TEL AVIV – El año pasado, una tendencia en redes sociales mostraba a mujeres preguntándole a hombres con qué asiduidad pensaban en el Imperio Romano. La respuesta, al parecer, era “muy seguido”: muchos hombres decían que el antiguo imperio se les cruzaba por la mente todas las semanas o, inclusive, a diario.
Eso no sorprendió a Mike Duncan, el conductor del popular podcast “La historia de Roma”, y probablemente tampoco a Tom Holland, que ha escrito múltiples bestsellers sobre el tema. Mary Beard, por cierto, también entiende la fascinación popular. Su estudio de la Roma antigua -junto con su estilo poco pretencioso y su carisma atrevido- han hecho de ella lo que un observador catalogó como “un tesoro nacional y, tranquilamente, la clasicista más famosa del mundo”.
A ver, ¿qué tiene Roma que resulta tan atractivo para las audiencias modernas? Como explicaBeard, la República Romana constituye el puntal de la política y de la cultura occidental. Por otra parte, parece que la historia de Roma es tan multifacética que sus elementos se pueden separar, reorganizar e interpretar para encajar en cualquier tipo de narrativa o creencia.
Roma fue una inspiración esencial para la democracia liberal moderna. El pensamiento y las acciones de los “padres fundadores” de Estados Unidos estaban imbuidos de los ideales romanos, y Estados Unidos se presentó como el nuevo portador del estandarte de la libertad republicana. Pero, a su manera, los fascistas italianos -sobre todo Mussolini- también intentaron “retratarse a sí mismos como los legítimos herederos del Imperio Romano”.
Roma también es la historia de una república democrática que se convierte en una autocracia cuando sucumbe a la frustración popular, al pisotearse las normas políticas, y a un anhelo generalizado de un líder “fuerte”. Los detractores de Donald Trump muchas veces lo comparan con Julio César. Apuntan a su demagogia, a su búsqueda implacable de poder y a su voluntad de violar las reglas y las normas. Pero sus seguidores de extrema derecha suelen hacer la misma comparación, e intentan retratarlo como una suerte de gran conquistador imperial.
Los seguidores de Trump también creen (erróneamente) que fue la inmigración lo que hizo caer al Imperio Romano. En términos más generales, las fuerzas de extrema derecha han sugerido que la Antigua Roma sentó las bases para la “cultura blanca”. Esto ayuda a explicar la visión del clasicista de Princeton Dan-el Padilla Peralta de que su disciplina es inextricable de una mentalidad de imperialista blanco.
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Beard cuestiona esta mitología de la blancura y sostiene en su libro de 2016 SPQR:una historia de la Antigua Roma que la historia del Imperio Romano, que fue necesariamente diversa desde un punto de vista étnico, es “la historia de la gente de color”. De hecho, el libro concluye con el otorgamiento de la ciudadanía por parte del emperador Caracalla a todos los súbditos del imperio. La antigua aristocracia romana perdió sus privilegios, porque no los había compartido.
De la misma manera, la historia de Roma se ha convertido en un campo de juego para los soñadores patriarcales. Roma puede haber tenido sus heroínas, pero normalmente eran las madres y esposas de los emperadores. En definitiva, Roma fue una sociedad fundamentalmente pretoriana que valoraba el coraje, el honor y la masculinidad, o virtus. Al mismo tiempo, el sexo homosexual consensuado era legal, de manera que se puede ver a la Antigua Roma como una fuente temprana de legitimidad de los derechos homosexuales.
Para los israelíes, Roma es algo totalmente diferente: la historia del Imperio Romano evoca la experiencia del exilio, al mismo tiempo que resalta las repercusiones potencialmente catastróficas de la imposibilidad de pensar de manera realista. Consideremos la revuelta que Simon bar Kokhba lideró contra el Imperio Romano a partir del año 132 AD -la escalada final de las guerras judeo-romanas- que resultó en una derrota atroz y la aniquilación de la vida judía en Judea, cuyo nombre fue cambiado permanentemente a Palestina por el emperador Adriano.
Sin embargo, como escribió el general Yehoshafat Harkabi, el difunto jefe de Inteligencia Militar israelí, en su libro seminal El síndrome Bar Kokhba: riesgo y realismo en las relaciones internacionales, “el acto irresponsable de suicidio nacional” de Bar Kokhba inspiró en los judíos una “admiración por la rebeldía y el heroísmo desligados de la responsabilidad por sus consecuencias”. Afortunadamente, David Ben-Gurion, el fundador del Estado de Israel moderno, pensaba diferente: nunca desafíes a una superpotencia o vayas a la guerra sin que una superpotencia te respalde. Lamentablemente, los fanáticos mesiánicos judíos en territorio palestino (renombrado nuevamente como Judea y Samaria) están empeñados en repetir la locura suicida de Bar Kakhba.
