sunderland1_Kevin FrayerGetty Images_coronavirusgirlchina Kevin Frayer/Getty Images

Pánico a las pandemias

SEATTLE – Cada tanto, la humanidad sucumbe a la histeria masiva ante la perspectiva de una pandemia global. Sólo en este siglo, el SARS, el H1N1, el ébola, el MERS, el Zika y ahora el coronavirus han generado reacciones que, en retrospectiva, parecen desproporcionadas en relación al impacto real de la enfermedad. El brote de SARS de 2002-03 en China (también un coronavirus, probablemente transmitido de los murciélagos al hombre) infectó a 8.000 personas y causó menos de 800 muertes. De todos modos, resultó en pérdidas de alrededor de 40.000 millones de dólares en actividad económica, debido a fronteras cerradas, interrupciones de viajes, alteraciones comerciales y costos de atención médica de emergencia.

Estas reacciones son entendibles. La perspectiva de una enfermedad infecciosa que mate a nuestros hijos desata instintos de supervivencia ancestrales. Y la medicina y los sistemas de salud modernos han creado la ilusión de que ejercemos un control biológico total sobre nuestro destino colectivo, aunque la interconexión del mundo moderno en realidad haya acelerado la frecuencia con la que surgen y se propagan los nuevos patógenos. Y existen buenos motivos para temer nuevas enfermedades infecciosas: la Coalición para la Innovación en Preparación ante las Epidemias (CEPI por su sigla en inglés) estima que un patógeno transmitido por aire sumamente contagioso y letal, similar a la gripe española, podría matar cerca de 33 millones de personas en todo el mundo en apenas seis meses.

De todos modos, las respuestas draconianas y destinadas a infundir miedo ante cada estallido no son productivas. Somos una especie biológica que vive entre otros organismos que a veces nos plantean un peligro, y que tienen ventajas evolutivas sobre nosotros en cuanto a cifras elevadas y tasas mutacionales rápidas. Nuestra arma más poderosa contra esa amenaza es nuestra inteligencia. Gracias a la ciencia moderna y a la tecnología, y a nuestra capacidad para la acción colectiva, ya tenemos las herramientas para prevenir, gestionar y contener las pandemias globales. En lugar de exasperarnos cada vez que nos sorprende un nuevo patógeno, simplemente deberíamos desplegar los mismos recursos, organización y creatividad que aplicamos a construir y gestionar nuestros activos militares.

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