SEÚL – ¿Puede el comercio fomentar la paz y el entendimiento mutuo entre gobiernos hostiles? Por lo que se refiere a las dos Coreas, esa pregunta puede parecer fuera de lugar, en vista de la implacable purga que está en marcha ahora en Corea del Norte, pero sigue siendo una consideración esencial para el futuro a largo plazo de Corea del Norte y de otros regímenes marginados.
El Complejo Industrial Kaesong, empresa mixta de los gobiernos de Corea del Sur y Corea del Norte, es a un tiempo un tributo al concepto de reconciliación diplomática mediante los negocios y un ensayo difícil de su viabilidad. Unos 50.000 trabajadores norcoreanos están empleados en 123 fábricas que producen mercancías (principalmente textiles, zapatos y productos para el hogar) con un valor de unos 450.000 millones de dólares.
Kaesong es una inversión cara para Corea del Sur, que aporta el capital y las infraestructuras, incluida una central eléctrica, una planta de purificación de agua y un hospital, pero, más de un decenio después de su inauguración, el complejo funciona sólo con el 40 por ciento de su capacidad y ha atraído sólo a empresas medianas.
Pese a los generosos incentivos fiscales, los enormes conglomerados de Corea del Sur, los chaebol, han desdeñado ese experimento, al menos en parte por los constantes problemas de transporte y comunicaciones. Sólo se puede entrar en el complejo por la zona desmilitarizada que separa a las dos Coreas, lo que requiere pases de entrada y salida. La inexistencia de redes para teléfonos portátiles e Internet de banda ancha hace que los directores surcoreanos deban comunicarse con sus centrales mediante teléfonos fijos y fax.
Desde luego, los beneficios comerciales no son la única motivación del complejo Kaesong. Las autoridades de Corea del Sur están orgullosas –y con razón– de esa iniciativa, que consideran una inversión en la futura reunificación con Corea del Norte.
Visto desde esa perspectiva, el reciente anuncio de Corea del Norte de que abrirá otras 14 zonas económicas especiales es positivo y va acompañado de importantes incentivos financieros. Aparte de permitir a Corea del Norte adquirir tecnología y aprender métodos comerciales orientados al mercado, el complejo Kaesong entraña unos 80 millones de dólares anuales en retribuciones de los trabajadores (el salario mensual de 160 dólares es muy superior a los de Corea del Norte).
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Pero las tensiones políticas e históricas siguen afectando la vida diaria en Kaesong, donde las empresas padecen la constante amenaza de que Corea del Norte, por cualquier motivo, reaccione impulsivamente, hasta el punto de abandonar incluso el proyecto del todo. Ya el año pasado el aumento de las tensiones entre las dos Coreas provocó un cierre temporal del complejo.
A consecuencia de ello, las empresas deben dedicar tiempo y esfuerzo considerables a afrontar la política con frecuencia inestable y opaca de Corea del Norte, ejemplificada en la reciente ejecución del poderoso Jang Song-thaek, tío del dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-un. Ese ambiente difícil socava la viabilidad del proyecto, pese a que el modelo comercial, basado en la participación de trabajadores del Norte en la producción con costos bajos de mercancías que requieren una gran densidad de mano de obra– tiene sentido.
Kaesong es un poco como 1984 de George Orwell, con elementos suplementarios de paternalismo decimonónico. El ambiente es tenso y silencioso y en él los trabajadores se mueven callados y hay guardias por doquier. Durante una visita reciente –la primera de una delegación extranjera desde 2006– el frío y la nieve intensificaban esa sensación y parecíamos estar suspendidos en el tiempo y en el espacio.
La visita comenzó con jeeps militares escoltando nuestro convoy hasta el territorio de Corea del Norte. Los números de las matrículas de los vehículos estaban tapados con cartón blanco y se habían fijado banderas rojas en las puertas junto a los espejos laterales, cosa que ninguno de nuestros anfitriones surcoreanos pudo explicar.
Incluso la preparación de nuestra visita, que fue confirmada tan sólo 24 horas antes de que comenzara, fue algo orwelliana. Se publicaron instrucciones detalladas sobre los equipajes, en las que se nos informaba de que no podíamos llevar radios, teléfonos portátiles, aparatos inalámbricos, material impreso, fotografías, casetes ni DVD.
Pese a vernos limitados a usar cámaras con lentes de menos de 160 mm, no se nos permitió tomar fotos de la zona desmilitarizada entre el complejo industrial y la frontera ni de soldados o trabajadores norcoreanos. Cuando abandonamos el país, se revisaron nuestras cámaras para comprobar si habíamos cumplido las órdenes.
