BERLIN/SOUTHAMPTON.– El mes pasado, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) anunciaron la creación de su propio banco de desarrollo, que reduciría su dependencia del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dominados por Occidente. Estas economías se beneficiarán gracias a la mayor influencia y flexibilidad que tendrán sus políticas monetarias. Pero no deben descartar las valiosas lecciones que ofrecen las recientes innovaciones en política monetaria logradas por los bancos centrales de los países avanzados.
En junio, el Banco Central Europeo, siguiendo el ejemplo del Banco de Inglaterra en 2012, identificó al «crédito bancario para la economía real» como una nueva meta de política. Un par de semanas después, el Banco de Inglaterra anunció la introducción de una forma de orientación del crédito para limitar su uso en transacciones de activos inmobiliarios.
Antes de la crisis financiera de 2008, todas estas políticas hubieran sido menospreciadas como intervenciones injustificadas en los mercados financieros. De hecho, en 2005, cuando uno de nosotros (Werner) recomendó esas políticas para evitar las «reiteradas crisis bancarias», enfrentó críticas vehementes.
En marzo de este año, sin embargo, el Banco de Inglaterra reconoció la observación que él y otros han hecho: a través de sus créditos, los bancos en realidad crean el 97 % de la oferta monetaria. Dado que cada dólar en un nuevo crédito bancario aumenta la oferta monetaria en un dólar, los bancos no son intermediarios financieros, sino creadores de dinero.
El creciente reconocimiento de la verdadera función de los bancos cambiará las reglas del juego en áreas como la política monetaria y la regulación financiera, y permitirá a los funcionarios enfrentar eficazmente problemas como las reiteradas crisis bancarias, el empleo y el subdesarrollo. Pero llevará tiempo hasta que esto sea completamente aceptado, en parte no menor porque desafía un principio fundamental de la economía tradicional. De hecho, según este nuevo paradigma, el ahorro, aunque útil, no es un requisito esencial para la inversión y, por lo tanto, para el crecimiento económico. Estados Unidos, que experimentó un prolongado período de crecimiento sin ahorro, es un claro ejemplo.
Por lo general, el crecimiento económico depende de una creciente cantidad de transacciones y de una creciente cantidad de dinero para financiarlas. Los bancos proporcionan ese financiamiento al ampliar el crédito; el impacto de esa acción depende de quien lo recibe. El crédito bancario para las transacciones relacionadas con el PIB afecta al PIB nominal, mientras que el crédito bancario para la inversión en la producción de bienes y servicios genera crecimiento no inflacionario.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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El problema reside en los créditos bancarios para las transacciones de activos, que a menudo producen ciclos de bonanza y crisis. Cuando ofrecen demasiado crédito de este tipo, los bancos inflan los precios de los activos hasta niveles insostenibles. Cuando el crédito inevitablemente se desacelera, los precios colapsan. A medida que los especuladores tardíos quiebran, la participación de los créditos en mora en los balances de los bancos aumenta y los obliga a reducir el crédito más aún. Solo es necesaria una caída del 10 % en el valor de los activos de los bancos para llevar al sistema bancario a la quiebra.
Con la comprensión de este proceso, los responsables de las políticas pueden actuar para evitar futuras crisis bancarias y resolver las recesiones poscrisis de manera más eficaz. Para comenzar, deben restringir el crédito bancario para transacciones que no contribuyen al PIB.
Además, en caso de crisis, los bancos centrales deben comprar los activos no redituables a los bancos a su valor nominal, para sanear completamente sus balances, a cambio de la obligación de someterse a un monitoreo crediticio. Dado que no se inyectaría nuevo dinero al resto de la economía, este proceso –que la Reserva Federal de EE. UU. encaró en 2008– no generaría inflación.
Para estimular el crédito bancario productivo –y fomentar la eficacia de la política fiscal– los gobiernos deben dejar de emitir bonos y, en su lugar, tomar créditos bancarios a través de contratos crediticios, que suelen ofrecer tasas menores a la rentabilidad de los bonos. Esto reforzaría el crédito bancario y estimularía la demanda, el empleo, el PIB y la recaudación fiscal.
Finalmente, debe establecerse una red de pequeños bancos locales sin fines de lucro, que proporcionen servicios bancarios universales y créditos a las pequeñas y medianas empresas, como el esquema que ha sostenido la fortaleza económica alemana y su capacidad de recuperación durante los últimos 200 años. Más allá de robustecer al sector bancario, esa iniciativa mejoraría el indicador de creación de empleo por dólar de crédito bancario.
