WASHINGTON, DC – Los observadores occidentales muchas veces ven a China como una superpotencia en ascenso en la cúspide del predominio global o como un país frágil al borde del colapso. Estas miradas contradictorias amplifican solo un lado de la trayectoria económica de China: un boom tecnológico junto a un desplome del crecimiento.
Esta paradoja puede atribuirse, en gran medida, a las directivas emitidas por el presidente Xi Jinping a los millones de burócratas del Partido Comunista encargados de la tarea de llevar adelante su visión ambiciosa.
Contrariamente a la percepción de China como una economía planificada donde los líderes nacionales dan órdenes precisas, prevalece la lógica de lo que yo llamo “improvisación dirigida”. Los líderes centrales indican sus prioridades mientras que la enorme burocracia del país -que incluye ministerios y gobiernos locales- interpreta estas señales y toma medidas en base a ellas de acuerdo con incentivos políticos.
Xi les ha dejado en claro a los funcionarios chinos que pretende que su legado sea una nueva economía enfocada en un “desarrollo de alta calidad” y “nuevas fuerzas productivas de calidad” (es decir, innovación de alta tecnología). La vieja economía de industrias contaminantes, inversión en infraestructura y especulación inmobiliaria ayudó a que China pasara de la pobreza a un estatus de ingresos medianos, pero Xi ha tomado distancia de esa mecánica. Incluso parece despreciar el modelo de crecimiento anterior del país, al que asocia con los rivales políticos y los subordinados corruptos a quienes ha apartado o encarcelado.
En consecuencia, los funcionarios chinos tienen pocos incentivos para tomar medidas audaces destinadas a reanimar la vieja economía: el éxito serviría de poco para mejorar su posición y el fracaso podría terminar con sus carreras. Esto ayuda a explicar la respuesta deslucida del gobierno central a la crisis inmobiliaria en curso. Si los responsables de las políticas hubieran actuado de manera decisiva justo después de la pandemia del COVID-19, podrían haber recuperado la confianza de los consumidores. Ahora, en cambio, la desaceleración económica ha afectado no solo la confianza sino también los ingresos, en tanto más gente enfrenta despidos y recortes salariales.
Mientras tanto, el foco singular del gobierno en fabricar productos de tecnología avanzada ha llevado a las autoridades locales a invertir profusamente en aquellos sectores favorecidos por Xi, como los vehículos eléctricos (VE) y los paneles solares. En un artículo reciente, junto con mis coautores mostramos que, después de que el gobierno central fijara metas ambiciosas para las nuevas patentes -un indicador estándar de innovación-, las autoridades locales inflaron los números fomentando patentes basura. En consecuencia, el porcentaje de innovaciones genuinamente novedosas ha declinado. Nos referimos a este fenómeno como un “impulso de innovación de baja productividad”.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Si bien China es considerablemente efectiva a la hora de generar producciones masivas con celeridad, esta estrategia resulta en un despilfarro significativo. La industria de VE es un excelente ejemplo: China tiene más de 450 fábricas de autos, pero un tercio de ellas opera a menos del 20% de su capacidad. A la larga, la mayoría de estos productores probablemente vayan a la quiebra, lo que llevará a la industria a consolidarse en torno a unos pocos gigantes como BYD.
Ahora bien, este método tiene sus ventajas. Los líderes centrales están dispuestos a tolerar la ineficiencia y el despilfarro siempre que, al final, generen empresas líderes. Los gobiernos locales se sacan de la manga todos los trucos posibles para fomentar las industrias emergentes, desde combinar capital de riesgo con inversión pública hasta atraer talento científico disuadidopor el escrutinio de los científicos asiáticos por parte de Estados Unidos. Es de destacar que China ganó más de 2.400 científicos en 2021, en tanto Estados Unidos experimentó una pérdida neta.
La burocracia, esencialmente, ha adaptado la práctica comunista de “movilización” (conocida coloquialmente como campañas “colmena”) para cumplir con los objetivos capitalistas de las autoridades. Históricamente, esta estrategia apuntaba a las exportaciones de productos de consumo, lo que les permitía a los hogares en el Norte Global beneficiarse de la hipercompetencia dentro de China y, así, de las importaciones chinas baratas. Pero desde entonces tiene un nuevo objetivo: el de promover la manufactura avanzada y la energía limpia -sectores que tanto Estados Unidos como la Unión Europea pretenden dominar a través de políticas industriales.