Muchas veces se invoca a Roma cuando se describe la hegemonía norteamericana. La Pax Romana -una suerte de “era dorada” de relativa paz y prosperidad, respaldada por un imperio poderoso- sirvió de modelo para la Pax Americana que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. De la misma manera que la lucha por una “paz común” entre las ciudades-estados griegos después de la Guerra del Peloponeso terminó ofreciendo los argumentos éticos para que Roma tomara el control, una guerra implacable en Europa finalmente llevó a Estados Unidos a actuar como un garante externo de la seguridad y el orden. La paz, al parecer, muchas veces es incompatible con una libertad política plena.
Pero la Pax Americana ahora parece estar desvaneciéndose -una tendencia que ha generado mucha especulación sobre la “caída” inminente del “imperio” estadounidense-. El fundamento para esta especulación tiene sus orígenes en el siglo XVIII, cuando personas como Edward Gibbon y Montesquieu escribieron sobre el destino del Imperio Romano. Sin embargo, Estados Unidos todavía tiene mucho que aprender para evitar su propia decadencia y caída.
Quizá la lección más importante sea que hasta los poderes hegemónicos exigen una sensación de mesura. Roma sufrió lo que Gibbon describió como el “efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurada”. De la misma manera, también se sabe que Estados Unidos no tuvo una humildad apropiada, especialmente durante sus años de hegemonía indiscutida después de la Guerra Fría. Debería ocuparse de garantizar que la arrogancia no se convierta en su ruina.
Pero si bien las comparaciones históricas pueden ayudar a iluminar nuestra comprensión del presente y del futuro, no ofrecen garantías. Ni siquiera la llamada Trampa de Tucídides -el choque “inevitable” entre un poder hegemónico establecido (como Estados Unidos) y una potencia en ascenso (como China)- debería ser vista como una ley de hierro de la historia, aunque más no sea por el precio prohibitivamente alto de la guerra moderna.
Esto nos lleva a una diferencia clave entre el Occidente de hoy y Roma en su apogeo: mientras que los romanos esperaban que el futuro fuera una repetición de las glorias pasadas, la fe en el progreso y la renovación es fundamental para la visión occidental post-Ilustración. Armados con esa fe, todavía podemos aplicar las lecciones de la historia y tratar de evitar los errores más graves de nuestros antepasados.
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Over time, as American democracy has increasingly fallen short of delivering on its core promises, the Democratic Party has contributed to the problem by catering to a narrow, privileged elite. To restore its own prospects and America’s signature form of governance, it must return to its working-class roots.
is not surprised that so many voters ignored warnings about the threat Donald Trump poses to US institutions.
Enrique Krauze
considers the responsibility of the state to guarantee freedom, heralds the demise of Mexico’s democracy, highlights flaws in higher-education systems, and more.
TEL AVIV – El año pasado, una tendencia en redes sociales mostraba a mujeres preguntándole a hombres con qué asiduidad pensaban en el Imperio Romano. La respuesta, al parecer, era “muy seguido”: muchos hombres decían que el antiguo imperio se les cruzaba por la mente todas las semanas o, inclusive, a diario.
Eso no sorprendió a Mike Duncan, el conductor del popular podcast “La historia de Roma”, y probablemente tampoco a Tom Holland, que ha escrito múltiples bestsellers sobre el tema. Mary Beard, por cierto, también entiende la fascinación popular. Su estudio de la Roma antigua -junto con su estilo poco pretencioso y su carisma atrevido- han hecho de ella lo que un observador catalogó como “un tesoro nacional y, tranquilamente, la clasicista más famosa del mundo”.
A ver, ¿qué tiene Roma que resulta tan atractivo para las audiencias modernas? Como explicaBeard, la República Romana constituye el puntal de la política y de la cultura occidental. Por otra parte, parece que la historia de Roma es tan multifacética que sus elementos se pueden separar, reorganizar e interpretar para encajar en cualquier tipo de narrativa o creencia.
Roma fue una inspiración esencial para la democracia liberal moderna. El pensamiento y las acciones de los “padres fundadores” de Estados Unidos estaban imbuidos de los ideales romanos, y Estados Unidos se presentó como el nuevo portador del estandarte de la libertad republicana. Pero, a su manera, los fascistas italianos -sobre todo Mussolini- también intentaron “retratarse a sí mismos como los legítimos herederos del Imperio Romano”.
Roma también es la historia de una república democrática que se convierte en una autocracia cuando sucumbe a la frustración popular, al pisotearse las normas políticas, y a un anhelo generalizado de un líder “fuerte”. Los detractores de Donald Trump muchas veces lo comparan con Julio César. Apuntan a su demagogia, a su búsqueda implacable de poder y a su voluntad de violar las reglas y las normas. Pero sus seguidores de extrema derecha suelen hacer la misma comparación, e intentan retratarlo como una suerte de gran conquistador imperial.
