FRÁNCFORT – Cuando Emmanuel Macron fue recientemente entrevistado por dos periodistas muy agresivos, el resultado no fue precisamente la “situación del discurso ideal” apreciada por Jürgen Habermas, el gran filósofo alemán y gran partidario del presidente francés. Pero, a pesar de que se le interrumpió repetidamente, a Macron le fue muy bien. Siempre concreto y, si había necesidad, dispuesto a profundizar en las minucias de un tema, Macron estaba claramente en la cima de su juego. No necesitó recurrir a anotaciones, lo que también admirablemente demostró, unos pocos días más tarde, durante su discurso ante el Parlamento Europeo, en el cual condenó al nacionalismo y al populismo.
FRÁNCFORT – Cuando Emmanuel Macron fue recientemente entrevistado por dos periodistas muy agresivos, el resultado no fue precisamente la “situación del discurso ideal” apreciada por Jürgen Habermas, el gran filósofo alemán y gran partidario del presidente francés. Pero, a pesar de que se le interrumpió repetidamente, a Macron le fue muy bien. Siempre concreto y, si había necesidad, dispuesto a profundizar en las minucias de un tema, Macron estaba claramente en la cima de su juego. No necesitó recurrir a anotaciones, lo que también admirablemente demostró, unos pocos días más tarde, durante su discurso ante el Parlamento Europeo, en el cual condenó al nacionalismo y al populismo.