El comunismo consumista de China

China ha cambiado espectacularmente desde mediados del decenio de 1980. No es sólo el aumento del número de autopistas, vallas publicitarias y rascacielos lo que desconcierta a quien llevan mucho tiempo visitando el país. Incluso una visita a una librería puede impresionar a cualquiera que llegara por primera vez a China hace decenios, cuando parecía inconcebible que obras de teóricos no marxistas pudieran llegar jamás a superar a las de los marxistas. Se ha permitido incluso a una compañía teatral representar "Rebelión en la granja", la famosa alegoría antiautoritaria de George Orwell, que en otro tiempo los lectores del bloque socialista sólo podían conocer en ediciones clandestinas.

Los cambios son más profundos, naturalmente. En el decenio de 1980, no había mendigos en las calles de las ciudades y la principal divisoria social separaba al pequeño número de personas bien relacionadas políticamente, quienes gozaban de un estilo de vida privilegiado, del resto de la población. Ahora, hay a la vez mendigos y una clase media pujante. Solía ser difícil encontrar algo que hacer un sábado por la noche en Shangai. Ahora, la revista Time llama a esa ciudad el lugar "más animado" de la Tierra.

Mientras me preparaba para mi primer viaje a China hace veinte años, la tenebrosa obras maestra de George Orwell, Mil novecientos ochenta y cuatro, parecía una lente útil para observar esa "república popular". El control en China no era lo suficientemente rígido para considerarla la encarnación de un Estado con un Hermano Mayor autoritario y que todo lo vigila, pero había paralelismos: desde el desprecio de muchas formas de disfrute y diversión "burguesas" a las campañas periódicas de propaganda que insistían en que dos y dos eran cinco.

Aun así, pese a los cambios, cuando los comentaristas extranjeros quieren dar sabor a un artículo sobre China con una alusión literaria, Orwell sigue siendo el condimento preferido. Se invoca al Hermano Mayor en historias sobre la censura en Internet. Cuando las autoridades publican un Libro Blanco sobre los derechos humanos, se hacen referencias a la neolengua.

Pero, ¿es ésa de verdad la mejor lente con la que observar a China ahora? Vale la pena considerar si no brindará una perspectiva más pertinente Aldoux Huxley, que fue profesor de Orwell en la escuela y escribió otra gran obra profética de ficción política: Un mundo mejor.

La obra maestra de Huxley, que se explayaba más sobre el materialismo, el control de los estados de ánimo, las distracciones en gran escala y la fragmentación social que la de Orwell, ofrece una visión novedosa de lo que está ocurriendo en realidad en la China del siglo XXI. Con su droga "soma", inductora de la felicidad, y las diversiones sensuales conocidas como "chupis", que brindaban el tipo de distracción apasionante que ahora ofrecen los videojuegos e iPods, la perspectiva de Un mundo mejor añade una nueva dimensión para entender la durabilidad del Partido Comunista Chino (PCC) como partido gobernante proteico.

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Naturalmente, la neolengua está muy viva en muchos sitios y, desde luego, hay resonancias orwellianas en los pronunciamientos y las acciones de las autoridades, pero la crítica de Orwell no ayuda a explicar la sorprendente capacidad del PCC para conservar el poder mucho después de la desaparición de la mayor parte del bloque socialista, pese a que afronta protestas generalizadas, incluidos unos 74.000 incidentes diferentes en toda China tan sólo en 2004.

Después de leer Mil novecientos ochenta y cuatro en 1949, el año de la fundación de la República Popular China, Huxley envió a su ex alumno una carta en la que elogiaba la novela y subrayaba la insistencia en el gobierno mediante las técnicas de "la bota en la cara" y el desagrado puritano del placer.

Pero, ¿no era más probable, se preguntaba Huxley, que las futuras minorías gobernantes se esforzaran por mantener a raya a los gobernados distrayéndolos con la seducción sexual, el entretenimiento y otras formas de placer, al modo de Un mundo mejor? En muchos sentidos, la cultura consumista china actual es precisamente el tipo de paliativo que Huxley describió.

Otras estrategias de control en Un mundo mejor eran las de exacerbar las divisiones dentro de la población. Mientras que la distinción principal en Mil novecientos ochenta y cuatro es entre los gobernantes y los gobernados, en Un mundo feliz las personas están divididas en diferentes órdenes sociales caracterizados por gustos y estilos de vida dispares. Lo mismo se podría decir de la China actual, donde las distancias que separan a los ricos de los pobres, la población urbana de la rural y la cultura de la costa de la del interior son tan grandes, que a personas de diferentes condiciones sociales les resulta mucho más difícil que antes tener la sensación de que comparten apuros y objetivos comunes.

Naturalmente, ninguna novela por sí sola brinda una lente perfecta con la que observar cualquier sociedad. A veces, como, por ejemplo, cuando se recurrió a la violencia recientemente para sofocar a los campesinos de la China meridional que protestaban por las desposesiones de tierras perpetradas por las autoridades, el PPC sigue mostrando su disposición a recurrir a la represión de la "bota en la cara". Aun así, últimamente ha habido más momentos que recuerdan más a la visión del orden político de Huxley que a la de Orwell.

Durante mi primer viaje a China posterior a 1989, un dependiente de un bar me dio a conocer una frase que caracteriza perfectamente la nueva actitud oficial: "Meiyou yundong, shenme dou keyi" ("Mientras no haya movimientos políticos, todo está permitido").

Al Hermano Mayor de Orwell no le habría hecho gracia ese comentario, pero un miembro de la minoría gobernante de Un mundo mejor se lo habría tomado con calma.

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