Sin duda, hasta los críticos más ásperos de Xi no se opondrían a su ambición de abandonar el viejo modelo de crecimiento de China y fomentar la innovación de alta tecnología. Después de todo, los países, en general, aspiran a avanzar en esta dirección. Pero ambas economías, la vieja y la nueva, están profundamente entrelazadas; si la vieja economía flaquea demasiado rápido, inevitablemente dificultará el ascenso de la nueva. Esto ya se hace evidente en la crisis inmobiliaria, que ha eliminado empleos y riqueza de los hogares, lo que llevó a los consumidores a recortar su gasto. Como resultado de ello, los productores se han visto obligados a exportar productos no vendidos como VE, exacerbando las tensiones comerciales con Estados Unidos y otros países que acusan a China de verter su exceso de capacidad en sus mercados.
En otras palabras, la nueva economía de China, en términos realistas, no puede crecer lo suficientemente rápido como para reemplazar pronto a la vieja economía. Sumado a este problema están los recortes de empleos como consecuencia de avances tecnológicos como los robots industriales y los vehículos autónomos, donde China ha dado pasos impresionantes. Las alzas de productividad tienden a beneficiar solo a los trabajadores más jóvenes y técnicamente educados, no a los de más edad.
Asimismo, pasar a una economía de alta tecnología por lo general requiere de un crecimiento robusto del PIB y de finanzas públicas saludables que le permitan al gobierno invertir en políticas industriales, reentrenar a los trabajadores y establecer redes de seguridad social para quienes quedan rezagados. Sin este tipo de apoyo, la transición amenaza con agravar las divisiones sociales y económicas.
China, en cambio, está acelerando su cambio a tecnologías de punta en medio de una desaceleración económica y de una crisis de deuda de los gobiernos locales. Este enfoque no tiene precedentes en la historia moderna. Cuando Japón enfrentó un estancamiento económico prolongado en los años 1990, por caso, no duplicó simultáneamente sus esfuerzos para impulsar la innovación liderada por el estado.
Para garantizar el éxito de un cambio estructural, Xi debe hacer hincapié en la importancia de apuntalar las partes menos glamorosas de la vieja economía y ofrecerles empleos o ayuda a los trabajadores desplazados. Sin esta directriz, los funcionarios seguirán priorizando sectores que exacerban las tensiones comerciales con Occidente por sobre las industrias tradicionales que hoy en día todavía responden por la mayor parte del crecimiento de China.
La teoría del “pico de China” no logra captar la trayectoria paradójica del país. Al pregonar solo las vulnerabilidades de China, atiza el miedo de que los líderes chinos asuman riesgos militares, que Estados Unidos debe contrarrestar. Como advirtió Ryan Hass, esto amenaza con agravar un círculo vicioso de antagonismo mutuo.
¿China está en decadencia, entonces? La respuesta es sí y no. Si bien el crecimiento del PIB se está desacelerando, China avanza hacia una economía verde de alta tecnología y sigue siendo el segundo mercado de consumo más grande del mundo.
Pero en tanto el país enfrenta fuertes vientos económicos de frente y los consumidores se ajustan el cinturón, los inversores deben adaptarse a una nueva realidad, y los socios comerciales deben diversificar los riesgos.
Aun así, las predicciones de un inminente colapso de la economía china son exageradas. Si la historia sirve de guía, el único acontecimiento que verdaderamente podría desestabilizar al régimen es un vacío de poder en la cima.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
With German voters clearly demanding comprehensive change, the far right has been capitalizing on the public's discontent and benefiting from broader global political trends. If the country's democratic parties cannot deliver, they may soon find that they are no longer the mainstream.
explains why the outcome may decide whether the political “firewall” against the far right can hold.
The Russian and (now) American vision of "peace" in Ukraine would be no peace at all. The immediate task for Europe is not only to navigate Donald’s Trump unilateral pursuit of a settlement, but also to ensure that any deal does not increase the likelihood of an even wider war.
sees a Korea-style armistice with security guarantees as the only viable option in Ukraine.
Rather than engage in lengthy discussions to pry concessions from Russia, US President Donald Trump seems committed to giving the Kremlin whatever it wants to end the Ukraine war. But rewarding the aggressor and punishing the victim would amount to setting the stage for the next war.
warns that by punishing the victim, the US is setting up Europe for another war.
