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La junta militar de Myanmar está perdiendo poder

BANGKOK – En tanto los líderes autocráticos ganan influencia, si no poder, en más países de los que los defensores de la democracia están dispuestos a considerar, Myanmar es una excepción notable: su junta militar parece insostenible. De hecho, el pueblo de Myanmar está arriesgando su vida para quebrantar el control del poder de los generales y recuperar su futuro.

Después de casi medio siglo de dictadura militar, que comenzó en 1962, vino una década de liberalización política, reforma económica y progreso del desarrollo, que duró de 2011 hasta 2021. Pero el general en jefe Min Aung Hlaing le arrebató el poder al gobierno civil reelecto de Myanmar el 1 de febrero de 2021, lo que desató una guerra civil en la que los jóvenes, los ejércitos de minorías étnicas, los líderes civiles y una población desafiante han venido combatiendo al régimen. Más recientemente, las fuerzas de resistencia -que libraron lo que hoy llaman una “revolución” -se han cobrado una serie de victorias en el campo de batalla, dándole un giro al conflicto.

Pero una cosa es derrotar al ejército de Myanmar y otra muy distinta es reconstituir un estado pluralista viable con legitimidad popular en un país étnicamente inestable. Asimismo, el conflicto interno mortal de Myanmar podría prolongarse durante meses en tanto el ejército resiste en torno a las principales ciudades, entre ellas la capital Nay Pyi Taw, recurriendo a poder aéreo, equipos blindados y artillería para sobrevivir.

La junta parece más vulnerable que nunca. El ejército que anteriormente tenía 500.000 soldados hoy en día cuenta con alrededor de 150.000 tropas o menos y está extremadamente desbordado. Ampliamente conocido como una de las fuerzas armadas más aguerridas del mundo, tras haber luchado durante décadas contra milicias entrenadas por minorías étnicas en busca de autonomía, el ejército eligió el blanco incorrecto esta vez. Para contener las protestas nacionales en las semanas posteriores al golpe, los soldados del gobierno apuntaron sus armas contra su propio pueblo, matando indiscriminadamente a cientos de ciudadanos birmanos. La ira popular se enardeció.

En gran medida, la resistencia ha estado liderada por jóvenes birmanos que crecieron en un período de apertura, mejoraron sus estándares de vida y se forjaron expectativas. Organizados en unidades de la Fuerza de Defensa del Pueblo (FDP) a nivel nacional, en un principio utilizaron armas caseras y otras armas rudimentarias, pero luego se alinearon con milicias étnicas que les brindaron armamentos y entrenamiento, formalmente conocidas como las Organizaciones Étnicas Armadas (OEA). En coordinación con el Gobierno de Unidad Nacional liderado por civiles (GUN), las OEA y las brigadas de la FDP, han utilizado tácticas de guerrilla, así como armas convencionales, para atacar a las fuerzas del régimen. Apenas un año después del golpe, la guerra había alcanzado un punto muerto.

Pero la resistencia decidida ha venido ganando cada vez más terreno, en tanto la brutalidad militar y la barbarie manifiesta provocaron una revuelta nacional contra la junta, en la que participó una amplia mayoría de la población diversa de Myanmar. Después de ser atacado en todos los frentes, el ejército se ha venido quedando sin reclutas, refuerzos y suministros, y enfrenta una moral en caída.

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Hace poco más de dos meses se llegó al punto de no retorno, cuando la Alianza de la Hermandad, que incluye al Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar, al Ejército de Liberación Nacional de Ta’ang y al Ejército de Arakan, condujo la Operación 1027. Su ofensiva coordinada en el estado de Shan, al norte del país y limítrofe con China, ocupó dos docenas de ciudades y cientos de puestos militares. Con la asistencia de otras OEA y columnas de resistencia de los estados de Kayah, Chin, Rakhine y Kachin, y de las regiones de Magway y Sagaing, este avance en el campo de batalla subrayó la debilidad del ejército e hizo crecer la confianza de las fuerzas de resistencia. Hoy parece que es solo una cuestión de tiempo para que la junta sea derrocada.

Pero si bien la revolución contra la dictadura militar de Myanmar probablemente resulte exitosa, la resistencia dista mucho de estar unificada. Las OEA son una colección variopinta de adversarios tradicionales unidos principalmente por su oposición a la autoridad central, mientras que los jóvenes que combaten en las unidades de la FDP carecen de experiencia en gestión de gobierno y construcción de coaliciones. Por su parte, el GUN es embrionario y todavía no ha demostrado un liderazgo convincente.

Derrocar a Min Aung Hlaing y a sus cómplices militares es solo la mitad de la batalla. La otra mitad -y la más importante- es pasar de una rebelión exitosa a un sistema de intercambio de poder viable que exige compromisos importantes de todas las partes. No será fácil volver a capturar el espíritu de experimento democrático de diez años en Myanmar liderado por el general Thein Sein, defensor de las reformas, y el premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, hoy un ícono deslucido.

Pero sería una lástima que, después de ganar la guerra civil, la oposición echara a perder la paz. Esto no solo conduciría a expectativas truncadas, sino que también podría desatar un renovado conflicto étnico y una potencial división de Myanmar en miniestados autónomos que podrían convertirse en semilleros del narcotráfico y de la actividad criminal -un problema para la población local, así como para la región en general-. Desafortunadamente, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés), que está dividida en cuanto a qué respuesta brindar, ha sido ineficaz.

La ASEAN hoy tiene una segunda oportunidad de corregir el rumbo y comprometerse con el GUN, las OEA y hasta elementos militares más allá de Min Aung Hlaing y sus seguidores. La derrota definitiva de la junta de Myanmar muestra que las autocracias pueden ser frágiles y que el camino hacia la democracia se puede recuperar con sangre y sacrificio. Pero para completar esta transición hará falta un respaldo importante de las potencias regionales y de la comunidad internacional en general.

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