Por supuesto, los grandes bancos multinacionales, que se han beneficiado durante tanto tiempo gracias a la percepción de que las economías necesitan ahorro, probablemente se resistan a esas reformas. Durante décadas, estos bancos han ofrecido «ahorro extranjero» a los países en desarrollo, prestándoles a elevadas tasas de interés y en moneda extranjera, alimentando la acumulación de exorbitantes deudas externas, que a menudo terminan convertidas en capital accionario. En otras palabras, emitían crédito que contribuía poco a la economía local y luego drenaban los recursos locales con intereses y explotando la deuda denominada en moneda extranjera.
De la misma forma en que los BRICS han rechazado las instituciones económicas dirigidas por Occidente, las economías desarrolladas harían bien en expulsar a los bancos extranjeros y permitir que las instituciones financieras locales creen dinero para su uso productivo. Después de todo, el desarrollo económico exitoso –en países como EE. UU., Alemania, Japón y China– ha dependido de la creación interna de crédito para la inversión productiva.
Durante la Gran Depresión en la década de 1930, Michael Unterguggenberger, el alcalde del pueblo tirolés de Wörgl, hizo un experimento: para reducir el desempleo y finalizar proyectos de obra pública muy necesarios, contrató trabajadores y les pagó con «recibos laborales», que podían ser usados para pagar los impuestos locales. Así, la autoridad local de hecho emitió dinero por el trabajo realizado y la economía local experimentó un boom.
El banco central, sin embargo, no se mostró muy complacido y decidió hacer valer su monopolio sobre la emisión monetaria. Obligó a Unterguggenberger a abandonar el dinero público local y condujo a Wörgl nuevamente a la depresión. Unos 80 años después, la ciudad inglesa de Hull ha comenzado a implementar un esquema similar utilizando una moneda digital encriptada que, hasta el momento, no ha sido prohibida por ley.
La creación ilimitada de dinero por parte de los grandes bancos privados ha generado una abrumadora inestabilidad y socavado el principio fundamental de que la creación de dinero debe servir al bien público. Esto no tiene por qué ser así. Si se implementan salvaguardas que garanticen que el crédito sirva a propósitos productivos y públicos, los responsables de las políticas pueden lograr un crecimiento económico sin endeudamiento, estable y sostenible.
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By choosing to side with the aggressor in the Ukraine war, President Donald Trump’s administration has effectively driven the final nail into the coffin of US global leadership. Unless Europe fills the void – first and foremost by supporting Ukraine – it faces the prospect of more chaos and conflict in the years to come.
For most of human history, economic scarcity was a constant – the condition that had to be escaped, mitigated, or rationalized. Why, then, is scarcity's opposite regarded as a problem?
asks why the absence of economic scarcity is viewed as a problem rather than a cause for celebration.
BERLIN/SOUTHAMPTON.– El mes pasado, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) anunciaron la creación de su propio banco de desarrollo, que reduciría su dependencia del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dominados por Occidente. Estas economías se beneficiarán gracias a la mayor influencia y flexibilidad que tendrán sus políticas monetarias. Pero no deben descartar las valiosas lecciones que ofrecen las recientes innovaciones en política monetaria logradas por los bancos centrales de los países avanzados.
En junio, el Banco Central Europeo, siguiendo el ejemplo del Banco de Inglaterra en 2012, identificó al «crédito bancario para la economía real» como una nueva meta de política. Un par de semanas después, el Banco de Inglaterra anunció la introducción de una forma de orientación del crédito para limitar su uso en transacciones de activos inmobiliarios.
Antes de la crisis financiera de 2008, todas estas políticas hubieran sido menospreciadas como intervenciones injustificadas en los mercados financieros. De hecho, en 2005, cuando uno de nosotros (Werner) recomendó esas políticas para evitar las «reiteradas crisis bancarias», enfrentó críticas vehementes.
En marzo de este año, sin embargo, el Banco de Inglaterra reconoció la observación que él y otros han hecho: a través de sus créditos, los bancos en realidad crean el 97 % de la oferta monetaria. Dado que cada dólar en un nuevo crédito bancario aumenta la oferta monetaria en un dólar, los bancos no son intermediarios financieros, sino creadores de dinero.
