora de ayudar a los países a vacunar a la mitad de los niños del mundo a través de una inmunización de rutina también ha recibido un respaldo global generoso. Pero para impedir la próxima pandemia, necesitamos reconocer el rol más amplio de la vacunación.
Los programas de inmunización de rutina no sólo ayudan a prevenir brotes de enfermedades que se pueden prevenir mediante vacunas; también sirven como una primera línea de defensa crítica contra enfermedades infecciosas nuevas o emergentes, inclusive enfermedades para las que todavía no existen vacunas. Eso es porque las campañas de vacunación regulares en los países de menores ingresos fortalecen la atención médica primaria, mejorando la vigilancia de la enfermedad en el proceso. Las redes globales de vigilancia existentes para las enfermedades infecciosas pueden ser sumamente porosas, a pesar de los recientes esfuerzos por mejorarlas desde que comenzó la pandemia del COVID-19. La manera más efectiva y por lo general más económica de tapar los agujeros es mejorando el acceso a la atención médica primaria.
Después de todo, la atención médica primaria por lo general es el primer punto de contacto que tiene la gente con los servicios médicos y sanitarios cuando se enferma. De manera que cuanta más gente tenga acceso a esta atención, y cuanto más robusto sea su suministro, mejor será nuestra capacidad para detectar brotes a tiempo. Pero como la propia atención médica primaria muchas veces es desigual, aun en países de ingresos medios con sistemas de atención médica relativamente buenos, grandes grupos de comunidades todavía quedan excluidos. En términos de seguridad sanitaria global, estos son algunos de nuestros mayores puntos flacos.
Afortunadamente, la expansión de los programas de inmunización de rutina está ayudando a abordar este problema, porque la misma infraestructura que respalda las campañas de vacunación también ayuda a mejorar el acceso a otras intervenciones y servicios sanitarios vitales, como los suplementos nutricionales, la eliminación de parásitos, la prevención de la malaria y, esencialmente, el control de las enfermedades. De modo que, cada vez que llegamos a un niño llamado de dosis cero –un niño que no fue vacunado ni siquiera con las vacunas más básicas-, ellos, sus padres y su comunidad tienen acceso a una mejor atención médica primaria, y nuestro sistema global de alerta temprana para brotes de enfermedades también mejora un poco.
Resiliencia futura
En el transcurso de los dos primeros meses de esta pandemia, el 85% de los países de menores ingresos experimentaron una alteración de sus programas de inmunización de rutina. Con cada día que pasaba, y cuando cada vez más gente no se vacunaba, el riesgo de brotes de otras enfermedades prevenibles aumentaba. Con el apoyo de Gavi y otros socios de la Alianza de Vacunas, muchos de estos programas hoy se están recuperando bien. Pero, para generar resiliencia, necesitamos volver a ponerlos en marcha y asegurarnos de que sean más efectivos que nunca.
Mientras tanto, todavía necesitamos poner fin a la pandemia actual. Eso significa no sólo garantizar que más gente esté protegida con vacunas contra el COVID-19, sino también hacer el mejor uso posible de las dosis disponibles, para que los grupos de alto riesgo tengan prioridad en todas partes. Con este objetivo, COVAX está trabajando con los gobiernos donantes y los fabricantes para determinar cómo se pueden donar las dosis excedentes a los países de menores ingresos que las necesitan, y de qué manera las vacunas existentes, y las nuevas todavía en desarrollo, se pueden distribuir de la mejor manera, inclusive para combatir las variantes del coronavirus. La terapéutica y el diagnóstico, así como otras intervenciones no farmacéuticas, también serán esenciales.
Pero la tarea crítica de garantizar que nadie en los países más pobres quede excluido también implicará depender marcadamente de la micro-planificación meticulosa utilizada por los programas de inmunización de rutina para vacunar a poblaciones de difícil acceso. Llegar a suficientes personas para impedir que el COVID-19 siga circulando podría, a su vez, ayudar a ampliar el alcance de la inmunización de rutina, lo que fomentaría aún más la resiliencia y mejoraría la preparación para pandemias futuras.
Esta pandemia ya ha demostrado el vínculo intrínseco entre la salud y la riqueza, y no sólo en términos de los efectos económicos directos. Aún si un país logra vacunar a toda su población contra el COVID-19, mientras el coronavirus circule, aparecerán nuevas variantes, la reinfección continuará y los esfuerzos por reanudar los negocios, los viajes y el comercio se estancarán.
En este sentido, la pandemia también ha revelado que una mejor salud global y una seguridad sanitaria global mejorada son dos caras de la misma moneda. Es una moneda que debería ser aceptada en todos los países.