FORT LAUDERDALE – El mayor año electoral en la historia se está desarrollando en un momento en que la creciente desigualdad de riqueza e ingresos alimenta la polarización y mina la cohesión social en muchos países. Los niveles de ingresos promedio y el desempeño económico general no parecen marcar mucha diferencia, las brechas cada vez más grandes entre los que tienen y los que no tienen se están volviendo un fenómeno prácticamente universal y se están traduciendo, cada vez más, en visiones marcadamente divergentes de lo que constituye un progreso económico y social. Esto hace que la gobernanza, en el mejor de los casos, resulte difícil.
Si los mecanismos formales de gobernanza se ven afectados por una polarización política aparentemente irresoluble, ¿cómo podemos abordar desafíos importantes como mejorar la igualdad de oportunidades, construir economías sustentables y suministrar bienes públicos críticos? Una respuesta es la filantropía.
La filantropía, alguna vez considerada patrimonio de unos pocos adinerados, hoy es un fenómeno masivo. Las plataformas de financiación colectiva (crowdfunding) les permiten a los pequeños donantes apoyar a todo tipo de personas y proyectos, y a voluntarios de todos los niveles de ingresos dedicar su tiempo y energía a organizaciones benéficas. Pero si la riqueza se acumula rápidamente en la parte superior de la escala de distribución, tendría sentido recurrir al grupo de los más ricos para que financien proyectos universalmente benéficos.
El fundador de Microsoft, Bill Gates, representa un modelo de ese tipo de filantropía: la Fundación Bill & Melinda Gates, de la cual es copresidente, ha tenido un impacto de amplio alcance en una variedad de áreas, desde la salud hasta la sustentabilidad global. Los grandes inversores también desempeñan un papel cada vez más relevante en la investigación básica, que también se puede considerar una suerte de filantropía, dependiendo de cómo se compartan y se utilicen los resultados.
En los años 1970, más del 70% del financiamiento para la investigación básica no patentada provenía del gobierno. Esa cifra ha caído sostenidamente a medida que se fue expandiendo el financiamiento empresario y filantrópico. Pero cuando se trata de investigación en tecnologías digitales, especialmente inteligencia artificial en Estados Unidos, el gobierno es responsable de apenas una tercera parte del financiamiento. El resto proviene de gigantes tecnológicos como Microsoft y Google (un tercio) y filántropos y organizaciones filantrópicas (la tercera parte restante).
En otras palabras, el sector privado hoy responde por dos terceras partes del financiamiento para investigación básica -gran parte de la cual es de código abierto y de libre acceso- en tecnologías transformadoras como la IA. Existe un precedente para este tipo de participación corporativa en investigación básica. Bell Laboratories de AT&T fue responsable de una variedad de innovaciones críticas, desde transistores hasta células fotovoltaicas, antes de que una acción antimonopolio desintegrara su casa matriz. En un momento en que los reguladores intentan determinar la mejor manera de regular a las Grandes Tecnológicas, vale la pena recordar el destino de Bell Labs.
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La filantropía muchas veces es vista como una expresión de empatía individual, pero se trata de algo más complejo. De hecho, la filantropía es un fenómeno social complejo forjado por una serie de consideraciones e incentivos, entre ellos incentivos financieros directos. En Estados Unidos y otras partes, se estimulan las donaciones benéficas haciendo que éstas sean deducibles de impuestos. Pero hay otros beneficios -por ejemplo, para las reputaciones de los filántropos- que también conllevan un peso considerable.
Como demuestran Jonathan K. Nelson y Richard J. Zeckhauser en su libro de 2008 The Patron’s Payoff: Conspicuous Commissions in Italian Renaissance Art (La recompensa del mecenas: comisiones conspicuas en el arte del Renacimiento italiano), esto era tan válido en el siglo XV como en la actualidad. En aquel entonces, los ricos de Italia deseaban promover las artes y, en menor medida, la ciencia; dar señales de su riqueza y de los logros que la creaban, y demostrar su piedad en una sociedad dominada por la Iglesia Católica.
La Iglesia ofrecía un mecanismo para que los ricos alcanzaran todos estos objetivos: construía catedrales con numerosas capillas en torno a la nave central, y luego vendía derechos para decorar las capillas y ponerles nombre a las familias adineradas, que contrataban a grandes artistas para producir pinturas, frescos y esculturas. Con eso, la Iglesia se financiaba, florecía el arte y los ricos promovían sus agendas filantrópicas, mejoraban sus reputaciones y hasta ganaban un grado de inmortalidad.