El creciente reconocimiento de la verdadera función de los bancos cambiará las reglas del juego en áreas como la política monetaria y la regulación financiera, y permitirá a los funcionarios enfrentar eficazmente problemas como las reiteradas crisis bancarias, el empleo y el subdesarrollo. Pero llevará tiempo hasta que esto sea completamente aceptado, en parte no menor porque desafía un principio fundamental de la economía tradicional. De hecho, según este nuevo paradigma, el ahorro, aunque útil, no es un requisito esencial para la inversión y, por lo tanto, para el crecimiento económico. Estados Unidos, que experimentó un prolongado período de crecimiento sin ahorro, es un claro ejemplo.
Por lo general, el crecimiento económico depende de una creciente cantidad de transacciones y de una creciente cantidad de dinero para financiarlas. Los bancos proporcionan ese financiamiento al ampliar el crédito; el impacto de esa acción depende de quien lo recibe. El crédito bancario para las transacciones relacionadas con el PIB afecta al PIB nominal, mientras que el crédito bancario para la inversión en la producción de bienes y servicios genera crecimiento no inflacionario.
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Con la comprensión de este proceso, los responsables de las políticas pueden actuar para evitar futuras crisis bancarias y resolver las recesiones poscrisis de manera más eficaz. Para comenzar, deben restringir el crédito bancario para transacciones que no contribuyen al PIB.
Además, en caso de crisis, los bancos centrales deben comprar los activos no redituables a los bancos a su valor nominal, para sanear completamente sus balances, a cambio de la obligación de someterse a un monitoreo crediticio. Dado que no se inyectaría nuevo dinero al resto de la economía, este proceso –que la Reserva Federal de EE. UU. encaró en 2008– no generaría inflación.
Para estimular el crédito bancario productivo –y fomentar la eficacia de la política fiscal– los gobiernos deben dejar de emitir bonos y, en su lugar, tomar créditos bancarios a través de contratos crediticios, que suelen ofrecer tasas menores a la rentabilidad de los bonos. Esto reforzaría el crédito bancario y estimularía la demanda, el empleo, el PIB y la recaudación fiscal.
Finalmente, debe establecerse una red de pequeños bancos locales sin fines de lucro, que proporcionen servicios bancarios universales y créditos a las pequeñas y medianas empresas, como el esquema que ha sostenido la fortaleza económica alemana y su capacidad de recuperación durante los últimos 200 años. Más allá de robustecer al sector bancario, esa iniciativa mejoraría el indicador de creación de empleo por dólar de crédito bancario.
Por supuesto, los grandes bancos multinacionales, que se han beneficiado durante tanto tiempo gracias a la percepción de que las economías necesitan ahorro, probablemente se resistan a esas reformas. Durante décadas, estos bancos han ofrecido «ahorro extranjero» a los países en desarrollo, prestándoles a elevadas tasas de interés y en moneda extranjera, alimentando la acumulación de exorbitantes deudas externas, que a menudo terminan convertidas en capital accionario. En otras palabras, emitían crédito que contribuía poco a la economía local y luego drenaban los recursos locales con intereses y explotando la deuda denominada en moneda extranjera.
De la misma forma en que los BRICS han rechazado las instituciones económicas dirigidas por Occidente, las economías desarrolladas harían bien en expulsar a los bancos extranjeros y permitir que las instituciones financieras locales creen dinero para su uso productivo. Después de todo, el desarrollo económico exitoso –en países como EE. UU., Alemania, Japón y China– ha dependido de la creación interna de crédito para la inversión productiva.
Durante la Gran Depresión en la década de 1930, Michael Unterguggenberger, el alcalde del pueblo tirolés de Wörgl, hizo un experimento: para reducir el desempleo y finalizar proyectos de obra pública muy necesarios, contrató trabajadores y les pagó con «recibos laborales», que podían ser usados para pagar los impuestos locales. Así, la autoridad local de hecho emitió dinero por el trabajo realizado y la economía local experimentó un boom.
El banco central, sin embargo, no se mostró muy complacido y decidió hacer valer su monopolio sobre la emisión monetaria. Obligó a Unterguggenberger a abandonar el dinero público local y condujo a Wörgl nuevamente a la depresión. Unos 80 años después, la ciudad inglesa de Hull ha comenzado a implementar un esquema similar utilizando una moneda digital encriptada que, hasta el momento, no ha sido prohibida por ley.
La creación ilimitada de dinero por parte de los grandes bancos privados ha generado una abrumadora inestabilidad y socavado el principio fundamental de que la creación de dinero debe servir al bien público. Esto no tiene por qué ser así. Si se implementan salvaguardas que garanticen que el crédito sirva a propósitos productivos y públicos, los responsables de las políticas pueden lograr un crecimiento económico sin endeudamiento, estable y sostenible.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.