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Decirle la verdad al poder

CAMBRIDGE – La decisión del presidente estadounidense Donald Trump de nominar al congresista John Ratcliffe (un partidario incondicional con poca experiencia en asuntos internacionales) como director nacional de inteligencia en reemplazo de Dan Coats generó alarma por el riesgo de politización del área de inteligencia. La oposición a Ratcliffe de demócratas y republicanos por igual obligó a Trump a retirar la propuesta, pero subsiste la pregunta: ¿podrá el poder corromper la verdad? Los presidentes necesitan una jefatura de inteligencia en la que puedan confiar, pero ¿puede el resto del gobierno confiar en que esa jefatura le diga la verdad al poder, como hizo Coats cuando contradijo al presidente en temas como Rusia, Irán y Corea del Norte?

Estados Unidos no es el único país al que errores de inteligencia le costaron caro. Francia no previó la ofensiva alemana a través de las Ardenas en 1940; a Stalin lo tomó por sorpresa el ataque de Hitler en 1941; y lo mismo le ocurrió a Israel con la Guerra de Yom Kippur en 1973.

Trump, furioso con los servicios de inteligencia de Estados Unidos por señalar el grado de injerencia rusa en la elección que lo llevó al cargo en 2016, suele desestimar su trabajo con el argumento de que juzgaron mal la presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Muchos opositores acusaron al presidente George Bush (hijo) de mentir y presionar a la comunidad de inteligencia para que mostrara datos que justificaran una guerra que Bush ya había elegido librar. Pero fue una situación complicada, y para comprender la problemática de decirle la verdad al poder es necesario aclarar varios mitos.

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