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La solidaridad que EE. UU. necesita

WASHINGTON DC – La lucha contra la COVID-19 y el cambio climático comparten, en su centro, la misma tensión profunda, especialmente en las democracias: en ambos casos las medidas necesarias para que todos nos salvemos implican costos que amplían las desigualdades existentes. En una época en la que Estados Unidos y otras democracias necesitan solidaridad, la agitación y división civil resultantes alimentan (y están siendo alimentadas) por el populismo.

En EE. UU., la desastrosa respuesta a la pandemia exacerbó las divisiones de clase, raciales, étnicas y etarias. Cerrar el 60 % de la economía durante meses y luego reabrirlo en forma desigual en los distintos estados ha enfrentado a quienes pueden trabajar de manera remota y prefieren seguir cuidándose y quienes no tienen esa posibilidad y, por lo tanto, consideran que las medidas de salud pública equivalen a un suicidio económico.

El 40% de la economía que continuó funcionando todo este tiempo está a cargo de «trabajadores esenciales», un grupo compuesto en forma desproporcionadamente alta por estadounidenses negros y de tez oscura con bajas remuneraciones. Este grupo tiene una probabilidad hasta cinco veces superior a la de los blancos de ser hospitalizado por la COVID-19 y —con 37 000 estadounidenses negros fallecidos a causa de la enfermedad— más del doble de probabilidades de morir. Con esas brechas se interseca el impacto diferente del coronavirus sobre los estadounidenses más jóvenes y los de mayor edad, aunque los chistes que se refieren a la COVID-19 como «limpiadora de baby boomers» han ido desapareciendo porque todos los segmentos etarios han sufrido muertes y graves consecuencias para la salud.

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