NORTHAMPTON, MA – China está atrapada entre un pasado dependiente de los combustibles fósiles y un futuro impulsado por las energías renovables. Hoy en día, China da cuenta del 53% de toda la energía generada a partir del carbón en el mundo. Al mismo tiempo, este país es el líder mundial en la fabricación de, y en la compra de, paneles solares, turbinas eólicas y vehículos eléctricos. Si China puede liberarse de su adicción al carbón, adicción que ya sostiene durante varias décadas, no solamente determinará su propio futuro ambiental, sino que lo que es de crucial importancia, este país determinará las perspectivas que tiene la Tierra frente a la creciente crisis climática.
Los líderes de China a principios de la década de 2000 comenzaron a reconocer la necesidad de un cambio. La política de “crecimiento económico a toda costa”, impulsada en gran medida por el carbón, trajo consigo una gran prosperidad, pero se habían incrementado los daños colaterales al aire y el agua en el país en una manera inaceptable. Los defensores del medio ambiente abogaron a favor de “construir una civilización ecológica”, en la que la naturaleza y la humanidad puedan encontrar un equilibrio armonioso. Y, cuando el presidente Xi Jinping asumió el poder en el año 2012, inmediatamente hizo suya esta causa.
En rápida sucesión, el gobierno chino declaró una “guerra contra la contaminación”, elaboró planes de acción separados sobre el aire, el agua y el suelo que comprometieron 1 millón de millones de dólares para la limpieza ambiental, cerró plantas de carbón ineficientes e invirtió cientos de miles de millones de dólares en el desarrollo de energías renovables. También dio alta prioridad a la fabricación y venta nacional de vehículos eléctricos, y diseñó un sistema nacional de comercio de carbono.
Es preocupante, tanto para China como para el planeta, que ese impulso hacia adelante ahora parece haber dado marcha atrás. El consumo de carbón, que había disminuido cada año entre los años 2014 y 2016, ha aumentado de manera constante desde entonces. Lo mismo ocurre con las emisiones de dióxido de carbono: las emisiones aumentaron anualmente en 1,5 a 1,7%, incluso durante la desaceleración inducida por la pandemia en 2020.
El desempeño de China debe mejorar. El Informe sobre la brecha de emisiones del 2019 emitido por las Naciones Unidas llegó a la conclusión que limitar el calentamiento global a 1,5° Celsius con relación con los niveles preindustriales requiere reducir las emisiones globales en un 55% hasta el año 2030, con respecto a los niveles del 2018. Pero, China agregó 38.4 gigavatios de nueva capacidad de energía a carbón en el año 2020, incluso mientras el resto del mundo redujo su capacidad neta en 17.2 GW.
Peor aún, este aumento es sólo el comienzo. El gobierno chino ha aprobado la construcción de 36,9 GW adicionales de capacidad para la producción de energía a partir del carbón, con lo que el total en construcción hoy en día asciende a 88 GW. Y, se están preparando propuestas para construir otros 158,7 GW, con lo que la nueva capacitad total a construirse que está ahora bajo consideración llega a 247 GW, una cifra que supera la cantidad total instalada de Estados Unidos, misma que es de 233.6 GW.
Probablemente se instalen más plantas en el futuro. Poderosos grupos de la industria del carbón y la energía están presionando al gobierno para que aumente la capacidad total actual de energía de carbón de China de 1.080 GW a una cifra entre 1.200 a 1.300 GW en los próximos cinco años, y hasta 1.400 GW hasta el año 2035. Un informe de Global Energy Monitor (GEM) llega a la conclusión que si China continúa expandiendo su capacidad hasta el año 2035 como se propone, “su generación de energía de carbón por sí sola superará en más de tres veces el límite mundial para el uso de energía de carbón determinado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, límite que se determinó con el objetivo de mantener el calentamiento global muy por debajo de los 2° C”.
¿Cómo se puede explicar el aparente retroceso de China a sus comportamientos adictivos con respecto al carbón? Para empezar, las protestas en Hong Kong, la guerra comercial con Estados Unidos, y la pandemia del coronavirus han desplazado el foco de atención de los legisladores, alejandolo de la reforma ambiental. También lo ha alejado la desaceleración del crecimiento del PIB de China y el aumento del desempleo. El gobierno ha estado más interesado en estimular las industrias tradicionales que utilizan energía de manera intensiva, como por ejemplo las industrias del acero, el hierro y el cemento, mientras que los líderes provinciales se han embarcado en una ola compulsiva de construcción de centrales térmicas de carbón para la producción de energía eléctrica.
Además, la reciente guerra comercial entre China y Estados Unidos ha intensificado las preocupaciones de China sobre la seguridad energética, en vista de que el país importa el 70% de sus necesidades de petróleo y el 40% de sus necesidades de gas. Y, si bien China ha apostado y se ha jugado el todo por el todo con respecto a las energías renovables, en especial por la solar y la eólica, no tiene la capacidad de ampliar esas fuentes con la suficiente rapidez como para satisfacer la demanda prevista. La actual red eléctrica tampoco es capaz de transmitir esta energía de manera eficiente desde el lejano oeste de China, donde se produce la mayor parte de dicha energía, para que llegue a áreas de alta demanda. Para muchos, el carbón, que es abundante y relativamente barato, aparenta ser una fuente de energía fiable y comprobada.