La frontera entre las dos Coreas es prácticamente impenetrable, con barreras que se abren durante media hora unas pocas veces al día. A consecuencia de ello, todos los contactos personales se producen por los cauces oficiales. Pese a ser visitantes diplomáticos, se nos prohibió hablar y entregar cosa alguna a los trabajadores, a los que observamos con una mezcla de curiosidad y compasión.
Los norcoreanos parecían compartir nuestro deseo de entrar en contacto, pues intentaban hacerlo en la medida de lo posible. El diminuto guardia fronterizo me miró a los ojos, me ofreció una sonrisa cálida y preguntó de qué país era. Asimismo, los trabajadores que formaban fila en una de las fábricas respondieron a mis gestos con saludos y sonrisas cuando pasamos.
En vista de la paranoia reinante, alimentada por la propaganda y una ignorancia auténtica a los dos lados de la frontera, es posible que nuestros anfitriones se mostraran excesivamente cautelosos. No obstante, nuestro “adoctrinamiento” previo a la visita paralizó nuestras reacciones, con lo que, lamentablemente, nos impidió hacer más intentos de comunicar con los trabajadores con los que nos encontramos, experiencia que parecía ejemplificar la dificultad para introducir a Corea del Norte en la comunidad internacional.
Pese a sus fallos, iniciativas como las del complejo Kaesong contribuyen a la creación de un ambiente de colaboración y confianza. Como muestra la historia reciente de Asia, los regímenes autoritarios suelen abrirse como reacción ante una combinación de movimientos de base y reformas graduales de arriba hacia abajo. Los norcoreanos podrían estar dispuestos a aportar los primeros, pero es muy poco seguro –por no
decir nada seguro– que el Gobierno esté dispuesto a desempeñar su papel al respecto.
La extensión de las zonas económicas especiales, apoyada por una inversión privada en aumento, en particular de empresas que no sean ni surcoreanas ni chinas, mejoraría en gran medida las probabilidades de que el régimen de Corea del Norte suavice su represiva dominación y adopte un programa de reforma económica, como hizo China hace más de tres decenios. Toda Asia debería participar en la tarea de desactivar la amenaza para la paz y la estabilidad regionales que representa Corea del Norte.
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Though Donald Trump attracted more support than ever from working-class voters in the 2024 US presidential election, he has long embraced an agenda that benefits the wealthiest Americans above all. During his second term, however, Trump seems committed not just to serving America’s ultra-rich, but to letting them wield state power themselves.
The reputation of China's longest-serving premier has fared far better than that of the Maoist regime he faithfully served. Zhou's political survival skills enabled him to survive many purges, and even to steer Mao away from potential disasters, but he could not escape the Chairman's cruelty, even at the end of his life.
reflects on the complicated life and legacy of the renowned diplomat who was Mao Zedong’s dutiful lieutenant.
SEÚL – ¿Puede el comercio fomentar la paz y el entendimiento mutuo entre gobiernos hostiles? Por lo que se refiere a las dos Coreas, esa pregunta puede parecer fuera de lugar, en vista de la implacable purga que está en marcha ahora en Corea del Norte, pero sigue siendo una consideración esencial para el futuro a largo plazo de Corea del Norte y de otros regímenes marginados.
El Complejo Industrial Kaesong, empresa mixta de los gobiernos de Corea del Sur y Corea del Norte, es a un tiempo un tributo al concepto de reconciliación diplomática mediante los negocios y un ensayo difícil de su viabilidad. Unos 50.000 trabajadores norcoreanos están empleados en 123 fábricas que producen mercancías (principalmente textiles, zapatos y productos para el hogar) con un valor de unos 450.000 millones de dólares.
Kaesong es una inversión cara para Corea del Sur, que aporta el capital y las infraestructuras, incluida una central eléctrica, una planta de purificación de agua y un hospital, pero, más de un decenio después de su inauguración, el complejo funciona sólo con el 40 por ciento de su capacidad y ha atraído sólo a empresas medianas.
Pese a los generosos incentivos fiscales, los enormes conglomerados de Corea del Sur, los chaebol, han desdeñado ese experimento, al menos en parte por los constantes problemas de transporte y comunicaciones. Sólo se puede entrar en el complejo por la zona desmilitarizada que separa a las dos Coreas, lo que requiere pases de entrada y salida. La inexistencia de redes para teléfonos portátiles e Internet de banda ancha hace que los directores surcoreanos deban comunicarse con sus centrales mediante teléfonos fijos y fax.
Desde luego, los beneficios comerciales no son la única motivación del complejo Kaesong. Las autoridades de Corea del Sur están orgullosas –y con razón– de esa iniciativa, que consideran una inversión en la futura reunificación con Corea del Norte.