Esta experiencia destaca la importancia de señalizar mecanismos, redes y reconocimiento no solo alentando sino también dirigiendo la actividad filantrópica. Existe una razón por la cual los principales donantes a universidades reconocidas, por ejemplo, logran que sus nombres queden grabados en edificios y se asocien con iniciativas de investigación importantes: como los mecenas del arte del Renacimiento, quieren apoyar el progreso humano y mejorar su condición personal, especialmente en una red que les interesa. Como han dicho varios filósofos desde Aristóteles hasta Hegel, el reconocimiento -especialmente por ayudar a otros- es un deseo humano fundamental.
Al igual que las universidades, otras instituciones de elite -como las galerías de arte, las bibliotecas, los museos, las orquestas y las salas de ópera- atraen donaciones filantrópicas en parte garantizando que los donantes obtengan el reconocimiento que ansían. Pero muchas causas vitales, entre ellas el apoyo a quienes les cuesta llegar a fin de mes y crear oportunidades para sus hijos, carecen de mecanismos igualmente potentes para atraer el financiamiento de los donantes.
Si bien la filantropía no es un sustituto de la acción gubernamental en áreas como la salud, la educación y la distribución del ingreso y la riqueza, en efecto puede ayudar -si se implementan los incentivos correctos-. Con este objetivo, debemos diseñar instituciones que ofrezcan beneficios reputacionales y de redes para los donantes que respaldan causas como la reducción de la pobreza y la salud pública. El ingrediente esencial clave parece ser un intermediario que actúe como un inversor de impacto respetado y constituya el centro del mecanismo de señalización.
En un plano más fundamental, necesitamos dejar de aplaudir la riqueza porque sí. Si bien la riqueza puede señalar ciertos tipos de logros, vale la pena celebrarla solo cuando se la utiliza al servicio del bienestar humano.
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America's president subscribes to a brand of isolationism that has waxed and waned throughout US history, but has its roots in the two-century-old Monroe Doctrine. This is bad news for nearly everyone, because it implies acceptance of a world order based on spheres of influence, as envisioned by China and Russia.
hears echoes of the Monroe Doctrine in the US president's threats to acquire Greenland.
Financial markets and official economic indicators over the past few weeks give policymakers around the world plenty to contemplate. Was the recent spike in bond yields a sufficient warning to Donald Trump and his team, or will they still follow through with inflationary stimulus, tariff, and immigration policies?
wonders if recent market signals will keep the new administration’s radicalism in check.
While some observers doubt that US President-elect Donald Trump poses a grave threat to US democracy, others are bracing themselves for the destruction of the country’s constitutional order. With Trump’s inauguration just around the corner, we asked PS commentators how vulnerable US institutions really are.
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FORT LAUDERDALE – El mayor año electoral en la historia se está desarrollando en un momento en que la creciente desigualdad de riqueza e ingresos alimenta la polarización y mina la cohesión social en muchos países. Los niveles de ingresos promedio y el desempeño económico general no parecen marcar mucha diferencia, las brechas cada vez más grandes entre los que tienen y los que no tienen se están volviendo un fenómeno prácticamente universal y se están traduciendo, cada vez más, en visiones marcadamente divergentes de lo que constituye un progreso económico y social. Esto hace que la gobernanza, en el mejor de los casos, resulte difícil.
Si los mecanismos formales de gobernanza se ven afectados por una polarización política aparentemente irresoluble, ¿cómo podemos abordar desafíos importantes como mejorar la igualdad de oportunidades, construir economías sustentables y suministrar bienes públicos críticos? Una respuesta es la filantropía.
La filantropía, alguna vez considerada patrimonio de unos pocos adinerados, hoy es un fenómeno masivo. Las plataformas de financiación colectiva (crowdfunding) les permiten a los pequeños donantes apoyar a todo tipo de personas y proyectos, y a voluntarios de todos los niveles de ingresos dedicar su tiempo y energía a organizaciones benéficas. Pero si la riqueza se acumula rápidamente en la parte superior de la escala de distribución, tendría sentido recurrir al grupo de los más ricos para que financien proyectos universalmente benéficos.