Por último, y es probable que no sea una coincidencia, la “recaída en la adicción al carbón” de China se produjo en un momento en que Estados Unidos estuvo ausente del escenario climático internacional. Si se considera que el expresidente estadounidense Barack Obama y Xi encontraron puntos en común en la batalla contra el calentamiento global, sentando las bases para el acuerdo climático de París de 2015, es posible también que el compromiso de China se haya debilitado por la desvinculación de Estados Unidos del tema durante la presidencia de Donald Trump.
¿Cuál China verá el mundo en los próximos años? Es más urgente que nunca dar respuesta a esta interrogante a la luz de un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía que advierte que todo el nuevo desarrollo de combustibles fósiles debe detenerse este año, si el mundo quiere alcanzar emisiones netas cero hasta el año 2050 y quiere tener alguna esperanza en cuanto a limitar el aumento de la temperatura global a 1,5° C.
El anuncio de Xi en septiembre de 2020 sobre que China tiene como objetivo convertirse en neutral en cuanto a emisiones de carbono hasta el año 2060 revivió el optimismo. Pero, se frustraron las esperanzas de que el 14º Plan Quinquenal (2021-25), lanzado en marzo de este año, esbozara la estrategia del gobierno para iniciar el proceso de descarbonización. Y, en la cumbre climática del presidente estadounidense Joe Biden el pasado mes de abril, Xi anunció que durante el nuevo Plan Quinquenal, China “controlaría estrictamente” el consumo de energía producida a partir del carbón, pero que se permitiría su aumento y se comenzaría a “reducir gradualmente” dicho consumo recién a partir del año 2026.
Este es un calendario imprudentemente poco ambicioso. Los expertos en clima de TransitionZero de GEM y de otros organismos calculan que si se desea limitar el calentamiento global para que se sitúe muy por debajo de un “catastrófico” 2° C será obligatorio que China cierre 600 de sus 1.082 plantas de carbón hasta el año 2030. Si dichos expertos están en lo cierto, más vale que China empiece, ahora mismo, a girar su enorme barco de carbono y lo conduzca en sentido opuesto.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
NORTHAMPTON, MA – China está atrapada entre un pasado dependiente de los combustibles fósiles y un futuro impulsado por las energías renovables. Hoy en día, China da cuenta del 53% de toda la energía generada a partir del carbón en el mundo. Al mismo tiempo, este país es el líder mundial en la fabricación de, y en la compra de, paneles solares, turbinas eólicas y vehículos eléctricos. Si China puede liberarse de su adicción al carbón, adicción que ya sostiene durante varias décadas, no solamente determinará su propio futuro ambiental, sino que lo que es de crucial importancia, este país determinará las perspectivas que tiene la Tierra frente a la creciente crisis climática.
Los líderes de China a principios de la década de 2000 comenzaron a reconocer la necesidad de un cambio. La política de “crecimiento económico a toda costa”, impulsada en gran medida por el carbón, trajo consigo una gran prosperidad, pero se habían incrementado los daños colaterales al aire y el agua en el país en una manera inaceptable. Los defensores del medio ambiente abogaron a favor de “construir una civilización ecológica”, en la que la naturaleza y la humanidad puedan encontrar un equilibrio armonioso. Y, cuando el presidente Xi Jinping asumió el poder en el año 2012, inmediatamente hizo suya esta causa.
En rápida sucesión, el gobierno chino declaró una “guerra contra la contaminación”, elaboró planes de acción separados sobre el aire, el agua y el suelo que comprometieron 1 millón de millones de dólares para la limpieza ambiental, cerró plantas de carbón ineficientes e invirtió cientos de miles de millones de dólares en el desarrollo de energías renovables. También dio alta prioridad a la fabricación y venta nacional de vehículos eléctricos, y diseñó un sistema nacional de comercio de carbono.
Es preocupante, tanto para China como para el planeta, que ese impulso hacia adelante ahora parece haber dado marcha atrás. El consumo de carbón, que había disminuido cada año entre los años 2014 y 2016, ha aumentado de manera constante desde entonces. Lo mismo ocurre con las emisiones de dióxido de carbono: las emisiones aumentaron anualmente en 1,5 a 1,7%, incluso durante la desaceleración inducida por la pandemia en 2020.
El desempeño de China debe mejorar. El Informe sobre la brecha de emisiones del 2019 emitido por las Naciones Unidas llegó a la conclusión que limitar el calentamiento global a 1,5° Celsius con relación con los niveles preindustriales requiere reducir las emisiones globales en un 55% hasta el año 2030, con respecto a los niveles del 2018. Pero, China agregó 38.4 gigavatios de nueva capacidad de energía a carbón en el año 2020, incluso mientras el resto del mundo redujo su capacidad neta en 17.2 GW.
