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El tecnofeudalismo, o por qué Musk se encaprichó con Twitter

ATENAS – Razones no le faltaban a Elon Musk para sentirse tan insatisfecho que pagó 44 000 millones de dólares por la compra de Twitter. Fue pionero de los pagos en línea, revolucionó la industria automotriz y la espacial; hizo experimentos con ambiciosas interfaces cerebro‑computadora. Sus hazañas de tecnología avanzada lo convirtieron en el emprendedor más rico del mundo. Pero ni sus logros ni su riqueza le daban acceso a la nueva clase gobernante formada por quienes gozan de los poderes que confiere el capital basado en la nube. Twitter ofrece a Musk una oportunidad de remediarlo.

Desde los albores del capitalismo, el poder deriva de la posesión de bienes de capital: máquinas de vapor, hornos de Bessemer, robots industriales, etcétera. Hoy, es el capital basado en la nube, o capital‑nube para abreviar, lo que confiere a sus poseedores acceso a poderes antes inimaginables.

Tomemos el caso de Amazon, con su red de software, hardware y almacenes de datos; y con su dispositivo Alexa, una interfaz directa con la gente en la intimidad de sus hogares. Es un sistema basado en la nube, con capacidad para sondear nuestras emociones más allá de lo que haya podido cualquier publicista del pasado. Nos ofrece experiencias personalizadas, que usan nuestros sesgos para inducir respuestas, a las que a su vez responde; luego nosotros volvemos a responder, y al hacerlo entrenamos los algoritmos de aprendizaje por refuerzo, que activan otra oleada de respuestas.

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