Within his first month back in the White House, Donald Trump has upended US foreign policy and launched an all-out assault on the country’s constitutional order. With US institutions bowing or buckling as the administration takes executive power to unprecedented extremes, the establishment of an authoritarian regime cannot be ruled out.
The rapid advance of AI might create the illusion that we have created a form of algorithmic intelligence capable of understanding us as deeply as we understand one another. But these systems will always lack the essential qualities of human intelligence.
explains why even cutting-edge innovations are not immune to the world’s inherent unpredictability.
WASHINGTON, DC – Los observadores occidentales muchas veces ven a China como una superpotencia en ascenso en la cúspide del predominio global o como un país frágil al borde del colapso. Estas miradas contradictorias amplifican solo un lado de la trayectoria económica de China: un boom tecnológico junto a un desplome del crecimiento.
Esta paradoja puede atribuirse, en gran medida, a las directivas emitidas por el presidente Xi Jinping a los millones de burócratas del Partido Comunista encargados de la tarea de llevar adelante su visión ambiciosa.
Contrariamente a la percepción de China como una economía planificada donde los líderes nacionales dan órdenes precisas, prevalece la lógica de lo que yo llamo “improvisación dirigida”. Los líderes centrales indican sus prioridades mientras que la enorme burocracia del país -que incluye ministerios y gobiernos locales- interpreta estas señales y toma medidas en base a ellas de acuerdo con incentivos políticos.
Xi les ha dejado en claro a los funcionarios chinos que pretende que su legado sea una nueva economía enfocada en un “desarrollo de alta calidad” y “nuevas fuerzas productivas de calidad” (es decir, innovación de alta tecnología). La vieja economía de industrias contaminantes, inversión en infraestructura y especulación inmobiliaria ayudó a que China pasara de la pobreza a un estatus de ingresos medianos, pero Xi ha tomado distancia de esa mecánica. Incluso parece despreciar el modelo de crecimiento anterior del país, al que asocia con los rivales políticos y los subordinados corruptos a quienes ha apartado o encarcelado.
En consecuencia, los funcionarios chinos tienen pocos incentivos para tomar medidas audaces destinadas a reanimar la vieja economía: el éxito serviría de poco para mejorar su posición y el fracaso podría terminar con sus carreras. Esto ayuda a explicar la respuesta deslucida del gobierno central a la crisis inmobiliaria en curso. Si los responsables de las políticas hubieran actuado de manera decisiva justo después de la pandemia del COVID-19, podrían haber recuperado la confianza de los consumidores. Ahora, en cambio, la desaceleración económica ha afectado no solo la confianza sino también los ingresos, en tanto más gente enfrenta despidos y recortes salariales.
Mientras tanto, el foco singular del gobierno en fabricar productos de tecnología avanzada ha llevado a las autoridades locales a invertir profusamente en aquellos sectores favorecidos por Xi, como los vehículos eléctricos (VE) y los paneles solares. En un artículo reciente, junto con mis coautores mostramos que, después de que el gobierno central fijara metas ambiciosas para las nuevas patentes -un indicador estándar de innovación-, las autoridades locales inflaron los números fomentando patentes basura. En consecuencia, el porcentaje de innovaciones genuinamente novedosas ha declinado. Nos referimos a este fenómeno como un “impulso de innovación de baja productividad”.
Winter Sale: Save 40% on a new PS subscription
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
Subscribe to Digital or Digital Plus now to secure your discount.
Subscribe Now
Si bien China es considerablemente efectiva a la hora de generar producciones masivas con celeridad, esta estrategia resulta en un despilfarro significativo. La industria de VE es un excelente ejemplo: China tiene más de 450 fábricas de autos, pero un tercio de ellas opera a menos del 20% de su capacidad. A la larga, la mayoría de estos productores probablemente vayan a la quiebra, lo que llevará a la industria a consolidarse en torno a unos pocos gigantes como BYD.
Ahora bien, este método tiene sus ventajas. Los líderes centrales están dispuestos a tolerar la ineficiencia y el despilfarro siempre que, al final, generen empresas líderes. Los gobiernos locales se sacan de la manga todos los trucos posibles para fomentar las industrias emergentes, desde combinar capital de riesgo con inversión pública hasta atraer talento científico disuadidopor el escrutinio de los científicos asiáticos por parte de Estados Unidos. Es de destacar que China ganó más de 2.400 científicos en 2021, en tanto Estados Unidos experimentó una pérdida neta.
