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La lenta muerte de la breve democracia laica india

PRINCETON – El 22 de enero, el primer ministro indio Narendra Modi presidirá la consagración del Templo de Ram en Ayodhya, Uttar Pradesh. El poder del ejecutivo se fusionará simbólicamente con la religión hinduista —evocando mitos que presentan a los gobernantes indios como encarnaciones del dios Visnú— en el sitio donde antes estuvo la mezquita de Babur, demolida por supuestos «hinduistas furiosos» en 1992.

Los niños indios celebrarán al mitológico dios Ram y los ferrocarriles estatales prometieron transportar a más de mil formaciones de peregrinos hasta Ayodhya, algo que impulsó los precios de las acciones relacionadas con el turismo. Es posible que hasta allí se trasladen magnates y personalidades en hasta cien aviones privados. Este momento de éxtasis será el broche de oro de una travesía implacable, iniciada hace un siglo, rumbo a una visión forjada por el ideólogo anarquista Vinayak Damodar (Veer) Savarkar.

En un folleto que escribió en 1923, Hindutva, Savarkar presentó un audaz nacionalismo indio centrado en el hinduismo. En una ruptura con el mensaje de igualdad trascendental que propone la religión hinduista, dividió al mundo entre los amigos —aquellos con raíces en la India por sus ancestros y devoción a la patria— y el resto, considerados enemigos. (Una década más tarde, el jurista alemán y destacado miembro del partido nazi, Carl Schmitt, defendió la misma concepción de la política de amigos y enemigos).

En 1925, la Asociación Patriótica Nacional (Rashtriya Swayamsevak Sangh o RSS), inspirada en Savarkar, se convirtió en el brazo militar hindutva (de espíritu hinduista): reclutó a jóvenes y los entrenó en disciplinas marciales y las glorias del pasado indio, y alentó la violencia e intolerancia inherentes a la distinción entre amigos y enemigos. El más famoso de sus graduados, probablemente, sea Modi.

Al principio, el Congreso Nacional de la India, liderado por Mahatma Gandhi, contrarrestó la atracción que el hindutva ejercía sobre la mayoría hinduista de la India con una ideología laica unificadora, basada la liberación de la opresión colonial británica; pero las fuerzas del hindutva entendieron al llamado de Gandhi a la armonía religiosa como una reafirmación de los musulmanes y, en 1948, un ideólogo inspirado en Savarkar lo asesinó.

Jawaharlal Nehru, el primer primer ministro independiente del país, promovió un ideal progresista laico para la India (que se sostuvo precariamente, apoyado en la esperanza de lograr avances materiales y sociales). Pero después de la muerte de Nehru en 1964, las fuerzas de las comunidades específicas, dentro y fuera del Partido del Congreso, ganaron impulso. Los ideales laicos sufrieron un gran revés el 19 de abril de 1976, cuando el hijo menor de la primera ministra Indira Gandhi aprovechó el poder dictatorial del estado de emergencia para tratar con crueldad a los musulmanes. Ese día comenzó con humillantes esterilizaciones obligatorias cerca de la gran mezquita Jama Masjid, en Delhi, y culminó con la masacre de habitantes de barrios bajos en la cercana Puerta de Turkman.

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Cuando decayó el apoyo electoral musulmán al Partido del Congreso, Gandhi se enfocó en el voto hinduista y abrió aún más la puerta a las fuerzas hindutvas: estableció comunicaciones extraoficiales con la RSS y comenzó a usar más símbolos hinduistas mientras aumentaban los disturbios entre ese grupo y los musulmanes, a principios de la década de 1980. Haciéndoles el juego a los hinduistas en las elecciones de Jammu y Cachemira, y apoyando al militante sijista Sant Bhindranwale en Punyab, alentó aún más la política de identidad hinduista. Después de que sus guardaespaldas sijistas la asesinaran, la violencia antisijista orquestada por los líderes del Partido del Congreso impulsó a turbas de hombres desempleados —y hasta incapaces de conseguir trabajo alguno— a convertirse en la infantería del hinduismo nacionalista.

