HAMBURGO – La dura sentencia dictada contra el expresidente francés Nicolas Sarkozy, condenado por tráfico de influencias, confirma nuevamente una antigua verdad de la política. Aún en las democracias más afianzadas del mundo la corrupción sigue siendo una maldición.
HAMBURGO – La dura sentencia dictada contra el expresidente francés Nicolas Sarkozy, condenado por tráfico de influencias, confirma nuevamente una antigua verdad de la política. Aún en las democracias más afianzadas del mundo la corrupción sigue siendo una maldición.