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Lo que los progresistas deben aprender de la campaña de Trump

SINGAPUR – Luego de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, The New York Times informó sobre un choque de opiniones entre dos miembros demócratas del Congreso. “Los demócratas pasan demasiado tiempo intentando no ofender a nadie en lugar de ser brutalmente honestos sobre los desafíos que enfrentan muchos norteamericanos”, dijo el representante Seth Moulton, de Massachusetts. “Tengo dos hijas pequeñas, no quiero que en un campo de juego se las lleve por delante un atleta varón, o que fue varón, pero como demócrata se supone que tengo miedo de decir eso”.

La representante Pramila Jayapal, de Washington, presidenta del Grupo Progresista del Congreso, adoptó una postura diferente. Describiéndose a sí misma como “la madre orgullosa de una hija que resulta ser trans”, dijo: “Necesitamos crear un espacio para los miedos de la gente y dejar que se conozcan…, y tenemos que contrarrestar la idea de que mi hija es una amenaza para los hijos de los demás”.

Mi propósito al mencionar este intercambio no es preguntar quién tiene razón, sino instar a que, en el contexto del triunfo de Trump sobre la vicepresidenta Kamala Harris, nos hagamos otras dos preguntas. ¿La postura de Harris sobre la cuestión transgénero contribuyó a su derrota? Y entre las muchas cuestiones importantes en las que la política estadounidense habría sido diferente en un gobierno de Harris de lo que es probable en un gobierno de Trump, ¿qué lugar ocupa la cuestión transgénero?

La campaña de Trump machacó repetidamente a Harris sobre el tema. Un anuncio que se emitió más de 17.375 veces en las tres últimas semanas de octubre, con un costo de más de 10 millones de dólares, se refiere a un asesino convicto condenado a cadena perpetua en California y decía a los espectadores: “Kamala Harris presionó para usar dólares de los contribuyentes para pagar su cambio de sexo… La agenda de Kamala es ellos/ellos, no tú”. Otro anuncio, emitido 13.445 veces, utilizaba un lenguaje similar, pero también acusaba a Harris de “permitir que hombres biológicos compitan contra nuestras niñas en su deporte”. Según un análisis realizado por Future Forward, uno de los principales comités de acción política a favor de Harris, ver ese anuncio hizo que el 2,7% de los espectadores se inclinara a favor de Trump (que ganó el voto popular por un 2%).

Harris nunca respondió a esos ataques. Los directores de campaña de Trump presumiblemente creen que su gasto en más de 30.000 emisiones de esos anuncios fue dinero bien gastado. Tal vez tengan razón.

Así pues, pasemos a la segunda pregunta: entre todas las cuestiones afectadas por la victoria de Trump, ¿qué lugar ocupa la cuestión transgénero? Supongamos que planteamos esta pregunta desde el punto de vista más favorable a los defensores de los derechos de los transexuales. Supongamos que los transexuales no son una amenaza para nadie, ni en los baños públicos, ni en las cárceles, ni en los deportes. Supongamos también que la creencia de que lo son es un simple prejuicio que afecta a las personas trans, les impide participar en actividades deportivas, las torna más vulnerables a enfermedades mentales de lo que serían en otras circunstancias y, lo más trágico de todo, lleva a algunas al suicidio.

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Incluso partiendo de estas premisas, nada de lo que Trump pueda hacer respecto de la cuestión de los transexuales puede compararse en importancia con otras medidas que probablemente tome. Si Estados Unidos incumple sus compromisos con el acuerdo climático de París, como Trump ha dicho que hará en su presidencia, ¿por qué países como China, con emisiones de gases de efecto invernadero más bajas, sentirían alguna necesidad de poner de su parte? Pero si Estados Unidos y China no toman medidas contundentes, el calentamiento global superará el límite de 2° Celsius fijados por el acuerdo de París, con consecuencias mucho más catastróficas que las que ya hemos visto en los últimos años.

De la misma manera, si Trump interrumpe o reduce el apoyo estadounidense a Ucrania, ese país democrático de casi 40 millones de habitantes probablemente caiga bajo la dictadura rusa, y la agresión del presidente ruso, Vladimir Putin, tal vez no se detenga allí. Luego está la amenaza que Trump representa para la democracia en Estados Unidos, el daño que probablemente causará al acceso a la atención sanitaria y a las prestaciones sociales para la gente necesitada y, por supuesto, sus planes radicales para deportar a millones de extranjeros indocumentados.

Los progresistas se enfrentan a un grave dilema. ¿Deberían defender todas las causas que consideran correctas, independientemente de su importancia en comparación con las demás cuestiones en juego, o está justificado que adopten una posición más centrista sobre algunas cuestiones menos significativas en las que no han podido ganarse a un sector importante del electorado? En mi opinión, debemos centrarnos en las cuestiones que más le importan al mundo en su totalidad.

La campaña de Trump, en un anuncio de un minuto difundido en los últimos días de la campaña, apuntaba a lo que consideraba otra debilidad demócrata. El anuncio empieza diciendo que bajo la administración Biden-Harris, Estados Unidos “tomó un rumbo equivocado”. Un aspecto de esto es que aquellos que “se atrevieron a decir la verdad” fueron acusados de “incitación al odio”.

Por supuesto, lo que la campaña de Trump consideraba “la verdad” muchas veces estaba muy lejos de eso. Pero la acusación de que la etiqueta de discurso de odio se ha utilizado para cerrar el debate abierto resuena con la sensación de Moulton de que, “como demócrata”, se le prohibió expresar cualquier reserva sobre los atletas trans.

Si nuestros compañeros progresistas tienen miedo de hablar sobre temas delicados, ¿cómo vamos a descubrir, alguna vez, lo que la gente realmente piensa, o cuál es, en realidad, la verdad?

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