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El día después de la OTAN

BERLÍN – A pesar de que se la dio por perdida muchas veces, la OTAN sobrevive. Pero otro zorro entró al gallinero... y se encontró con la típica respuesta europea al peligro: furiosos graznidos y una explosión de plumas.

El zorro en cuestión es el presidente francés, Emmanuel Macron, quien recientemente indicó que la OTAN está experimentando una especie de «muerte cerebral». No es necesario aprobar las palabras que eligió —ni la nueva pasión de Macron por el diálogo con el presidente ruso Vladímir Putin (yo, entre otros, no lo hago)— para reconocer el sentido de su argumento. El profundo cambio en las prioridades estratégicas de EE. UU. con la presidencia de Donald Trump exige a los europeos que reconsideren las suposiciones que desde hace mucho tiempo mantienen sobre su defensa colectiva.

No es esta la primera vez que la OTAN parece estar en las últimas. Muchos llegaron a la misma conclusión antes de 2014, cuando la alianza tenía pocas cosas en las que centrarse más allá de la misión en Afganistán. Cuando Rusia anexó Crimea y llevó la guerra a Ucrania oriental, insufló nueva vida a la OTAN.

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