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La Guerra Fría que no fue

TEL AVIV – El presidente estadounidense Joe Biden ha caracterizado repetidamente la rivalidad de su país con China como una batalla entre democracia y autocracia, un choque ideológico que recuerda al de la Guerra Fría. Es una narrativa imprecisa –EE.U.U. y China están sumidos en una competencia por el dominio estratégico- que prácticamente hace imposible llegar a una solución. Mientras es posible llegar a acuerdos en torno a demandas relacionadas con recursos tangibles e inquietudes sobre seguridad, por lo general las luchas ideológicas terminan de otra manera: la derrota incondicional de una de las partes.

Estados Unidos no debería tratar de “derrotar” a China, como lo hizo con la Unión Soviética porque, antes que todo, China no se propone exportar al mundo “un socialismo con características chinas”. Cuando el Presidente chino Xi Jinping declaró en 2017 que “la guerra sin el humo de la pólvora es ubicua en el dominio ideológico y la lucha sin armamentos en la esfera política nunca se ha acabado”, principalmente estaba pidiendo que los extranjeros respetasen las instituciones y tradiciones culturales chinas.

Esto refleja en parte el nacionalismo chino, alimentado por narrativas históricas, en particular el recuerdo del “siglo de la humillación” (1839-1949), en el que China sufrió intervenciones y la subyugación por las potencias occidentales y Japón. Pero también resulta pragmático: el Partido Comunista Chino reconoce que algunas tendencias internas podrían desestabilizar el país e incluso acabar socavando el propio régimen del PCC.

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