PARÍS – Después de una larga serie de reuniones preparatorias, por fin tenemos ante nosotros la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático. Como el Protocolo de Kyoto sobre las emisiones de carbono expira en 2012, a los delegados que se reunirán en Copenhague se les ha encomendado la tarea de concertar un nuevo acuerdo internacional. Los países del mundo están inmersos en uno de los más complejos y transcendentales ejercicios de acción colectiva que se haya tenido que organizar en la historia de las relaciones internacionales.
Aunque ya se conoce perfectamente la responsabilidad de los países industrializados y las economías en ascenso en la lucha contra las emisiones de carbono, se ha pasado por alto en gran medida el lugar de África en el programa relativo al clima. Se consideran de poco interés las emisiones subsaharianas, calculadas en tan sólo entre el 3 y el 4 por ciento de las emisiones mundiales debidas al hombre. Y, sin embargo, África es fundamental para la crisis medioambiental mundial en dos sentidos importantes.
En primer lugar, África sería la primera víctima de una gran perturbación climática, con efectos secundarios en todo el planeta. Los expertos predicen que ese continente experimentará algunos de los cambios más graves, mientras que la capacidad de las sociedades africanas para afrontarlos es de las más débiles del mundo.
Varios países africanos están experimentando ya reducción de las precipicitaciones, degradación del suelo y agotamiento de recursos naturales preciosos, lo que tiene repercusiones directas en los medios de vida de dos terceras partes de los africanos subsaharianos. No se pueden desconocer las consecuencias económicas, sociales, migratorias y de seguridad de semejante vulnerabilidad en el resto del mundo, pues África albergará más de dos mil millones de habitantes en 2050.
En segundo lugar, África es uno de los protagonistas importantes de la crisis medioambiental mundial. En vista de su vasto patrimonio natural, ese continente alberga algunas de las soluciones más potentes para el cambio climático. La cuenca del Congo ocupa el segundo puesto del mundo por la masa de su bosque tropical, con 220 millones de hectáreas. En un momento en el que las emisiones de carbono están amentando rápidamente a escala mundial, esa gigantesca máquina de captura de carbono es, como la tierra agrícola, uno de los elementos esenciales de la lucha contra el cambio climático. Y, sin embargo, la capa forestal de África se redujo un 10 por ciento entre 1990 y 2005, más de la mitad de la reducción registrada a escala mundial.
Además, África será la región del mundo que experimentará el mayor aumento, con mucha diferencia, de necesidades energéticas en los cincuenta próximos años. La lucha contra el cambio climático dependerá en gran medida de si se atienden las necesidades energéticas de África con combustibles fósiles o con energías renovables.
Reviste importancia decisiva que los delegados en Copenhague reconozcan y promuevan la contribución de África al delicado equilibrio climático del mundo. Las medidas para preservar los recursos naturales de África y explotar el inmenso potencial de energías renovables del subcontinente no son gratuitas, pero, si se considera, como se debería hacer, la capacidad de almacenamiento de carbono de África como un bien público mundial, todo el mundo debería contribuir al respecto mediante la creación de mecanismos que permitan la preservación y desencadenen el cambio hacia modelos energéticos sostenibles.
Tres vías prometedoras tendrán que materializarse rápidamente. La primera consiste en aumentar la utilización de los instrumentos vigentes, como, por ejemplo, los mecanismos para un desarrollo limpio, que permiten a los participantes de los países ricos promover proyectos que reduzcan las emisiones en los países en desarrollo. Hasta ahora, África no ha disfrutado de los beneficios de dichos mecanismos: hasta la fecha, menos del dos por ciento de dichos proyectos se ejecutan en África, frente al 73 por ciento en Asia. África debe ser la nueva frontera del mercado mundial del carbono.
La segunda vía es el reconocimiento oficial del almacenamiento de carbono por parte de las tierras y bosques africanos, además de recompensas por la “desforestación evitada”. En un momento en que la Humanidad está empezando a calibrar el valor de la diversidad biológica y la importancia de la tierra y los bosques en el control climático, África tiene mucho que ganar convirtiéndose en la custodia de un patrimonio esencial para la supervivencia de la Humanidad. Su valor asciende a varios miles de millones de dólares anuales, que constituirían uno de los peldaños esenciales hacia el crecimiento económico sostenido en África en una época posterior al petróleo.
Por último, el plan de “justicia climática” patrocinado por Francia y otros en Copenhague y encaminado a aumentar el acceso de África a la energía limpia, reviste importancia decisiva en un momento en que tres de cada diez africanos subsaharianos carecen de acceso a la electricidad. Se trata de una cuestión no sólo de justicia, sino también de regulación climática. Así, pues, el de combinar medidas privadas y públicas para proporcionar energía renovable a dos mil millones de africanos será uno de los imperativos más importantes de los próximos decenios.
En el pasado, a los países africanos les resultó difícil hacer oír sus voces en las negociaciones internacionales más importantes. Su decisión de actuar como un bloque en Copenhague es un importante paso adelante, pero ahora África y sus socios tendrán que unirse para conseguir la adopción de medidas que garanticen la explotación sostenible del inmenso potencial medioambiental de África, que redundará en provecho de todos nosotros.
