El doblegamiento cultural de Gran Bretaña

LONDRES – Uno pensaría que los británicos, habiendo prácticamente inventado la política de apaciguamiento, y pagado un precio alto por ella, serían más sensatos. Pero una política conciliatoria con China a cambio de un rédito comercial aparentemente no se considera repelente desde un punto de vista moral. ¿De qué otra manera se explica entonces que Liu Binjie, censor en jefe de China y el hombre a cargo de silenciar al escritor ganador del Premio Nobel y activista de derechos humanos Liu Xiaobo, sea invitado a encabezar una delegación de 21 escritores aprobados oficialmente y decenas de subordinados ministeriales a Londres para celebrar la literatura china en la Feria del Libro de esa ciudad?

De hecho, Liu es el invitado de honor del Consejo Británico para el evento. El Consejo dice que invitó a escritores chinos aprobados oficialmente porque quería generar una mayor comprensión de la literatura china y promover el intercambio cultural entre los dos países. ¿Pero acaso es verdad que el mundo puede o debe interiorizarse sobre China leyendo exclusivamente obras que son aprobadas por el Partido Comunista chino? Después de todo, ¿Boris Pasternak, Alexander Solzhenitsyn, Milan Kundera y Václav Havel no le enseñaron al mundo mucho más sobre las sociedades represivas en las que vivieron que cualquier cosa que publicaran los editores oficiales del bloque soviético?

La excusa del Consejo es una pantalla de humo que simultáneamente implica doblegarse ante el totalitarismo chino e insulta a aquellos escritores chinos que fueron encarcelados, prohibidos u obligados a exiliarse simplemente por escribir lo que les dicta su conciencia.

En el documento "Mi declaración sobre por qué me voy de China" (去国宣言), Yu Jie, un escritor que partió hacia Estados Unidos para huir de la persecución, declaró explícitamente que se vio obligado a abandonar su país para poder escribir libremente. Antes de su exilio, Yu había sido encerrado en una habitación a oscuras y torturado porque Liu Xiaobo ganó el Premio Nobel de la Paz en 2010. De hecho, en el momento en que se estaba entregando el premio en Oslo, varios policías le daban puñetazos a Yu en la cara, diciendo "Vamos a golpearte hasta que te mueras para vengar la humillación del gobierno".

Hoy, China está generando exiliados literarios a un ritmo más rápido del que alguna vez alcanzó la Unión Soviética. Ninguna institución gubernamental británica habría invitado al principal censor soviético como su invitado de honor a un evento en celebración de la literatura rusa. ¿Por qué, entonces, el doble discurso?

Todos conocemos la respuesta: dinero. China lo tiene, y Gran Bretaña y otros países occidentales lo quieren. Quieren que los consumidores chinos compren sus productos. El primer ministro británico, David Cameron, quiere revertir el hecho de que Gran Bretaña exporta más a la pequeña Irlanda que a China. Un apaciguamiento literario parece un precio bajo para pagar.

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Hoy en día, el creciente terror político está teniendo un efecto aplastante en la sociedad china. Más de 100 escritores han sido encarcelados por publicar ensayos políticos en Internet, y sus familiares han sido monitoreados o, como en el caso de la esposa de Liu Xiaobo, incluso sometidos a un arresto domiciliario.

El año pasado, el escritor Zhu Yufu publicó un poema en la web. Un verso de ese poema dice: "¡Llegó la hora, pueblo chino!/la plaza pertenece a todos/los pies son nuestros/es hora de usar los pies y marchar hacia la plaza para elegir". Por esto, fue detenido bajo el cargo de "incitar a la subversión del poder estatal" y en febrero fue condenado a siete años de prisión.

En las sociedades represivas, la buena literatura es, por definición, subversiva. Con las palabras más simples, Zhu intentaba despertar a una nación y, para los dictadores de China, nada es más subversivo o aterrador que la palabra "elegir".

China está enviando 10.000 títulos a la Feria del Libro de Londres. Esa "elección" puede parecer abrumadora, pero no correríamos riesgos si apostáramos a que ninguno de esos libros sondea de manera imparcial los tabúes de la política china y la historia reciente. En China, miles de "palabras sensibles", entre ellas "lamas que se auto-inmolan", "democracia", "derechos humanos", "protesta de Tiananmen" e inclusive el título de mi libro Beijing Coma, ni siquiera se pueden buscar en Internet. Esta lista de palabras prohibidas y temas tabú, redactada por Liu Binjie y su ejército de censores, crece día a día, vaciando el alma de la nación y enjaulando las mentes de los escritores.

El Consejo Británico dice que está mostrando "la asombrosa amplitud y diversidad de la literatura china actual". Pero cualquier discusión genuinamente diversa incluiría en la lista no sólo a los 21 escritores aprobados por el estado, sino a otros escritores reconocidos oficialmente en el extremo más crítico del espectro, como Yan Lianke, a quien le negaron permiso para asistir a la Feria del Libro de Londres de este año en tres oportunidades.

Una discusión diversa también tendría que incluir a aquellos escritores que fueron silenciados por completo en China, como Wang Lixiong, Tan Hecheng, Mo Jiangang y Yang Jisheng.

Las obras de estos escritores prohibidos están llenas de detalles vivos sobre la vida contemporánea china. Su poder literario emana del coraje de sus autores a la hora de formular preguntas incómodas y escribir con honestidad. La decisión del Consejo Británico de ignorarlos, así como a los escritores exiliados que tienen el ingreso prohibido a China, como es mi caso, ha convertido lo que debería ser un acontecimiento cultural en una transacción político-comercial sin principios.

Gran Bretaña no sólo produjo una gran literatura, sino que tiene una tradición histórica de respaldar la libertad de expresión y ofrecer refugio a escritores perseguidos. Ni Napoleón, ni el zar Nicolás I, ni siquiera Hitler en los tiempos de su apaciguamiento en los años 1930, pudieron obligar a Gran Bretaña a ceder en su compromiso con la libertad intelectual. Sin embargo, la tarea de corromper una tradición humanista centenaria cayó en manos del innoble censor en jefe del Partido Comunista chino e ingeniero del éxodo literario de China -y de la codicia que sienten algunos por el oro chino.

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