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Cómo capitalizar el debilitamiento de Hamas y Hezbollah

WASHINGTON, DC – Hace un año, Oriente Medio parecía preparado para un gran avance: la normalización de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Israel. En términos más generales, la administración del presidente norteamericano, Joe Biden, pregonaba una desescalada de las tensiones en la región. Estados Unidos hasta parecía haber llegado a algún acuerdo informal con Irán, al no implementar sanciones petroleras y al permitirle recibir varios miles de millones de dólares de Irak por gas natural y electricidad. A cambio, Irán iba a diluir parte del uranio que había enriquecido al 60% (cerca del grado de armas nucleares) y prohibirles a sus apoderados chiitas disparar contra fuerzas estadounidenses en Irak y Siria.

Luego ocurrió el ataque horroroso de Hamas del 7 de octubre. Con Hamas infiltrado en zonas de Gaza densamente pobladas, y sus líderes y combatientes ocultos en túneles, Israel enfrentó un dilema cruel: apuntar contra líderes, combatientes e infraestructura militar de Hamas, y matar a muchísimos civiles, u olvidarse de Gaza y permitir que Hamas se preparara para atacar a Israel otra vez.

Después del 7 de octubre, ningún gobierno israelí podía no intentar destruir a Hamas. El precio para Gaza ha sido devastador. Y, a Israel, la guerra en Gaza le ha costado la vida de varios cientos de soldados y ha aumentado el aislamiento internacional del país. 

Si bien todavía no está claro si Israel e Irán entrarán en un conflicto que pareciera ser difícil de contener, hoy existen posibilidades de un cambio drástico para mejor en la región. Esto exigirá que Israel recuerde que sus logros militares notables tienen que traducirse en resultados políticos.

Consideremos que Israel ha destruido 23 de los 24 batallones de Hamas, junto con sus estructuras de mando y control y una parte significativa de su infraestructura militar (depósitos de armas, laboratorios e instalaciones de producción de armamentos y túneles). El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró en Naciones Unidas que el 90% de los cohetes de Hamas han desaparecido.

Israel también ha debilitado de manera contundente a Hezbollah -el apoderado más importante de Irán, que suministró tropas de shock para intervenciones iraníes en la región y capacitó a otras milicias respaldadas por Irán, ayudándolas a desarrollar y producir sus propias armas-. Por otra parte, decenas de miles de misiles de Hezbollah sirvieron para disuadir a Israel de atacar la infraestructura nuclear iraní.

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El debilitamiento de Hezbollah priva a Irán de una de sus principales herramientas de intimidación y coerción, y crea una oportunidad para que el estado libanés reclame su soberanía en todo su territorio. Lo que Irán llama el “eje de la resistencia” parece mucho menos amenazante hoy.

Asimismo, las pérdidas de Irán probablemente ya hayan generado un debate interno sobre el alto costo que implica respaldar a sus apoderados -una inversión que hoy parece en gran medida perdida-. Es verdad, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica lleva la voz cantante en estos debates, pero esos cuestionamientos pueden tener consecuencias con el tiempo.

Por supuesto, las represalias de Israel contra Irán por su reciente bombardeo de misiles, y la respuesta de Irán, podrían causar estragos en la región. Pero si se logra controlar el conflicto cara a cara y éste acaba pronto, la administración Biden debería actuar para aprovechar el debilitamiento de Hamas y Hezbollah.

Se pueden tomar varias medidas. Primero, Biden debería intentar llegar a un acuerdo con Netanyahu sobre lo que constituye un triunfo, para que Netanyahu pueda poner fin a la guerra en Gaza, siempre que los rehenes capturados en Israel el 7 de octubre que aún están cautivos sean liberados. Netanyahu necesitará ver mecanismos muy reales para impedir el contrabando y recortar el financiamiento a Hamas para que no pueda reconstituirse como una amenaza militar.

Por otra parte, Netanyahu querrá saber que existe un plan para que las fuerzas árabes e internacionales administren Gaza hasta que pueda intervenir una Autoridad Palestina (PA) reformada. Netanyahu no quiere quedarse en Gaza para siempre y necesita saber que existe una alternativa para Hamas. Es cierto, algunos de los ministros de Netanyahu, liderados por Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, se opondrán a devolver el control de Gaza a la AP en el futuro. Pero Netanyahu hoy es políticamente más fuerte, dadas las hazañas militares de Israel, y entiende que, sin una alternativa palestina para Hamas, se producirá un vacío político que probablemente sea ocupado por extremistas.  

Biden y su equipo también tienen que completar el acuerdo de normalización saudita-israelí. Los saudíes no lo harán a menos y hasta que la guerra termine, lo que debería ayudar a motivar a Netanyahu para adjudicarse el éxito y dar fin al conflicto.

A Donald Trump seguramente le gustaría finalizar ese acuerdo si regresara a la Casa Blanca, pero una condición saudita fundamental para la normalización con Israel es un tratado de defensa con Estados Unidos. Biden puede reunir la mayoría de dos tercios necesaria en el Senado para adoptar un tratado, porque los republicanos la respaldarán y Biden obtendrá los votos demócratas que le hagan falta, especialmente porque éste sería su último acto. Pero dadas las opiniones que los demócratas tienen de Trump, y de los saudíes, es poco probable que le den a Trump los votos que necesite. (En el mejor de los casos, a Trump le haría falta que por lo menos 15 senadores demócratas apoyaran un tratado de estas características, lo que es poco probable).

La normalización saudita-israelí tendría un efecto transformador en la región en gran medida porque exige lo que el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, llama un “camino creíble hacia un estado palestino” que esté limitado en el tiempo y basado en condiciones. Esto último significa que los palestinos tendrán que demostrar que un estado palestino no será ni un estado fallido, ni una amenaza para Israel o Jordania ni un socio islamista de los opositores en la región. 

En el contexto actual, luego de que Israel debilitara las amenazas que lo acechaban, un progreso con los saudíes le permitiría a Netanyahu mostrar de qué manera -más allá de la calamidad del 7 de octubre de 2023- transformó la región, la seguridad israelí y las perspectivas para el futuro de Israel. Y dados los costos elevados de la guerra, la perspectiva de una fuerte inversión extranjera en Israel y de acuerdos con los estados del Golfo será vital.

El príncipe de la corona saudí, Mohammed bin Salman, por su parte, obtendría un tratado de defensa con Estados Unidos -que no tiene ningún otro país en la región, ni siquiera Israel- así como una alianza con Estados Unidos en materia de energía nuclear, renovables e inteligencia artificial, además de un camino hacia un estado palestino. Y Biden podría decir que pudo poner fin a la guerra y generar un futuro más esperanzador para la región.

No hay que dar nada de esto por sentado. Pero la derrota de Hamas y Hezbollah -y el debilitamiento del eje iraní- deben ser vistos en términos estratégicos. En pocas palabras, crea una oportunidad para transformar no solo a Gaza y al Líbano, sino también a gran parte de la región.

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