Peor aún, este aumento es sólo el comienzo. El gobierno chino ha aprobado la construcción de 36,9 GW adicionales de capacidad para la producción de energía a partir del carbón, con lo que el total en construcción hoy en día asciende a 88 GW. Y, se están preparando propuestas para construir otros 158,7 GW, con lo que la nueva capacitad total a construirse que está ahora bajo consideración llega a 247 GW, una cifra que supera la cantidad total instalada de Estados Unidos, misma que es de 233.6 GW.
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Probablemente se instalen más plantas en el futuro. Poderosos grupos de la industria del carbón y la energía están presionando al gobierno para que aumente la capacidad total actual de energía de carbón de China de 1.080 GW a una cifra entre 1.200 a 1.300 GW en los próximos cinco años, y hasta 1.400 GW hasta el año 2035. Un informe de Global Energy Monitor (GEM) llega a la conclusión que si China continúa expandiendo su capacidad hasta el año 2035 como se propone, “su generación de energía de carbón por sí sola superará en más de tres veces el límite mundial para el uso de energía de carbón determinado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, límite que se determinó con el objetivo de mantener el calentamiento global muy por debajo de los 2° C”.
¿Cómo se puede explicar el aparente retroceso de China a sus comportamientos adictivos con respecto al carbón? Para empezar, las protestas en Hong Kong, la guerra comercial con Estados Unidos, y la pandemia del coronavirus han desplazado el foco de atención de los legisladores, alejandolo de la reforma ambiental. También lo ha alejado la desaceleración del crecimiento del PIB de China y el aumento del desempleo. El gobierno ha estado más interesado en estimular las industrias tradicionales que utilizan energía de manera intensiva, como por ejemplo las industrias del acero, el hierro y el cemento, mientras que los líderes provinciales se han embarcado en una ola compulsiva de construcción de centrales térmicas de carbón para la producción de energía eléctrica.
Además, la reciente guerra comercial entre China y Estados Unidos ha intensificado las preocupaciones de China sobre la seguridad energética, en vista de que el país importa el 70% de sus necesidades de petróleo y el 40% de sus necesidades de gas. Y, si bien China ha apostado y se ha jugado el todo por el todo con respecto a las energías renovables, en especial por la solar y la eólica, no tiene la capacidad de ampliar esas fuentes con la suficiente rapidez como para satisfacer la demanda prevista. La actual red eléctrica tampoco es capaz de transmitir esta energía de manera eficiente desde el lejano oeste de China, donde se produce la mayor parte de dicha energía, para que llegue a áreas de alta demanda. Para muchos, el carbón, que es abundante y relativamente barato, aparenta ser una fuente de energía fiable y comprobada.
Por último, y es probable que no sea una coincidencia, la “recaída en la adicción al carbón” de China se produjo en un momento en que Estados Unidos estuvo ausente del escenario climático internacional. Si se considera que el expresidente estadounidense Barack Obama y Xi encontraron puntos en común en la batalla contra el calentamiento global, sentando las bases para el acuerdo climático de París de 2015, es posible también que el compromiso de China se haya debilitado por la desvinculación de Estados Unidos del tema durante la presidencia de Donald Trump.
¿Cuál China verá el mundo en los próximos años? Es más urgente que nunca dar respuesta a esta interrogante a la luz de un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía que advierte que todo el nuevo desarrollo de combustibles fósiles debe detenerse este año, si el mundo quiere alcanzar emisiones netas cero hasta el año 2050 y quiere tener alguna esperanza en cuanto a limitar el aumento de la temperatura global a 1,5° C.
El anuncio de Xi en septiembre de 2020 sobre que China tiene como objetivo convertirse en neutral en cuanto a emisiones de carbono hasta el año 2060 revivió el optimismo. Pero, se frustraron las esperanzas de que el 14º Plan Quinquenal (2021-25), lanzado en marzo de este año, esbozara la estrategia del gobierno para iniciar el proceso de descarbonización. Y, en la cumbre climática del presidente estadounidense Joe Biden el pasado mes de abril, Xi anunció que durante el nuevo Plan Quinquenal, China “controlaría estrictamente” el consumo de energía producida a partir del carbón, pero que se permitiría su aumento y se comenzaría a “reducir gradualmente” dicho consumo recién a partir del año 2026.
Este es un calendario imprudentemente poco ambicioso. Los expertos en clima de TransitionZero de GEM y de otros organismos calculan que si se desea limitar el calentamiento global para que se sitúe muy por debajo de un “catastrófico” 2° C será obligatorio que China cierre 600 de sus 1.082 plantas de carbón hasta el año 2030. Si dichos expertos están en lo cierto, más vale que China empiece, ahora mismo, a girar su enorme barco de carbono y lo conduzca en sentido opuesto.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos