tubiana4_GettyImages-855606830 Project Syndicate

Un año de compromisos climáticos renovados

PARÍS – Para el creciente porcentaje de la población mundial que entiende la amenaza existencial planteada por el cambio climático, el inicio de 2017 trajo una sensación de miedo. En verdad, la angustia colectiva ya era evidente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2016 en Marraquech, Marruecos, que acababa de empezar cuando Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos. 

En ese momento, revoloteaba en el aire la especulación sobre qué podría significar la elección de Trump para Estados Unidos y el mundo. Pero prácticamente no había dudas de que no sería bueno para el compromiso formal de Estados Unidos de reducir las emisiones de gases de tipo invernadero y mitigar los peores efectos del cambio climático.  

A lo largo del 2017, los interrogantes sobre qué traería aparejado una presidencia de Trump comenzaron a recibir respuestas. Y resultó ser que si bien Trump, en efecto, ocupa la oficina más poderosa del mundo a la hora de ordenar ataques militares, su poder para refutar el consenso científico respecto del cambio climático, y resistir la transición global a una economía verde, es bastante limitado.

En Marrakech, los obstáculos que enfrentaría Trump ya eran evidentes. Las críticas de Trump al acuerdo climático de París en 2015 fueron ampliamente rechazadas, y todos los países presentes reiteraron su compromiso con el acuerdo. Prometieron seguir reduciendo las emisiones de gases de tipo invernadero, más allá de si Trump seguía adelante o no con su promesa de campaña de "cancelar París".

Por supuesto, el interrogante de si Trump efectivamente cumpliría con esta promesa de campaña terminó consumiendo los primeros meses de 2017, con una verdadera novela -o, más bien, una farsa doméstica- en acción en la Casa Blanca. Según consta, Ivana, la hija de Trump, y su marido, Jared Kushner, respaldaban el acuerdo de París. Pero Scott Pruitt, el administrador de la Agencia de Protección Ambiental, y sus colegas negadores del cambio climático convencieron a Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo.

Cuando finalmente se hizo el anuncio, el 1 de junio, fue una verdadera decepción. Pero también le dio un nuevo impulso a la tarea en manos. En un lapso de horas, el gobernador del estado de Washington, Jay Inslee, declaró: "Oímos que el presidente quería levantar la bandera blanca de la rendición. Queremos enviar un mensaje contundente al mundo: no nos vamos a rendir". Y en respuesta a la declaración de Trump de que fue "elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no a los de París", el alcalde de Pittsburgh, Bill Peduto, anunció que la "Ciudad de Acero" pasaría a utilizar un 100% de energías renovables en 2035.

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El reproche abierto de Peduto a Trump abrió una ventana a una revolución tranquila que ha venido llevándose a cabo en todo Estados Unidos. Él, junto con otros 382 alcaldes de Estados Unidos, es miembro de la coalición de Alcaldes para el Clima, que representa a 68 millones de estadounidenses. De la misma manera, 14 estados norteamericanos y Puerto Rico, el territorio azotado por los huracanes, se han unido para conformar la Alianza del Clima de Estados Unidos. Todas estas ciudades y estados están comprometidos con la implementación del Plan de Energía Limpia de la era Obama, a pesar de los esfuerzos de Pruitt por abolirlo. De la misma manera, más de 1.000 empresas norteamericanas han prometido cumplir con los compromisos de Estados Unidos según el acuerdo de París.

Esta tendencia no se limita a Estados Unidos. El presidente Xi Jinping de China, el mayor productor de contaminación de gases de tipo invernadero del mundo, también ha reafirmado el compromiso de su país con el acuerdo de París, y está alentando a todos los otros firmantes a hacer lo mismo. En el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino en octubre, reiteró que China está en el "asiento del acompañante" de la cooperación internacional sobre cambio climático.

Y en julio de 2017, todos los gobiernos del G-20, con excepción de Estados Unidos, firmaron un documento que destacaba la importancia y la irreversibilidad del acuerdo de París.

Esta declaración se hizo eco de un documento conjunto anterior de los gobiernos alemán, italiano y francés, emitido en una respuesta directa al anuncio de Trump de junio. Mientras que la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo era "extremadamente lamentable", el presidente francés, Emmanuel Macron, dio un discurso -en inglés, para que ningún norteamericano pudiera malinterpretarlo- describiendo la decisión como un "error" peligroso.

Más importante, los gobiernos han avanzado más allá de las palabras, creando hechos en el terreno. En octubre, India y la UE fortalecieron una sociedad para desarrollar fuentes de energía limpia en busca de los objetivos del acuerdo de París. Y Nicaragua y Siria anunciaron que se sumarían al acuerdo, con lo que Estados Unidos sería el único país en rechazarlo. Desde que Trump resultó electo, 66 países -entre ellos Australia, Italia, España y, a pesar de la disrupción causada por su decisión del Brexit, el Reino Unido- han ratificado el acuerdo.

Aun así, aunque debería celebrarse el mayor respaldo diplomático al acuerdo de París, no debemos perder de vista la cuestión fundamental: las emisiones globales de gases de tipo invernadero, que efectivamente se han estancado en los últimos tres años. Desafortunadamente, esto no está ni cerca del nivel de reducciones que necesitamos. 

Si hay algo que el 2017 dejó en claro es la devastación que nos aguarda si no hacemos algo más. Con una intensidad y una frecuencia sin precedentes, una serie de huracanes causó estragos en países del Caribe, Houston y la Costa del Golfo de Texas, y grandes sectores de Florida. En el sur de Europa, Australia y el oeste norteamericano, fuegos incontrolados destruyeron el campo, cobrándose vidas y causando daños gigantescos a la propiedad. Y en Sudamérica, el subcontinente indio y otras regiones, olas de calor, malas cosechas e inundaciones alcanzaron niveles de crisis. Y, en los polos, las capas de hielo siguen colapsando, mientras presenciamos de manera dramática la ruptura de la capa de hielo Larsen C en la Antártida.

Lamentablemente Trump no parece conmoverse con las realidades naturales o económicas. A  esta altura, la economía de Estados Unidos tiene el doble de empleos en energía renovable que en la industria del carbón que, sin embargo, Trump insiste en apuntalar.

Pero le guste o no a Trump, el crecimiento del sector de energía renovables está cambiando el curso no sólo de la economía de Estados Unidos, sino de todas las economías a nivel global. En 2017, las energías renovables fueron la principal forma de energía en funcionamiento, y la transición a autos eléctricos siguió acelerándose, mientras casi todas las automotrices más importantes anunciaron planes para dejar atrás los motores de combustión interna. Y, en todo el mundo, la amenaza del cambio climático se está volviendo un motor clave de la inversión en infraestructura.

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2017 en Bonn en noviembre, China y la UE siguieron asumiendo las responsabilidades de Estados Unidos, liderando una acción climática global. En 2018, seguramente tendremos más evidencias sobre el impacto del cambio climático, así como de esfuerzos significativos por combatirlo.

Sin duda, estos esfuerzos tendrán que ser mucho mayores y más ambiciosos que en el pasado si queremos cumplir con los objetivos del acuerdo de París. Pero, como aprendimos en el 2017, esos objetivos todavía están muy al alcance. Con Trump o sin Trump, la transición a energía s renovables es irreversible, y está motivando el cambio en todas partes -inclusive en Estados Unidos.

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