Los países poderosos saben que es peligroso que los vean flaquear, porque los enemigos se animan y las rodillas de los aliados empiezan a temblar. Una gran potencia sabe también que, si emprende una aventura militar sin fijarse objetivos alcanzables, puede tener graves problemas. Lo que es aplicable a las grandes potencias lo es doblemente para el asediado Israel, que no ha desmantelado el poder de Hizbolá en el Líbano, pero el fracaso en la guerra del Líbano puede aún brindar una oportunidad para la paz, si Israel es lo suficientemente audaz para aprovecharla.
El mundo tiene dos objetivos principales en la zona comprendida entre El Cairo y Teherán: mantener la paz en el gran Oriente Medio para que el petróleo fluya libremente por el golfo Pérsico; dirigir la disputa entre israelíes y palestinos hacia una solución que garantice la seguridad de Israel en sus fronteras internacionalmente reconocidas y al tiempo satisfaga las legítimas aspiraciones nacionales del pueblo palestino a tener un Estado propio. Las dos cuestiones han estado vinculadas durante mucho tiempo, pero ahora el vínculo principal es la Siria del Presidente Bashar al Asad.
Siria, aislada como está y con una necesidad apremiante de aliados, ha estado ayudando al Irán en su intento de alcanzar la hegemonía regional. Desde que la revolución del cedro del Líbano desalojó a Siria de ese país el año pasado, los sirios han intentado volver a abarcar el Líbano dentro de su esfera de influencia. Apoyan a Hizbolá –y ayudan al Irán a enviarle armas-, porque las tropas de choque del jeque Hasán Nasrallah contribuyen a la debilidad del gobierno del Líbano. Los sirios gustan también de presentarse como los últimos defensores árabes reales de la causa palestina.
En una palabra, Siria, con su posición geográfica, sus vínculos y armas iraníes y su brutal régimen baasista, se ha convertido en un factor fundamental de lo que ocurre entre el Mediterráneo y el Golfo. Para afianzar al Líbano y llevar a Hamas a la mesa de negociación con Israel, con quien Israel y los Estados Unidos deben tratar, de una forma o de otra, es con Siria.
La posición y los intereses de Siria deben convencerla de la necesidad de un acuerdo. Naturalmente, Siria sigue creyendo en una "Gran Siria" y nunca aceptó del todo la soberanía del Líbano. La inteligencia y las tropas sirias, presentes en el Líbano desde 1976, fueron obligadas a abandonarlo en 2005 sólo con una enorme presión internacional y el año pasado se perdieron mil millones de dólares en ingresos por contrabando, la mayor parte de los cuales iban antes a parar al ejército sirio. Muchos de los cohetes de Hizbolá que llovieron sobre Israel llevaban las marcas del Ministerio de Defensa de Siria.
Sin embargo, Siria tiene una característica compensatoria: es un país secular que tradicionalmente rechaza el fundamentalismo islámico. De hecho, en 1982 el Presidente Hafez al Asad, padre de Bashar, exterminó en Hama a unos 38.000 insurgentes de la Hermandad Musulmana fundamentalista, mayoritariamente suníes. En la actualidad, parte de la minoría baasista gobernante está preocupada por la intensificación de la alianza con el teocrático Irán y el islamista Hizbolá.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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Esa alianza refleja miedo, no compromiso. Los moderados emiratos árabes suníes del Golfo, recelosos de la ascendencia chií en aumento y del irredentismo iraní en la región, han dejado de sostener la economía de Siria por la alianza de este país con los ayatolás del Irán. Siria, calificada como parte del "eje del mal" por los Estados Unidos, ha visto también acabarse la ayuda financiera saudí y teme que los beneficios comerciales que le aportaría la ratificación de su Acuerdo de Asociación con la UE no se materialicen nunca.
Tanto la renuente alianza de Siria con el Irán y su desesperación económica brindan oportunidades que Israel y Occidente deben poner a prueba, pero, ¿qué podría desear Siria? Como la mayoría de los árabes, Bashar Al-Assad ve a Israel desde la perspectiva de la angustia panárabe ante la desposesión palestina, pero también ve la posibilidad de utilizar a los palestinos para fortalecer el poder de su régimen dejando su impronta en cualquier acuerdo.
Como su padre, Asad es prudente. Mientras Egipto permanezca neutral, no es probable que se arriesgue a lanzar otra guerra con Israel, por no hablar de una guerra con los Estados Unidos o con éstos combinados con Israel.
El gran enigma es lo que Asad quiere hacer con el Líbano. Si su objetivo es un gobierno en Beirut que tenga en cuenta las preocupaciones genuinas de Siria por su seguridad, Israel puede aceptarlo. Además, dada la generalizada reacción contra Siria por su supuesta participación en el asesinato del ex Primer Ministro libanés Rafiq Hariri, en particular entre los maronitas, suníes y drusos del Líbano, no es probable que el Líbano vuelva a estar totalmente sometido... a no ser que Hizbolá imponga su voluntad.