El fundador de Microsoft, Bill Gates, representa un modelo de ese tipo de filantropía: la Fundación Bill & Melinda Gates, de la cual es copresidente, ha tenido un impacto de amplio alcance en una variedad de áreas, desde la salud hasta la sustentabilidad global. Los grandes inversores también desempeñan un papel cada vez más relevante en la investigación básica, que también se puede considerar una suerte de filantropía, dependiendo de cómo se compartan y se utilicen los resultados.
En los años 1970, más del 70% del financiamiento para la investigación básica no patentada provenía del gobierno. Esa cifra ha caído sostenidamente a medida que se fue expandiendo el financiamiento empresario y filantrópico. Pero cuando se trata de investigación en tecnologías digitales, especialmente inteligencia artificial en Estados Unidos, el gobierno es responsable de apenas una tercera parte del financiamiento. El resto proviene de gigantes tecnológicos como Microsoft y Google (un tercio) y filántropos y organizaciones filantrópicas (la tercera parte restante).
En otras palabras, el sector privado hoy responde por dos terceras partes del financiamiento para investigación básica -gran parte de la cual es de código abierto y de libre acceso- en tecnologías transformadoras como la IA. Existe un precedente para este tipo de participación corporativa en investigación básica. Bell Laboratories de AT&T fue responsable de una variedad de innovaciones críticas, desde transistores hasta células fotovoltaicas, antes de que una acción antimonopolio desintegrara su casa matriz. En un momento en que los reguladores intentan determinar la mejor manera de regular a las Grandes Tecnológicas, vale la pena recordar el destino de Bell Labs.
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Como demuestran Jonathan K. Nelson y Richard J. Zeckhauser en su libro de 2008 The Patron’s Payoff: Conspicuous Commissions in Italian Renaissance Art (La recompensa del mecenas: comisiones conspicuas en el arte del Renacimiento italiano), esto era tan válido en el siglo XV como en la actualidad. En aquel entonces, los ricos de Italia deseaban promover las artes y, en menor medida, la ciencia; dar señales de su riqueza y de los logros que la creaban, y demostrar su piedad en una sociedad dominada por la Iglesia Católica.
La Iglesia ofrecía un mecanismo para que los ricos alcanzaran todos estos objetivos: construía catedrales con numerosas capillas en torno a la nave central, y luego vendía derechos para decorar las capillas y ponerles nombre a las familias adineradas, que contrataban a grandes artistas para producir pinturas, frescos y esculturas. Con eso, la Iglesia se financiaba, florecía el arte y los ricos promovían sus agendas filantrópicas, mejoraban sus reputaciones y hasta ganaban un grado de inmortalidad.
Esta experiencia destaca la importancia de señalizar mecanismos, redes y reconocimiento no solo alentando sino también dirigiendo la actividad filantrópica. Existe una razón por la cual los principales donantes a universidades reconocidas, por ejemplo, logran que sus nombres queden grabados en edificios y se asocien con iniciativas de investigación importantes: como los mecenas del arte del Renacimiento, quieren apoyar el progreso humano y mejorar su condición personal, especialmente en una red que les interesa. Como han dicho varios filósofos desde Aristóteles hasta Hegel, el reconocimiento -especialmente por ayudar a otros- es un deseo humano fundamental.
Al igual que las universidades, otras instituciones de elite -como las galerías de arte, las bibliotecas, los museos, las orquestas y las salas de ópera- atraen donaciones filantrópicas en parte garantizando que los donantes obtengan el reconocimiento que ansían. Pero muchas causas vitales, entre ellas el apoyo a quienes les cuesta llegar a fin de mes y crear oportunidades para sus hijos, carecen de mecanismos igualmente potentes para atraer el financiamiento de los donantes.
Si bien la filantropía no es un sustituto de la acción gubernamental en áreas como la salud, la educación y la distribución del ingreso y la riqueza, en efecto puede ayudar -si se implementan los incentivos correctos-. Con este objetivo, debemos diseñar instituciones que ofrezcan beneficios reputacionales y de redes para los donantes que respaldan causas como la reducción de la pobreza y la salud pública. El ingrediente esencial clave parece ser un intermediario que actúe como un inversor de impacto respetado y constituya el centro del mecanismo de señalización.
En un plano más fundamental, necesitamos dejar de aplaudir la riqueza porque sí. Si bien la riqueza puede señalar ciertos tipos de logros, vale la pena celebrarla solo cuando se la utiliza al servicio del bienestar humano.