Dos acontecimientos clave de la década de 1980 convirtieron a la visión de Savarkar —una India unida por el hinduismo politizado— en vívida realidad. En 1983, las envalentonadas fuerzas hindutva lanzaron la «Ekatmata Yatra», algo así como una «marcha para celebrar el alma única de la India». Organizadas por los Sangh Parivar (un término amplio que abarca a grupos hindutva), múltiples procesiones con emblemas hinduistas se entrecruzaron por el país. En 1987-88, siguiendo las instrucciones del primer ministro Rajiv Gandhi (el hijo mayor de Indira Gandhi), el canal estatal de televisión Doordarshan creó una serie basada en la adorada épica de Ramayana, que produjo iconografía del dios Ram, al estilo de Rambo, como vengador hindutva.

Rajiv Gandhi reavivó además la disputa entre hinduistas y musulmanes por el sitio que había ocupado la mezquita Babri Masjid, del siglo XVI. Los fanáticos hinduistas afirmaban que allí había nacido el dios RAM, y Gandhi se autodeclaró paladín de los ideales hinduistas y reabrió sus puertas, cerradas desde 1949 para contener las pasiones de los distintos grupos comunitarios. Luego, en diciembre de 1992, el gobierno del Partido del Congreso, liderado por el primer ministro P.V. Narasimha Rao, titubeó cuando turbas hinduistas desenfrenadas demolieron la mezquita de Babri Masjid, generando sangrientos enfrentamientos y fortaleciendo aún más la causa hindutva.

Solo 16 años separaron a la masacre de los musulmanes en la puerta de Turkman en 1976 y la humillación a la que fueron sometidos con la demolición de la mezquita de Babri Masjid en 1992 y sus horripilantes repercusiones. El laicismo indio era una sombra en retirada y el gigante hindutva avanzaba: logró un triunfo en 2014, cuando el Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party, BJP) —fuerza política hindutva— obtuvo una amplia mayoría parlamentaria bajo el liderazgo de Modi. Con la línea dura en el poder, las turbas hinduistas tenían licencia para linchar a los musulmanes y asesinar a los adversarios antihindutva.

Pero las cosas aún podían empeorar: los símbolos y sentimientos hinduistas han permeado en la conducta estatal de manera alarmante. Modi ayudó a establecer a Savarkar como un semidiós. Alentando un estado teocrático hinduista, inauguró el nuevo edificio parlamentario en una ceremonia ensombrecida por ritualismos hinduistas. En noviembre de 2019, la Corte Suprema, a pesar de la falta de evidencia histórica sobre el nacimiento del dios Ram en el lugar donde estuvo la mezquita Babri Masjid, autorizó la construcción del templo de Ram en deferencia a «la fe y las creencias» hinduistas. De manera similar, el presidente del tribunal supremo se propuso recientemente como un Savarkar moderno y enfatizó que las banderas que flamean sobre los templos hinduistas representan la fuerza unificadora de la Constitución de la India.

Mientras tanto, el H-pop y el cine cargados de odio están normalizando la agresividad hindutva, al igual que las «tácticas hindutva suaves» del Congreso.

Aunque el crecimiento hindutva se detuvo ocasionalmente durante el último siglo, nunca se revirtió. De hecho, se aceleró en momentos críticos, cuando políticos supuestamente laicos usaron a la religión para obtener ventajas electorales: le dieron oxígeno a la potente narrativa hindutva de amigos y enemigos, que gradualmente abrumó al paréntesis laico indio posterior a la naciente independencia.

Hoy, la hindutva violenta —muy distante de los principios pacíficos del hinduismo— se ha infiltrado en la política y la cultura, con el consentimiento de las élites. Con Modi asumiendo la imagen de un gobernante-sacerdote el 22 de enero, la idea de una India teocrática parece impermeable a la oposición laica, independientemente del resultado que tengan las elecciones generales programadas para abril y mayo.

Traducción al español por Ant-Translation

https://prosyn.org/VMxAA2bes