La burocracia, esencialmente, ha adaptado la práctica comunista de “movilización” (conocida coloquialmente como campañas “colmena”) para cumplir con los objetivos capitalistas de las autoridades. Históricamente, esta estrategia apuntaba a las exportaciones de productos de consumo, lo que les permitía a los hogares en el Norte Global beneficiarse de la hipercompetencia dentro de China y, así, de las importaciones chinas baratas. Pero desde entonces tiene un nuevo objetivo: el de promover la manufactura avanzada y la energía limpia -sectores que tanto Estados Unidos como la Unión Europea pretenden dominar a través de políticas industriales.
Sin duda, hasta los críticos más ásperos de Xi no se opondrían a su ambición de abandonar el viejo modelo de crecimiento de China y fomentar la innovación de alta tecnología. Después de todo, los países, en general, aspiran a avanzar en esta dirección. Pero ambas economías, la vieja y la nueva, están profundamente entrelazadas; si la vieja economía flaquea demasiado rápido, inevitablemente dificultará el ascenso de la nueva. Esto ya se hace evidente en la crisis inmobiliaria, que ha eliminado empleos y riqueza de los hogares, lo que llevó a los consumidores a recortar su gasto. Como resultado de ello, los productores se han visto obligados a exportar productos no vendidos como VE, exacerbando las tensiones comerciales con Estados Unidos y otros países que acusan a China de verter su exceso de capacidad en sus mercados.
En otras palabras, la nueva economía de China, en términos realistas, no puede crecer lo suficientemente rápido como para reemplazar pronto a la vieja economía. Sumado a este problema están los recortes de empleos como consecuencia de avances tecnológicos como los robots industriales y los vehículos autónomos, donde China ha dado pasos impresionantes. Las alzas de productividad tienden a beneficiar solo a los trabajadores más jóvenes y técnicamente educados, no a los de más edad.
Asimismo, pasar a una economía de alta tecnología por lo general requiere de un crecimiento robusto del PIB y de finanzas públicas saludables que le permitan al gobierno invertir en políticas industriales, reentrenar a los trabajadores y establecer redes de seguridad social para quienes quedan rezagados. Sin este tipo de apoyo, la transición amenaza con agravar las divisiones sociales y económicas.
China, en cambio, está acelerando su cambio a tecnologías de punta en medio de una desaceleración económica y de una crisis de deuda de los gobiernos locales. Este enfoque no tiene precedentes en la historia moderna. Cuando Japón enfrentó un estancamiento económico prolongado en los años 1990, por caso, no duplicó simultáneamente sus esfuerzos para impulsar la innovación liderada por el estado.
Para garantizar el éxito de un cambio estructural, Xi debe hacer hincapié en la importancia de apuntalar las partes menos glamorosas de la vieja economía y ofrecerles empleos o ayuda a los trabajadores desplazados. Sin esta directriz, los funcionarios seguirán priorizando sectores que exacerban las tensiones comerciales con Occidente por sobre las industrias tradicionales que hoy en día todavía responden por la mayor parte del crecimiento de China.
La teoría del “pico de China” no logra captar la trayectoria paradójica del país. Al pregonar solo las vulnerabilidades de China, atiza el miedo de que los líderes chinos asuman riesgos militares, que Estados Unidos debe contrarrestar. Como advirtió Ryan Hass, esto amenaza con agravar un círculo vicioso de antagonismo mutuo.
¿China está en decadencia, entonces? La respuesta es sí y no. Si bien el crecimiento del PIB se está desacelerando, China avanza hacia una economía verde de alta tecnología y sigue siendo el segundo mercado de consumo más grande del mundo.
Pero en tanto el país enfrenta fuertes vientos económicos de frente y los consumidores se ajustan el cinturón, los inversores deben adaptarse a una nueva realidad, y los socios comerciales deben diversificar los riesgos.
Aun así, las predicciones de un inminente colapso de la economía china son exageradas. Si la historia sirve de guía, el único acontecimiento que verdaderamente podría desestabilizar al régimen es un vacío de poder en la cima.