¿Aprenderá Europa a querer a Bush?

El presidente George Bush pronto viajará a Europa y el presidente Jacques Chirac visitará Washington. El "ministro de relaciones exteriores" de la Unión Europea, Javier Solana, ya estuvo ahí y regresó a Europa optimista sobre la cooperación trasatlántica. Al menos el ambiente de las relaciones, en efecto, mejoró desde las elecciones presidenciales estadounidense, y ambas partes han expresado buena voluntad. Con todo, hay pocas razones para un optimismo genuino.

La intención declarada de Bush de "explicar mejor los motivos de sus decisiones" a sus aliados, no es suficiente. Los europeos no quieren explicaciones, quieren que se les consulte -y así tener participación en la toma de decisiones estadounidense para ver reflejadas sus preocupaciones en la política exterior de ese país. Es poco probable que algo así suceda.

Por el contrario, Estados Unidos sigue frustrando gradualmente los esfuerzos de Europa para establecer un orden internacional normativo. No hay señales de que la administración Bush esté cediendo, por ejemplo, en lo que se refiere a Naciones Unidas, el Protocolo de Kyoto, la Corte Penal Internacional, la prohibición al uso de minas terrestres o el Tratado Antimisiles.

En Irak, los europeos concuerdan totalmente con los objetivos estadounidenses de preservar la unidad del país y lograr, al menos, un mínimo de democracia. Al mismo tiempo, piensan que es responsabilidad de Estados Unidos eliminar el caos que creó, por lo que están renuentes a contribuir en la tarea de modo sustancial. Las actitudes europeas podrían parecer miopes a los estadounidenses pero se requeriría de mucha labor de convencimiento para cambiarlas.

Existe un consenso general sobre los objetivos que se quieren alcanzar en el conflicto israelí-palestino: el fin de la violencia y una solución pacífica basada en el concepto de dos Estados soberanos. Sin embargo, los europeos consideran que la reciente opinión expresada por Bush -de que la democracia palestina y no la ocupación israelí de Cisjordania es la clave del problema- está mal concebida. Lo mismo pasa con relación a la afirmación del presidente de que la presencia permanente de Israel en territorios palestinos y el no regreso de los refugiados palestinos a sus hogares en Israel se deben aceptar como una realidad. Bien podría ser que estas desviaciones dolorosas de los principios acordados se reflejen en un posible arreglo general, pero prejuzgar estos asuntos antes del inicio de las negociaciones priva a los palestinos de algunas de sus cartas de negociación más fuertes.

Con relación a la capacidad nuclear de Irán, los estadounidenses y los europeos también coinciden en lo fundamental: es necesario impedirla. Mientras que Estados Unidos trata de lograr esto a través del poder duro, del cambio de régimen, de sanciones y de amenazas sobre una intervención militar preventiva, Europa utiliza el poder suave, la diplomacia, la inclusión y la asociación. Desafortunadamente, este juego del "policía bueno y el malo" no funciona en la política internacional. Los esfuerzos europeos para inducir a Teherán a renunciar a sus pretensiones nucleares abordando las preocupaciones legítimas de seguridad de Irán y ofreciendo oportunidades importantes para mejorar en lo económico y lo social no pueden tener éxito sin el apoyo activo de Estados Unidos. En otras palabras, los estímulos europeos no son suficientes; un resultado positivo requiere también de los estímulos estadounidenses.

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Al permanecer al margen y desechar desde el principio el enfoque europeo, Estados Unidos sólo está logrando crear una profecía destinada a cumplirse. Sería más productivo para Estados Unidos unirse, y al mismo tiempo acordar con los europeos las medidas que deben tomarse si los esfuerzos combinados fracasan.

A través de los años las relaciones con China han mejorado en ambos lados del Atlántico. China es ahora el socio comercial más grande de Europa y sus enormes reservas de dólares lo han hecho el acreedor más importante de Estados Unidos. A pesar de este panorama color de rosa, China podría ser la causa de una gran disputa trasatlántica si los europeos cumplen su intención de levantar el embargo a las exportaciones de armas en vigor desde la masacre en la Plaza de Tiananmen en 1989. La administración Bush se opone ferozmente a levantar el embargo, señalando que en caso de un choque militar a causa de Taiwán, las tropas estadounidenses se enfrentarían a las armas suministradas a China por sus propios aliados. De hecho, las afirmaciones europeas de que la venta de armas a China se podría controlar y que se podrían evitar las amenazas a un país aliado en efecto parecen poco convincentes. Por otro lado, la interdependencia económica entre Taiwán y China continental ha crecido a tal grado que un conflicto armado es cada vez menos probable. Por supuesto, esto cambiaría si Taiwán presionara por su independencia, pero difícilmente lo hará sin la aprobación de Washington.

En resumen, en muchos de los asuntos internacionales más importantes los estadounidenses y los europeos comparten los mismos objetivos y metas básicas. En lo que difieren frecuentemente es en los medios para lograrlos. La sabiduría política exigiría que ambas partes combinaran sus considerables recursos y actuaran juntos siempre que fuera posible. Esto, sin embargo, requiere un cambio de actitudes tanto en Estados Unidos como en Europa. Bush debe de estar dispuesto a aceptar a los europeos como socios genuinos y dejar de tratarlos como vasallos obstinados. Los líderes europeos deben superar cualquier huella de antiamericanismo latente y prepararse para contribuir a esfuerzos comunes que les den el derecho de asociarse en calidad de iguales con Estados Unidos.

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