Ahora Israel tiene tres opciones. Puede echarse atrás aparentando que no lo hace; puede continuar más o menos como antes, con la esperanza de una evolución positiva; o puede intentar separar a Siria del Irán y Hizbolá. Ésta última es la única que podría detener la deriva islamista en el Oriente Medio, pero sacar a Siria del abrazo del Irán significa, tarde o temprano, volver a plantear la cuestión de los Altos del Golán.
Un acuerdo con Siria no es imposible, dadas las ambigüedades de la posición de Asad. Por parte israelí y estadounidense, entrañaría el reconocimiento de los intereses de Siria en materia de seguridad en el Líbano. Si Siria, a su vez, acepta la soberanía del Líbano y contribuye a obligar a Hizbolá a convertirse en una fuerza política privada de su capacidad militar, Israel y los Estados Unidos deben convencer al gobierno del Líbano para que acepte que Siria y el Líbano deben consultarse sobre los asuntos de seguridad. Para Siria, un acuerdo de paz entrañaría también la comprensión de que la ocupación por Israel de los Altos del Golán se debe zanjar mediante una negociación seria y no mediante la guerra.
Esa oportunidad diplomática puede resultar difícil de aceptar al Primer Ministro de Israel, Ehud Omert, por no hablar de convencer a los israelíes. Así, pues, los Estados Unidos y Europa deben ayudarlo a llegar a esa conclusión.
Los Estados Unidos e Israel deben dejar de negarse a hablar con Siria. De hecho, ya ha llegado el momento de ofrecer garantías al aislado régimen sirio de que bloqueando el rearme de Hizbolá, cortando el paso de los luchadores islamitas al Iraq y mejorando la atroz ejecutoria del país en materia de derechos humanos obtendría valiosos beneficios diplomáticos y económicos, incluido un reforzado acuerdo de asociación con la UE.
Israel ganaría mucho hablando con su enemigo. Consciente de su vulnerabilidad ante los ataques con cohetes, Israel sabe que necesita un Estado defendible, a salvo de la agresión exterior. Eliminar la amenaza de Siria es un factor decisivo para lograr ese objetivo estratégico.
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US President Donald Trump’s own words are sufficient evidence that his latest tariffs are unlawful, since they are not responses to his declared “emergency” at the southern border. But US courts are unlikely to do anything about it, further underscoring how weak America’s constitutional order has become.
sees an unlawful trade war as a window into America’s crumbling constitutional order.
Afghan women have long had to find imaginative ways to resist and circumvent harsh repression. Rather than simply admire their courage or sympathize with their plight, the international community must offer them support, safety, and a seat at the table.
urge the international community to support some of the world's most repressed yet tenacious people.
By choosing to side with the aggressor in the Ukraine war, President Donald Trump’s administration has effectively driven the final nail into the coffin of US global leadership. Unless Europe fills the void – first and foremost by supporting Ukraine – it faces the prospect of more chaos and conflict in the years to come.
Los países poderosos saben que es peligroso que los vean flaquear, porque los enemigos se animan y las rodillas de los aliados empiezan a temblar. Una gran potencia sabe también que, si emprende una aventura militar sin fijarse objetivos alcanzables, puede tener graves problemas. Lo que es aplicable a las grandes potencias lo es doblemente para el asediado Israel, que no ha desmantelado el poder de Hizbolá en el Líbano, pero el fracaso en la guerra del Líbano puede aún brindar una oportunidad para la paz, si Israel es lo suficientemente audaz para aprovecharla.
El mundo tiene dos objetivos principales en la zona comprendida entre El Cairo y Teherán: mantener la paz en el gran Oriente Medio para que el petróleo fluya libremente por el golfo Pérsico; dirigir la disputa entre israelíes y palestinos hacia una solución que garantice la seguridad de Israel en sus fronteras internacionalmente reconocidas y al tiempo satisfaga las legítimas aspiraciones nacionales del pueblo palestino a tener un Estado propio. Las dos cuestiones han estado vinculadas durante mucho tiempo, pero ahora el vínculo principal es la Siria del Presidente Bashar al Asad.
Siria, aislada como está y con una necesidad apremiante de aliados, ha estado ayudando al Irán en su intento de alcanzar la hegemonía regional. Desde que la revolución del cedro del Líbano desalojó a Siria de ese país el año pasado, los sirios han intentado volver a abarcar el Líbano dentro de su esfera de influencia. Apoyan a Hizbolá –y ayudan al Irán a enviarle armas-, porque las tropas de choque del jeque Hasán Nasrallah contribuyen a la debilidad del gobierno del Líbano. Los sirios gustan también de presentarse como los últimos defensores árabes reales de la causa palestina.