PARÍS – Después de una larga serie de reuniones preparatorias, por fin tenemos ante nosotros la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático. Como el Protocolo de Kyoto sobre las emisiones de carbono expira en 2012, a los delegados que se reunirán en Copenhague se les ha encomendado la tarea de concertar un nuevo acuerdo internacional. Los países del mundo están inmersos en uno de los más complejos y transcendentales ejercicios de acción colectiva que se haya tenido que organizar en la historia de las relaciones internacionales.
Aunque ya se conoce perfectamente la responsabilidad de los países industrializados y las economías en ascenso en la lucha contra las emisiones de carbono, se ha pasado por alto en gran medida el lugar de África en el programa relativo al clima. Se consideran de poco interés las emisiones subsaharianas, calculadas en tan sólo entre el 3 y el 4 por ciento de las emisiones mundiales debidas al hombre. Y, sin embargo, África es fundamental para la crisis medioambiental mundial en dos sentidos importantes.
En primer lugar, África sería la primera víctima de una gran perturbación climática, con efectos secundarios en todo el planeta. Los expertos predicen que ese continente experimentará algunos de los cambios más graves, mientras que la capacidad de las sociedades africanas para afrontarlos es de las más débiles del mundo.
Varios países africanos están experimentando ya reducción de las precipicitaciones, degradación del suelo y agotamiento de recursos naturales preciosos, lo que tiene repercusiones directas en los medios de vida de dos terceras partes de los africanos subsaharianos. No se pueden desconocer las consecuencias económicas, sociales, migratorias y de seguridad de semejante vulnerabilidad en el resto del mundo, pues África albergará más de dos mil millones de habitantes en 2050.
En segundo lugar, África es uno de los protagonistas importantes de la crisis medioambiental mundial. En vista de su vasto patrimonio natural, ese continente alberga algunas de las soluciones más potentes para el cambio climático. La cuenca del Congo ocupa el segundo puesto del mundo por la masa de su bosque tropical, con 220 millones de hectáreas. En un momento en el que las emisiones de carbono están amentando rápidamente a escala mundial, esa gigantesca máquina de captura de carbono es, como la tierra agrícola, uno de los elementos esenciales de la lucha contra el cambio climático. Y, sin embargo, la capa forestal de África se redujo un 10 por ciento entre 1990 y 2005, más de la mitad de la reducción registrada a escala mundial.
Además, África será la región del mundo que experimentará el mayor aumento, con mucha diferencia, de necesidades energéticas en los cincuenta próximos años. La lucha contra el cambio climático dependerá en gran medida de si se atienden las necesidades energéticas de África con combustibles fósiles o con energías renovables.
BLACK FRIDAY SALE: Subscribe for as little as $34.99
Subscribe now to gain access to insights and analyses from the world’s leading thinkers – starting at just $34.99 for your first year.
Subscribe Now
Reviste importancia decisiva que los delegados en Copenhague reconozcan y promuevan la contribución de África al delicado equilibrio climático del mundo. Las medidas para preservar los recursos naturales de África y explotar el inmenso potencial de energías renovables del subcontinente no son gratuitas, pero, si se considera, como se debería hacer, la capacidad de almacenamiento de carbono de África como un bien público mundial, todo el mundo debería contribuir al respecto mediante la creación de mecanismos que permitan la preservación y desencadenen el cambio hacia modelos energéticos sostenibles.
Tres vías prometedoras tendrán que materializarse rápidamente. La primera consiste en aumentar la utilización de los instrumentos vigentes, como, por ejemplo, los mecanismos para un desarrollo limpio, que permiten a los participantes de los países ricos promover proyectos que reduzcan las emisiones en los países en desarrollo. Hasta ahora, África no ha disfrutado de los beneficios de dichos mecanismos: hasta la fecha, menos del dos por ciento de dichos proyectos se ejecutan en África, frente al 73 por ciento en Asia. África debe ser la nueva frontera del mercado mundial del carbono.
La segunda vía es el reconocimiento oficial del almacenamiento de carbono por parte de las tierras y bosques africanos, además de recompensas por la “desforestación evitada”. En un momento en que la Humanidad está empezando a calibrar el valor de la diversidad biológica y la importancia de la tierra y los bosques en el control climático, África tiene mucho que ganar convirtiéndose en la custodia de un patrimonio esencial para la supervivencia de la Humanidad. Su valor asciende a varios miles de millones de dólares anuales, que constituirían uno de los peldaños esenciales hacia el crecimiento económico sostenido en África en una época posterior al petróleo.
Por último, el plan de “justicia climática” patrocinado por Francia y otros en Copenhague y encaminado a aumentar el acceso de África a la energía limpia, reviste importancia decisiva en un momento en que tres de cada diez africanos subsaharianos carecen de acceso a la electricidad. Se trata de una cuestión no sólo de justicia, sino también de regulación climática. Así, pues, el de combinar medidas privadas y públicas para proporcionar energía renovable a dos mil millones de africanos será uno de los imperativos más importantes de los próximos decenios.
En el pasado, a los países africanos les resultó difícil hacer oír sus voces en las negociaciones internacionales más importantes. Su decisión de actuar como un bloque en Copenhague es un importante paso adelante, pero ahora África y sus socios tendrán que unirse para conseguir la adopción de medidas que garanticen la explotación sostenible del inmenso potencial medioambiental de África, que redundará en provecho de todos nosotros.