Visto desde esa perspectiva, el reciente anuncio de Corea del Norte de que abrirá otras 14 zonas económicas especiales es positivo y va acompañado de importantes incentivos financieros. Aparte de permitir a Corea del Norte adquirir tecnología y aprender métodos comerciales orientados al mercado, el complejo Kaesong entraña unos 80 millones de dólares anuales en retribuciones de los trabajadores (el salario mensual de 160 dólares es muy superior a los de Corea del Norte).
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A consecuencia de ello, las empresas deben dedicar tiempo y esfuerzo considerables a afrontar la política con frecuencia inestable y opaca de Corea del Norte, ejemplificada en la reciente ejecución del poderoso Jang Song-thaek, tío del dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-un. Ese ambiente difícil socava la viabilidad del proyecto, pese a que el modelo comercial, basado en la participación de trabajadores del Norte en la producción con costos bajos de mercancías que requieren una gran densidad de mano de obra– tiene sentido.
Kaesong es un poco como 1984 de George Orwell, con elementos suplementarios de paternalismo decimonónico. El ambiente es tenso y silencioso y en él los trabajadores se mueven callados y hay guardias por doquier. Durante una visita reciente –la primera de una delegación extranjera desde 2006– el frío y la nieve intensificaban esa sensación y parecíamos estar suspendidos en el tiempo y en el espacio.
La visita comenzó con jeeps militares escoltando nuestro convoy hasta el territorio de Corea del Norte. Los números de las matrículas de los vehículos estaban tapados con cartón blanco y se habían fijado banderas rojas en las puertas junto a los espejos laterales, cosa que ninguno de nuestros anfitriones surcoreanos pudo explicar.
Incluso la preparación de nuestra visita, que fue confirmada tan sólo 24 horas antes de que comenzara, fue algo orwelliana. Se publicaron instrucciones detalladas sobre los equipajes, en las que se nos informaba de que no podíamos llevar radios, teléfonos portátiles, aparatos inalámbricos, material impreso, fotografías, casetes ni DVD.
Pese a vernos limitados a usar cámaras con lentes de menos de 160 mm, no se nos permitió tomar fotos de la zona desmilitarizada entre el complejo industrial y la frontera ni de soldados o trabajadores norcoreanos. Cuando abandonamos el país, se revisaron nuestras cámaras para comprobar si habíamos cumplido las órdenes.
La frontera entre las dos Coreas es prácticamente impenetrable, con barreras que se abren durante media hora unas pocas veces al día. A consecuencia de ello, todos los contactos personales se producen por los cauces oficiales. Pese a ser visitantes diplomáticos, se nos prohibió hablar y entregar cosa alguna a los trabajadores, a los que observamos con una mezcla de curiosidad y compasión.
Los norcoreanos parecían compartir nuestro deseo de entrar en contacto, pues intentaban hacerlo en la medida de lo posible. El diminuto guardia fronterizo me miró a los ojos, me ofreció una sonrisa cálida y preguntó de qué país era. Asimismo, los trabajadores que formaban fila en una de las fábricas respondieron a mis gestos con saludos y sonrisas cuando pasamos.
En vista de la paranoia reinante, alimentada por la propaganda y una ignorancia auténtica a los dos lados de la frontera, es posible que nuestros anfitriones se mostraran excesivamente cautelosos. No obstante, nuestro “adoctrinamiento” previo a la visita paralizó nuestras reacciones, con lo que, lamentablemente, nos impidió hacer más intentos de comunicar con los trabajadores con los que nos encontramos, experiencia que parecía ejemplificar la dificultad para introducir a Corea del Norte en la comunidad internacional.
Pese a sus fallos, iniciativas como las del complejo Kaesong contribuyen a la creación de un ambiente de colaboración y confianza. Como muestra la historia reciente de Asia, los regímenes autoritarios suelen abrirse como reacción ante una combinación de movimientos de base y reformas graduales de arriba hacia abajo. Los norcoreanos podrían estar dispuestos a aportar los primeros, pero es muy poco seguro –por no
decir nada seguro– que el Gobierno esté dispuesto a desempeñar su papel al respecto.
La extensión de las zonas económicas especiales, apoyada por una inversión privada en aumento, en particular de empresas que no sean ni surcoreanas ni chinas, mejoraría en gran medida las probabilidades de que el régimen de Corea del Norte suavice su represiva dominación y adopte un programa de reforma económica, como hizo China hace más de tres decenios. Toda Asia debería participar en la tarea de desactivar la amenaza para la paz y la estabilidad regionales que representa Corea del Norte.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.