Los seguidores de Trump también creen (erróneamente) que fue la inmigración lo que hizo caer al Imperio Romano. En términos más generales, las fuerzas de extrema derecha han sugerido que la Antigua Roma sentó las bases para la “cultura blanca”. Esto ayuda a explicar la visión del clasicista de Princeton Dan-el Padilla Peralta de que su disciplina es inextricable de una mentalidad de imperialista blanco.
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Beard cuestiona esta mitología de la blancura y sostiene en su libro de 2016 SPQR:una historia de la Antigua Roma que la historia del Imperio Romano, que fue necesariamente diversa desde un punto de vista étnico, es “la historia de la gente de color”. De hecho, el libro concluye con el otorgamiento de la ciudadanía por parte del emperador Caracalla a todos los súbditos del imperio. La antigua aristocracia romana perdió sus privilegios, porque no los había compartido.
De la misma manera, la historia de Roma se ha convertido en un campo de juego para los soñadores patriarcales. Roma puede haber tenido sus heroínas, pero normalmente eran las madres y esposas de los emperadores. En definitiva, Roma fue una sociedad fundamentalmente pretoriana que valoraba el coraje, el honor y la masculinidad, o virtus. Al mismo tiempo, el sexo homosexual consensuado era legal, de manera que se puede ver a la Antigua Roma como una fuente temprana de legitimidad de los derechos homosexuales.
Para los israelíes, Roma es algo totalmente diferente: la historia del Imperio Romano evoca la experiencia del exilio, al mismo tiempo que resalta las repercusiones potencialmente catastróficas de la imposibilidad de pensar de manera realista. Consideremos la revuelta que Simon bar Kokhba lideró contra el Imperio Romano a partir del año 132 AD -la escalada final de las guerras judeo-romanas- que resultó en una derrota atroz y la aniquilación de la vida judía en Judea, cuyo nombre fue cambiado permanentemente a Palestina por el emperador Adriano.
Sin embargo, como escribió el general Yehoshafat Harkabi, el difunto jefe de Inteligencia Militar israelí, en su libro seminal El síndrome Bar Kokhba: riesgo y realismo en las relaciones internacionales, “el acto irresponsable de suicidio nacional” de Bar Kokhba inspiró en los judíos una “admiración por la rebeldía y el heroísmo desligados de la responsabilidad por sus consecuencias”. Afortunadamente, David Ben-Gurion, el fundador del Estado de Israel moderno, pensaba diferente: nunca desafíes a una superpotencia o vayas a la guerra sin que una superpotencia te respalde. Lamentablemente, los fanáticos mesiánicos judíos en territorio palestino (renombrado nuevamente como Judea y Samaria) están empeñados en repetir la locura suicida de Bar Kakhba.
Muchas veces se invoca a Roma cuando se describe la hegemonía norteamericana. La Pax Romana -una suerte de “era dorada” de relativa paz y prosperidad, respaldada por un imperio poderoso- sirvió de modelo para la Pax Americana que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. De la misma manera que la lucha por una “paz común” entre las ciudades-estados griegos después de la Guerra del Peloponeso terminó ofreciendo los argumentos éticos para que Roma tomara el control, una guerra implacable en Europa finalmente llevó a Estados Unidos a actuar como un garante externo de la seguridad y el orden. La paz, al parecer, muchas veces es incompatible con una libertad política plena.
Pero la Pax Americana ahora parece estar desvaneciéndose -una tendencia que ha generado mucha especulación sobre la “caída” inminente del “imperio” estadounidense-. El fundamento para esta especulación tiene sus orígenes en el siglo XVIII, cuando personas como Edward Gibbon y Montesquieu escribieron sobre el destino del Imperio Romano. Sin embargo, Estados Unidos todavía tiene mucho que aprender para evitar su propia decadencia y caída.
Quizá la lección más importante sea que hasta los poderes hegemónicos exigen una sensación de mesura. Roma sufrió lo que Gibbon describió como el “efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurada”. De la misma manera, también se sabe que Estados Unidos no tuvo una humildad apropiada, especialmente durante sus años de hegemonía indiscutida después de la Guerra Fría. Debería ocuparse de garantizar que la arrogancia no se convierta en su ruina.
Pero si bien las comparaciones históricas pueden ayudar a iluminar nuestra comprensión del presente y del futuro, no ofrecen garantías. Ni siquiera la llamada Trampa de Tucídides -el choque “inevitable” entre un poder hegemónico establecido (como Estados Unidos) y una potencia en ascenso (como China)- debería ser vista como una ley de hierro de la historia, aunque más no sea por el precio prohibitivamente alto de la guerra moderna.
Esto nos lleva a una diferencia clave entre el Occidente de hoy y Roma en su apogeo: mientras que los romanos esperaban que el futuro fuera una repetición de las glorias pasadas, la fe en el progreso y la renovación es fundamental para la visión occidental post-Ilustración. Armados con esa fe, todavía podemos aplicar las lecciones de la historia y tratar de evitar los errores más graves de nuestros antepasados.