elaynaoui2_EYERUSALEM JIREGNAAFP via Getty Images_garmentproductionafrica Eyerusalem Jiregna/AFP via Getty Images

El desarrollo económico después del Consenso de Washington

RABAT – El panorama económico mundial está cambiando a pasos acelerados y los países en desarrollo se enfrentan ahora a tres grandes obstáculos: el resurgimiento del proteccionismo, la reducción del margen de maniobra de la política macroeconómica y la profunda disrupción tecnológica. Dado que el Consenso de Washington liberal -el marco de política económica dominante durante medio siglo- ya no es adecuado para su propósito, se necesita con urgencia un nuevo paradigma que guíe el desarrollo en los próximos años.

En los últimos años, el libre comercio, alguna vez la piedra angular de la cooperación internacional, ha dado paso a un aumento de los aranceles, subsidios industriales a gran escala y al “desacople” económico. La guerra comercial entre Estados Unidos y China ejemplifica esta tendencia, con un fuerte aumento de las tasas arancelarias promedio desde 2018. Ahora que Donald Trump, el autoproclamado “hombre de los aranceles”, está de vuelta en la Casa Blanca, es poco probable que la cosa se revierta. Y no es solo Estados Unidos: la Unión Europea también ha aplicado aranceles, incluso sobre los vehículos eléctricos chinos, citando subsidios injustos.

Por supuesto, China, con su modelo económico dirigido por el estado, ha confiado durante mucho tiempo en la política industrial, que es la base de su plan Hecho en China 2025, introducido en 2015. Pero incluso las economías avanzadas -los principales defensores de la ortodoxia del libre mercado del pasado- hoy están adoptando este tipo de intervenciones. La Ley CHIPS y Ciencia de Estados Unidos, por ejemplo, incluye 52.700 millones de dólares de financiación para el desarrollo de semiconductores. Y la UE tiene su propia estrategia industrial.

Estas iniciativas pretenden impulsar la seguridad económica, pero también alimentan las tensiones geopolíticas y provocan la fragmentación de la cadena de valor. Para los países en desarrollo, esto supone tanto retos como oportunidades. La creciente alineación del comercio con la dinámica geopolítica -incluido el impulso del “friendly-shoring”- puede permitir a algunos países atraer más inversión extranjera directa, pero los países dependientes de recursos y los menos desarrollados se enfrentan a una menor demanda de exportaciones y a una mayor incertidumbre económica.

Por su parte, la capacidad de los países en desarrollo de organizar respuestas de política fiscal y monetaria se ve seriamente limitada. Las sucesivas crisis -incluida la crisis económica global de 2008, la pandemia del COVID-19 y diversos shocks de los precios de las materias primas- han erosionado las reservas fiscales. Las presiones demográficas, desde los jóvenes que necesitan empleo hasta el envejecimiento de la población, pesan sobre los presupuestos públicos. La mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo también exigen inversiones sustanciales. Y algunos países están redirigiendo fondos a defensa en respuesta a las crecientes tensiones geopolíticas. Los elevados pagos del servicio de la deuda siguen siendo una carga importante, agravada por las altas tasas de interés globales.

Asimismo, las altas tasas de interés mundiales están obligando a los países en desarrollo a subir sus propias tasas de interés para mitigar las salidas de capital y la depreciación de la moneda, con efectos adversos sobre la inversión y el crecimiento económico. Para colmo de males, en algunos países se ha erosionado la independencia de los bancos centrales -una tendencia que socava la capacidad de los responsables de las políticas para controlar la inflación y sustentar la estabilidad económica.

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Todo esto está ocurriendo mientras el cambio tecnológico acelerado trastoca los modelos tradicionales de crecimiento. Históricamente, el crecimiento de las economías en desarrollo se ha visto impulsado por la transformación estructural -es decir, la reasignación de recursos de los sectores de baja productividad a los de alta productividad, como la agricultura y la industria manufacturera-. En África, esta dinámica representaba el 74% del crecimiento de la productividad antes de 2008.

Pero como han observadoDani Rodrik y Joseph E. Stiglitz, la transformación estructural ya no puede lograrse mediante la industrialización orientada a las exportaciones, entre otras cosas porque la industria manufacturera se ha vuelto más intensiva en mano de obra calificada y capital. La ralentización del crecimiento mundial, la mayor carga de la deuda, la desglobalización y el cambio climático (que está afectando a sectores tradicionales como la agricultura) socavan aún más esta estrategia.

La estrategia alternativa que proponen Rodrik y Stiglitz se centra en una transición verde integral y en una mayor productividad de servicios intensivos en mano de obra. Pero, aunque este enfoque es prometedor, se necesita una capacidad considerable del sector público para apoyar la innovación y la experimentación en materia de políticas del sector privado. Un marco político más amplio, capaz de llenar el vacío que dejó el Consenso de Washington, comenzaría con tres prioridades clave.

En primer lugar, las economías en desarrollo deben impulsar su resiliencia macroeconómica. Para ello, deben fortalecer los marcos fiscales, con el fin de crear amortiguadores macroeconómicos más sólidos, aplicar regímenes de metas de inflación para promover la estabilidad de precios y adoptar regímenes de tipo de cambio más flexibles que puedan servir de “amortiguador” en medio de la volatilidad externa.

En segundo lugar, los países deben aprovechar la tecnología para impulsar la productividad, centrándose en el sector privado. Además de aumentar la eficiencia y la transparencia de los servicios públicos, las tecnologías digitales pueden ampliar el acceso a la educación, apoyar la innovación facilitando la investigación y el desarrollo, y transformar sectores críticos, como la salud y la agricultura.

Por último, los gobiernos deben seguir promoviendo el crecimiento a través de la transformación estructural. Aunque el sector de los servicios es prometedor para la creación de empleo, por sí solo no puede absorber a los millones de jóvenes, sobre todo no calificados y semicalificados, que se incorporan cada año a la población activa de los países en desarrollo. Afortunadamente, algunos subsectores de gran intensidad de mano de obra, como la agroindustria y la confección, siguen siendo fuentes viables de empleo y crecimiento en los países de bajos y medianos ingresos.

La fabricación verde y el sector farmacéutico también ofrecen vías prometedoras para la industrialización. Las zonas económicas especiales, el uso estratégico del suelo y unos ecosistemas más dinámicos para las nuevas empresas pueden estimular el crecimiento industrial y la creación de empleo. Las economías en desarrollo también podrían tener que tomar medidas para salvaguardar la industria nacional de una afluencia de productos chinos redireccionados desde Estados Unidos y la UE. Dichas medidas deben ser transparentes, estar sujetas a plazos y cumplir con las normas de la Organización Mundial del Comercio.

Nada de esto será posible con la mentalidad de “cada país por su lado” que parece imponerse en todo el mundo. Aunque el Consenso de Washington tuvo un historial decididamente desigual, hizo hincapié en el compromiso y la cooperación internacional. Los países no deben tirar el grano con la paja. Si los países en desarrollo quieren construir economías más resilientes e inclusivas en el entorno global actual, deben adoptar asociaciones, compartir conocimiento y buscar la colaboración entre el gobierno, el sector privado y las instituciones internacionales.

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