En una palabra, Siria, con su posición geográfica, sus vínculos y armas iraníes y su brutal régimen baasista, se ha convertido en un factor fundamental de lo que ocurre entre el Mediterráneo y el Golfo. Para afianzar al Líbano y llevar a Hamas a la mesa de negociación con Israel, con quien Israel y los Estados Unidos deben tratar, de una forma o de otra, es con Siria.
La posición y los intereses de Siria deben convencerla de la necesidad de un acuerdo. Naturalmente, Siria sigue creyendo en una "Gran Siria" y nunca aceptó del todo la soberanía del Líbano. La inteligencia y las tropas sirias, presentes en el Líbano desde 1976, fueron obligadas a abandonarlo en 2005 sólo con una enorme presión internacional y el año pasado se perdieron mil millones de dólares en ingresos por contrabando, la mayor parte de los cuales iban antes a parar al ejército sirio. Muchos de los cohetes de Hizbolá que llovieron sobre Israel llevaban las marcas del Ministerio de Defensa de Siria.
Sin embargo, Siria tiene una característica compensatoria: es un país secular que tradicionalmente rechaza el fundamentalismo islámico. De hecho, en 1982 el Presidente Hafez al Asad, padre de Bashar, exterminó en Hama a unos 38.000 insurgentes de la Hermandad Musulmana fundamentalista, mayoritariamente suníes. En la actualidad, parte de la minoría baasista gobernante está preocupada por la intensificación de la alianza con el teocrático Irán y el islamista Hizbolá.
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Tanto la renuente alianza de Siria con el Irán y su desesperación económica brindan oportunidades que Israel y Occidente deben poner a prueba, pero, ¿qué podría desear Siria? Como la mayoría de los árabes, Bashar Al-Assad ve a Israel desde la perspectiva de la angustia panárabe ante la desposesión palestina, pero también ve la posibilidad de utilizar a los palestinos para fortalecer el poder de su régimen dejando su impronta en cualquier acuerdo.
Como su padre, Asad es prudente. Mientras Egipto permanezca neutral, no es probable que se arriesgue a lanzar otra guerra con Israel, por no hablar de una guerra con los Estados Unidos o con éstos combinados con Israel.
El gran enigma es lo que Asad quiere hacer con el Líbano. Si su objetivo es un gobierno en Beirut que tenga en cuenta las preocupaciones genuinas de Siria por su seguridad, Israel puede aceptarlo. Además, dada la generalizada reacción contra Siria por su supuesta participación en el asesinato del ex Primer Ministro libanés Rafiq Hariri, en particular entre los maronitas, suníes y drusos del Líbano, no es probable que el Líbano vuelva a estar totalmente sometido... a no ser que Hizbolá imponga su voluntad.
Ahora Israel tiene tres opciones. Puede echarse atrás aparentando que no lo hace; puede continuar más o menos como antes, con la esperanza de una evolución positiva; o puede intentar separar a Siria del Irán y Hizbolá. Ésta última es la única que podría detener la deriva islamista en el Oriente Medio, pero sacar a Siria del abrazo del Irán significa, tarde o temprano, volver a plantear la cuestión de los Altos del Golán.
Un acuerdo con Siria no es imposible, dadas las ambigüedades de la posición de Asad. Por parte israelí y estadounidense, entrañaría el reconocimiento de los intereses de Siria en materia de seguridad en el Líbano. Si Siria, a su vez, acepta la soberanía del Líbano y contribuye a obligar a Hizbolá a convertirse en una fuerza política privada de su capacidad militar, Israel y los Estados Unidos deben convencer al gobierno del Líbano para que acepte que Siria y el Líbano deben consultarse sobre los asuntos de seguridad. Para Siria, un acuerdo de paz entrañaría también la comprensión de que la ocupación por Israel de los Altos del Golán se debe zanjar mediante una negociación seria y no mediante la guerra.
Esa oportunidad diplomática puede resultar difícil de aceptar al Primer Ministro de Israel, Ehud Omert, por no hablar de convencer a los israelíes. Así, pues, los Estados Unidos y Europa deben ayudarlo a llegar a esa conclusión.
Los Estados Unidos e Israel deben dejar de negarse a hablar con Siria. De hecho, ya ha llegado el momento de ofrecer garantías al aislado régimen sirio de que bloqueando el rearme de Hizbolá, cortando el paso de los luchadores islamitas al Iraq y mejorando la atroz ejecutoria del país en materia de derechos humanos obtendría valiosos beneficios diplomáticos y económicos, incluido un reforzado acuerdo de asociación con la UE.
Israel ganaría mucho hablando con su enemigo. Consciente de su vulnerabilidad ante los ataques con cohetes, Israel sabe que necesita un Estado defendible, a salvo de la agresión exterior. Eliminar la amenaza de Siria es un factor decisivo para lograr ese objetivo estratégico.